domingo, 31 de diciembre de 2023

Echando cuentas

 


Sé que repasar lo hecho a lo largo del año tiene un valor relativo, a menos que resulte provechoso. Cuando ejercía mi profesión, la Empresa para la que trabajaba siempre me pedía a finales de año una Memoria anual de las actividades del departamento que dirigía, para juzgar la eficiencia del mismo y cuantificar las tareas llevadas a cabo.

En mi actividad bloguera, solo hice un recuento de lo publicado en una ocasión, y de ello hace algunos años ya, y alguno/as de mis lectore/as me comentaron que no le diera demasiada importancia a las cifras, pues lo importante es disfrutar haciendo lo que a uno le gusta, independientemente de los resultados obtenidos de esa cuantificación. Tenían, y tienen, toda la razón del mundo.

Pero, acostumbrado a los cálculos y seguramente afectado por la secuela de una deformación profesional, no he podido evitar volver a echar cuentas y ver cuán productivo ha sido el año 2023 en publicaciones, pero con el centro de atención puesto en su eficiencia, es decir en cómo han sido aquellas valoradas por mis seguidore/as. Mi percepción me decía de antemano que se había producido un declive en ambos apartados: menos publicaciones y menos comentarios. Y esta corroboración ha sido mi pasatiempo durante los últimos días del año que nos deja, pero sin ninguna intención de hacer un propósito de enmienda para el que vamos de estrenar. A fin de cuentas, no sabría cómo mejorar estos resultados. Este ejercicio no ha sido, pues, como quien se pone el termómetro porque cree tener fiebre y si es así se toma un antipirético y va al médico para que le diga cuál es el problema y qué tratamiento debe seguir.

Dicho esto, pasemos al resultado de mi escrutinio:

En primer lugar, muestro los datos obtenidos de mi escrutinio en una tabla, para que así resulte más vistoso, aunque lo más interesante es la conclusión a la que se llega observando estas cifras, algo que resumo más adelante.

 

RETALES DE UNA VIDA

Año publicación

Publicaciones

Comentarios

Comentarios/entrada

Entrada más comentada

2019

30

654

21,8

Un negocio peligroso (48)

2020

37

796

21,5

La nueva vecina (45)

2021

19

492

25,9

Un cuento de Navidad (54)

2022

20

474

23,7

Mi amigo el robot (47)

2023

18

386

21,4

Piedra volcánica/Obra póstuma (43)

CUADERNO DE BITÁCORA

Año publicación

Publicaciones

Comentarios

Comentarios/entrada

Entrada más comentada

2019

30

449

15,0

La caza: deporte, necesidad o salvajada (22)

2020

33

530

16,1

¿Qué hay para comer? (24)

2021

21

317

15,1

Diario de un paciente atribulado (24)

2022

20

240

12,0

Dios los cría... (17)

2023

25

240

9,6

Eutanasia (13)

 

En primer lugar, resulta destacable el descenso en el número de publicaciones desde 2020 hasta 2023, lo cual podría, en el mejor de los casos, imputarse a la pandemia, por un lado, y a la enfermedad que padecí durante 2021 y 2022, por otro, que ha dejado un poso de apatía por mi parte y, en consecuencia, de falta de inspiración.

En segundo lugar, e independientemente de mi lógica desidia, también se observa un claro descenso en el número de comentarios recibidos en ambos blogs en el mismo periodo de tiempo. Ignoro si en ello también influyó la pandemia o se debió, como sospecho, a una pérdida de interés por parte de mis lectore/as.

Sea como sea, en ambos casos, la solución —si es que tiene que haber forzosamente una solución— se me escapa. Mi actividad es algo que, por el momento, me resulta muy difícil, si no imposible, de restablecer para que vuelva a los niveles anteriores. El menor interés por lo que publico seguramente sea debido a que ha disminuido la calidad de lo que escribo, tanto en el ámbito de los relatos en Retales de una vida, como en el de mis posts en Cuaderno de bitácora. En este último caso, puedo entender que el interés de los temas tratados puede haber decaído, pero en cuanto a los relatos de ficción, el menor interés puede ser debido a una caída en su calidad. Y eso ya es más relevante.

Pero, por lo visto, no soy el único que “sufre” esta escasez de comentarios en su blog —ya se sabe, mal de muchos...—, pues mientras hay blogs que reciben 50, 60, 80 y más comentarios, los hay que solo reciben una decena, como mucho y en cambio son, en mi opinión, de gran calidad, y no creo que sus propietario/as se preocupen por ello.

Por último, quise ver cuáles fueron las publicaciones mejor valoradas en base al número de comentarios recibidos, aunque debo hacer una aclaración, y es que aquellos relatos que han participado en un concurso promovido por El Tintero de Oro, reciben muchos más comentarios de lo habitual debido a que todos los participantes están obligados a leer y posteriormente puntual todos y cada uno de los relatos del resto de participantes si quieren ser, a su vez, valorados.

En mi caso, he marcado en negritas las entradas más comentadas en mis dos blogs.

En el blog Retales de una vida, el relato más leído fue Un cuento de Navidad, con 54 comentarios, cuando raramente supero la docena; y es que este cuento, publicado el 3 de diciembre de 2021, participó en la XIX edición del concurso de relatos de El Tintero de Oro. No hace falta explicar de qué trataba, pues con el título ya se deduce. El resto de relatos más leídos, con 43-48 comentarios, también participaron en distintas ediciones de este concurso, motivo por el cual obtuvieron esas cifras tan elevadas para mí.

En el blog Cuaderno de bitácora, fueron dos las entradas más comentadas: ¿Qué hay para comer?, y Diario de un paciente atribulado, ambas con 24 comentarios. Como estos posts no participan en ninguna competición, los comentarios están exentos de cualquier tipo de influencia externa.

