miércoles, 27 de septiembre de 2023

Turismo destructivo

 


Que el turismo es una pieza clave para la economía de nuestro país es indudable. Pero ¿cuál es el precio que debemos pagar a cambio de los cuantiosos ingresos que se derivan de él? ¿Estamos dispuestos a ver incrementado, año tras año, el número de turistas extranjeros que nos visitan?

Según datos de 2021, los ingresos por turismo representan el 8% del PIB, con algo más de 97 mil millones de euros, y en ese mismo año generó 2,27 millones de puestos de trabajo, representando un 11,4% del empleo total.

En 2019, año que se usa de referencia por preceder a la pandemia, los ingresos alcanzaron los 161 mil millones de euros. Este año, aunque no se ha superado las cifras de 2019, se han acercado mucho, con una ocupación hotelera media del 70% durante el mes de julio, superando el 90% en algunas poblaciones eminentemente turísticas, y los ingresos han aumentado un 6,3% respecto a 2022.

En Barcelona capital, el número de cruceros ascendió el año pasado a 810 y se estima que este año alcanzará la cifra de 900, de modo que habrá más cruceristas que habitantes (1,83 millones solo entre enero y julio).

Esta masificación turística es una mina de oro para la capital catalana, pero va asociada a grandes inconvenientes y molestias para sus habitantes, produciendo un deterioro considerable del medioambiente, fundamentalmente en forma de polución, tanto por tierra (vehículos), mar (cruceros) y aire (vuelos comerciales). Por no hablar de la proliferación de pisos turísticos, que desalojan a los vecinos de toda la vida y encarece enormemente el precio de la vivienda en las zonas en las que aquellos se asientan. Y eso no solo ocurre en las grandes capitales sino en muchas otras zonas de gran interés turístico. Quizá el ejemplo reciente más notorio es el de Ibiza, donde incluso los trabajadores de la hostelería y restauración no hallan un techo asequible bajo el que guarecerse. Y más recientemente, este problema de la masificación se ha extendido a zonas turísticas rurales, como en la Vall de Boí, un precioso enclave pirenaico de la comarca de l’Alta Ribagorça, en la provincia de Lleida, donde ha proliferado enormemente la construcción de viviendas, perdiendo paulatinamente su atractivo original. Pero este es un problema que se sale del ambiente propiamente turístico.

Otro problema que veo con el turismo es la gran dependencia económica. Hemos visto, durante la pandemia, como el turismo se resintió hasta el punto de perder un gran número de puestos de trabajo dependientes de él. De este modo, si el cambio climático sigue afectando a la climatología y España deja de ser un país atractivo para los que buscan sol y temperaturas agradables, el declive, primero y el fracaso después está servido.

Una pega adicional del turismo son las malas condiciones laborales de los trabajadores del sector. Suben los precios en los hoteles y restaurantes, pero sus empleados reciben a cambio un salario de pena y, en algunos casos, con una explotación de juzgado de guardia.

Y, cómo no, es inevitable que en ciudades y zonas que atraen un gran número de visitantes, se produzcan fricciones con la población local, que se siente invadida por una muchedumbre que no suele respetar las normas de convivencia, afectando en muchos casos el normal desarrollo de sus actividades. Hasta que no se halló una solución práctica, los aledaños de la Sagrada Familia era un hervidero de turistas, con los consiguientes autocares, que degradaban el barrio en forma de contaminación visual.

Hace ya muchos años que los responsables de turismo decidieron tomar cartas en el asunto y evitar el llamado turismo de borrachera, incrementando la calidad, y el precio, de los servicios y plazas hoteleras, pero nada de eso ha llegado a buen puerto y siguen llegando manadas de “guiris” buscando diversión basada en las tres eses: Sun, Sex y Sangría, con el consiguiente resultado en forma de trifulcas y peleas callejeras producto del alcohol, que empiezan a consumir a primera hora de la tarde y en plena calle, sin que sean apercibidos ni multados por ello. Claro, hay que cuidar el turismo, sea cual sea y como sea, pues nos deja un buen dinerillo. La pasta es la pasta y lo demás son monsergas.

La masificación debida a las visitas turísticas es un problema general. Las grandes capitales europeas también lo acusan y actualmente uno de sus máximos exponentes es, por ejemplo, Venecia, en donde las autoridades han puesto coto al turismo de masas en forma de un canon que deben pagar los que quieren visitar la ciudad de los canales sin pernoctar en ella. No sé si esta es una medida coercitiva o recaudatoria, e ignoro cuál será su efecto real.

Mi pregunta es si puede existir un turismo sostenible, y para ello he consultado algunas fuentes y todas coinciden en que para conseguirlo debe desarrollarse su actividad generando un impacto mínimo sobre el medioambiente y la clave principal es que la explotación de un recurso esté por debajo del límite de renovación del mismo. Es decir, se trata de fomentar un turismo respetuoso con el ecosistema, con un mínimo impacto sobre el medioambiente y la cultura local. Y en el aspecto económico busca básicamente la generación de empleo e ingresos de la población autóctona.

La verdad es que después de leer esta información me he quedado exactamente igual a como estaba. Todo ello me suena a palabrería, esa tan propia de los políticos, para quedar bien. Creo que estamos ante un problema que, no siendo irresoluble, tiene pocos visos de mejorar por falta de un verdadero interés o bien por la lucha de intereses encontrados. Si ya a nivel internacional, los políticos y mandatarios no se ponen de acuerdo para atajar una crisis climática como la que estamos viviendo o bien, una vez alcanzado, este no se respeta y se da marcha atrás a medidas restrictivas contra la contaminación, qué podemos esperar de los alcaldes y gobiernos autonómicos, que lo que buscan es llenar sus arcas, y los empresarios del sector turístico que solo desean llenar su caja fuerte. Pero, claro, siempre es bueno tener de tu parte a quienes luego, a la hora de votar, tendrán en cuenta cómo los has tratado.

De momento, si no se pone remedio, vamos a tener que seguir soportando ese turismo destructivo. Si seguimos así, creo que el turismo en España acabará muriendo de éxito. Habremos matado entre todos a la gallina de los huevos de oro.


miércoles, 13 de septiembre de 2023

¿Qué me pasa, doctor?

 


Una vez de nuevo ante el ordenador y con las pilas a medio cargar por culpa de algunos contratiempos de salud, me he puesto a pensar qué es lo que me ha incomodado más estas pasadas semanas, si el calor bochornoso, las aglomeraciones, los guiris ruidosos e impertinentes, la carestía de la vida, la actividad política española e internacional o alguna otra cosa que me haya llamado la atención. Pensando, pensando y retrocediendo unos dos o tres meses, he acabado seleccionando, no ya esos problemillas de salud, sino cómo he percibido la atención médica que he recibido. Así pues, no voy a relatar cómo han sido mis vacaciones, cual escolar que inicia un nuevo curso y cuenta su experiencia veraniega, sino destacar un hecho que me ha importunado sobremanera y que me atrevería a decir que cada vez es más notorio: la falta de interés y de empatía que embarga a algunos profesionales de la salud.

Durante este periodo de tiempo que menciono, me he visto obligado, desgraciadamente, a acudir a varios médicos especialistas y a someterme a pruebas diagnósticas de distinta índole.

Aun acudiendo a la sanidad privada, lo primero que me ha sorprendido desagradablemente es el tiempo necesario para obtener una cita médica. En más de un caso, ha tenido que transcurrir un mes y medio desde la solicitud hasta la fecha otorgada. No es de extrañar que el Servicio de Urgencias se colapse, pues muchas veces el paciente no puede esperar tanto para ser atendido. Pero es que, cuando por fin estás frente al médico, en más de una ocasión he tenido la impresión de estar ante un robot, que solo escucha y toma notas en su ordenador, sin apenas mirarme, asintiendo con movimientos leves de cabeza y alguna que otra mirada de refilón.

