Esta es una de esas reflexiones que tanto me gustan hacer pero que, una vez publicadas, temo que hayan podido herir susceptibilidades. Por lo tanto, pido disculpas, de antemano, por si alguien, al sentirse aludido/a, se siente también ofendido/a.
Siempre he sido muy meticuloso, a veces demasiado. Y curioso, e impaciente. Bueno, y muchas cosas más pero ahora son éstas las culpables de lo que me ocurre.
He contado varias veces, en distintos contextos, que cuando inicié esta actividad “creativa”, la de escribir en un blog, mi blog, hice el comentario (me salió redondo, diría yo) de que escribía por placer y no para complacer. Toma ya.
Juro que en su momento era cierto, que lo dije con total sinceridad. Y he reconocido, en más de una ocasión, que más tarde descubrí, pobre de mí, que no era del todo cierto, que me había equivocado o bien me había dejado llevar por mi ingenuidad y virginidad como escribidor. Y para muestra un botón: cada vez que publicaba una nueva entrada, la curiosidad, la impaciencia o las dos cosas a la vez, me impulsaban a mirar una y otra vez, si alguien había dejado algún comentario y cuánto/as visitas recibía según indicaba el contador que, por cierto, también contabilizaba, sin yo saberlo, las mías, por lo que no eran tantas como creía.
Pasados casi dos años, ahora con tres blogs en mi haber, no he perdido esta mala costumbre. Es algo adictivo, me puede tanto la curiosidad por ver el interés que despiertan mis blogs, que no puedo evitar echarles un vistazo dos y hasta tres veces al día. Y si al principio era por ver si alguien se acercaba a leerme, lo que me regocijaba cuando así ocurría (o sea, que sentía placer en complacer), luego fue (y sigue siendo) para comprobar si el número de seguidor/as crecía. ¿Se habrá transformado mi ego, tan desganado hasta hace poco, en un monstruo ávido que quiere más y más? Sería horroroso que así fuera. Debo hacer un acto de contrición.
El deseo, lógico y sano, de aumentar la difusión de lo que uno escribe, me ha llevado a incorporarme a círculos de cierta envergadura y he añadido al mío blogs y grupos de blogs con quienes puedo compartir publicaciones. Aunque ahora sean algunos más los que me conocen, creo haber entrado en una vorágine de publicaciones y de publicadores compulsivos.
Curiosidad e impaciencia están reñidas con tranquilidad y, desde que me jubilé, he querido vivir tranquilo, sin sobresaltos, sin obligaciones. Ahora resulta que casi todo el día, pero sobre todo en las horas llamemos punta, para mí intempestivas, mi móvil no cesa de avisarme, con ese silbido que ya me está resultando impertinente, que tengo un nuevo mensaje. ¿Será un WhastApp, será un email, será un SMS, será un pájaro, será un avión, será Superman? Y dale que te pego con los pitidos de marras, cada pocos minutos, a veces a pares, a veces seguidos, primero en mi móvil y a continuación en mi Ipad, que no me dejan prestar la debida atención a lo que estoy haciendo, sea escribiendo, leyendo, viendo un programa de televisión o la película que me gusta. Miro o no miro, esa es la cuestión. Pero ¿y si es algo importante? ¿Y si es mi hija pidiendo auxilio desde una cuneta? NOOO. Son publicaciones y comparticiones, más de treinta en una hora, que entran, además, por suplicado: por Google+ y por gmail. Y uno que es meticuloso, a veces demasiado, no puede evitar mirar para salir de la duda (¿razonable?) ante la cara de fastidio de los que me rodean.
Hay que ver qué actividad más frenética la de alguno/as compañero/as. A las seis y pico de la mañana (soy muy madrugador, aunque esto no creo que sea ni una virtud ni un defecto), cuando enciendo el móvil, son más de veinte los avisos que se han generado desde que lo apagué, a eso de las once de la noche, cuando suelo irme a la cama para leer y dormir, por este orden.