En la primera entrada mencionada, publicada el 6 de mayo de 2020, exponía la dificultad que entraña conocer realmente las propiedades nutritivas de ciertos alimentos y la información tendenciosa que se nos ofrece para vender más, ocultando u omitiendo su contenido en aditivos sintéticos y, peor aún, los problemas derivados de una manipulación higiénica deficiente o de condiciones insalubres de conservación.

En la segunda entrada, publicada el 11 de febrero de 2021, exponía, en forma de un diario personal, mi calvario tras diagnosticarme un tumor maligno y el vía crucis que representó el tratamiento al que tuve que ser sometido. Dicho diario tuvo un final abierto, dejando en el aire el desenlace de todo ese proceso, que solo duró, afortunadamente, catorce meses, y que finalmente publiqué poco antes de recibir el alta médica, con el título “El diario se cierra”, que obtuvo 14 comentarios, un número superior a la media de todo ese año (11,4).

Y aquí finaliza el recuento y evaluación de mi labor bloguera desde enero de 2019 hasta el 31 de diciembre de 2023. No me atrevería a decir que los resultados han sido malos, pero sí peores de lo esperado y deseado. Aun así, me quedo con el refrán popular que dice que a falta de pan buenas son tortas.

Y con esta entrada, despido el año 2023, esperando que 2024 sea realmente venturoso en todos los aspectos, tanto a nivel personal como comunitario.

¡Feliz año nuevo!


sábado, 9 de diciembre de 2023

Los enfrentamientos que no cesan

 


En dos entradas anteriores, traté sobre la violencia de género y sobre las guerras, problemas graves ambos, que, por desgracia no cesan. La de hoy no se refiere a los enfrentamientos bélicos ni a los maltratos machistas, sino a los dialécticos, que ensombrecen la vida política de nuestro país, aunque no sea algo de nuestra exclusividad.

El ambiente político se ha caldeado y enrarecido hasta extremos antes nunca vistos, alcanzando un nivel intolerable, y los políticos inmersos en esas trifulcas están dando una imagen vergonzosa que nos crea temor y repudio.

Mentiras, calumnias y broncas dominan actualmente la escena parlamentaria, atrincherándose la oposición en un bunker desde el cual lanza diatribas cada vez más enérgicas contra los representantes del Gobierno, ataques que no llevan a ninguna parte, salvo al caos.

Manifestaciones de patriotismo extremista a la antigua usanza, negacionismo absurdo e intolerable, y acusaciones mutuas de traición a los valores patrios marcados por una Constitución que, como si de un libro sagrado se tratara, parece inmutable e intocable, ha acabado siendo nuestro pan de cada día.

Por si eso fuera poco, esta lucha enconada ha traspasado la frontera de la política, haciéndose extensiva a otros ámbitos, aunque de una forma más encubierta, como la judicatura, dándose el caso —por mucho que algunos pretendan negarlo— de jueces que toman partido por una causa exclusivamente política, al igual que hay políticos que, sin ningún pudor, actúan como jueces o tratan de influir sobre ellos. Es la llamada judicialización de la política y politización de la justicia. A pesar de las voces que lo niegan, no existe actualmente, a mi juicio, una clara y total separación entre el poder judicial y el político, de modo que el poder legislativo y el judicial están separados por una fina y débil línea fronteriza.

Me atrevo a decir, además, que los estándares de calidad democrática se han visto seriamente dañados. A quien ejerce la oposición solo le mueve el interés por derrotar y derrocar al Gobierno, sin ningún miramiento, en lugar de dedicarse a “hacer política”, velando por el interés general de la ciudadanía. El acoso y derribo sin paliativos, utilizando cualquier medio a su alcance, es la dinámica actual. Oposición significa controlar al Gobierno oponiéndose a medidas que no coincidan con su programa electoral, vigilando que aquel ejerza sus funciones de acuerdo con las leyes democráticas y criticando cualquier incumplimiento de los acuerdos previamente tomados, aportando alternativas, y siempre buscando el consenso, cuando ello sea posible. Parece utópico, ¿verdad? Muchas veces pienso que lo es. Porque en lugar de eso, Gobierno y oposición se enzarzan en una lucha crispada sin cuartel en la que abundan los reproches sobre actuaciones y decisiones que quien las critica también las tomaron tiempo atrás. Es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Y lo más exasperante es ver cómo lo hacen sin ruborizarse lo más mínimo. Deben confiar en la mala memoria de los ciudadanos, incluso en la de sus votantes.

Aquellos que critican, por ejemplo, una alianza del Gobierno con la extrema izquierda, no tienen ningún reparo en hacer lo propio con la extrema derecha. Y a estas críticas se apuntan expresidentes de Gobierno que gozan de muy mala memoria o de un cinismo sin precedentes, ignorando que ellos también cometieron algunas de las “tropelías” que ahora imputan a sus adversarios políticos e incluso a sus correligionarios, de los que se han distanciado de forma inexplicable, alineándose, de este modo, con sus antiguos enemigos Y así podríamos enumerar una larga lista de incongruencias y contradicciones por ambas partes. Y es que siempre sucede lo mismo: quien debería callar es quien suelta las peores mentiras, insolencias y barbaridades.

¿Hasta dónde vamos a llegar con este enfrentamiento sin límite entre partidos? ¿Es así cómo se trabaja a favor del pueblo, mejorando sus condiciones de vida? Todo vale para ocupar el poder, pasando incluso por tergiversar o redefinir conceptos y términos tan sensibles como “golpe de estado” y “terrorismo”. Si los que así actúan llegaran al tan ansiado poder, cualquier acto considerado una agresión a su imagen e intereses sería considerada como un acto terrorista y quienes así obraran serían calificados de golpistas. Vayamos, pues, con cuidado, que el avance internacional —que tampoco cesa— de la extrema derecha nos puede llevar a un terreno muy peligroso, en el que los disidentes podrían acabar entre rejas, como en épocas pretéritas.