De este modo, cuando he salido de la consulta, me han asaltado las dudas de si he recibido toda la información necesaria o si el médico habrá obviado algún hecho trascendente. Se supone que una analítica completa, una resonancia, un TAC, un ecocardiograma, o cualquier otra prueba diagnóstica aclarará el supuesto problema y el profesional sanitario dará con la solución. Pero cuando vuelves a estar sentado ante él, observándole mirar los informes y/o las imágenes, pensativo, para luego decirte que podría tratarse de esto o de aquello, que en todo caso no se trata de algo grave, pero que hay que seguir controlando, y que no hay nada más que hacer, excepto acudir a otro especialista que presumiblemente estará más capacitado para dar un diagnóstico certero porque lo que se ha observado cae más dentro de la competencia de otra especialidad, entonces te desmoralizas.

De este modo, me he visto recientemente atrapado en un bucle de falsos o dudosos diagnósticos para terminar donde estaba al principio. Como si jugara al juego de la oca, puedo decir aquello de “de puente a puente y tiro porque me sigue la corriente”. Uno va pasando de especialista a especialista sin que nadie sea capaz de definir dónde está el verdadero problema y la correspondiente solución.

¿Mala suerte o incompetencia? No dudo de la formación de los médicos especialistas a los que he tenido que recurrir, sino de su falta de interés. Muchas veces he tenido que sonsacarles información, preguntando lo que debieron haberme dicho sin necesidad de preguntárselo. Deben pensar que quien tienen delante no tiene formación suficiente para entender sus palabras. Pero si muestras estar lo suficientemente formado e informado y tienes la desfachatez de interrogarles más a fondo o dar tu modesta opinión, parece como si su ego se sintiera amenazado por la intervención de ese intruso, adoptando entonces una actitud de suficiencia y autoridad.

Llegado a este punto, comprenderéis que he visto muy debilitada mi confianza en la clase médica. Estamos viviendo unos adelantos médicos increíbles, con intervenciones quirúrgicas de alto riego e impensables hasta hace poco, pero eso contrasta con los errores médicos que siguen produciéndose ante casos banales. Al final uno preferirá tener que ser sometido a un trasplante múltiple de órganos que tener un dolor crónico en la espalda, como es mi caso.

Debo hacer aquí un inciso sobre el cáncer que padecí hace algo más de dos años y del que salí airoso. Ello fue gracias a una terapia innovadora a base de anticuerpos, es decir a esos adelantos médicos a los que antes me refería. Pero en cuanto al trato que recibí por parte del oncólogo fue de nula empatía, hacía simplemente su trabajo siguiendo el protocolo. Nunca se interesó por mi estado anímico, algo que en tales circunstancias se agradece enormemente. Y los médicos que se encargaron de los controles durante y después de la quimioterapia exactamente igual.

No soy creyente ni supersticioso, pero antes de volverme a poner en manos de un médico —cosa que deberé hacer más pronto que tarde— haré como los toreros cuando salen al ruedo: me santiguaré tres veces.

Para terminar, quiero hacer hincapié que es muy cierta la máxima que dice que cada uno cuenta la feria según le va en ella. Pues a mí, de momento, no me está yendo muy bien. Espero que la cosa mejore y no tenga que volver a preguntar ¿qué me pasa, doctor?


jueves, 27 de julio de 2023

Un breve descanso

 


No es que esté cansado, pero sí un poco bajo de calorías escritoras, no sé si por culpa del calor, de un bajón inspirador o ambas cosas. El caso es que me voy de vacaciones y dejo los bártulos de escribir en casa y no los retomaré hasta septiembre o quien sabe cuándo.

Esta entrada es común para mis dos blogs: Retales de una vida y Cuaderno de bitácora, y repasando su historial a fecha de hoy, resulta que el primero ha sufrido un descenso en la productividad, pues si por estas fechas, en 2022, había publicado 13 relatos, ahora el cómputo es de 9; y en cuanto al segundo, en cambio, ha habido un ligero aumento, ya que de 13 posts publicados en julio de 2022 he pasado a 16 a día de hoy sin contar este, por supuesto. Esto debe ser como en las elecciones, que hay aumentos y descensos en los resultados muchas veces inexplicables.

Sea como sea, mi intención es seguir adelante, siempre en función de cómo evolucione mi inspiración y mis intereses sociales.

Así pues, es esta una despedida breve y espero que nos volvamos a encontrar una vez superado este periodo canicular que estamos sufriendo.

¡Un abrazo!


viernes, 14 de julio de 2023

Lentitud y demora institucional

 


Debe ser porque soy una persona que no deja para mañana lo que pueda hacer hoy o porque soy tremendamente impaciente, pero no puedo entender cómo en este país decisiones que requieren ser tomadas lo antes posible, se demoran semanas, meses e incluso años.

Sentencias que, una vez concluido el juicio con un veredicto de culpabilidad, requieren semanas para ser redactadas, cuando, en mi humilde opinión, solo requerirían unos pocos días para elaborar un texto lo más legalmente correcto y exhaustivo posible.

Para la aplicación de una normativa, como el levantamiento del uso obligatorio de las mascarillas, la regulación de determinados actos públicos, la restricción del uso de agua para el riego, la reducción del IVA de ciertos artículos de consumo, y así un largo etcétera, se suelen fijar plazos de ejecución muy largos. ¿Por qué, si se trata de algo importante o incluso esencial, no se inicia su aplicación en el plazo más breve posible? Hay actos de ámbito nacional que requieren de su aprobación por el Consejo de Ministros y de su posterior publicación en el BOE y esto, lógicamente, no se hace en dos días, pero muchas veces, una vez aprobado y publicado el Decreto, la Orden Ministerial o la norma de cualquier otro rango, se establece un plazo de semanas para su entrada en vigor, lo cual solo sería justificable si su aplicación requiriera de una larga o compleja adaptación del funcionamiento de las instituciones y del personal afectados.

Y volviendo al terrero de la Justicia, qué decir de la celebración de un juicio años después de haberse cometido el delito, causando con ello una tremenda injusticia en aquellos casos en los que el acusado entra en la cárcel y luego se le declara inocente. La Justicia lenta no es justicia y si esa demora está causada por falta de medios, no hay excusa para no solventar esa grave deficiencia. La salud y la justicia no merecen demoras injustificadas en la implantación de medidas destinadas a la mejora de su funcionamiento. En ambos casos está en juego la vida de una persona y la defensa de su bienestar.  

Si en la empresa privada la diligencia es obligatoria, pues de lo contrario uno puede verse en la calle por incumplimiento de sus obligaciones, en la vida pública no deja de ser prioritaria y esencial para el bien común.

Quizá es que esa demora en la toma de decisiones se debe a la lentitud en la que sus máximos responsables se ponen las pilas.


martes, 20 de junio de 2023

Alianzas y desencuentros

 


No suelo, porque no me gusta, hablar de política, a menos que sea en petit comité y con personas de la misma, o similar, ideología. Tampoco suelo escribir sobre política en este blog, salvo contadas excepciones y siempre de forma genérica y sin mencionar, que yo recuerde, partido político alguno.

Pero hoy hago una excepción a esta regla. Y es que contemplo atónito cómo una vez más, tras unas elecciones, ya sean municipales o autonómicas (veremos lo que nos deparan las generales que están al caer), se establecen alianzas entre partidos, muchas veces antagónicos, para sacar fuera del terreno de juego al más votado.

Uno se queda perplejo cuando, tras votar al partido que más confianza le da, esperando que con su voto no acceda a la alcaldía, a la presidencia del gobierno autonómico o del central, ese otro partido que no desea ver ocupando ese lugar ni por asomo, tras el recuento de votos, el partido al que ha votado se alía con aquel que no quería ver ni en pintura. ¿De qué ha servido votar? ¿Dónde han ido a parar las esperanzas? En saco roto y en manos de los que han sido los adversarios ideológicos.

A mi entender, lo que ha acontecido tras estas últimas elecciones, más que el establecimiento de pactos, ha sido un mercadeo de votos y escaños y todo por el poder. Alianzas contra natura, entre partidos que durante la campaña electoral se han tirado los trastos a la cabeza y han practicado el degüello político es lo más relevante y asombroso que jamás haya visto. Contradicciones sin justificación. Si en una CA o en un municipio, el partido A se ha aliado con el Parido B para echar de la presidencia o de la alcaldía al partido C, en otra CA o municipio el partido A se ha aliado con el C para boicotear al B. Un despropósito injustificable. Solo ha faltado ver una alianza entre el PP y Bildu. Eso ya sería el colmo de la desfachatez.

