Tú, primero. No, tú primero. Y
así sucesivamente. Como niños o como una pareja de enamorados. Es la pescadilla
que se muerde la cola, como pretender saber qué fue primero, si el huevo o la
gallina.
Cuando un Gobierno, ya sea
central, autonómico o municipal, lanza una propuesta que implica a todos los
ciudadanos, obligándoles o animándoles a cambiar sus hábitos, representando
ello un mínimo —o no tan mínimo— esfuerzo, siempre tiene que ser este quien dé
el primer paso y luego ya vendrán las inversiones públicas para compensar ese
esfuerzo.
Y para muestra, dos botones:
la incentivación del uso del transporte público —algo que viene de muy lejos— y
del coche eléctrico. Ambas propuestas tienen básicamente por objeto combatir el
creciente nivel de contaminación atmosférica y, por ende, luchar contra el
cambio climático. Hasta aquí todo correcto.
Pero ¿quién debe dar el primer
paso?
Se le pide al ciudadano que
usa habitualmente su coche para trasladarse, bien a su lugar de trabajo, bien a
cualquier otro destino, que deje el coche en casa y tome el transporte público.
Nada que objetar. Pero ¿qué hace la administración? ¿Dónde están los parkings
disuasorios prometidos, bien en las entradas de las grandes ciudades, bien en
las estaciones de tren? Si dejamos el coche en casa, no hay suficientes
autobuses urbanos ni convoyes de trenes para absorber el gran incremento de
usuarios, a menos que pretendan que emulemos a los ciudadanos indios, viajando en el
techo o colgados por los cuatro costados.
Primero debe ser el ciudadano
quien dé el primer paso y luego ya veremos qué se hace con la frecuencia de
paso del transporte público. Apuesto a que tendrán que producirse avalanchas de
usuarios en el metro, en las estaciones de tren y en las paradas del bus para
que entonces se decidan a incrementar el servicio. Esto es como esperar a que
se produzcan accidentes mortales en un tramo peligroso de carretera antes de
poner los medios para prevenirlos.
De igual modo, se nos está
intentando convencer para que el próximo vehículo que adquiramos sea eléctrico,
o híbrido enchufable, dejando atrás el anticuado coche a gasolina o gasoil,
muchísimo más contaminante. Lo que no nos cuentan es lo que hay detrás de la
producción del coche eléctrico y más concretamente de la fabricación de sus
enormes baterías, que utilizan materias primas, como el manganeso, que se han
convertido en un bien tan escaso y preciado que su explotación, tanto material
como humana, recuerda a los “diamantes de sangre”. Pero esto ya es otra
historia —no menos importante— que ahora no viene a cuento.
Aparte de que me da la
impresión que, una vez más, estamos siendo objeto de una manipulación, tras la
que se esconden grandes intereses comerciales, volvemos a encontrarnos en una
situación parecida a la del transporte público. El coche eléctrico tiene una
autonomía todavía bastante limitada, requiriendo repostar (cargar la batería) cada
300-500 Km, según la marca y modelo. Esto, para alguien que realice unos
desplazamientos cortos, no es problemático, pero ¿qué ocurre si nos vamos de
vacaciones con el coche y circulamos por las carreteras de toda la geografía
española? ¿Cuántos puntos de recarga encontraremos a lo largo de nuestro recorrido?
Y luego hay que añadir el tiempo de repostaje eléctrico. Por ahora existen tres
tipos de carga: lenta, semi rápida y rápida, con una duración de entre 5 y 8
horas, entre 1 hora y media y 3 horas, y de unos 15 minutos, respectivamente. Indistintamente
de sus respectivas características, ventajas y desventajas, siguen sin existir
puntos de recarga suficientes. Incluso en el caso —de momento muy poco
habitual— de tener uno en el propio domicilio, son muy pocos los puntos que
podemos encontrar, incluso en las grandes ciudades. A excepción de disponer de
una toma eléctrica en el domicilio, que permite optar por la carga lenta a mucho
más baja potencia, en situaciones normales hay que recurrir a la carga rápida,
que es la que ofrecen las gasolineras y puntos de recarga en la calle. Cada vez
se ven más en estaciones de servicio, en la vía pública y en algunos
aparcamientos de los grandes centros comerciales. Pero sigue existiendo, a mi
modo de vez, un gran inconveniente. Solo hay que comparar lo que se tarda en
repostar en una gasolinera con combustible líquido y en uno de esos puntos de
carga eléctrica. Concretamente, en mi población, con 30.000 habitantes, solo
existen, de momento, cuatro —de carga lenta, de 8h a 10h, y semi rápida, de 2h
a 3h— que siempre están ocupados —salvo, me imagino, a altas horas de la noche
y de madrugada—. Esperar a que uno de ellos quede libre requerirá un tiempo no
siempre disponible. Y ¿qué haces durante la recarga? ¿Te vas a dar una vuelta o
al cine? En un viaje por carretera, parar en un área de servicio para repostar
y aprovechar para ir al baño o tomarte un café es algo muy habitual y requiere
poco tiempo. Pero si de lo que se trata es de recargar la batería del coche
eléctrico, dadas las circunstancias, mejor tomarse un abundante refrigerio,
echar una cabezadita o quedarse a comer mientras el coche se va, paralelamente,
alimentando. Y ¿qué ocurre si son veinte o treinta los vehículos que requieren
enchufarse a la vez?
Volviendo a los viajes de
largo recorrido, no quiero imaginarme las tribulaciones de un conductor que
haya decidido hacer un viaje de placer por lugares de la
tierra patria por los que no discurren autopistas, autovías, ni siquiera
carreteras nacionales. ¿Existe un mapa de puntos de recarga para poder
planificar el viaje sin contratiempos? ¿Podría recargar mi coche eléctrico cada
400 kilómetros viajando por la cornisa cantábrica, por el pirineo catalán,
aragonés o navarro, o por cualquier otra ruta turística?
Si bien en las grandes
ciudades debe de haber bastantes puntos (en Barcelona capital hay unos veinte,
si no estoy mal informado), el tiempo de espera sigue siendo un gran
inconveniente. De momento, con un coche eléctrico habrá que estar planificando
concienzuda y constantemente dónde y cuándo lo vamos a cargar. Todavía queda
mucho por desarrollar. Nos venden la imagen del coche eléctrico como la panacea
y a mí se me antoja como el origen de muchos quebraderos de cabeza para quien
lo use con mucha frecuencia y para recorridos alejados de las grandes ciudades,
de las principales áreas de servicio y de las grandes superficies que han
pensado en esta prestación para sus clientes.
Así pues, muchas veces se
empieza la casa por el tejado. Y creo que este es uno de esos casos. Primero
apuesta por una nueva modalidad de vida o de movilidad y luego ya se intentará paliar
el déficit del servicio público. Primero hay que ver cuántos usuarios siguen
las recomendaciones “oficiales” y a continuación se intentará resolver sus
necesidades. El primer paso siempre se espera que lo dé el ciudadano, en lugar
de que sea la Administración la que dé ejemplo y los anime a usar los medios
que ha puesto a su alcance. Tú primero, es la norma. Y ese tú somos siempre
nosotros.