Y todavía hay algo peor: que estas actitudes belicosas que estamos viendo y viviendo a diario en la esfera política, se han trasladado a la calle, fomentadas por quienes no quieren aceptar una situación que les desagrada y perjudica, aprovechándose para ello del malestar general de la población y, en muchos casos, de su ignorancia y estrechez de miras. Pero no lo hacen de forma pacífica, que sería lo deseable, sino con manifestaciones y actos violentos que lo único que logran es fomentar todavía mas el odio y la división.

Y todos sabemos que el odio y la violencia engendran más odio y más violencia.


martes, 21 de noviembre de 2023

Quien espera, desespera

 


Dicen que el tiempo es oro. Y yo, que soy impaciente por naturaleza, diría aún más: que es del más puro platino. No hay que perder ni una miaja. Es parte esencial de nuestra vida.

No creo que sea una excepción si digo que me irrita tener que esperar. Parafraseando a no sé quién, diré que la puntualidad es un deber de caballeros, cortesía de reyes, hábito de gente de valor y costumbre de gente bien educada. Sé que suena a rancio, pero, en líneas generales, lo suscribo.

Hay personas que llevan la impuntualidad en sus genes y no pueden evitar llegar tarde a sus citas. Solo les deseo que esa impuntualidad crónica no les acarree un problema grave, como que al no aparecer a tiempo a una entrevista de trabajo, pierdan una gran oportunidad laboral. Aunque creo que esos impuntuales habituales lo son de forma selectiva; según por qué y para qué sí saben presentarse a tiempo. Solo con que se disputen un lugar o puesto preferente, un premio o un producto escaso y muy rebajado, son capaces de madrugar extraordinariamente, como los que hacen cola de noche, durmiendo al raso, para hacerse con el nuevo modelo de iPhone.

Pero, como suelo hacer en mis entradas, estas consideraciones solo son una pequeña introducción, un aperitivo previo al caso que realmente quiero comentar y criticar: la espera que todos los mortales —diría que sin excepción— tenemos que soportar cuando acudimos a una cita médica. Yo, que soy un obseso de la puntualidad y eso de llegar tarde se me antoja como una aberración, soy del todo incapaz de llegar ni tan solo un minuto tarde a mi cita médica. ¿Y si hoy el médico va bien de tiempo o se ha dado de baja un paciente y me llama antes de lo esperado, cuando todavía no he llegado? ¡Qué iluso! Años y años de experiencia negativa en este aspecto y todavía creo que una demora de unos pocos minutos será una catástrofe y me saltará el turno, quedándome sin ser visitado.

Y es que, según mi dilatada experiencia en este quehacer, la media de tiempo que suelen hacer esperar al paciente —por algo se llama así— varía entre un cuarto —algo excepcional— y tres cuartos de hora. Menos mal que tenemos el móvil para distraernos y evitar morirnos de aburrimiento mientras esperamos.

Que acudamos, por ejemplo, a un servicio de análisis clínicos que no requiere cita previa y tengamos que esperar una hora porque el laboratorio de extracción está repleto ya a primera hora —ahí están los que se apresuran a ser de los primeros cuando suelen ser de los que habitualmente llegan tarde a sus citas— es perfectamente normal, pero que, teniendo concedida cita previa y tengamos que sufrir el mismo retraso para ser atendidos, ya es de juzgado de guardia. ¿De qué sirve tener una hora concedida si luego, cuando llegas a la consulta, tienes que hacer cola y te llaman según el orden de llegada? Este no es un ejemplo inventado, lo he vivido no hace mucho, motivo por el cual interpuse una reclamación que, obviamente, no ha recibido respuesta. Y me refiero a lo que ocurre en centros médicos privados. No quiero pensar en los públicos, aunque mi memoria me retrotrae a muchos años atrás, cuando solía acudir a la sanidad pública y ocurría exactamente lo mismo. Una vez más hago hincapié en que la privada se parece cada vez más a la pública, al menos en este sentido.

Y si vas a Urgencias, ya ni os cuento. De promedio nos tocará pasarnos en dicho Servicio entre cuatro y cinco horas, entre el triaje previo, la atención médica y el diagnóstico final.

Y ¿qué ocurre con el tiempo de espera para pedir una cita telefónicamente? «Todos nuestros agentes están ocupados», locución grabada en bucle y, eso sí, acompañada de una musiquita que al final te destroza los nervios. Y con mucha suerte, te acaban atendiendo después de más de cinco minutos de espera y tras varios intentos fallidos. Es desesperante.

¿Poco personal en todos estos casos? Seguro. ¿Poca diligencia? También. ¿Poco interés? Posiblemente. A veces se me antoja que hacer esperar es todavía un atributo muy español, que me trae a la memoria a Mariano José de Larra y su «vuelva usted mañana».

 

jueves, 9 de noviembre de 2023

Las guerras que no cesan

 


Reconozco que puedo resultar pesado, por reiterativo, al abordar casi siempre, y especialmente en mis últimas entradas, temas complejos y de muy difícil solución y con el denominador común de la injusticia y la miseria humana que parece haber venido para quedarse. No pretendo ser un aguafiestas, simplemente reflejo la triste realidad sobre asuntos y comportamientos humanos que me rebelan. Y como no, no podían faltar las guerras. Aunque ya traté este tema en alguna de mis entradas antiguas, la de hoy incide en este drama social en un momento de máxima actualidad.

