miércoles, 9 de junio de 2021

¿Quién da el primer paso?

 


Tú, primero. No, tú primero. Y así sucesivamente. Como niños o como una pareja de enamorados. Es la pescadilla que se muerde la cola, como pretender saber qué fue primero, si el huevo o la gallina.

Cuando un Gobierno, ya sea central, autonómico o municipal, lanza una propuesta que implica a todos los ciudadanos, obligándoles o animándoles a cambiar sus hábitos, representando ello un mínimo —o no tan mínimo— esfuerzo, siempre tiene que ser este quien dé el primer paso y luego ya vendrán las inversiones públicas para compensar ese esfuerzo.

Y para muestra, dos botones: la incentivación del uso del transporte público —algo que viene de muy lejos— y del coche eléctrico. Ambas propuestas tienen básicamente por objeto combatir el creciente nivel de contaminación atmosférica y, por ende, luchar contra el cambio climático. Hasta aquí todo correcto.

Pero ¿quién debe dar el primer paso?

Se le pide al ciudadano que usa habitualmente su coche para trasladarse, bien a su lugar de trabajo, bien a cualquier otro destino, que deje el coche en casa y tome el transporte público. Nada que objetar. Pero ¿qué hace la administración? ¿Dónde están los parkings disuasorios prometidos, bien en las entradas de las grandes ciudades, bien en las estaciones de tren? Si dejamos el coche en casa, no hay suficientes autobuses urbanos ni convoyes de trenes para absorber el gran incremento de usuarios, a menos que pretendan que emulemos a los ciudadanos indios, viajando en el techo o colgados por los cuatro costados.

Primero debe ser el ciudadano quien dé el primer paso y luego ya veremos qué se hace con la frecuencia de paso del transporte público. Apuesto a que tendrán que producirse avalanchas de usuarios en el metro, en las estaciones de tren y en las paradas del bus para que entonces se decidan a incrementar el servicio. Esto es como esperar a que se produzcan accidentes mortales en un tramo peligroso de carretera antes de poner los medios para prevenirlos.

De igual modo, se nos está intentando convencer para que el próximo vehículo que adquiramos sea eléctrico, o híbrido enchufable, dejando atrás el anticuado coche a gasolina o gasoil, muchísimo más contaminante. Lo que no nos cuentan es lo que hay detrás de la producción del coche eléctrico y más concretamente de la fabricación de sus enormes baterías, que utilizan materias primas, como el manganeso, que se han convertido en un bien tan escaso y preciado que su explotación, tanto material como humana, recuerda a los “diamantes de sangre”. Pero esto ya es otra historia —no menos importante— que ahora no viene a cuento.

Aparte de que me da la impresión que, una vez más, estamos siendo objeto de una manipulación, tras la que se esconden grandes intereses comerciales, volvemos a encontrarnos en una situación parecida a la del transporte público. El coche eléctrico tiene una autonomía todavía bastante limitada, requiriendo repostar (cargar la batería) cada 300-500 Km, según la marca y modelo. Esto, para alguien que realice unos desplazamientos cortos, no es problemático, pero ¿qué ocurre si nos vamos de vacaciones con el coche y circulamos por las carreteras de toda la geografía española? ¿Cuántos puntos de recarga encontraremos a lo largo de nuestro recorrido? Y luego hay que añadir el tiempo de repostaje eléctrico. Por ahora existen tres tipos de carga: lenta, semi rápida y rápida, con una duración de entre 5 y 8 horas, entre 1 hora y media y 3 horas, y de unos 15 minutos, respectivamente. Indistintamente de sus respectivas características, ventajas y desventajas, siguen sin existir puntos de recarga suficientes. Incluso en el caso —de momento muy poco habitual— de tener uno en el propio domicilio, son muy pocos los puntos que podemos encontrar, incluso en las grandes ciudades. A excepción de disponer de una toma eléctrica en el domicilio, que permite optar por la carga lenta a mucho más baja potencia, en situaciones normales hay que recurrir a la carga rápida, que es la que ofrecen las gasolineras y puntos de recarga en la calle. Cada vez se ven más en estaciones de servicio, en la vía pública y en algunos aparcamientos de los grandes centros comerciales. Pero sigue existiendo, a mi modo de vez, un gran inconveniente. Solo hay que comparar lo que se tarda en repostar en una gasolinera con combustible líquido y en uno de esos puntos de carga eléctrica. Concretamente, en mi población, con 30.000 habitantes, solo existen, de momento, cuatro —de carga lenta, de 8h a 10h, y semi rápida, de 2h a 3h— que siempre están ocupados —salvo, me imagino, a altas horas de la noche y de madrugada—. Esperar a que uno de ellos quede libre requerirá un tiempo no siempre disponible. Y ¿qué haces durante la recarga? ¿Te vas a dar una vuelta o al cine? En un viaje por carretera, parar en un área de servicio para repostar y aprovechar para ir al baño o tomarte un café es algo muy habitual y requiere poco tiempo. Pero si de lo que se trata es de recargar la batería del coche eléctrico, dadas las circunstancias, mejor tomarse un abundante refrigerio, echar una cabezadita o quedarse a comer mientras el coche se va, paralelamente, alimentando. Y ¿qué ocurre si son veinte o treinta los vehículos que requieren enchufarse a la vez?

Volviendo a los viajes de largo recorrido, no quiero imaginarme las tribulaciones de un conductor que haya decidido hacer un viaje de placer por lugares de la tierra patria por los que no discurren autopistas, autovías, ni siquiera carreteras nacionales. ¿Existe un mapa de puntos de recarga para poder planificar el viaje sin contratiempos? ¿Podría recargar mi coche eléctrico cada 400 kilómetros viajando por la cornisa cantábrica, por el pirineo catalán, aragonés o navarro, o por cualquier otra ruta turística?

Si bien en las grandes ciudades debe de haber bastantes puntos (en Barcelona capital hay unos veinte, si no estoy mal informado), el tiempo de espera sigue siendo un gran inconveniente. De momento, con un coche eléctrico habrá que estar planificando concienzuda y constantemente dónde y cuándo lo vamos a cargar. Todavía queda mucho por desarrollar. Nos venden la imagen del coche eléctrico como la panacea y a mí se me antoja como el origen de muchos quebraderos de cabeza para quien lo use con mucha frecuencia y para recorridos alejados de las grandes ciudades, de las principales áreas de servicio y de las grandes superficies que han pensado en esta prestación para sus clientes.

Así pues, muchas veces se empieza la casa por el tejado. Y creo que este es uno de esos casos. Primero apuesta por una nueva modalidad de vida o de movilidad y luego ya se intentará paliar el déficit del servicio público. Primero hay que ver cuántos usuarios siguen las recomendaciones “oficiales” y a continuación se intentará resolver sus necesidades. El primer paso siempre se espera que lo dé el ciudadano, en lugar de que sea la Administración la que dé ejemplo y los anime a usar los medios que ha puesto a su alcance. Tú primero, es la norma. Y ese tú somos siempre nosotros.