Como todos los niños, de
pequeño me encantaba ir al circo, cosa que, por desgracia, no sucedía
frecuentemente, de modo que cuando llegaba la ocasión la disfrutaba
enormemente. Si bien me gustaban todos los números circenses, el que más era el
de los payasos. Aun de mayor y con nietos, me siguen haciendo reír con sus
divertidas y estrafalarias ocurrencias.
El circo siempre ha sido un
espectáculo ambulante, a excepción de unos pocos que tenían, y siguen teniendo,
una ubicación fija, como por ejemplo el circo Price. Los famosos “payasos de la
tele”, los que cantaban esa cancioncita que he utilizado para el título de esta
entrada, tuvieron un espacio fijo en un programa de televisión durante casi
diez años y que entretenía a pequeños y mayores.
Muchos son los que afirman que
el circo nunca desaparecerá. Así lo espero. Y no van errados. El circo sigue
atrayendo a las nuevas generaciones, aunque ha tenido que modernizarse y
adaptarse a los nuevos tiempos.
Tanta ha sido su adaptación,
que ahora también se ha instalado en una ubicación sorprendente: el hemiciclo
del Congreso de los Diputados. Y cada vez con mayor frecuencia nos regala
actuaciones emocionantes y, a veces, hilarantes. Lo malo es que no es un
espectáculo apto para menores, pues las payasadas de algunos de los actores se
intercalan frecuentemente con insultos de gran calibre.
Recientemente he tenido
conocimiento de la última bufonada, en esta ocasión protagonizada por un
partido político de extrema derecha. Lo que faltaba.
Todos hemos sabido de la
existencia de los llamados tránsfugas, los que cambian de chaqueta si la
ocasión lo requiere, buscando siempre el beneficio propio. No resulta muy
sorprendente ver cómo un diputado cambia de su partido de toda la vida al
partido vecino, al más próximo y compatible con sus creencias o intereses políticos.
Que alguien se pase, por ejemplo, de Podemos al PSOE o viceversa, podrá
parecernos extraño por improbable, pero no imposible; si el salto es de C’s al
PP, o al contrario, menos extraño; y si el traspaso es del PP a VOX o de VOX al
PP, pues tampoco nos resultaría extraordinario. Pero la noticia más inesperada
para mí, por estrafalaria, por no decir grotesca, es el anuncio de VOX de
presentar una moción de censura al Gobierno de Pedro Sánchez utilizando a Ramón
Tamames como candidato a ocupar la presidencia en caso —claramente improbable— de
ganarla.
Ay, Tamames, quién te ha visto
y quien te ve. Es cierto que, con el transcurso de los años, este famoso político y economista ha ido derivando hacia posiciones cada vez más conservadoras,
incluso en materia económica. De militar, en 1950, en el PCE, pasó a fundar IU
en 1981, pero el salto más chocante tuvo lugar en 1989, cuando ingresó en el CDS,
al partido de Adolfo Suárez, que acabó abandonando poco después para dedicarse
a los negocios. Una deriva política de un extremo al opuesto solo la había
visto en el caso de Federico Giménez Losantos, que en sus años mozos militó en
el PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya), un partido de ideología
comunista, y que ha acabado simpatizando —y votando, según sus propias declaraciones—
a los partidos de derecha (C’s, PP y VOX). Lo que nunca me habría imaginado es
que un excomunista como Tamames, acabara accediendo a representar a VOX para
expulsar de la Presidencia del Gobierno a un socialista, acabando así con la coalición
entre PSOE y Podemos.
¿Acaso el problema reside en la
avanzada edad de Tamames, pudiendo inferir de su aceptación a la invitación de
Santiago Abascal que este venerable anciano ya empieza a chochear? ¿Puede
alguien pasar de ser un declarado antifranquista a simpatizar con un partido de
extrema derecha? Pues parece que sí; y para muestra, un botón.
Desde luego, los designios de algunos
partidos son inescrutables. Que el resultado de esa moción de censura presentada
por VOX será, a todas luces, adverso a sus pretensiones nadie lo duda. ¿Para
qué presentarla, pues? Y ¿por qué fichar, para encabezarla, a un anciano y
antiguo excomunista que había quedado relegado al olvido políticamente? Pues para
liarla parda, para hacer un numerito, un espectáculo que todos seguiremos con
atención aun conociendo el final. Las trifulcas circenses de los payasos
siempre acaban igual, y aun así nos divierte contemplarlas.
¿Cuánto tiempo seguiremos
viendo espectáculos de risa en el Congreso? Creo que va para largo. De todos
modos, prefiero la comedia al drama, aunque, si no hay elección, me conformo
con la tragicomedia. Al menos, por el momento, nunca hemos visto el hemiciclo
convertido en un cuadrilátero en el que los contendientes se parten la cara,
como ocurre en algún Parlamento extranjero. Prefiero llorar de risa que de
miedo.
Visto lo visto, yo le
propondría a la actual presidenta del Congreso de Diputados que iniciara la
sesión parlamentaria preguntado a todos los presentes: ¿Cómo están ustedeees? A
ver si así se atenúa la tensión.