La figura del lobo pocas veces
es amable. En el imaginario infantil siempre aparece como el malo de la
historia. El lobo feroz. Si preguntáramos a Caperucita, no quiero pensar lo que
nos diría. O Pedro, el niño mentiroso, a quien ese animal fue el motivo de su
desgracia ante la impasividad de los aldeanos.
El lobo, o Canis lupus,
es un carnívoro depredador del que huyen los humanos con solo oír su nombre.
Habita desde tiempo inmemorial nuestro continente y en los bosques y montañas de
gran parte de la península ibérica tiene su morada. La opinión mayoritaria
contra esta especie animal anida entre los ganaderos, quienes le imputan unas
enormes pérdidas económicas. Pero no todas las CCAA lo tratan del mismo modo.
Cada año, las CCAA con
presencia del lobo autorizan matar a más de 200 ejemplares —sin contar la caza
furtiva—, y las licencias se han multiplicado por cinco en los últimos veinte
años, estimándose una población de lobos en unos dos mil ejemplares.
El lobo está considerado como
el enemigo público número uno, pudiéndose hablar de “xenofobia ambiental”,
según Jorge Echegaray[i], estudioso del tema. Las
cifras, en cambio, no apoyan el odio a ese gran depredador, pues sus ataques
afectan a menos del 1% de la ganadería, según datos de Ecologistas en Acción.
Aun así, las asociaciones
agrarias, en su lucha contra el lobo, tienen, curiosamente, de su lado al
Ministerio de Medio Ambiente, habiendo este impulsado una petición a la CE para
eliminar la protección cinegética de este animal, manifestando así su
compromiso “en la lucha contra el lobo”.
Al sur del río Duero, el lobo
ibérico está estrictamente protegido por la directiva comunitaria Hábitat y la
ley de Patrimonio Natural y Biodiversidad. En cambio, en su parte norte,
concretamente en Castilla y León, Galicia, Cantabria, País Vasco, la Rioja y
Asturias se puede abatir mediante la caza deportiva o los llamados controles
selectivos.
Desde que se introdujo esta
medida, algunos expertos han mostrado una gran preocupación. Varios
investigadores, incluyendo al anteriormente mencionado Echegaray, publicaron en
2008 un artículo en el que aseguraban que la caza excesiva del lobo podría
llevar a su extinción.
Lo realmente preocupante,
diría yo, es la falta de transparencia, pues ninguna de esas CCAA reconoce cuántos
ejemplares de lobo se matan cada año. Según Ecologistas en Acción, la mitad de
los lobos cazados lo son de forma ilegal, pues matar un lobo resulta impune. Y
esta permisividad está disparando el número de furtivos.
Curiosamente, en las zonas
donde están acostumbrados a este depredador, algunos ganaderos, como Alberto
Fernández[ii], aseguran que el lobo no
es una amenaza para el sector. Este ganadero añade que con la ayuda de varios
mastines nunca ha perdido una sola oveja por el ataque del lobo. Otro aspecto a
favor de este animal es el del turismo, como el de la sierra de la Culebra, donde
se estima que hay unos setenta lobos. De este modo, el turismo procedente de
España y de Europa aportó por este concepto unos 600.000 euros de beneficios
frente a los 36.000 que dejaron los trofeos de caza. «El lobo vivo vale más que
el lobo muerto»
afirman los ecologistas.
Los que me seguís con
asiduidad, ya conocéis mi opinión sobre la caza (La caza: deporte, necesidad o
salvajada; 07/04/2019) y la relativa importancia que le doy a la rentabilidad
económica si la actividad que la produce no está, en mi opinión, debidamente
justificada. Así pues, al margen de las pérdidas o ganancias producidas por las
actividades a favor o en contra del lobo, mi reflexión pretende ir un poco más
allá.
El hombre ha convivido con los
animales “salvajes” durante milenios y ha sabido protegerse de ellos. La caza
solo era un medio para proveerse de alimento y la matanza solo era una forma de
protección. Solo si un oso atacaba a un hombre, este lo abatía en defensa
propia. Pero todos sabemos que el lobo —al igual que el oso— no suele atacar al
hombre, pero sí a los animales que están en su cadena alimentaria. Por ello,
las víctimas por ataque del lobo son especies ovinas y bovinas en su gran
mayoría.
¿Qué hacían los pastores
antaño que no fuera organizar batidas de caza? ¿Cómo se protegían y protegían a
su rebaño de las garras del lobo? Yo me pregunto si, una vez más, no recurrimos
a métodos excesivamente radicales, por la comodidad que de ellos se deriva, en
lugar de utilizar los tradicionales, como sería ahuyentar y disuadir a estos
depredadores, para que recurran a otra fuente alimenticia, a otras presas
naturales, dejando que, de este modo, la naturaleza haga su parte.
[i]
Consultor independiente para ONG conservacionistas; echagarayjorge@gmail,com
[ii]
Propietario de la ganadería Aldalza de Sta. Colomba de Sanabria (Zamora)