A fecha de hoy, se estima que hay en el mundo 58 conflictos armados, de los cuales quiero destacar, por su proximidad, por el número de muertes diarias y por su impacto global, pero sobre todo en Occidente, la guerra ruso-ucraniana y la palestino-israelí. No voy a dar cifras sobre los civiles muertos y heridos, que se elevan a decenas de miles, entre los cuales se cuentan numerosos menores, porque este dato escalofriante va en aumento día a día y, además, varía según qué facción las ofrece.

En ambas contiendas se han llevado a cabo numerosos crímenes de guerra, con ataques a la población civil desarmada. Hospitales y escuelas han sido destruidas hasta los cimientos, causando multitud de muertes de inocentes y siempre alegando que en esos edificios se escondían terroristas armados que utilizaban a la población civil como escudos humanos. Y si eso ya de por sí es horrible, más indignante es, si cabe, intuir que esos crímenes no serán juzgados por ningún tribunal internacional, quedando sus perpetradores y mandatarios totalmente impunes.

Pero además de estas terribles cifras, es preocupante ver cómo la comunidad internacional es incapaz de poner freno a tal barbarie. Ni la ONU ni la UE tienen poder alguno para detener los ataques que van diezmando la población civil, que parece ser, muchas veces, el verdadero blanco de los ataques para obligar al enemigo a rendirse. Ambos bandos se acusan mutuamente de los hechos, mintiendo y tergiversando la información, cuando no ocultándola.

Intento ser lo más ecuánime posible, censurando cualquier tipo de acto brutal que no tiene justificación alguna siquiera en un campo de batalla, venga de quien venga. Se dice que incluso la guerra tiene sus normas —algo que me resulta irónico— y quienes no las respetan merecen ser duramente sancionados. Pero nada de esto ocurre, nadie se atreve a tomar cartas en el asunto, a excepción de emitir veladas críticas verbales. Solo el secretario general de la ONU, António Guterres, se ha atrevido reiteradamente a criticar los crímenes de guerra perpetrados contra la población civil y no solo su discurso ha sido como predicar en el desierto, sino que, además, ha recibido duras críticas por parte del agresor, ante la pasividad del resto de Naciones representadas en dicha organización, que no han osado a salir en su defensa.

En estos dos conflictos bélicos he procurado no ser maniqueísta, tachando de buenos y malos a los contendientes. La guerra es mala por definición. Pero sí que me inclino a favor del más débil y en contra de quien inició el conflicto, aunque para ello tenga que retrotraerme a décadas pretéritas, como en el caso del establecimiento del Estado Israelí en 1948, propiciado precisamente por las Naciones Unidas, que fue el detonante de todos los disturbios habidos y por haber en tierra palestina.

Pero obviando quién tiró la primera piedra en cualquiera de las dos confrontaciones bélicas que aquí me ocupan, aunque sea un dato fundamental para entender lo ocurrido, insisto en que lo que más me subleva es ver como las Naciones Unidas y la UE no logran detener el conflicto, que las sanciones emitidas por la ONU caen en saco roto y que el maldito veto de los que son precisamente culpables del cruel desatino da al traste con cualquier acción represora. Una vez más vemos cómo intereses, tanto políticos como económicos, interfieren en la toma de decisiones conjuntas y unánimes. Lo que realmente se pretende es mantener el statu quo y la correlación de fuerzas a nivel mundial. ¿Por qué el gobierno de los EUA no censura abiertamente y sin tapujos al de Israel, si siempre se ha erigido como el pacificador de cualquier conflicto bélico, cuando Israel ha estado constantemente instigando al pueblo palestino, ocupando de forma imparable sus tierras con asentamientos que todo el mundo ha calificado de ilegales? ¿Por qué no le obliga a cumplir con las resoluciones de las Naciones Unidas para que ambos pueblos tengan su propio Estado y puedan convivir pacíficamente? Pues porque la comunidad judía en los EUA es muy numerosa, poderosa e influyente, e ir en su contra tendría graves consecuencias políticas y económicas en ese país norteamericano. Incluso el posicionamiento de su presidente puede inclinar la balanza en su contra en las próximas elecciones. Además, hay que tener en cuenta que los EUA suministran armamento a Israel por un valor de casi 300 millones de dólares.

Y las sanciones a Rusia, ¿qué efectos reales han tenido hasta ahora? Parecía que la condenarían a la ruina y la rendición, pero no ha sido así. ¿Cómo es eso? Porque Rusia tiene unos aliados que no le dejarán caer de la cuerda floja. China, Corea del Norte y Bielorrusia, son los principales valedores y, en segundo lugar, aunque también importantes, están Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán y Siria, si bien estos lo sean fundamentalmente por tener a los EUA como enemigo común.

Así pues, mientras los agresores tengan aliados que puedan suministrarles armamento, petróleo, dinero y otros bienes necesarios para sobrevivir y contrarrestar las sanciones, pudiendo así seguir combatiendo, no habrá una posible resolución al conflicto y la paz seguirá estando lejos.

Paz y Justicia no siempre van de la mano, pues puede haber paz, aunque sea ficticia, bajo un gobierno dictatorial. En cambio, si se logra hacer justicia se puede conseguir la paz, siempre y cuando los países enfrentados tengan la firme voluntad de hacerlo. Por desgracia, en los dos casos aquí expuestos, dudo mucho que ello exista y se logre, por lo tanto, una paz justa y duradera.

 

jueves, 2 de noviembre de 2023

La violencia que no cesa

 


Desde el principio de los tiempos, la violencia ha sido una característica constante del ser humano. A las guerras tribales en las sociedades primitivas les sucedieron otras más cruentas y sofisticadas, llegándose a perpetuar, a lo largo de los siglos, tanto en el ámbito civil, militar e incluso eclesiástico.

