La criogenización, o criónica,
es la preservación de seres vivos a bajas temperaturas. La aplicación teórica
de esta técnica tiene por objeto conservar un cuerpo tras su fallecimiento hasta
que la ciencia descubra nuevas formas de tratarlos médicamente tras revivirlos.
Lo anteriormente expuesto
parece una panacea para un enfermo terminal, pero la criónica es vista con
escepticismo por la comunidad científica, tachándola de pseudociencia. Y es
que, como dice el refrán, del dicho al hecho hay un buen trecho. Esta técnica
se basa en la creencia de que un organismo congelado mantiene intactos el
tejido cerebral y cualquier otra estructura biológica de un ser vivo, algo que
es pura especulación.
Los crionicistas también basan
su apoyo a esta técnica en la suposición de que en un futuro —¿décadas?,
¿siglos? — la nanotecnología molecular y la nanomedicina hagan posible la
reparación y regeneración de los órganos y tejidos dañados.
Hasta el momento, la
criopreservación solo se ha demostrado útil para la conservación biológica de
células madre, embriones, espermatozoides y óvulos, entre otras células, pero
que yo sepa jamás ha devuelto a la vida a un ser humano, a pesar de que en la
actualidad hay unas 200 personas criogenizadas que están esperando volver a la
vida para ser sanadas de la enfermedad que las llevó a la muerte.
La crítica más acérrima contra
la criogenización se basa en el hecho de que el hielo formado durante el
congelamiento produce daños celulares hasta el punto de hacer que
cualquier reparación futura sea imposible a pesar de que se han producido mejoras
importantes para conseguir la práctica eliminación de la formación de cristales
de hielo en las células sometidas a congelación.
De hecho, la empresa Alcor
Life Extension (su nombre ya lo dice todo) ha estado investigando el uso de los
llamados crioprotectores junto con un nuevo método de enfriamiento más rápido
para la vitrificación (conversión de un material en un sólido similar al vidrio,
pero falto de toda estructura cristalina) de cerebros humanos. No obstante, si
la circulación cerebral se encuentra comprometida, estos crioprotectores no
podrán llegar a todas las áreas cerebrales, lo que dificultará, o impedirá, la
recuperación posterior. Para paliar este inconveniente, se está investigando
una metodología que en un “futuro” podría subsanarlo. De momento, todo son
buenas intenciones.
Hasta aquí las consideraciones
científicas. Pero, ¿y las morales? Doy por seguro que esta técnica solo la puede
pagar gente pudiente —las fuentes consultadas estiman en unos 200.00 euros la
congelación del cuerpo entero—. Ignoro lo que habrán abonado esas 200 personas
que han confiado en que algún día las revivirán y tratarán eficazmente su
enfermedad con nuevos fármacos o técnicas hasta ahora no disponibles. Pero, hoy
por hoy, no hay una certeza absoluta de que ello sea posible a medio ni a largo
plazo. Además, si según lo antedicho, todavía no se ha desarrollado un sistema
para descongelar a un cadáver sin poder asegurar que la criogenización no haya
dañado irreversiblemente sus células y especialmente las cerebrales, ¿qué será
de esos 200 voluntarios —y los que vendrán— cuyo cuerpo está esperando paciente
e inconscientemente en una cápsula el despertar a una nueva vida? ¿Les han
estafado con promesas falas? ¿Han sido unos ingenuos por confiar en esas
promesas? Lo único que se les puede achacar es tener mucha fe y dinero
suficiente para invertir en algo tan incierto como desconocido.
Pero si la criogenización
acabara funcionando algún día, ¿cuáles serían las consecuencias prácticas para
el “resucitado”? ¿Se encontraría en un mundo desconocido para él, al estilo de
“El abuelo congelado”? (1) ¿Qué pretenden quienes se han sometido a esta
técnica y los que se someterán indudablemente a ella? ¿Saldar una deuda o una
venganza que quedó pendiente?, ¿ver cómo será el futuro en este planeta?, ¿la
inmortalidad?
Una cosa es aprovecharse de
los adelantos médicos para preservar la salud y alargar la vida mientras
estamos vivos y otra muy distinta prolongarla indefinidamente. Solo lo
entendería en el caso de haber perdido a un hijo a una temprana edad por culpa
de una enfermedad incurable, pero para la que se espera hallar una curación o
un tratamiento eficaz en las próximas décadas. Pero, aun así, no dejaría de ser
extraño, por no decir insólito, volver a disfrutar de la compañía de ese ser
tan querido cuando los padres han envejecido notablemente, o han fallecido, y
sus hermanos, de haberlos, le doblan la edad. O simplemente volver a la vida
sin la existencia de aquellos que le amaron y sin saber qué hacer con ella.
Si bien soy totalmente
partidario de la eutanasia, no lo soy en absoluto de revivir a un difunto
después de muchos años de haber fallecido. Eso solo lo contemplo en relatos de ciencia ficción como el que yo escribí hace años. Pero ¿llegarán nuestros bisnietos o tataranietos a convivir con personas con cientos de años de edad? Solo pensarlo, me da
grima.
* Película de 1969 protagonizada por el actor cómico francés Louis de Funès