A pesar de lo hasta aquí mencionado, no es mi intención hablar a favor o en contra de un determinado partido político. El objeto de esta disquisición no es otro que poner de manifiesto que las ideologías se van al carajo tan pronto como el trono del gobernante queda vacante. Entonces todo son prisas, empujones y zancadillas entre presuntos amigos y, lo que es peor, abrazos entre irredentos enemigos. Ya se dice que en el amor y en la guerra todo está permitido, pero ¿qué hay de esa otra máxima que dice que el fin no justifica los medios?

Mentiras, engaños, promesas falsas, calumnias, acusaciones que faltan a la verdad, descalificaciones, incluso insultos, son ya habituales en la política actual. ¿Es eso lo que realmente queremos ver y oír entre la clase política española?

Yo nunca he sido totalmente fiel a un partido, pues tan pronto como este me ha defraudado, no he vuelvo a votarle. Soy un simpatizante-votante, pero no un feligrés que sigue con los ojos cerrados y a pies juntillas a su líder, haga lo que haga este, sea corrupto o embustero. Sea como sea, hay que votarle sin importar su conducta reprochable, como los seguidores de Donald Trump o del recientemente fallecido Silvio Berlusconi.

Como en la política no existe una hoja de reclamaciones, ni falta que hace, la única alternativa que nos queda ante una decepción es no repetir, como quien frecuenta un restaurante por la excelente atención al cliente y la buena relación calidad-precio, y de pronto cualquiera de estos elementos se deteriora sensible e injustificadamente. En lugar de protestar —pues no serviría de nada—, no hay mejor escarmiento que no volver a pisar el local, a menos que con el tiempo las cosas vuelvan a la situación anterior, pues yo siempre he creído en las segundas oportunidades. Claro que si sigo con esta práctica en el plano político, pronto no me quedará ningún partido al que votar.

Bien cierto es que a río revuelto, ganancia de pescadores. Y así, mientras unos partidos que poseen más puntos en común que diferencias se pelean, la ultraderecha va avanzando a pasos agigantados. Esto me recuerda la fábula de los conejos y los perros de caza, que mientras aquellos discuten si son galgos o podencos, estos se les echan encima.

Ojalá fuéramos videntes o adivinos y así poder votar sabiendo de antemano lo que van a hacer con nuestros votos. Porque la otra opción, la abstención, se me antoja inadecuada y más en la situación que estamos viviendo.

Votar o no votar, esa es la cuestión. Pero en caso afirmativo, ¿quién es merecedor de nuestro voto? ¿Tendremos que recurrir a las margaritas? Pero ¿tendrán suficientes pétalos para tantos grupos políticos?

 

jueves, 1 de junio de 2023

Oferta y demanda

 


Si la mayoría de mis entradas son un poco osadas, esta lo es todavía más, pues trato un tema para el que quizá no estoy lo suficientemente preparado, guiándome solo por la observación e instinto. Se trata, como su título indica, del principio de la oferta y la demanda.

Según la definición técnica, “la ley de la oferta y la demanda es el principio básico sobre el que se basa una economía de mercado. Este principio refleja la relación que existe entre la demanda de un producto y la cantidad ofrecida de este producto teniendo en cuenta el precio al que se vende” (Economipedia, marzo de 2020).

Pero todos sabemos que una cosa es la teoría u otra muy distinta la práctica, más concretamente en cómo se aplica una teoría a la vida cotidiana.

Entiendo que cuando hay un exceso de un producto, o bien pocos demandantes del mismo, se reduzca su precio para animar a los posibles compradores, como si de unas rebajas de verano o de invierno se tratara. Pero algo muy distinto es que cuando ese producto escasea y, por lo tanto, su productor o comercializador no llegará a recaudar lo esperado, se eleve su precio, con lo cual el comprador se ve obligado a pagar más por él. Este caso es especialmente importante —y es el que me ha inspirado esta entrada— cuando el producto en cuestión es un bien esencial.

Permitidme, dentro de mi ignorancia en materia económica, hacer una comparación muy simple, pues muchas veces, simplificando al máximo una situación aparentemente conflictiva se entiende mucho mejor cuál es el problema: Si, de pronto, por el motivo que sea, una tienda de calzado ve reducidas significativamente sus ventas con respecto a la temporada anterior, ¿elevaría el precio de los zapatos para compensar la pérdida de ganancias? En absoluto, pues nadie estaría dispuesto a pagar más por un artículo cuyo precio justo es muy inferior. En este caso, sin embargo, no nos referimos a un artículo de primera necesidad, de modo que uno puede esperar, salvo contadas excepciones, a que se normalicen los precios.

Pero en general, yo lo veo del siguiente modo: Si un fabricante produce o vende menos, en lugar de resignarse a ingresar menos dinero, aumenta el precio hasta un límite que le permita seguir recaudando lo mismo que antes. Si, por ejemplo, un producto se vendía a 20 euros la unidad y las ventas eran de 1.000 unidades mensuales, ingresando, por lo tanto, 20.000 euros al mes, y de pronto solo se venden 500 unidades mensuales, pues lo vende ahora a 40 euros y Santas Pascuas. De este modo es el comprador quien tiene que asumir la bajada de ventas. Sé que es simplificar mucho el problema, pero en la práctica es eso lo que sucede en muchos casos.

Un hecho mucho peor, donde la cara dura se manifiesta en todo su esplendor, es el que se da en la restauración y hostelería. Si un menú cuesta habitualmente 20 euros y una habitación de hotel 80 euros la noche, en cuanto se celebra un congreso que promete una gran afluencia de público, esos precios se disparan hasta cotas inadmisibles. Esos empresarios no tienen suficiente con llenar sus establecimientos más de lo habitual, sino que además se aprovechan de la necesidad de los clientes, que tienen que comer y dormir durante la celebración de ese evento. Esta actitud, aunque sea lícita, es, para mí, inmoral.

Por último, quiero referirme a los productos alimenticios de primera necesidad, cuya ley de la oferta y la demanda ahoga a muchos ciudadanos y que tiene su origen —aunque no su culpa exclusiva— en el campo. Sé que es un tema delicado, por cuanto el campo es un escenario muy especial y los campesinos son los primeros en sufrir la crisis. Posiblemente me estoy poniendo en camisa de once varas, pero, por delicado que sea el tema, yo lo percibo así: la sequía, la lluvia intensa, la granizada —los peores enemigos para la agricultura— da frecuentemente al traste con la producción de todo un año. La cosecha de melocotones, peras, manzanas, uvas, etc., se ve afectada hasta el punto de tener que desecharla toda entera, con la consiguiente pérdida económica. En esa situación, la cantidad de esas frutas para su venta se verá muy menguada. Los campesinos, cuyas tierras se han visto afectadas, probablemente se verán parcialmente resarcidos por un seguro agrario —si lo tienen— y/o por las ayudas del Gobierno si se califica el desastre como catastrófico. Pero en caso de que no toda la cosecha se haya echado a perder, las manzanas, peras, melocotones y uvas que han sobrevivido, costarán el doble del precio habitual en años de bonanza y con ello los cultivadores se resarcirán de la pérdida económica que les esperaba. Por no hablar de los intermediarios, que se frotarán las manos aprovechándose de la escasez, para aumentar, a su vez, sus márgenes de beneficio.

Todo aquel que tiene un negocio, del tipo que sea, debe afrontar la época de vacas flacas sin que nadie más tenga que asumir sus problemas económicos. Solo en el caso de que lo que se produce sea un producto de primera necesidad que, por lo tanto, conviene proteger por el bien de toda la ciudadanía —el caso de la agricultura y la ganadería— se justifica la petición de compensaciones económicas para no tener que cerrar sus exploraciones, pero no veo por qué esa compensación económica por la pérdida de ingresos tiene que ser a costa del consumidor final. Si mientras el negocio iba viento en popa, los beneficios eran muchos, ¿por qué cuando viene una mala época los consumidores tenemos que sufrir las consecuencias? Si este año hay menos peras y sandías en los supermercados, pues nos tendremos que conformar o espabilar comprando otro tipo de fruta, pero no pagar por ellas lo que dicta esa maldita ley de la oferta y la demanda.

