Hay un libro titulado “Ya está
el listo que todo lo sabe”, cuyo autor es el bloguero Alfred López, dedicado a
dar respuesta a curiosidades y preguntas que muchos nos hemos hecho en más de
una ocasión. Pues bien, a mí se me podría atribuir algo así como “ya está de
nuevo el pesado que se queja de todo”. Pero es que es algo más fuerte que yo y
no puedo refrenar mis ansias de arremeter contra todo lo que me molesta.
Así
pues, siguiendo esta tónica, voy a dedicar hoy este espacio a quejarme, una vez
más, de la informática y sus inconmensurables desmanes y misterios.
Son
muchos los disgustos que la informática me ha dado y, siendo sincero, no todos
atribuibles a sus programas o aplicaciones, sino, muy probablemente, a mi falta
de conocimientos y torpeza. Estos fallos me los tengo que tragar y entonar el mea
culpa. Uno sabe lo que sabe y a mi edad no se pueden esperar prodigios.
Pero lo que realmente me subleva son los fallos “de origen” y que te dejan con
el culo al aire, debiendo recurrir a un auxilio externo. El más grave y
reciente tuvo lugar el día antes de marcharme de vacaciones.
Yo
suelo guardar una copia de todos mis documentos en un disco externo de gran
capacidad, pero hacía unos días que no había realizado tal operación. Esa
tarde, la víspera de mi viaje a Asturias, al apagar el ordenador, en la
pantalla apareció “actualizar y apagar” o “actualizar y reiniciar” (opciones que
me aparecen con cierta frecuencia cuando apago el PC). Si hubiera optado, como
de costumbre, a la primera, no habría sabido lo que había ocurrido, pues al día
siguiente ya no estaría en casa. Algo debió inspirarme para optar por reiniciar
tras la actualización automática, que, digo yo, ¿por qué te obligan a ello en
lugar de darte la oportunidad de omitir esa operación?
El
caso es que, cuando, pasado unos minutos, el ordenador se reinició, lo primero
que observé es que la imagen habitual de fondo de pantalla era la típica e
insípida de Windows (la ventanita con fondo azul) en lugar de las bellas
imágenes que últimamente aparecían. Algo andaba mal, me dije. Cuando entré para
revisar mis documentos e imágenes archivados en las carpetas correspondientes
─pues tuve un pálpito de que algo grave había ocurrido─, todos habían
desaparecido por arte de magia. Todas esas carpetas estaban vacías. Podéis
imaginar mi enojo. No era mucho lo que había perdido (unos cuantos relatos,
decenas de fotografías y documentos varios), pero aun así eran importantes para
mí e irrecuperables.
Tras
varios intentos infructuosos, reiniciando el sistema, por si se producía el
milagro y lo que había desaparecido resucitaba entre los vivos, tuve que echar
mano de alguien con conocimientos de informática. Y ahí estaba, por fortuna, un
seguro que me cubría, entre otras cosas, un “servicio de ayuda tecnológica integral”
disponible las 24 horas del día y los 365 días del año. Eran las 21:30 cuando
llamé a ese servicio y no fue hasta pasadas las diez de la noche cuando un “técnico
informático” se puso en contacto conmigo.
Entretanto,
mi mujer iba buscando, desde su portátil, información al respecto y cómo
solventar el problema. Las noticias que me dio no podían ser más
desalentadoras. Según pudo leer, Windows 10 (la versión que tengo instalada de
origen) había dado serios problemas al actualizar el equipo, uno de ellos la
pérdida de archivos, que no eran recuperables.
Cuando
ya estaba subiéndome por las paredes, el informático, muy amable a pesar de la
hora intempestiva, intentó tranquilizarme, pero sin darme demasiadas
esperanzas. Se introdujo en mi ordenador por control remoto y empezó la
búsqueda del Santo Grial. Estuvo largo rato buscando por aquí, buscando por
allá, sin resultados. Todo eran expresiones de extrañeza. Hasta que, de pronto,
yo diría que casualmente, encontró una carpeta de imágenes en una ubicación
distinta a la habitual, concretamente en “OneDrive”, un lugar de almacenamiento
que descubrí tiempo atrás por darme unos problemas que omito para no convertir
esta entrada en un panfleto reivindicativo. Solo diré que es gratuito hasta que
superas un determinado nivel de almacenamiento, a partir del cual es de pago
mensual. Por tal motivo y con la ayuda de otro informático del mismo servicio, decidí
eliminado. Pero ese sí que, contra todo pronóstico, ha acabado resucitando (o
no estaba definitivamente muerto, sino catatónico). Otro motivo de queja.
Aparece lo que te fastidia y te limita, pero lo que desaparece, te lo tienes
que currar para encontrarlo.
Pude,
de este modo, recuperar las imágenes perdidas, que el informático se limitó a
copiar de donde las había hallado y pegar en el escritorio, y ya harás con la
carpeta lo que te plazca. El resto de documentos no pudo recuperarlos. Pero uno
que es terco y no se resigna fácilmente, sin haber cenado todavía, inició una búsqueda
por los mismos andurriales por donde aquel hombre había navegado y ¡zas!, allí
estaba una carpeta con el nombre “Documents”, así, en inglés, que volvió a su
lugar de origen y que no me he atrevido a traducir al castellano por si acaso
se rebela y me hace otra jugarreta.
Cuando,
a la vuelta de mis vacaciones, volvió el ordenador a plantearme esas dos
opciones de actualización de las que uno no se puede escapar, me eché a
temblar, pero con la tranquilidad de que todo estaba almacenado en el disco
externo. En esta ocasión, sin embargo, todo quedó intacto, pero me he percatado
que ahora, cuando guardo un documento por primera vez, se despliega un cuadro
de diálogo que pregunta dónde lo deseas guardar y que, por defecto, lo haría en
OneDrive, algo que ahora evito. ¡Que se jorobe ese OneDrive!
Ojo,
pues, con las actualizaciones forzosas. Guardad una copia de seguridad antes de
aceptar cualquiera de esas dos opciones (actualizar y reiniciar, o actualizar y
apagar). Afortunadamente se puede optar por una tercera opción que mantiene
encendido el equipo y que dice algo así como Suspender.
Yo a
quien suspendería, si pudiera, es a los programadores culpables de estos
despropósitos, intencionados o no.
¿Realmente
son necesarias todas esas actualizaciones? En el móvil ocurre algo parecido. A
veces el sistema te advierte que hay una serie de actualizaciones disponibles y
podemos decidir activarlas o no. Pero muchas otras te informan de que se han
actualizado automáticamente un buen puñado de aplicaciones sin contar con tu
aprobación. ¿Es normal que Facebook, Amazon shopping, Instagram, Shazam,
YouTube, etc. requieran actualizaciones cada poco tiempo? ¿Hay algo pernicioso
que nos quieren introducir con ellas? En el ordenador hay actualizaciones
optativas que, si no te fijas bien, incluyen la inserción en paralelo de
programas no deseados, una forma de engaño encubierto.
Y no
menciono esas “advertencias” que aparecen de pronto, como un desplegable que
asoma por la base de la pantalla, poniendo en duda la seguridad del equipo,
cuando el antivirus indica que todo está correcto y a salvo, porque esto
entraría en el terreno de los intentos claros de fraude, de lo que trataré en
mi próxima entrada.