Siempre hemos sido engañados
con falsas promesas, con productos de dudosa calidad y con un largo etcétera de
mentiras con ánimo de lucro. El más conocido y común de los ejemplos son las
rebajas. Pero últimamente hemos llegado a una situación extrema que clama al
cielo y ante lo que, muy a nuestro pesar, nos sentimos, además de estafados,
impotentes.
La noticia más reciente y de
gran calado entre los consumidores es la gran y para mí injustificada subida de
los precios de prácticamente todos los artículos de consumo. El precio de las
frutas y verduras se ha incrementado hasta unos niveles nunca vistos, mientras
que al campesino le pagan por ellas una miseria.
Siempre he creído que, durante
una crisis, por muy grave que sea, hay quien saca provecho de ella camuflando su
perversidad bajo la excusa de la necesidad perentoria —léase caso mascarillas— o
para hacer frente a las pérdidas que, supuestamente, está sufriendo. De este
modo, los abnegados empresarios —finales e intermediarios— se ven obligados —aseguran—
a aumentar los precios de los artículos que venden, pues, de lo contrario,
deberían cerrar el negocio y dejar en la calle a sus empleados.
Estamos viendo, incrédulos y
cabreados, como las eléctricas se están forrando mientras que los usuarios
sufrimos y soportamos unos incrementos brutales en la factura de la luz. Al
parecer estas empresas también gozan de inmunidad, como el Rey emérito, pues al
Gobierno le tiembla la mano ante la posibilidad de imponerles unos impuestos
más elevados y una reducción en sus beneficios multimillonarios.
No niego que hay empresas, pequeños
comerciantes y autónomos de diversos ámbitos, que lo han pasado y lo están
pasando realmente mal, primero por culpa de la pandemia y ahora, entre otras
causas, por la guerra entre Rusia y Ucrania al ver su actividad económica
perjudicada. No obstante, la falta de previsión y la cortedad de miras de los
países de la UE, confiando casi en exclusiva el suministro de algunos productos
esenciales a dos únicos o mayoritarios proveedores (Rusia y China), ha hecho
que, ante la situación política que estamos viviendo, nos hayamos quedado con
el culo al aire. Hemos comprobado que el más vale prevenir, en forma de
diversificación, ni tan solo se aplica en los países desarrollados de nuestro
entorno.
Pero volviendo a lo que podríamos
calificar de picaresca inmoral, estoy convencido de que hay quien se aprovecha del
temor ante la falta de suministro de alimentos y de otros artículos de
necesidad para aumentar vertiginosa e injustificadamente el precio de ciertas
materias primas —como el aceite de oliva y la harina, siendo España el primer país
aceitunero de la UE y el quinto en la producción de trigo—, de la electricidad,
de los carburantes y de otros tantos productos para inflar más de lo justo y
necesario el precio de lo que vende al consumidor, quien es el que siempre paga
el pato. «Si me aumentas los impuestos, si me obligas a hacer un descuento a
mis clientes, lo repercuto en el precio final y Santas Pascuas». Esa es la dinámica mayoritaria. Y todos
contentos. Y engañados.
¿Qué tendrá que ver, digo yo,
la escasez de algunos artículos con la subida abusiva de los alquileres? ¿Y en
el precio de una habitación de hotel? Hay quien se está aprovechando de este
caos inflacionista para, en el mejor de los caos, resarcirse de las pérdidas
ocasionadas en su negocio por la pandemia. «Ahora es la ocasión para hacer caja
a lo grande»,
deben pensar. Y todos a pasar por el tubo.
Pero hay algo que todavía me
preocupa más y es que los medios de comunicación, consciente o
inconscientemente, ayudan a normalizar la situación, presentándola como algo
muy negativo pero inevitable. Es lo que hay. Y de este modo, el ciudadano acaba
resignándose. Mal de muchos...
Creo que vivimos en una
burbuja económica manejada arbitrariamente por los que ostentan el poder, los
que tienen la sartén por el mango, en una economía que calificaría de virtual.
Nunca he entendido por qué una sospecha o temor ante una posible, aunque
remota, crisis, del tipo que sea, hace caer de inmediato las bolsas o aumentar
la famosa prima de riesgo. Yo no entiendo de economía, pero se me antoja como algo
insólito que las bolsas se anticipen a los sucesos que luego no llegarán muy probablemente
a producirse. Pero el daño ya está hecho. Y lo peor es que mientras la caída de
los valores bursátiles se traslada inmediatamente a los ciudadanos, no es así cuando
estos se recuperan. Si sube el precio del barril de petróleo, enseguida se
repercute en el precio del litro de gasolina o gasóleo, pero cuando baja, hay
que esperar semanas o meses para notar ese alivio económico. Las gasolineras
argumentan que, aunque baje el precio del crudo, ellas ya compraron el
carburante al precio anterior, más elevado. ¿Por qué no hacen exactamente lo
mismo cuando lo compraron a un precio más bajo y luego sube en origen? El caso
es forrarse como sea. Lo dicho: esto es un atraco.