Como nota final, quiero dejar claro que aquí no he tratado el tema de la explotación que sufren los campesinos al pagarles una miseria por sus productos mientras que los intermediarios y comercializadores finales se enriquecen, ya que este es otro problema grave que nada tiene que ver con el objetivo de esta reflexión y que merece una entrada aparte.


viernes, 19 de mayo de 2023

Desapego

 


¿Cuánto dura el amor? Depende de muchos factores. No hay una fecha exacta de caducidad. Hay amores efímeros y otros de larga duración. Unos duran unos pocos meses y otros pueden durar muchas décadas. Aunque deberíamos definir qué se entiende por amor y de qué tipo de amor estamos hablando, pues no es lo mismo el amor fraternal, el amor en una pareja o el amor materno/paterno-filial. Este último es, sin duda, imperecedero, por muchos sinsabores que un hijo haya representado para sus padres.

A veces, hermanos que estuvieron muy unidos de pequeños y de adolescentes, llegada la edad adulta y tras casarse, pierden el contacto o este es esporádico, de modo que su relación se va enfriando por diversas causas hasta llegar a un desapego total y generalmente irreversible.

Pero ese desapego, o enfriamiento en las relaciones humanas, también se produce, con el tiempo, entre amigos que fueron inseparables y que los avatares de la vida los han ido separando paulatinamente hasta que solo son un recuerdo lejano. Y también se produce, con mucha frecuencia, entre compañeros de trabajo que, al cambiar de empresa alguno o varios integrantes del grupo, su relación acaba disolviéndose por completo.

Estos últimos casos son harto frecuentes y muchas veces me he preguntado por qué una relación de amistad no puede perdurar en el tiempo, superando unos escollos que no son más que pequeños inconvenientes u obstáculos fácilmente vencibles con solo un poco de interés por ambas partes.

Mi experiencia me dice que las relaciones entre amigos son finitas y que, por mucho que uno pretenda conservar una amistad que parecía a prueba de fuego, salvo honrosas excepciones, esta acaba en la nada. Amigos que, al separarse por diversas circunstancias, prometen mantenerse en contacto, pero este solo se conserva durante unos pocos años y uno contempla cómo, poco a poco, se va espaciando hasta desaparecer.

De ahí que, tras muchos ejemplos vividos, siempre que he hecho nuevas amistades, cuando ha llegado el momento de tomar caminos distintos, sé que, por muchas promesas y buenas intenciones, llegará el día del desapego total. Hay casos inevitables, pero en la mayoría, ese desapego es fruto de la desidia. ¿Por qué no podemos mantener esas amistades que fueron importantes para nosotros en un momento determinado de nuestra vida?

En mi caso, cada vez que he cambiado de lugar de trabajo en el que he hecho buenos amigos, al principio hemos quedado en vernos con una cierta frecuencia, pero invariablemente, esas ocasiones se han ido espaciando hasta que la falta de interés me ha dado a entender que hemos llegado a ese punto de enfriamiento inevitable. Si al principio nos enviábamos mensajes de felicitación por WhatsApp con motivo de un cumpleaños o de las Navidades, poco a poco esos mensajes van siendo menos abundantes al ir desertando, uno a uno, los componentes del grupo, hasta su desaparición.

Y ello también lo he experimentado en un ámbito hasta hace algunos años nuevo para mí: las redes sociales, y más concretamente los blogs. Esos contactos o seguidores —que no siempre son amistades reales sino virtuales, pero que tienen nombre y apellidos— dejan, de pronto, de seguirte sin ninguna razón aparente. Ha habido compañero/as de letras con lo/as que he tenido una muy buena relación, con constantes intercambios de comentarios e incluso alabanzas, que han ido causando baja sin prisa, pero sin pausa. ¿Qué ha sido de tal o cual bloquero/a que tan buenos comentarios me hacía y a quien yo correspondía del mismo modo sin que me sintiera en absoluto obligado a ello?

Podría alegar múltiples causas y añadir que no es lo mismo un contacto a través de las redes sociales que un verdadero amigo. Por lo tanto, si un amigo de verdad se pierde por el camino de la vida, ¿cómo no va a suceder lo mismo con alguien con quien solo nos unía una afinidad en gustos que pueden cambiar de la noche a la mañana?

Ya comenté hace tiempo, en una entrada dedicada a la amistad, que, según un psicólogo a cuya charla sobre relaciones humanas asistí, solo estamos capacitados para mantener una cantidad limitada de amigos. Somos como un átomo, que no puede contener de forma natural más electrones de los que su número atómico permite. En nuestro caso, por cada nuevo amigo que entra en nuestro círculo, perderemos, tarde o temprano, otro. Evidentemente, ello no se basa en una ciencia exacta, solo en el resultado de la observación, y se debe a que no podemos atender debidamente a un número de amistades cada vez mayor. Hay un límite, sobrepasado el cual se produce la paulatina pérdida de amigos, hasta volver a nuestro estado de equilibrio.

Queramos o no, nuestras relaciones son inestables y a la larga acabaremos sintiendo un desapego natural. Es triste, pero es así. Por lo menos en lo que a mí se refiere. En varias ocasiones he intentado recuperar un viejo amigo de juventud y si bien al principio parecía que había logrado mi objetivo, el tiempo ha acabado frustrando esa amistad renacida. Del mismo modo que se dice que dos no discuten si uno de ellos no quiere, también deberíamos poder aplicarlo a la amistad, de modo que, si uno tira del otro para no perderlo como amigo, la amistad debería conservarse. Pero cuando siempre es el mismo quien toma la iniciativa, lo que acaba tirando es la toalla. La amistad, a fin de cuentas, no se puede forzar, tiene que ser algo espontáneo y sincero.

Tras haber vivido en propia carne muchos de esos fracasos, ya estoy mentalizado que cuando hago una nueva amistad, lo más probable es que esta no sea muy duradera. El apego y el desapego son las caras opuestas de una misma moneda y ambas tienen la misma probabilidad de aparecer. La mejor opción ante esa pérdida de amistades es valorar más que nunca aquellos amigos que han perdurado a lo largo de los años y, sobre todo, refugiarnos en la familia, que es, a fin y al cabo, el núcleo indestructible al que pertenecemos.

Es curioso ver cómo hay quien siente más apego por las cosas que por las personas. Quizá, según la teoría del psicólogo antes mencionado, es que las cosas materiales no suelen desbordar con tanta facilidad nuestra capacidad de acumulación y conservación. A mi juicio, no es una pauta de vida muy halagüeña anteponer lo material a lo humano. Pero ¿qué le vamos a hacer si somos así?


jueves, 11 de mayo de 2023

Vida y muerte: cara y cruz

 


En esta ocasión, traigo una reflexión que podría calificarse de funesta, pues hablar de la muerte no es plato de buen gusto, de modo que quien sea aprensivo hará bien en no leerla, no quiero ser el responsable de una depresión.

En mi caso, la primera vez que me enfrenté a la muerte fue al fallecer mi abuela paterna, que ya vivía en casa de mis padres cuando yo nací. Su muerte se produjo cuando yo acababa de cumplir los catorce años y nunca antes había pensado que algún día mi querida abuela faltaría, aun siendo —eso lo entendí enseguida— ley de vida, o ley de muerte.

Desde entonces, no fueron pocas las veces en que pensé en la muerte y que esta podía volver a arremeter, en cualquier momento, contra alguno de mis seres queridos o incluso contra mí. No es que viviera obsesionado por este hecho, pero sí sentía un profundo respeto por la muerte.

Como es lógico, a medida que iban pasando los años, más fallecimientos de familiares tuve que presenciar y oír ese típico mantra de que “no somos nadie”.

