jueves, 25 de enero de 2024

¿Instrucciones? ¿Qué instrucciones?

 


Cada vez los aparatos que compramos son más sofisticados, más perfectos y eficientes, y esto que, a primera vista, puede parecer muy ventajoso, que lo es, también tiene un grave inconveniente: que para su montaje y funcionamiento necesitamos, más que nunca, unas indicaciones que nos guíen hacia la consecución de este objetivo fundamental, porque si un aparato no funciona no sirve para nada, aunque sea una afirmación de Perogrullo. El documento informativo que debe acompañar siempre al susodicho aparato es lo que se conoce como Libro o Manual de Instrucciones.

Hasta aquí, todo correcto, pero pobre del que se encuentre —algo que sucede últimamente con bastante frecuencia— con unas instrucciones cuyo texto (si lo hay) está en un castellano mal traducido de quién sabe qué idioma original, muy probablemente del chino, pues es el fabricante más habitual de muchos artículos que compramos, sobre todo, por internet.

Al margen del texto escuálido y deficientemente traducido, las imágenes que lo acompañan y que deberían ser aclaratorias para llevar a cabo el montaje y funcionamiento del aparato en cuestión, en realidad son bastante confusas. Aparecen muchas flechas y números para indicar el camino a seguir, cómo hay que pasar de un paso al siguiente, pero el dibujo adjunto deja mucho que desear, tanto que finalmente no queda más remedio que guiarse por la intuición.

Y para muestra un botón:

Recientemente tuve que cambiar mi impresora —que, por cierto, y contra todo pronóstico, ha tenido una larga vida— por una nueva y, aparentemente, más moderna. No diré marcas para evitar problemas. Solo diré que ambas son japonesas. Pues bien, con la instalación del programa en el ordenador, mediante un CD, no hubo ningún problema. Este apareció, sin embargo, cuando tuve que montar los inyectores de tinta —la marca y el modelo que adquirí ya no usa cartuchos de distintos colores sino dos inyectores, uno para el color negro y el otro para toda la gama de colores habidos y por haber—, pues siguiendo las instrucciones, cuyo texto era muy escaso y difícil de interpretar, junto con unas imágenes que pretendían describir las distintas partes de la impresora, no había forma de identificar cómo y dónde debían instalarse dichos inyectores. A punto estuve de cargarme alguna pieza del aparato intentando acceder a su supuesta ubicación según la orientación de las flechas. Busqué por internet algún manual de instrucciones de la misma marca y modelo y siempre me aparecía el mismo documento que tenía en mis manos. No había, pues, ninguna alternativa válida. Solo con la ayuda de mi yerno —joven y acostumbrado a estos tinglados, pues son muchos los juguetes y aparatos que ha tenido que montar. que también adolecían de unas instrucciones comprensibles—, y de su intuición —la mía ya debe estar de capa caída— pudimos hallar la solución al problema. Pero una vez resuelto este escollo, cuando intenté, al cabo de unos días, escanear un documento —algo que con la anterior impresora era pan comido— me encontré que no sabía cómo hacerlo. Solo gracias a un tutorial que encontré en internet, pude averiguar cómo llevar a cabo esa tarea, pero como estos tutoriales no se basaban exactamente en el modelo de mi impresora, algunas de las indicaciones y consejos del Youtuber no me ayudaron en demasía, sobre todo en lo referente al sistema de archivo de los documentos escaneados. Otra vez la intuición —esta vez sí funcionó— y el consabido sistema de prueba-error, logró salvar ese nuevo escollo.

En definitiva, los avances tecnológicos en el campo de los artículos de uso doméstico no van acompañados de las necesarias y detalladas instrucciones de empleo para el usuario. Parece como si, una vez vendido el aparato de marras, allá te las apañes. Es curioso que muchas veces un vídeo tutorial obtenido de internet te aclare muchísimo más las dudas que el propio manual de instrucciones que acompaña al aparato.

Siempre he creído, y sigo creyendo, que es tanto o más importante que el servicio de venta —la información y asesoramiento del vendedor a la hora de comprar—, el de posventa, la atención al cliente tras la compra, algo de lo que se olvidan algunas empresas, del tipo que sean.

La información que se obtiene antes de adquirir un objeto, ya sea a través de internet o de una tienda, es fundamental para que alguien se decida por un producto u otro, por un modelo u otro, o por una opción u otra, pero la información una vez que el producto está en nuestras manos es esencial. Normalmente el vendedor se desentiende de todo lo relacionado con su funcionamiento una vez has salido por la puerta con el paquete en la mano o este ha llegado a su destino.