Actualmente seguimos viviendo rodeados de violencia, hasta tal punto que ya parecemos inmunes a ella. Cuando nos percatamos, casi a diario, que hay quienes no respetan la vida ajena y atentan contra sus semejantes por cualquier motivo, ya sea político, religioso, racista o por obra de un perturbado, esas imágenes tan crueles nos causan un gran impacto mientras dura la información recibida, pero acabamos viéndola como algo irremediable en un mundo loco que parece que no puede funcionar sin la violencia.

Mientras que hay actos violentos que nos quedan lejos, como la guerra entre Rusia y Ucrania o las recientes atrocidades cometidas en Palestina, otros nos resultan muy cercanos, con los que también convivimos a diario y que no cesan —e incluso diría que aumentan— por mucho que se intente ponerles coto por distintos medios, ya sean policiales o educativos. Me refiero a la violencia de género, la violencia machista.

Quizá sea cierto lo que algunos alegan sobre que en la época de la dictadura también tenían lugar, pero la censura del régimen de entonces nos mantenía en la inopia con objeto de aparentar un bienestar social que no existía. Pero, aunque así fuera, mi impresión es que, contradiciendo la creencia de que vivimos en una sociedad mucho más culta y preparada que la de los años 50 y 60 del siglo pasado, este tipo de violencia a la que me refiero ha llegado a unos límites no solo intolerables sino también altamente alarmantes.

Ignoro desde cuándo existen estadísticas al respecto, pero con solo echar un vistazo a los datos publicados desde el año 2012 hasta hoy, se han producido en nuestro país más de seiscientas muertes de mujeres a mano de sus maridos, parejas o exparejas, con un promedio de 53 muertes al año. Un dato escalofriante que no parece que vaya a disminuir por lo menos en los próximos años si no hallamos una fórmula que corte de raíz tal brutalidad.

Con la información y actividad social que se despliega constantemente sobre este grave problema social, parece mentira que siga habiendo maltratadores y asesinos que no dudan en acabar con la vida de sus exparejas incluso existiendo una orden de alejamiento.

El tema es duro y complejo, pues implica la existencia de varios factores, desde el temor de muchas mujeres a denunciar a su maltratador a algo que para mí es mucho peor: que todavía hay muchas jóvenes que no reconocen que el trato que reciben de sus parejas es una agresión en toda regla. Todavía hoy en día se dan casos de chicas que reconocen que no se daban cuenta de que el comportamiento de su pareja era más propio de un abusador que de un amante. «Me controlaba lo que hacía, me miraba el móvil para ver con quién hablaba y qué decía, no me dejaba ponerme una falda corta, me prohibía salir con algunas amigas, no soportaba que hablara con chicos, pero yo interpretaba que lo hacía porque me quería. Sí, últimamente nos peleábamos con frecuencia. En más de una ocasión llegó a pegarme. Al principio algún bofetón, luego alguna patada. Y me insultaba. Pero todo lo arreglaba con un polvo». Esto es, a grandes rasgos, pero con bastante fidelidad, lo que confesó hace unas semanas ante las cámaras de la televisión catalana (sin mostrar el rostro y con la voz distorsionada) una joven de unos veinte años, que además afirmó haber perdido la virginidad a los quince con ese novio que tanto la quería sin que a ella le viniera en gana. Vamos, que tuvo que acceder a sus pretensiones para que no se pusiera agresivo.

Aun siendo muy consciente de la existencia de estos casos, oír de primera mano y de alguien tan joven esa retahíla de maltratos, me puso los pelos de punta. ¿Y esa educación sexual que se dice que se imparte en las escuelas, de qué sirve?

Hace también unas pocas semanas se hizo público el resultado de una encuesta sobre este tema, que concluía que más de un diez por ciento de los jóvenes varones no veían como un acto de maltrato darle un bofetón a su chica en el transcurso de una discusión o el hecho de mirarle el móvil. ¿Qué pasa por la cabeza de esos jóvenes maltratadores? ¿Acaso toman ejemplo de lo que ven en casa? ¿Es cierto que ser un maltratador es algo que se hereda en el seno de la familia? Si es así, el problema es más difícil de resolver, porque ya no es una cuestión de educación juvenil sino también paterna.

Y si incluimos en la violencia de género, las violaciones, los datos son tanto o más alarmantes si cabe, por lo escalofriantes que resultan.

Pensar que solo en el año 2020, según el Ministerio del Interior, hubo 12.769 víctimas de violencia sexual, de las que 10.798 fueron mujeres, es algo impensable en una sociedad educada. Y del total de delitos de violencia sexual contra las mujeres, el 12% fueron agresiones sexuales con penetración. De ese mismo informe se desprende que se producen 4 violaciones de mujeres al día en España. Y para acabar de retorcer más la situación, según una macroencuesta del año 2019, se estima que solo un 21,7% de las mujeres que han sufrido algún tipo de violencia por parte de sus parejas lo denuncia, y más de la mitad de las que sí lo denunciaron afirman que la policía mostró escaso interés o hizo poco por resolver su caso. Parece, o quiero creer, que esto último está en vías de solución.

Según datos más recientes, del 31 de mayo de 2023, el número de mujeres víctimas de violencia de género aumentó un 8,3% en el año 2022. Desde luego no nos podemos sentir orgullosos de vivir en un país en el que la violencia de género no solo no cesa, sino que aumenta. 