Pero mientras fui un joven creyente, por lo menos no sentía la tremenda congoja y desamparo al pensar que después de la vida no había nada. La Nada. Eso sí que siempre me ha impresionado. Convertirte de repente en eso, en un vacío, en un recuerdo me resulta doloroso, pues estando acostumbrado a vivir, a pensar, a hacer y querer hacer cosas, esa Nada se me ha antojado siempre algo terrorífico. Aunque, pensándolo bien, si no sientes nada no tienes porqué agobiarte. Es como dormirte y no volver a despertarte nunca más. Todas esas horas que han transcurrido sin que tengas conciencia de ello es como un agujero en el que uno cae y no siente absolutamente nada. Pero mientras estás vivo, la percepción es muy distinta.

Es normal que a medida que uno va contando años y se acerca a esa edad que representa la esperanza de vida —82 años en los hombres y 87 en las mujeres de este país—, va pensando cada vez con más frecuencia en la muerte propia, en cómo y cuándo nos llegará. Porque lo que está claro es que llegará sí o sí.

Siempre me ha llamado la atención con qué entereza afrontan algunos este hecho. Me resulta envidiable ver cómo personas a las que se les ha pronosticado poco tiempo de vida, lo asumen con una fortaleza que a mí se me antoja increíble.

Son muchos —me viene a la memoria el caso de Pau Donés, líder de Jarabe de Palo—, que han hecho público su cercano fallecimiento a causa de una enfermedad incurable y en un estadio terminal con una serenidad envidiable. Yo no sé si, dado el caso, sería capaz de algo así, a pesar de que no hace mucho padecí un cáncer del que afortunadamente salí airoso y de lo que no tuve reparo en comentar en una entrada de este blog. Ignoro si mi actitud positiva, aunque intranquila, fue debida a que nunca me vi a un paso de la muerte o bien porque mi mente no quiso plantearse esa posibilidad. Algunos dicen que cuando uno experimenta una situación crítica saca fuerzas de flaqueza para afrontarla con la mayor entereza posible. Debe ser eso, aunque supongo que también hay casos en que un diagnóstico fatal sume al enfermo en una gran depresión.

Abundando en este hecho, hace pocos días rememoraron por televisión la vida y figura del golfista español Severiano Ballesteros, que falleció a la edad de 54 años a causa de un tumor cerebral. Según refería el citado reportaje, viendo muy cercana su muerte, dirigió unas palabras a sus seguidores y público en general, pidiéndoles que no lloraran su muerte, pues había sido muy feliz y se sentía muy satisfecho por cómo había sido su vida, tanto profesional como familiar. Verdaderamente encomiable.

Otro caso, este mucho más cercano a mí, fue el de un allegado que, siendo médico y habiéndose diagnosticado él mismo su dolencia —también un tumor cerebral— se despidió cara a cara de todos sus colegas, amigos y parientes cercanos, llegado incluso a redactar su propia esquela y epitafio. Un ejemplo de aplomo muy poco frecuente.

Yo quizá me sentiría capaz de hacer algo así ahora que estoy vivito y coleando y que mi muerte – quiero pensar— todavía está muy lejana. Pero si me quedaran días o semanas de vida no creo que estuviera en disposición de adoptar una actitud tan serena.

Espero que sea cierto lo que algunos afirman: que al llegar a una edad muy avanzada, la mente se va paulatinamente haciendo a la idea de que le queda muy poco tiempo de vida y acaba asumiendo que la muerte es algo natural, perdiendo el miedo a ella. Y si su estado físico es deplorable, incluso acaban deseándola, aunque no crean en el más allá.

La vida y la muerte son como la cara y la cruz de una misma moneda, que al lanzarla al aire mientras somos jóvenes, siempre sale cara, hasta que un mal día la fortuna se tuerce y cae del otro lado.

¿Vosotros sentís miedo a la muerte o la tenéis asumida como algo totalmente normal y esperable?

 

martes, 25 de abril de 2023

Adiós a las armas

 


La segunda enmienda a la Constitución de los EEUU de América, aprobada el 15 de diciembre de 1791, protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas. También establece que ni el gobierno federal ni los gobiernos estatales y locales pueden infringirlo. Aun así, también establece que este derecho no es ilimitado y no prohíbe la regulación de la producción y compra de armas. Sin embargo, Estados Unidos es uno de los países con menores limitaciones para adquirir y portar armas de fuego.

Recientemente, existe un importante debate social y político en torno a ese derecho constitucional, con muchas voces que preconizan una restricción en la adquisición de armas de fuego, especialmente las de tipo militar, que han proliferado de tal modo que hay quien tiene un verdadero arsenal en su casa.

Los defensores de tal derecho, por su parte, afirman que un pueblo armado actúa mucho mejor en la legítima defensa y evita que las autoridades gubernamentales se vuelvan tiránicas. Todo un despropósito de grandes dimensiones sociales.

Los defensores del control de armas insisten en que las ciudades estadounidenses serían más seguras si no hubiesen tantas armas de fuego, mientras que los que abogan por su uso en las circunstancias actuales argumentan que cuando los ciudadanos respetuosos con la ley se arman, actúan más rápido y mejor que la policía y, por tanto, las armas reducen la tasa de criminalidad.

En 2016, cuatro de cada diez estadounidenses declaraban poseer al menos un arma de fuego en su casa, aunque esta cifra podría ser mucho mayor, ya que no todo el mundo revela si posee o no un arma de fuego. En ese mismo año, el 76% de la población, tanto votantes demócratas como republicanos, se oponía a la derogación de la Segunda Enmienda, mientras que esta cifra era de tan solo un 36% en 1960.

Hasta aquí, la información que todos podéis recabar de cualquier publicación que trate sobre este tema. Ahora pretendo dar mi punto de vista, basándome en lo que vemos y oímos en las noticias sobre el empleo de armas de fuego por una parte de la población estadounidense.

Últimamente, son continuos los tiroteos masivos en escuelas, centros comerciales y demás lugares públicos. En lo que va de año, se ha reportado más de 130 y en los últimos tres años más de 600 anuales, casi dos al día. Y parece que esta cifra irá en progresión si no se pone coto a la adquisición indiscriminada de armas de fuego.

Puedo entender que alguien que se siente amenazado o inseguro en su hogar y dada la elevada criminalidad de algunas localidades, desee tener una pistola en su casa o incluso en la guantera de su coche, pero ¿para qué quiere tener un rifle con mira telescópica o una ametralladora de uso militar? ¿Y por qué tener todo un arsenal más propio de una milicia paramilitar? Pero el problema reside, a mi entender, en la disponibilidad de este tipo de armas, que cualquiera puede adquirir en una armería con solo mostrar su permiso de armas que, por cierto, se debe otorgar sin demasiados miramientos. Una cosa es proteger la propia seguridad y actuar, si se da el caso, en defensa propia y de la familia, y otra es lanzarse a disparar a diestro y siniestro, en una vorágine de violencia armada totalmente injustificada.

Hemos visto en más de una ocasión cómo un padre adiestra a su hijo de corta edad en el manejo de un fusil ametrallador y se siente orgulloso porque su vástago demuestra tener una buena actitud y mejor aptitud para el tiro al blanco. Un fiel heredero de la mente belicista —por no decir demencia belicosa— de su progenitor.

La gente se echa las manos a la cabeza cuando tiene conocimiento de una masacre realizada por un desquiciado y con ánimos de venganza que se ha llevado por delante decenas de inocentes indefensos, incluyendo a niños. Cuando sobreviene algo tan grave y deleznable es cuando se resucitan las exigencias de regular la producción y adquisición de armas letales de tal calibre, porque exigir su total prohibición levantaría una avalancha de protestas, tanto de los usuarios como de los fabricantes, que podría llegar a derrotar en las urnas a quien osara proponer tal medida. Es por ello, que el actual presidente de los EEUU, el señor Biden, solo se atreve a censurar esas masacres y abogar por un control más restrictivo de la venta de armas, algo que, por lo visto, cae en saco roto.

No sé si el incremento en el número de matanzas llevará, con el tiempo, a una verdadera y profunda reflexión en el pueblo norteamericano y que se decida, por una amplia mayoría, impedir la adquisición de armas de gran calibre y alcance, pero de no ser así auguro un futuro muy funesto, con miles de muertos al año a manos de descerebrados. 

La abolición total es, por ahora y por muchos años, una utopía. Ojalá algún día podamos decir “adiós a las armas”.