Cuando vamos al apartamento de la playa, como allí no tenemos telefonía fija, no hay más remedio que mantener encendido el móvil toda la noche por si las urgencias de verdad. Es increíble (y esto no solo va de blogs) que a las cinco de la madrugada, por ejemplo, entren avisos de Letsbonus sobre ofertas, de Amazon sobre oportunidades y descuentos o de Iberia invitando a conseguir “avios” para luego canjear por vuelos. Eso y algún que otro escritor insomne que comparte en Facebook su última publicación. Y uno, que tiene un sueño ligero (será la edad), abriendo el ojo tras cada silbido para mirar de qué se trata. De locura.
Me gusta leer, disfruto leyendo pero a su debido tiempo, en su momento, mi momento, cuando me apetece, cuando siento la necesidad. Seguro que me pierdo relatos, reflexiones, poemas, etc., magníficos por no leerlos cuando entran, por no estar receptivo en ese preciso instante. Y si lo aplazo hasta el día siguiente, a una hora conveniente para mi cuerpo y mi mente, son tantas las publicaciones acumuladas, que necesitaría demasiadas horas para dedicarle a todas ellas la atención que seguramente se merecen.
¡Qué mundo el de los blogs! Que alguien, a las ocho de la tarde de un sábado sabadete, o un domingo dominical, esté publicando en facebook o en Google+ se me antoja, cuanto menos, inusual, pues para mí es momento para estar con la familia, con los amigos, de cháchara o en sesión cinematográfica. En cambio, hay quien dedica ese tiempo libre a compartir diez, quince o veinte documentos, vídeos o lo que sea en un tiempo record, que yo me lo/a imagino sentado/a ante el ordenador leyendo y compartiendo frenéticamente lo que pasa por sus ávidos ojos lectores.
A ver, cada uno es muy libre de dedicar su tiempo a lo que le venga en gana. Lo malo es cuando la actividad de unos llama a la puerta de otros en momentos inadecuados. Y es que esto, amigo/as, me está estresando y no sé qué hacer. Dos casos ha habido en los que acabé eliminando de mis círculos a dos blogueras, porque me tenían literalmente desquiciado. Era algo, a mi modo de ver, exagerado, no era humano. Un cling o xiuxiu cada minuto o dos, me resultaba imposible de digerir y así durante una hora seguida. Una sobreproducción nunca vista. ¡Y debido a una sola persona! Ahora añádele la de los demás. Era malo para mi salud mental porque, además de meticuloso, curioso e impaciente soy muy nervioso.
Lo tengo peliagudo. No sé qué hacer. No sé cómo salir de ésta sin renunciar a mis contactos. Con mi familia he consensuado anular el volumen del móvil y guardar el Ipad durante el momento del letargo “siestero” frente al televisor pues les irritaba los continuos avisos acústicos que no les dejaba conciliar el dulce y breve sueño de la sobremesa. He intentado desinstalar Google+ de mi Smartphone, así solo me sonarían las entradas por gmail, reduciendo a la mitad los avisos sonoros, pero solo se desinstalan las actualizaciones, no la aplicación, el muy…
De seguir así, acabaré dedicando más tiempo a limpiar de mensajes mi correo y a actualizar la vista de mi cuenta de Google+ que a escribir y leer lo que realmente me interesa. Si tuviera que leer todos y cada uno de los post que mis colegas comparten y seguir todos los blogs a los que me dirigen, tendría que hacer abstinencia alimentaria y durmiente y aun así no daría abasto.
En fin, tendré que convivir con lo que yo mismo he provocado sin querer y tomármelo con calma. ¿No querías entrar en una red donde poder contactar con otros blogs? Pues ese es el precio a pagar, ¿qué te habías creído?
Hasta que no se me ocurra otra solución, seguiré como hasta ahora y leeré solo lo que se me antoje y cuando se me antoje. Lástima que, de este modo, seguro que me pierdo alguna joya. Qué le vamos a hacer.
Por lo menos, espero que quien haya leído lo aquí expuesto no haya perdido un tiempo precioso que podría haber dedicado a algo más productivo e interesante pues, con esta publicación, un aviso habrá llamado la atención de los que habitan en mis círculos y tienen instalado Google+ en sus tabletas o móviles. A ver si ahora seré yo quien perturbe la tranquilidad de los demás.