Posiblemente no podamos afirmar, a pesar de estos datos, que España sea un país mayoritariamente machista, pero sí es cierto que el machismo esta todavía muy extendido y arraigado, y no solo me refiero al que origina estos tipos de maltrato, sino al que se da todavía en otros muchos ámbitos de nuestra sociedad. Pero esta es otra historia. ¿Algún día podremos cambiarla?


jueves, 26 de octubre de 2023

La inmigración que no cesa

 


Los movimientos migratorios han sido algo natural desde tiempos inmemoriales. La humanidad ha ido evolucionando a través de los siglos gracias, en parte, a los nuevos asentamientos que distintos grupos étnicos han ido creando en busca de un lugar mejor para vivir, ya sea por imperativos climatológicos o de supervivencia para hallar los pastos y la caza que les proveyeran de sustento.

Pero una cosa son las migraciones voluntarias y otra muy distinta son las forzadas, como las que se han instalado en nuestro planeta durante décadas y que cada vez son más frecuentes y abundantes.

Muchas personas se desplazan en busca de trabajo u oportunidades económicas, como sucedió en España en las décadas de 1960 y 1970, pero otras muchas lo hacen para escapar de la hambruna, de conflictos bélicos, de persecuciones, del terrorismo y de violaciones y abusos a gran escala de los derechos humanos.

Solo unos pocos afortunados logran su objetivo y hacerlo de forma regular, es decir legal. Pero en nuestro país, según datos de 2019, el número de inmigrantes sin papeles ascendía casi al medio millón. Y es que últimamente España está siendo el punto de llegada de una gran parte de inmigrantes.

Últimamente estamos viendo como las islas Canarias están recibiendo cientos de inmigrantes al día, llegados a bordo de pateras. Hace tan solo unos días arribó a El Hierro un cayuco con 320 personas a bordo, lo que supone un récord histórico, según Salvamento Marítimo.

En paralelo, a la isla italiana de Lampedusa, llegaron unas seis mil personas en 24 horas, pidiendo asilo o la posibilidad de trasladarse a países del norte de Europa. El centro de acogida en dicha isla está totalmente desbordado, sin lugar suficiente para acoger a tantos recién llegados.

Volviendo a España, en lo que va de año, han llegado en cayuco 38.000 personas, siendo la ruta canaria la más numerosa, con más de 25.000 llegadas, y también la más mortal, sea dicho de paso, con cinco muertes diarias.

¿Cómo hacer frente a este drama humano? Pues Grecia y la UE tienen una solución: en lo alto de una montaña en medio de la nada, en una isla remota del mar Egeo, se está construyendo una auténtica prisión para refugiados, que al parecer responde a un nuevo modelo de blindaje de fronteras. El objetico es llevar a los hombres, mujeres y niños que llegan en patera a un lugar donde nadie los pueda ver, lejos de la población local, de las cámaras y de todo. Son verdaderos campos de refugiados. De momento, la más avanzada de estas estructuras se encuentra en la isla de Samos, la más cercana a Turquía, en la que unos 4.500 refugiados malviven en chabolas, cuando este centro fue diseñado para acoger a 648 personas. Según las autoridades griegas, cuando entre en funcionamiento el nuevo centro en construcción a finales de este año, los refugiados podrán salir del mismo de día, identificándose con unos brazaletes electrónicos. Sin embargo, no tendrán dónde ir. Y como este problema seguirá creciendo, la Comisión Europea ha donado el gobierno griego 130 millones de euros para construir este y otros centros previstos en las islas de Lesbos, Leros y Quíos.

Llegado a este punto, nos podemos plantear por qué vienen tantos inmigrantes si durante el viaje perderán la vida muchos de ellos, niños incluidos, cuando el lugar de recepción no les ofrece las mínimas garantías para ver satisfechos sus deseos y necesidades.

También es llamativo e indignante que las mafias dedicadas al tráfico de inmigrantes lleguen a cobrar hasta 6.000 euros a quienes tratan de entrar irregularmente en España. ¿Cómo obtienen esos inmigrantes tal cantidad de euros si dicen vivir en la miseria? Supongo que hay una diversidad de explicaciones. Unos los obtienen vendiendo todos sus bienes (casa, rebaño, etc.), otros reciben ayuda económica de amigos y familiares y otros solo pagan una pequeña parte y del resto ya se encargarán las mafias de cobrarlo a quienes les avalaron, sin reparar en el método empleado.

Este es un gravísimo problema que parece tener muy difícil solución. Al margen de los que realmente huyen de una guerra, de un genocidio por motivos étnicos o religiosos, o por cualquier represión y persecución que puede acabar con sus vidas, los que vienen en busca de trabajo y de una vida mejor, deberían pensárselo mejor antes de arriesgar sus vidas y las de sus hijos. Se ha hablado hasta la saciedad de que la solución pasa por informarles de a qué se enfrentarán cuando lleguen a su deseado destino y de que hagan oídos sordos a los cantos de sirena que les prometen una vida mucho mejor cuando lleguen a la Tierra Prometida. Otra de las soluciones, teóricamente plausible pero bastante inviable en la práctica, la que realmente atajaría ese éxodo de sus tierras, sería proveer a los gobiernos de los países de los que huyen sus ciudadanos, de medios económicos para paliar esa pobreza endémica en la que se han instalado, o bien —todavía más inviable, por no decir irreal— luchar contra esos gobiernos tiránicos que provocan las guerras civiles y las persecuciones étnicas y reprimen a todos sus disidentes. Y siempre son los más desfavorecidos quienes pagan las consecuencias de tal barbarie. Nadie va a enviar dinero a regímenes corruptos que lo van a utilizar para su propio beneficio. Ya vemos cómo el envío de alimentos y medicamentos por parte de las ONG es frecuentemente sometido a expolio por los guerrilleros o por el propio ejército de los países receptores.