 

miércoles, 19 de abril de 2023

Desastres evitables

 


Esta entrada está, en cierto modo, relacionada con la anteriormente publicada, pues tiene como denominador común la falta de agua y su derroche injustificado, pero en esta ocasión centro mi planteamiento en algunos desastres naturales que hubieran podido evitarse, o por lo menos minimizarse, si se hubiera practicado el más vale prevenir que curar.

La mano del hombre ha influido muchísimo en el desarrollo de métodos y sistemas que han llevado a un mayor estado de bienestar. Pero también ha sido la causa de grandes calamidades al no prever las consecuencias de sus actos. Pero hay otra actitud tanto o más peligrosa como es la inacción ante un desastre que se avecina y que, de no poner un remedio a tiempo, acaba devorándonos y conduciéndonos irremediablemente hacia el caos.

Como amante de la naturaleza y de la preservación del equilibrio ecológico, me duele y me subleva observar la pasividad de quienes poseen los medios necesarios para evitar la brutal degradación del Mar Menor y del Coto de Doñana, por poner dos ejemplos que claman al cielo. Podríamos también citar el estado agónico de las Tablas de Daimiel y otras reservas naturales de un gran valor ecológico, no solo nacional sino también internacional, pues a fin de cuentas la Naturaleza es patrimonio de la humanidad y su defensa nos compete a todos.

Es tal la ignorancia y la soberbia de algunos políticos en los que recae la responsabilidad de conservar el medio ambiente de su territorio que no se percatan de lo que se avecina y hacen oídos sordos a quienes sí tienen los conocimientos necesarios para ilustrarlos y aconsejarlos para evitar un desastre mayor.

La ignorancia, asociada a la soberbia de quienes creen saberlo todo y a los intereses partidistas y económicos, es el peor enemigo de la Naturaleza. Donde hay posibilidades de sacar un rendimiento económico (y a veces electoral), la preservación del medio les trae al pairo y no se avergüenzan de sus actos y mucho menos de sus aberrantes afirmaciones. Ahí tenemos el reciente ejemplo del vicepresidente del Gobierno de la Comunidad de Castilla y León, Juan García-Gallardo, de VOX, poniendo en duda el efecto contaminante del CO2. ¿Ignorancia, mala fe, o ambas cosas a la vez? Me aterroriza dejar en manos nuestro bien más preciado, como es el medio ambiente, a individuos tan negligentes, por no utilizar un calificativo peor y más apropiado.

La situación extrema que está viviendo el Mar Menor y el Coto de Doñana, este último declarado Parque Nacional (desde 1969) y Parque Natural (desde 1989) y que es Patrimonio de la Humanidad por ser una reserva de incalculable valor para la flora y la fauna, no es reciente. Su estado crítico no viene de hace un año o dos. Los ecologistas ya venían anunciando la degradación de ambas zonas desde hace algunos años. Así que a este problema “natural” hay que añadirle la pasividad oficial. En ambos casos, el origen de dicha degradación está en la sobreexplotación agrícola ilegal. En el caso del Mar Menor, es el vertido de un exceso de nutrientes —principalmente nitratos y fosfatos, que llegan a la laguna a través de las cuencas vertientes del Campo de Cartagena— procedentes de la agricultura intensiva y de otras actividades humanas sin que nadie, hasta la fecha, haya puesto coto a esas actividades. En el caso del Coto de Doñana, sucede algo parecido, pues se han permitido desde hace años la implantación de fincas y pozos ilegales que han llevado a la sobreexplotación de los acuíferos, agravando la escasez de agua, que es el elemento primordial para la conservación de las marismas en su estado natural.

Y una vez más, la ignorancia hace acto de presencia en boca del mismísimo presidente de la Junta de Andalucía, que, junto con VOX, pretenden legalizar los campos de cultivo que han provocado el estado crítico en el que se encuentra el Coto. Cierto es que la falta de lluvia ha agravado todavía más la situación, pero esta decisión puramente política, para contentar a los regantes de la zona, es como echar gasolina al fuego. Y, una vez más, pesa mucho más los votos de quienes priorizan su bienestar económico —hasta cierto punto comprensible— que la preservación de un bien común que incluso intentan proteger las autoridades europeas. Y lo más paradójico e injusto es que si España no cumple con las directrices europeas para la protección de ese espacio natural será severamente sancionada con una cuantía económica muy importante. De este modo, la penitencia del pecado cometido por las autoridades de una Comunidad deberá ser cumplida por el Gobierno Central, a cuyas advertencias dicha Autonomía hace oídos sordos.

Si bien el Mar Menor, una de las joyas del litoral español, parece haberse recuperado un año después de sufrir la última mortalidad masiva de especies, su estado de salud todavía está muy lejos de ser el óptimo, de modo que los especialistas en la materia advierten que su situación sigue siendo extremadamente frágil y reclaman más medidas que, de momento, no parecen progresar.

Solo espero que finalmente se imponga el sentido común y se tomen medidas drásticas a corto plazo para reparar estos agravios porque quiero creer que todavía estamos a tiempo de revertir esos desastres que no se habrían producido si no fuera por la dejadez y la incompetencia de las Administraciones Públicas.

Del mismo modo que el acceso a un trabajo y a una vivienda digna, a una sanidad universal y de calidad y a la enseñanza son derechos constitucionales, la conservación de la Naturaleza debería ser una obligación inexcusable, pues la lucha contra la desertización progresiva de nuestro planeta es también sumamente importante.

 

Ilustración: Vista aérea del estado de la laguna permanente de Santa Olalla, en Doñana, el pasado mes de septiembre, obtenida por la Estación Biológica de Doñana (CSIC)

 

lunes, 3 de abril de 2023

Lluvia milagrosa

 



Vaya por delante que casi no sé nada de meteorología y nada en absoluto de ingeniería en ninguna de sus ramas o especialidades. Pero cuando uno es observador e ignorante a la vez no deja de preguntarse el por qué de las cosas. En el caso que hoy me ocupa se me hace muy extraño que ante una problemática tan repetitiva, acuciante y vital, como es la escasez de agua por la falta de lluvia (otra vez la dichosa emergencia climática), el hombre sapiens y la tecnología super avanzada que ha desarrollado a lo largo de las últimas décadas, no haya dado con una solución ingeniosa, eficaz y definitiva, por complicada y costosa que sea.

Es triste, por no decir inaudito, ver que en pleno siglo XXI todavía se recurra a rezos y procesiones para pedir a un santo o a una virgen que haga llover. Cuando el campesino dirige su mirada al cielo debería ser, en todo caso, para otear las nubes y recurrir a la sabiduría popular para anticipar qué tiempo hará y no para enviar un mensaje al altísimo y a sus santos rogando que se haga el milagro de la tan deseada lluvia.

Y es curioso que un país, como el nuestro, rodeado de agua por los cuatro puntos cardinales, tengamos que pasar sed, como las células de un diabético que estando rodeadas de glucosa son incapaces de utilizarla. Si la desalinización ya es un hecho, no solo en países extranjeros sino también en España, ¿por qué no construimos más plantas desalinizadoras a lo largo de nuestras costas, sobre todo en las zonas de mayor déficit hídrico? ¿Por qué no hay ideas innovadoras y más inversiones para solucionar la sequía sin tener que recurrir al rezo o a disparar cohetes contra las nubes?

A veces me sorprende que, habiendo logrado hitos científicos que no habríamos podido imaginar hace tan solo unos años, no seamos capaces de solventar problemas en apariencia mucho menos complejos. Podemos analizar la composición mineral de un meteorito, comprobar la existencia de agua en un exoplaneta, ver imágenes en color y de gran nitidez de la superficie del planeta rojo al que pronto enviaremos una nave no tripulada (todo se andará) y, en cambio, no podemos obtener suficiente agua potable para cubrir nuestras necesidades, dependiendo enteramente de la naturaleza.

Ya sé que la ignorancia es muy atrevida, pero en más de una ocasión he pensado que en lugar de dejar correr el agua de la lluvia, por escasa que sea, hacia el alcantarillado y de ahí al mar —pienso sobre todo en ciudades costeras—, derrochando tan preciado elemento, bien podrían construirse grandes depósitos subterráneos que almacenaran el agua de lluvia sobrante para ser posteriormente tratada hasta convertirla en potable o útil para el riego. Transcurren semanas, si no meses, sin llover y cuando lo hace, nuestras calles se convierten en torrenteras sin ninguna utilidad pública.

