Theodore John Kaczynski,
nacido en Chicago el 22 de mayo de 1942, sigue en la actualidad en una prisión
de máxima seguridad del Estado de Colorado cumpliendo cadena perpetua sin
posibilidad de libertad condicional, por enviar, entre 1978 y 1995, dieciséis
bombas a diversos objetivos, incluyendo universidades y aerolíneas, matando a
tres personas e hiriendo a veintitrés más. Recibió, por tal motivo, el apodo de
Unabomber (de University and Airline Bomber), siendo el objetivo de una de las
investigaciones más largas y costosas de la historia del FBI.
Este es un personaje del que
oí hablar hace años, pero al que nunca llegué a prestar demasiada atención. Hasta
hace unos días, cuando leí en el blog de Mamen, Las crónicas de una cinéfila
(http://cronicaseowin.blogspot.com/), su
entrada titulada La lingüística forense, en la que hacía una reseña
sobre la serie televisiva emitida por Netflix que lleva por título “MANHUNT:
UNABOMBER”, dedicada a ese funesto personaje.
Ni que decir que la serie es
muy recomendable para quienes deseen conocer la vida y las vicisitudes de este
personaje tristemente histórico a lo largo de ocho episodios que, dicho sea de
paso, podrían haberse reducido, en mi opinión, a seis.
Tras visionar esta serie
norteamericana, me ha llamado la atención dos cosas: la primera e inmediata, la
figura de Theodore J. Kaczynski, y la segunda, y que menos esperaba, la
sintonía que he sentido con su ideología —en absoluto con su puesta en
práctica, por supuesto—, la que le llevó a cometer esos crímenes.
En el primer apartado, señalar
que tenía una mente privilegiada, con un CI de 167, lo que le valió, por
desgracia, ser víctima, sin saberlo, de un grupo de científicos de la
Universidad de Harvard que trabajaban para la CIA y que le utilizaron como
conejillo de indias en un programa de lavado de cerebro como sistema para
convertir a los enemigos de la patria —comunistas, espías y traidores a la
causa americana— en fieles aliados. Este experimento, al que le sometieron
durante casi dos años, según se desprende de este biopic, parece que acabó
afectándole mentalmente.
Tras doctorarse en
matemáticas, ejerció como profesor asistente en la Universidad de Berkeley
(California) a la edad de 25 años, hasta que dimitió dos años más tarde,
trasladándose a vivir a una cabaña en medio de un bosque de Montana.
Kaczynski escribió su ideario
en el llamado “Manifiesto de Unabomber”, pero que él había titulado como “La
sociedad industrial y su futuro”. Dicho manifiesto fue publicado en el
Washington Post, por exigencia suya, a cambio de desistir de sus actos
terroristas, como una forma de dar a conocer al mundo su filosofía. Y es su
contenido —grosso modo, pues no lo he leído y solo puedo hablar por lo visto y
oído en la serie— lo segundo que me ha llamado poderosamente la atención, la
coincidencia de mis ideas con su tesis anticapitalista y anti tecnológica.
Unabomber, el terrorista,
argumentaba que la alta tecnología —ya la de aquellos años— originaba una
erosión de la libertad humana. Y es que la industrialización en exceso nos ha
llevado a una modernización a favor de las máquinas y de la precariedad laboral, a
una sociedad de consumo a la que todos, en mayor o menor medida, hemos acabado
sometidos sin posibilidad de liberarnos.
Solo tenemos que hacer una
breve reflexión sobre nuestro modo de vida, al que nos ha abocado una mal
llamada modernidad. Los adelantos tecnológicos, muy útiles en ciertos casos, han
llevado aparejada una brutal dependencia. Todos hemos acabado pasando por el
tubo, como se dice vulgarmente, creándonos necesidades que antes no teníamos y
obligándonos a seguir unos patrones de conducta que son mucho más beneficiosos
para los que los han creado que para nosotros mismos.
Nadie puede escaparse al
control al que nos somete esa modernidad en la que vivimos. Somos esclavos de
una sociedad de consumo a la que estamos atados sin querer y de la que no
podemos escapar. Necesitamos forzosamente una cuenta bancaria y una tarjeta de
crédito para poder vivir. Pagamos a crédito, pedimos préstamos y nos atamos a
hipotecas a largo plazo. Cedemos involuntariamente a terceros nuestro estilo de
vida: qué gastamos, dónde y en qué lo gastamos, el rastro que dejamos de
nuestros hábitos económicos y lúdicos, y datos supuestamente personales e
intransferibles —nuestro número de teléfono está al alcance de cualquier
empresa de telemarketing— y todo un abanico de situaciones a las que hemos
inconscientemente accedido a someternos. Internet irrumpió en nuestra vida para
hacérnosla más cómoda, pero a la vez es una fuente de engaño, fraude y perversión.
Todo a nuestro alrededor está
debidamente controlado por “el sistema”. El poder no reside en el pueblo sino
en las grandes multinacionales, la banca y otros poderes fácticos, que son
realmente quienes “cortan el bacalao”. Los más afortunados vivimos en una
democracia, pero controlada por esos poderes, convirtiéndonos en marionetas que
creen moverse con entera libertad cuando en realidad nos manejan unos hilos
invisibles gobernados por unas manos que no llegamos a ver, pero que, a lo
sumo, intuimos.
Parece mentira que me haga
estas reflexiones a mi edad, cuando ya he sido objeto de esa manipulación desde
la niñez y después de haber aceptado formar parte de esta sociedad tan alienada.
¿Será el conformismo, la impotencia o el temor lo que nos hace aceptar vivir en
un mundo así? ¿Cómo deberíamos haber actuado para evitar ser los conejillos de
indias de una sociedad tecnológicamente tan avanzada que utiliza a sus
integrantes como títeres para su beneficio? ¿Deberíamos habernos aislado en una
cabaña de un bosque remoto y sobrevivir gracias a nuestras propias manos y a los
recursos naturales como hizo Kaczynski?
Salvo el hecho de enviar
bombas a diestro y siniestro —aquí cabría decir que el fin no justifica los
medios—, creo que no se le puede reprochar nada a ese personaje en su oposición
al sistema establecido. Quizá sufriera, como intentaron alegar sus abogados,
una esquizofrenia paranoide, pero ¿acaso no se dice que los locos y los niños
dicen las verdades? ¿Era un loco, un iluminado o un utópico radical? ¿Qué había
de cuerdo y de loco en la mente de ese individuo que atemorizó durante casi dos
décadas a la sociedad norteamericana?
A ver si ahora resultará que
yo también tengo algo de loco y llevo un terrorista dormido en mi interior. En
todo caso, como ya he vivido muchos años inmerso en esta comedia que es la vida
moderna que me ha tocado vivir, mi resignación hace tiempo que llegó a una cota
imposible de revertir, a un conformismo que se confunde con el “pasotismo”, el
que me hace decir aquello de que “por lo que me queda en el convento…”
* Imagen de archivo obtenida de la Wikipedia