Y mientras tanto, la inmigración no se detiene, aunque nuestro Ministerio del Interior ha indicado que el número de inmigrantes llegados a España en lo que va de año es un 3,3% inferior que en el mismo periodo del año pasado.

Lo más lastimoso de este negro panorama es que me da la impresión —y no solo me refiero a los partidarios de la extrema derecha— que esta avalancha imparable de inmigrantes puede originar una mayor xenofobia de la que ya existe en nuestro país, pero, por otra parte, existen unos datos realmente chocantes y es que mientras que algunos afirman que los llegados de fuera nos quitarán nuestros puestos de trabajo, según publicó El País en julio de 2021, “España necesita siete millones de inmigrantes en tres décadas para mantener la prosperidad”. Ahí lo dejo.

 

sábado, 14 de octubre de 2023

Saltarse las normas

 




Yo diría que somos uno de los países europeos más indisciplinados. Son muchos los que se saltan las normas sociales establecidas sin que, generalmente, nadie haga nada al respecto. A lo sumo, alguna multa, que el multado no suele pagar o bien le resulta más económico hacerlo que evitar el motivo del daño causado, como sería el caso de las industrias contaminantes.

Son tantos los ejemplos de indisciplina, que haría falta un voluminoso tomo sobre las infracciones más habituales. Y como muestra, un botón no basta, mejor unos cuantos:

Las modelos de pasarela siguen luciendo un índice de masa corporal muy por debajo de lo saludable, ofreciendo una imagen más propia de la anorexia.

El tiempo destinado a la publicidad en televisión supera con creces el límite fijado oficialmente. La nueva ley del audiovisual fija tramos horarios, estableciendo un máximo de 144 minutos de publicidad entre las 06:00 y 18:00 horas, y de 72 minutos entre las 18:00 y las 24:00 horas. En ambas franjas, ello equivale a 12 minutos a la hora. ¿Alguien ha observado que ese tope de cumpla? Si tenéis la paciencia necesaria, tomad un cronómetro y comprobaréis cómo esos tiempos se exceden notablemente.

Desde el pasado mes de junio, las llamadas telefónicas comerciales —también llamadas spam— están prohibidas, con unas pocas excepciones. Sin embargo, estas se siguen produciendo, como ya anticipaban muchos analistas, y ello gracias, al parecer, a algunas lagunas de esta nueva norma.

Los límites de velocidad, tanto en ciudad como en carretera, se superan con creces. No es que yo sea un perfecto ciudadano al volante en este aspecto —en carretera suelo, siempre que el estado de la vía y el tránsito lo permitan, exceder en 10 Km/hora el límite establecido, pero sigo observando a peligrosos fitipaldis que parecen que estén en un circuito de carreras automovilísticas y realizando adelantamientos muy arriesgados, algo que puede poner en peligro la vida de otros conductores. Y ello también puede aplicarse a los motoristas.

Hay ciudadanos que siguen aparcando sistemáticamente en doble fila, en un vado señalizado o en una plaza reservada, abandonando el coche todo el tiempo que sea necesario.

Muchos son los ciclistas —y últimamente usuarios de patinetes eléctricos— que circulan por donde les viene en gana, ya sea por la calzada, que es lo correcto, como por las aceras, con el consiguiente peligro para el peatón. Deben creer que tienen una bula de circulación no sujeta a límites.

Y cuántos son los dueños de perros que no se dignan recoger sus excrementos, sembrando la calle de caquitas como si de una letrina al aire libre se tratara. Yo tengo perro y siempre salgo con él con las bolsas de recogida de heces que se venden y se pueden obtener gratuitamente en dispensadores públicos para tal fin. Incluso en las zonas acotadas para perros —conocidas como pipican— observo una cantidad desmesurada e incomprensible de excrementos, que los dueños de los perros que las han producido no se dignan a recoger, aun cuando haya un letrero de grandes dimensiones que indica esa obligación, junto al cual hay un dispensador de bolsas y un pequeño contenedor para depositarlas una vez utilizadas.

Y sigo viendo las calles, las playas y los campos sucios de desperdicios de origen humano de todo tipo, contribuyendo con ello a incrementar la contaminación del ya de por sí deteriorado medioambiente.

Y así un sinfín de despropósitos, que no solo van contra las normas más elementales de convivencia, sino que además afectan el bienestar de muchos de los que sí las respetamos.

Y para finalizar, el mayor despropósito que atenta contra la vida de quien osa saltarse la norma, consiste en no respetar los pasos a nivel en una vía férrea debidamente señalizados, con semáforo y barrera, para ahorrarse unos pocos minutos de espera. Últimamente se han registrado varios atropellamientos mortales de personas que cruzan impunemente la vía del tren cuando este está a escasos metros o bien en un tramo de escasa o nula visibilidad. Y cuando esto ocurre, siempre se buscan culpables fuera de la irresponsabilidad de las víctimas, exigiendo el soterramiento de las vías o un vallado a lo largo de todo el recorrido de la línea férrea. Evidentemente, estas actuaciones evitarían tales accidentes, como también se evitarían atropellamientos a peatones si los coches circularan bajo tierra. En casos como este hay que repartir de forma ecuánime las responsabilidades de cada parte.

A veces me da la impresión de que hay quien disfruta saltándose las normas como si con ello quisiera demostrar que son más listos que los demás, que no somos más que unos tontos disciplinados.

 

miércoles, 27 de septiembre de 2023

Turismo destructivo

 


Que el turismo es una pieza clave para la economía de nuestro país es indudable. Pero ¿cuál es el precio que debemos pagar a cambio de los cuantiosos ingresos que se derivan de él? ¿Estamos dispuestos a ver incrementado, año tras año, el número de turistas extranjeros que nos visitan?

