¿Cuánto dura el amor? Depende
de muchos factores. No hay una fecha exacta de caducidad. Hay amores efímeros y
otros de larga duración. Unos duran unos pocos meses y otros pueden durar
muchas décadas. Aunque deberíamos definir qué se entiende por amor y de qué
tipo de amor estamos hablando, pues no es lo mismo el amor fraternal, el amor
en una pareja o el amor materno/paterno-filial. Este último es, sin duda,
imperecedero, por muchos sinsabores que un hijo haya representado para sus
padres.
A veces, hermanos que estuvieron
muy unidos de pequeños y de adolescentes, llegada la edad adulta y tras
casarse, pierden el contacto o este es esporádico, de modo que su relación se
va enfriando por diversas causas hasta llegar a un desapego total y
generalmente irreversible.
Pero ese desapego, o
enfriamiento en las relaciones humanas, también se produce, con el tiempo,
entre amigos que fueron inseparables y que los avatares de la vida los han ido
separando paulatinamente hasta que solo son un recuerdo lejano. Y también se
produce, con mucha frecuencia, entre compañeros de trabajo que, al cambiar de
empresa alguno o varios integrantes del grupo, su relación acaba disolviéndose
por completo.
Estos últimos casos son harto
frecuentes y muchas veces me he preguntado por qué una relación de amistad no
puede perdurar en el tiempo, superando unos escollos que no son más que
pequeños inconvenientes u obstáculos fácilmente vencibles con solo un poco de
interés por ambas partes.
Mi experiencia me dice que las
relaciones entre amigos son finitas y que, por mucho que uno pretenda conservar
una amistad que parecía a prueba de fuego, salvo honrosas excepciones, esta
acaba en la nada. Amigos que, al separarse por diversas circunstancias,
prometen mantenerse en contacto, pero este solo se conserva durante unos pocos
años y uno contempla cómo, poco a poco, se va espaciando hasta desaparecer.
De ahí que, tras muchos
ejemplos vividos, siempre que he hecho nuevas amistades, cuando ha llegado el
momento de tomar caminos distintos, sé que, por muchas promesas y buenas
intenciones, llegará el día del desapego total. Hay casos inevitables, pero en
la mayoría, ese desapego es fruto de la desidia. ¿Por qué no podemos mantener
esas amistades que fueron importantes para nosotros en un momento determinado
de nuestra vida?
En mi caso, cada vez que he cambiado
de lugar de trabajo en el que he hecho buenos amigos, al principio hemos
quedado en vernos con una cierta frecuencia, pero invariablemente, esas
ocasiones se han ido espaciando hasta que la falta de interés me ha dado a
entender que hemos llegado a ese punto de enfriamiento inevitable. Si al
principio nos enviábamos mensajes de felicitación por WhatsApp con motivo de un
cumpleaños o de las Navidades, poco a poco esos mensajes van siendo menos
abundantes al ir desertando, uno a uno, los componentes del grupo, hasta su
desaparición.
Y ello también lo he
experimentado en un ámbito hasta hace algunos años nuevo para mí: las redes
sociales, y más concretamente los blogs. Esos contactos o seguidores —que no
siempre son amistades reales sino virtuales, pero que tienen nombre y
apellidos— dejan, de pronto, de seguirte sin ninguna razón aparente. Ha habido
compañero/as de letras con lo/as que he tenido una muy buena relación, con
constantes intercambios de comentarios e incluso alabanzas, que han ido
causando baja sin prisa, pero sin pausa. ¿Qué ha sido de tal o cual bloquero/a
que tan buenos comentarios me hacía y a quien yo correspondía del mismo modo
sin que me sintiera en absoluto obligado a ello?
Podría alegar múltiples causas
y añadir que no es lo mismo un contacto a través de las redes sociales que un
verdadero amigo. Por lo tanto, si un amigo de verdad se pierde por el camino de
la vida, ¿cómo no va a suceder lo mismo con alguien con quien solo nos unía una
afinidad en gustos que pueden cambiar de la noche a la mañana?
Ya comenté hace tiempo, en una
entrada dedicada a la amistad, que, según un psicólogo a cuya charla sobre
relaciones humanas asistí, solo estamos capacitados para mantener una cantidad
limitada de amigos. Somos como un átomo, que no puede contener de forma natural
más electrones de los que su número atómico permite. En nuestro caso, por cada
nuevo amigo que entra en nuestro círculo, perderemos, tarde o temprano, otro.
Evidentemente, ello no se basa en una ciencia exacta, solo en el resultado de
la observación, y se debe a que no podemos atender debidamente a un número de
amistades cada vez mayor. Hay un límite, sobrepasado el cual se produce la paulatina
pérdida de amigos, hasta volver a nuestro estado de equilibrio.
Queramos o no, nuestras
relaciones son inestables y a la larga acabaremos sintiendo un desapego natural.
Es triste, pero es así. Por lo menos en lo que a mí se refiere. En varias
ocasiones he intentado recuperar un viejo amigo de juventud y si bien al
principio parecía que había logrado mi objetivo, el tiempo ha acabado
frustrando esa amistad renacida. Del mismo modo que se dice que dos no discuten
si uno de ellos no quiere, también deberíamos poder aplicarlo a la amistad, de
modo que, si uno tira del otro para no perderlo como amigo, la amistad debería
conservarse. Pero cuando siempre es el mismo quien toma la iniciativa, lo que acaba
tirando es la toalla. La amistad, a fin de cuentas, no se puede forzar, tiene que
ser algo espontáneo y sincero.
Tras haber vivido en
propia carne muchos de esos fracasos, ya estoy mentalizado que cuando hago una
nueva amistad, lo más probable es que esta no sea muy duradera. El apego y el
desapego son las caras opuestas de una misma moneda y ambas tienen la misma
probabilidad de aparecer. La mejor opción ante esa pérdida de amistades es
valorar más que nunca aquellos amigos que han perdurado a lo largo de los años
y, sobre todo, refugiarnos en la familia, que es, a fin y al cabo, el núcleo
indestructible al que pertenecemos.
Es curioso ver cómo hay quien
siente más apego por las cosas que por las personas. Quizá, según la teoría del
psicólogo antes mencionado, es que las cosas materiales no suelen desbordar con
tanta facilidad nuestra capacidad de acumulación y conservación. A mi juicio,
no es una pauta de vida muy halagüeña anteponer lo material a lo humano. Pero
¿qué le vamos a hacer si somos así?