También es triste ver cómo mientras unas Comunidades tienen agua a raudales, pues las lluvias son generosas en esos lugares, otras pasan penurias y se echan a perder sus cosechas por falta de riego. ¿No existe ninguna posibilidad, por remota que sea, de construir unos vasos comunicantes de modo que cuando en una zona haya agua abundante y sobrante, pueda ceder parte de ese superávit a otra con una escasez alarmante? Sé que estaríamos ante una obra faraónica de conexión entre pantanos y ante un reto quizá más inalcanzable: la solidaridad entre comunidades. Si un trasvase de un río a otro ya es motivo de sublevación popular, qué no ocurriría con un trasvase entre pantanos.

Así pues, parece mentira que, salvo la construcción de estos embalses, no hayamos ideado ningún otro sistema para suministrar agua a los campos y ciudades y sigamos dependiendo del cielo como en la edad media. Ojalá pudiéramos viajar al pasado para ver si los antiguos egipcios o los romanos, tan duchos en obras de ingeniería, pudieran aportar alguna idea. Pero como todavía no es posible viajar en el tiempo, tendremos que esperar a que a un genio se le ocurra alguna idea brillante, aunque no sé cuál de estas dos cosas es más probable.

No sé si todo lo que acabo de exponer es una chifladura propia de un ignorante en la materia, pero, caramba, ¿no creéis que deben existir métodos, por costosos que sean, para paliar los efectos de una sequía tan recalcitrante y a la que estamos condenados de ahora en adelante? Si se han construido ciudades en medio del desierto, no veo porqué no se puede idear un sistema para obtener agua sin tener que depender de la meteorología.

¿Alguien sabe la respuesta?

 

jueves, 23 de marzo de 2023

Verdad o mentira

 


Ayer, haciendo zapping, vi como en una misma franja horaria dos cadenas de televisión trataron, qué casualidad, de un mismo asunto que me dio que pensar y que ha motivado esta entrada.

La conclusión a la que llegué —aunque no es la primera vez que tomo conciencia de ello— es que ya no nos podemos creer nada, o casi nada, pues estamos viviendo en una época en la que nada ni nadie es lo que parece o dice ser.

En uno de los programas trataron lo que se conoce como Auto-tune y en el otro del Deepface. 

Auto-tune es un procesador de audio, que ya existe desde hace años para vocales e instrumentales —la cantante Cher ya lo utilizó en su famoso tema Believe, de 1998— que sirve para enmascarar inexactitudes y errores y que, por lo tanto, permite a muchos cantantes producir grabaciones con una afinación mucho más precisa. Pero lo que en el caso de Cher pudiera ser un aditamento para dar más originalidad al tema mencionado, para muchos cantantes actuales es un método indispensable para no desvelar su ineptitud musical y cada vez son más los adeptos a este sistema de engaño. En el programa televisivo se mostraron varios ejemplos de cómo sonaban unos artistas sin y con el auto-tune. El caso más risible es el de Kiko Rivera, “Paquirrín”, cuyos incontables gallos y desafinamientos quedaban perfectamente ocultos tras la aplicación de ese filtro milagroso. Pero no creáis que solo utilizan este recurso cantantes del tres al cuarto. Resulta que uno de los cantantes de reggaeton y trap más escuchados del mundo mundial, Bad Bunny, también se sirve de este truco, pudiendo comprobar que entre el antes y el después hay un abismo. Está claro, pues, que el éxito musical está muchas veces manipulado.

Deepface es un sistema de reconocimiento facial que últimamente se utiliza de modo pernicioso para suplantar imágenes reales por ficticias. A cualquiera se le puede cambiar la cara y la voz para engañar al público y hacerles creer que quien hace y dice lo que publican es un personaje real cuando en realidad es virtual. Hace un par de días se publicaron imágenes falsas de Donald Trump (ver ilustración) siendo arrestado y arrastrado por policías para afrontar la imputación de haber sobornado a una actriz porno para que no develara sus relaciones sexuales. Las imágenes son de tal calidad que nadie, o casi nadie, habría sospechado de su veracidad. Así pues, la cara de cualquier ciudadano puede ser utilizada para “fabricar” una entidad falsa o incluso un vídeo sexual con la intención de desacreditarlo o chantajearlo para evitar que se divulguen esas imágenes, aunque el afectado sepa que son falsas. Así pues, la tecnología más moderna hace posible elaborar fakes y montajes visuales tan elaborados que resulta prácticamente imposible saber si lo que vemos y oímos es cierto.

Pero las nuevas tecnologías no solo se utilizan para falsear la voz, la imagen y la identidad de las personas, sino también para provocar comportamientos del todo irracionales. En uno de los programas de televisión que he mencionado también se trataron algunas prácticas que, aunque la aplicación utilizada no es la culpable directa sí empuja a algunos jóvenes descerebrados a aceptar lo que llaman retos, que graban y difunden a través de tiktok, la famosa aplicación china para crear y difundir vídeos cortos. El nuevo y peligroso reto, nacido en Francia pero que ha ganado muchos adeptos en Italia, es la llamada cicatriz francesa, que consiste en pellizcarse fuertemente los pómulos hasta provocar la aparición de un moretón que puede dejar marcas permanentes. Este reto, que puede parecer una chifladura adolescente, no es el único que pone en peligro la integridad física de quien lo practica, pues ha habido, y sigue habiendo, casos mucho más graves en los que se ha llegado a poner en riego la vida e incluso incitar al suicidio.

Esta y otras barbaridades sitúan, a mi entender, el umbral de la perversión, en unos casos, y de inteligencia en otros, muy bajo. ¿Qué despropósito será el siguiente? ¿Qué nos aportará de bueno la tan manida Inteligencia Artificial?

Todo lo que he referido aquí me lleva a pensar que la notoriedad, el éxito, la fama y hasta el mundo entero está en manos de los manipuladores. Me pregunto dónde estará ese mundo mejor al que todos aspiramos.


martes, 7 de marzo de 2023

2035

 


2035 no es la fecha del fin de mundo, pero sí la del final de una época y el comienzo de otra para muchos ciudadanos conductores de vehículos a motor.

2035 es la fecha a partir de la cual se prohibirá en la UE la venta de coches de tracción a gasolina y gasoil. Los ya existentes podrán seguir utilizándose, aunque seguramente se fijará un plazo máximo para ello y probablemente se les impida circular por según qué zonas de la cuidad, las que ahora se denominan de baja contaminación.

Antes de seguir, debo aclarar que una vez escrita esta entrada, he tenido conocimiento de la oposición de varios países a esta medida propuesta por la Comisión Europea. De este modo, Alemania, Italia, Portugal, Eslovaquia, Bulgaria y Rumanía, proponen extender este período hasta 2024. Veremos quién ganará, si esos seis países o la propuesta de Bruselas, respaldada por la comunidad científica, que apunta a un cambio climático desastroso si no se cumple la meta respecto a las emisiones de dióxido de carbono.

Entretanto, cada vez se publicitan más los coches eléctricos, presentándolos como la panacea del automovilismo a corto-medio plazo. Y como ante cualquier mensaje publicitario machacón, sospecho que aquí también se esconden intereses económicos por encima de los puramente ecológicos.

Ya traté en una ocasión el tema de los coches eléctricos, la gran escasez de puntos de recarga y el elevado tiempo de carga, un enorme hándicap para el usuario de este tipo de vehículos. También creo recordar que apunté que la campaña para impulsar el cambio del motor de combustión por el eléctrico obedece a intereses más comerciales que medioambientales, como pretenden hacernos creer. Como el coche eléctrico es bastante más caro, mayores serán los beneficios de las empresas fabricantes. También apunté al hecho de que las baterías de estos vehículos, de gran tamaño, no dejan de ser un elemento contaminante, tanto durante su fabricación como al término de su vida funcional. Por no hablar del precio de la electricidad de la que se alimentan.