Según datos de 2021, los ingresos por turismo representan el 8% del PIB, con algo más de 97 mil millones de euros, y en ese mismo año generó 2,27 millones de puestos de trabajo, representando un 11,4% del empleo total.

En 2019, año que se usa de referencia por preceder a la pandemia, los ingresos alcanzaron los 161 mil millones de euros. Este año, aunque no se ha superado las cifras de 2019, se han acercado mucho, con una ocupación hotelera media del 70% durante el mes de julio, superando el 90% en algunas poblaciones eminentemente turísticas, y los ingresos han aumentado un 6,3% respecto a 2022.

En Barcelona capital, el número de cruceros ascendió el año pasado a 810 y se estima que este año alcanzará la cifra de 900, de modo que habrá más cruceristas que habitantes (1,83 millones solo entre enero y julio).

Esta masificación turística es una mina de oro para la capital catalana, pero va asociada a grandes inconvenientes y molestias para sus habitantes, produciendo un deterioro considerable del medioambiente, fundamentalmente en forma de polución, tanto por tierra (vehículos), mar (cruceros) y aire (vuelos comerciales). Por no hablar de la proliferación de pisos turísticos, que desalojan a los vecinos de toda la vida y encarece enormemente el precio de la vivienda en las zonas en las que aquellos se asientan. Y eso no solo ocurre en las grandes capitales sino en muchas otras zonas de gran interés turístico. Quizá el ejemplo reciente más notorio es el de Ibiza, donde incluso los trabajadores de la hostelería y restauración no hallan un techo asequible bajo el que guarecerse. Y más recientemente, este problema de la masificación se ha extendido a zonas turísticas rurales, como en la Vall de Boí, un precioso enclave pirenaico de la comarca de l’Alta Ribagorça, en la provincia de Lleida, donde ha proliferado enormemente la construcción de viviendas, perdiendo paulatinamente su atractivo original. Pero este es un problema que se sale del ambiente propiamente turístico.

Otro problema que veo con el turismo es la gran dependencia económica. Hemos visto, durante la pandemia, como el turismo se resintió hasta el punto de perder un gran número de puestos de trabajo dependientes de él. De este modo, si el cambio climático sigue afectando a la climatología y España deja de ser un país atractivo para los que buscan sol y temperaturas agradables, el declive, primero y el fracaso después está servido.

Una pega adicional del turismo son las malas condiciones laborales de los trabajadores del sector. Suben los precios en los hoteles y restaurantes, pero sus empleados reciben a cambio un salario de pena y, en algunos casos, con una explotación de juzgado de guardia.

Y, cómo no, es inevitable que en ciudades y zonas que atraen un gran número de visitantes, se produzcan fricciones con la población local, que se siente invadida por una muchedumbre que no suele respetar las normas de convivencia, afectando en muchos casos el normal desarrollo de sus actividades. Hasta que no se halló una solución práctica, los aledaños de la Sagrada Familia era un hervidero de turistas, con los consiguientes autocares, que degradaban el barrio en forma de contaminación visual.

Hace ya muchos años que los responsables de turismo decidieron tomar cartas en el asunto y evitar el llamado turismo de borrachera, incrementando la calidad, y el precio, de los servicios y plazas hoteleras, pero nada de eso ha llegado a buen puerto y siguen llegando manadas de “guiris” buscando diversión basada en las tres eses: Sun, Sex y Sangría, con el consiguiente resultado en forma de trifulcas y peleas callejeras producto del alcohol, que empiezan a consumir a primera hora de la tarde y en plena calle, sin que sean apercibidos ni multados por ello. Claro, hay que cuidar el turismo, sea cual sea y como sea, pues nos deja un buen dinerillo. La pasta es la pasta y lo demás son monsergas.

La masificación debida a las visitas turísticas es un problema general. Las grandes capitales europeas también lo acusan y actualmente uno de sus máximos exponentes es, por ejemplo, Venecia, en donde las autoridades han puesto coto al turismo de masas en forma de un canon que deben pagar los que quieren visitar la ciudad de los canales sin pernoctar en ella. No sé si esta es una medida coercitiva o recaudatoria, e ignoro cuál será su efecto real.

Mi pregunta es si puede existir un turismo sostenible, y para ello he consultado algunas fuentes y todas coinciden en que para conseguirlo debe desarrollarse su actividad generando un impacto mínimo sobre el medioambiente y la clave principal es que la explotación de un recurso esté por debajo del límite de renovación del mismo. Es decir, se trata de fomentar un turismo respetuoso con el ecosistema, con un mínimo impacto sobre el medioambiente y la cultura local. Y en el aspecto económico busca básicamente la generación de empleo e ingresos de la población autóctona.

La verdad es que después de leer esta información me he quedado exactamente igual a como estaba. Todo ello me suena a palabrería, esa tan propia de los políticos, para quedar bien. Creo que estamos ante un problema que, no siendo irresoluble, tiene pocos visos de mejorar por falta de un verdadero interés o bien por la lucha de intereses encontrados. Si ya a nivel internacional, los políticos y mandatarios no se ponen de acuerdo para atajar una crisis climática como la que estamos viviendo o bien, una vez alcanzado, este no se respeta y se da marcha atrás a medidas restrictivas contra la contaminación, qué podemos esperar de los alcaldes y gobiernos autonómicos, que lo que buscan es llenar sus arcas, y los empresarios del sector turístico que solo desean llenar su caja fuerte. Pero, claro, siempre es bueno tener de tu parte a quienes luego, a la hora de votar, tendrán en cuenta cómo los has tratado.

De momento, si no se pone remedio, vamos a tener que seguir soportando ese turismo destructivo. Si seguimos así, creo que el turismo en España acabará muriendo de éxito. Habremos matado entre todos a la gallina de los huevos de oro.