En el caso de mi nueva impresora, como ya intuía que tendría algún problema durante la instalación, pregunté a la tienda que me la vendió si serían tan amables de asesorarme en caso de encontrarme con algún problema. Por toda respuesta me facilitaron un número de teléfono del fabricante. Desestimé de inmediato esa posibilidad, pues ¿cómo iba a pedir ayuda telefónica sobre los pasos a seguir si mi interlocutor no estaba junto a mí viendo lo que yo veía? Eso si conseguía ser atendido por un técnico. Ya se sabe: si quiere eso, marque el uno, si quiere lo otro marque el 2, etcétera, y si no, espere y será atendido por uno de nuestros comerciales. Ay no, que nuestras líneas están ocupadas. Esto, por desgracia, me lo sé de memoria.

Así pues, en casos así, no nos queda más remedio que liarnos la manta a la cabeza, probar y probar, a ver si por fin suena la flauta por casualidad, o bien echar mano de un buen samaritano que tenga más luces tecnológicas que nosotros. Porque de información, la justa y, aun así, insuficiente.

Para terminar, no excluyo que quizá el problema que expongo radique en el hecho de que me he quedado desfasado ante los adelantos técnicos o que mi cerebro ya no funcione con la misma agilidad que antes y entiendo que resultaría muy costoso producir dos tipos de manuales: uno para listos y otro para idiotas. Pero yo quiero creer que, aunque sea mayor, no soy idiota, como reivindicó Carlos San Juan ante el avance de la digitalización del sector de la banca.


viernes, 12 de enero de 2024

Antes hilillos, ahora pellets


 

Juro —aunque jurar sea pecado— que lo he intentado, pero no ha habido forma. Mi intención era iniciar el año con una entrada positiva, muy alejada de mis acostumbradas quejas y críticas ácidas contra todo lo que se mueve a nuestro alrededor y que nos tiene habitualmente perturbados. Pero por mucho que me he esforzado, poniendo todo de mi parte para hallar algo bueno que comentar, el resultado ha sido un absoluto fracaso.

Y como en este blog suelo centrarme en temas de la máxima actualidad, mi mente, dando vueltas y más vueltas, no ha podido eludir el acuciante problema de la contaminación de las costas gallegas, asturianas y cántabras —si es que no acaba afectando a las playas de Euskadi— por esas bolitas de plástico conocidas como pellets y que cayeron al mar, frente a las costas portuguesas, desde un carguero que perdió algunos de sus contenedores y que ahora inundan el mar y las playas del norte de nuestro país.

Pero no temáis, no voy a hacer una detallada descripción de la composición y efectos de esos pellets sobre los organismos vivos, tanto en el medio acuático como terrestre, incluyendo al Homo sapiens. No, mi intención solo es la que refrendar lo que todos desgraciadamente sabemos: que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, así que de sabio tiene más bien poco.

Queda lejos el desastre del Prestige y del chapapote (noviembre de 2002) y ya casi nadie se acordaba, hasta que un buen día, a mediados de diciembre de 2023, alguien reparó que en la playa gallega por la que paseaba había unos sacos que, al chocar contra las rocas, se habían desgarrado y de su interior emergían unas bolitas blancas del tamaño de un grano de arroz, dando cuenta inmediatamente al 112. No voy a entrar —que podría y me gustaría— a criticar la dejadez, la inoperancia y el típico desencuentro entre administraciones (la autonómica y la central en este caso), echándose mutuamente la culpa de esa falta de reacción inmediata ante un problema de tal calibre.

De todo lo visto y oído, lo que siempre me ha indignado es la desinformación deliberada e interesada para confundir a la opinión pública, dando por sentado que los ciudadanos de a pie somos unos perfectos ignorantes.

Y es que el primer comunicado “oficial” emitido a petición de la Xunta afirmaba con rotundidad que esos pellets “no son peligrosos y son aptos para uso alimentario”. Lo que no aclaraba ese comunicado era que ese uso alimentario se refiere en realidad a la fabricación de envases plásticos de la industria alimentaria, para contener bebidas y todo tipo de alimentos. No sé si el técnico que redactó ese informe se habrá comido algún vaso de plástico, una botella de agua mineral o el envase del yogur. Uso en alimentación no es, por lo tanto, sinónimo de consumo alimentario. Esa es la primera y gran falsedad.

La segunda falsedad es negar que esos pellets tengan un efecto nocivo para la salud en cuanto entren a formar parte de la cadena trófica. Ya se sabe: el pez grande se come al chico.

Pero, bien pensado, qué más da. A fin de cuentas, estamos constantemente consumiendo productos “adulterados” —para favorecer su conservación, sabor y aroma— y no pasa nada. Seguimos vivos. Pero ¿alguien nos puede asegurar su efecto a largo plazo? Según el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) los pellets de plástico vertidos en las playas españolas tardarán unos 100 años en degradarse. Y ya se sabe: dentro de cien años todos calvos... y bajo tierra.