Estoy totalmente a favor de eliminar los combustibles fósiles y optar por las energías renovables, pero lo que quiero recalcar aquí es que en este país siempre empezamos la casa por el tejado. Parece que nadie ha reparado en que hay que construir primero los cimientos, la base que sustentará un edificio, antes de hacerlo crecer.

Este símil, aplicado a los vehículos a motor, significa que, en lugar de instalar el máximo número de tomas de corriente para dar servicio a todo el esperado y deseado parque de vehículos eléctricos, se prioriza el estímulo insistente de su adquisición, lo que conllevará —si no se toman medidas urgentes— un grave problema de abastecimiento. Como siempre, vamos por detrás de las necesidades del usuario. Un dato muy relevante es que en España debían existir 45.000 puntos de recarga para coches eléctricos a finales de 2022 y solo se ha llegado a los 15.500.

Ignoro cuántos vehículos eléctricos circularán por nuestras calles y carreteras en el año 2035. Según un informe de la Asociación Española de Fabricantes de Automóviles y Camiones (ANFAC) del 24 de enero de este año, se estima que durante el periodo comprendido entre 2023 y 2025 se venderán 1,3 millones de vehículos eléctricos y que ello irá en aumento, puesto que el parque nacional de automóviles es muy viejo, con un 44% de vehículos de más de 15 años de antigüedad y que se estima que un total de 10 millones de coches ya no podrán circular por el centro de las ciudades de más de 50.000 habitantes. Según la ANFAC, para cubrir las necesidades futuras de los coches eléctricos, se necesitarán 613.000 puntos de recarga. ¿Creéis que llegaremos a verlo? No soy pesimista por naturaleza, pero me jugaría mi pensión a que el número será muy inferior al necesario. Y entonces el problema será mayúsculo.

Como cuando traté el tema del transporte público, indicando que, si se quiere incentivar su uso, las autoridades competentes tienen que empezar incrementando el servicio con más trenes y autobuses, evitando así las colas en la calle y en los andenes, así como el abarrotamiento en horas punta, del mismo modo considero que para incentivar la compra de coches eléctricos hay que empezar instalando un gran número de puntos de recarga. Y digo gran número para evitar las inevitables colas que se producirán en esos puntos debido al —de momento— elevado tiempo de espera que implica el proceso de carga.

Y el problema no solo será técnico sino también económico para los conductores. La renovación del parque móvil implica que los propietarios de un vehículo lo sustituyan por uno nuevo, muchísimo más caro. Si tenemos en cuenta que el precio de los coches eléctricos es bastante más elevado y que en el 2023 los coches de primera mano, de cualquier motorización, se han encarecido una media del 40% —algunas marcas más del 60%—, respecto al 2022, ¿cuánto habrán aumentado los precios en el 2035? Se trata, pues, de una renovación obligada que acarrea un dispendio que pocos pueden y podrán hacer frente. Ahí tenemos otro modo de aprovecharse del personal. Si se quiere que la gente se cambie de coche, que se establezcan ayudas económicas o descuentos importantes. Otra vez vemos cómo prima el objetivo impuesto —y el interés de los fabricantes— por encima de los medios para conseguirlo.

No sé qué fue primero, si el huevo o la gallina, pero sí sé que primero hay que poner los medios y luego estimular el cambio de hábitos.

 

martes, 28 de febrero de 2023

Había una vez un circo

 


Como todos los niños, de pequeño me encantaba ir al circo, cosa que, por desgracia, no sucedía frecuentemente, de modo que cuando llegaba la ocasión la disfrutaba enormemente. Si bien me gustaban todos los números circenses, el que más era el de los payasos. Aun de mayor y con nietos, me siguen haciendo reír con sus divertidas y estrafalarias ocurrencias.

El circo siempre ha sido un espectáculo ambulante, a excepción de unos pocos que tenían, y siguen teniendo, una ubicación fija, como por ejemplo el circo Price. Los famosos “payasos de la tele”, los que cantaban esa cancioncita que he utilizado para el título de esta entrada, tuvieron un espacio fijo en un programa de televisión durante casi diez años y que entretenía a pequeños y mayores.

Muchos son los que afirman que el circo nunca desaparecerá. Así lo espero. Y no van errados. El circo sigue atrayendo a las nuevas generaciones, aunque ha tenido que modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos.

Tanta ha sido su adaptación, que ahora también se ha instalado en una ubicación sorprendente: el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Y cada vez con mayor frecuencia nos regala actuaciones emocionantes y, a veces, hilarantes. Lo malo es que no es un espectáculo apto para menores, pues las payasadas de algunos de los actores se intercalan frecuentemente con insultos de gran calibre.

Recientemente he tenido conocimiento de la última bufonada, en esta ocasión protagonizada por un partido político de extrema derecha. Lo que faltaba.

Todos hemos sabido de la existencia de los llamados tránsfugas, los que cambian de chaqueta si la ocasión lo requiere, buscando siempre el beneficio propio. No resulta muy sorprendente ver cómo un diputado cambia de su partido de toda la vida al partido vecino, al más próximo y compatible con sus creencias o intereses políticos. Que alguien se pase, por ejemplo, de Podemos al PSOE o viceversa, podrá parecernos extraño por improbable, pero no imposible; si el salto es de C’s al PP, o al contrario, menos extraño; y si el traspaso es del PP a VOX o de VOX al PP, pues tampoco nos resultaría extraordinario. Pero la noticia más inesperada para mí, por estrafalaria, por no decir grotesca, es el anuncio de VOX de presentar una moción de censura al Gobierno de Pedro Sánchez utilizando a Ramón Tamames como candidato a ocupar la presidencia en caso —claramente improbable— de ganarla.

Ay, Tamames, quién te ha visto y quien te ve. Es cierto que, con el transcurso de los años, este famoso político y economista ha ido derivando hacia posiciones cada vez más conservadoras, incluso en materia económica. De militar, en 1950, en el PCE, pasó a fundar IU en 1981, pero el salto más chocante tuvo lugar en 1989, cuando ingresó en el CDS, al partido de Adolfo Suárez, que acabó abandonando poco después para dedicarse a los negocios. Una deriva política de un extremo al opuesto solo la había visto en el caso de Federico Giménez Losantos, que en sus años mozos militó en el PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya), un partido de ideología comunista, y que ha acabado simpatizando —y votando, según sus propias declaraciones— a los partidos de derecha (C’s, PP y VOX). Lo que nunca me habría imaginado es que un excomunista como Tamames, acabara accediendo a representar a VOX para expulsar de la Presidencia del Gobierno a un socialista, acabando así con la coalición entre PSOE y Podemos.

¿Acaso el problema reside en la avanzada edad de Tamames, pudiendo inferir de su aceptación a la invitación de Santiago Abascal que este venerable anciano ya empieza a chochear? ¿Puede alguien pasar de ser un declarado antifranquista a simpatizar con un partido de extrema derecha? Pues parece que sí; y para muestra, un botón.

Desde luego, los designios de algunos partidos son inescrutables. Que el resultado de esa moción de censura presentada por VOX será, a todas luces, adverso a sus pretensiones nadie lo duda. ¿Para qué presentarla, pues? Y ¿por qué fichar, para encabezarla, a un anciano y antiguo excomunista que había quedado relegado al olvido políticamente? Pues para liarla parda, para hacer un numerito, un espectáculo que todos seguiremos con atención aun conociendo el final. Las trifulcas circenses de los payasos siempre acaban igual, y aun así nos divierte contemplarlas.

¿Cuánto tiempo seguiremos viendo espectáculos de risa en el Congreso? Creo que va para largo. De todos modos, prefiero la comedia al drama, aunque, si no hay elección, me conformo con la tragicomedia. Al menos, por el momento, nunca hemos visto el hemiciclo convertido en un cuadrilátero en el que los contendientes se parten la cara, como ocurre en algún Parlamento extranjero. Prefiero llorar de risa que de miedo.

Visto lo visto, yo le propondría a la actual presidenta del Congreso de Diputados que iniciara la sesión parlamentaria preguntado a todos los presentes: ¿Cómo están ustedeees? A ver si así se atenúa la tensión.