lunes, 19 de octubre de 2020

Colón, ¿inocente o culpable?

 


No es la primera vez que un grupo municipal del ayuntamiento barcelonés cuestiona el mantenimiento del famoso monumento a Cristóbal Colón, todo un clásico en el perfil urbanístico de la Ciudad Condal.

Muy recientemente estas voces han vuelto a oírse con algo más de contundencia, aprovechando una especie de revanchismo contra las figuras históricas que, vistas desde la perspectiva actual, llevaron a cabo acciones reprobables. Hace poco más de dos años ya se retiró en Barcelona la estatua de Antonio López, Marqués de Comillas, de la plaza que todavía lleva su nombre (creo que eso no lo han cambiado), por su pasado esclavista.

De hecho, han sido muchas las estatuas de personajes, mayoritariamente políticos, que se han derribado en el mundo. Y es que ofende ver cómo se ha erigido un monumento conmemorativo a alguien que tuvo un comportamiento vergonzoso e incluso delictivo. La cuestión está en definir, en cada caso, qué se entiende por comportamiento indigno. Si nos dejáramos llevar exclusivamente por la opinión de la ciudadanía, estaríamos derribando estatuas casi cada año, en función del pensamiento político dominante. Quizá debería haber un consenso nacional o internacional para definir quién fue un tirano, un criminal de guerra, un lo que sea. Pero ya se sabe que la historia no es una ciencia exacta y, según se dice, la escriben los vencedores o, en el caso que me ocupa, los conquistadores. Y es que, a colación de lo mencionado al principio, me gustaría tratar aquí la figura del navegante, cartógrafo, almirante, Virrey y Gobernador General de las Indias al servicio de los Reyes Católicos, el universalmente famoso Cristóbal Colón o Cristoforo Colombo, si es que era realmente genovés. Solo espero no incomodar a mis amigos de Hispanoamérica que me siguen.

Vaya por delante que mis conocimientos en Historia son los que me enseñaron en la escuela, y de eso hace tantos años que mis siguientes afirmaciones podrían ser fruto de un adoctrinamiento acaecido en aquellos lejanos años sesenta. Por lo tanto, solo me atrevo a poner sobre la mesa los motivos que llevaron al insigne navegante a descubrir las Américas y que considero indiscutibles.  

Antes, permitidme que lance una pregunta al aire: ¿Es culpable aquel cuyo descubrimiento es posteriormente utilizado para hacer el mal o con otros fines distintos a los que pretendía? ¿Debemos culpabilizar, por ejemplo, a Alfred Nobel por el uso de la dinamita con fines bélicos? Y así podríamos incluir a muchos investigadores en la lista de despropósitos y malas prácticas a las que sus inventos dieron lugar con el tiempo.

Dicho esto, ¿por qué, pues, se considera ahora a Cristóbal Colón un genocida por las barbaridades que se cometieron contra los indígenas durante la colonización del Nuevo Mundo? ¿Es justo que se derriben estatuas en su honor en diversas ciudades norteamericanas por haber abierto la puerta a una conquista que llevó al cruel sometimiento de la población nativa? ¿Acaso empuñó un arma o dirigió un ataque contra los territorios conquistados?

Quizá mi ignorancia me lleve a pecar de incauto, pero, por lo que todos sabemos, el motivo que llevó a Colón a lanzarse al mar, una vez conseguido el beneplácito y la financiación Real, fue doble: utilizar una ruta más corta hacia las Indias, por mar, en dirección opuesta a la habitual, hacia Occidente, demostrando, de paso, que la Tierra no era plana. Ello, además, podía tener mayores beneficios comerciales para la Corona. Pero con lo que no contaba el insigne navegante era que en medio de esa ruta se encontraría con un escollo geológico: un continente hasta entonces desconocido, al que se le acabó llamando América, por Américo Vespucio, a quien algunos llegaron a atribuir el verdadero descubrimiento, cuando lo que parece cierto es que fue quien supo reconocer que las tierras descubiertas por Colón pertenecían a un nuevo continente.

Hasta aquí lo aprendido, al menos por los que ya peinamos canas, en la escuela.

Juzgar la historia de lo acontecido siglos atrás con los ojos de hoy es algo delicado, cuando no peligroso, por su posible descontextualización o su interpretación interesada. Por si eso fuera poco, atribuir crímenes a quienes no intervinieron, ni siquiera indirectamente, en una contienda sangrienta, me parece tremendamente grave e injusto. Evidentemente, si Colón no hubiera descubierto América, los Reyes Católicos no habrían enviado a sus soldados, Generales, Gobernadores y vasallos para tomar posesión de aquellas tierras hasta entonces desconocidas, de las que se atribuyeron la propiedad exclusiva por el simple hecho de haber puesto un pie encima, como hicieran más tarde los colonos anglosajones que desembarcaron del Mayflower, a principios del siglo XVII, en la costa noreste de los actuales Estados Unidos de América. Y esta gesta también acabó a la larga con reyertas, ataques y finalmente guerras contra los indios americanos, los verdaderos y legítimos propietarios de aquellas tierras.

Lo que un día fue glorioso, hoy puede resultar ignominioso. Ante ello, solo cabe la posibilidad de limpiar la mala imagen y la mala conciencia reconociendo la verdad, pero exigir hoy una disculpa oficial por parte de un país por lo que hicieron sus antepasados siglos atrás, aunque pueda parecer justo, se me antoja fuera de lugar. ¿Hasta dónde nos tendríamos que remontar para tener que purgar los pecados de nuestros predecesores? Con ello no quiero decir que tengamos que olvidar el pasado y exculpar de los malos actos cometidos tiempo atrás a quienes los perpetraron, pues en tal caso tampoco deberíamos seguir condenando las atrocidades cometidas por los nazis. En mi opinión, solo los agravios recientes requieren una reparación formal y aquellos que intervinieron activamente y con conocimiento de causa merecen ser castigados por ello. Considero que la memoria histórica debe tener un plazo; no nos podemos remontar a la Edad Media para condenar las Cruzadas. Sí debemos conocer los hechos tal como se desarrollaron, pues es cierto que quien no conoce la historia, está condenado a repetirla.

Colón quiso demostrar que la Tierra era redonda y que, por lo tanto, se podía llegar a las Indias, de las que España se proveía de especias y de otros productos muy preciados, surcando los mares hacia Occidente. El descubrimiento de América fue, sin duda, un hallazgo, no solo inesperado, sino excepcional por la repercusión que tuvo al añadir posesiones de ultramar a la Corona Española y su consiguiente explotación.

Probablemente Colón se enriqueció de todo ello, pero que interviniera en la persecución de los nativos parece no ser real. Es muy cierto que existen opiniones contradictorias sobre este personaje. Hay quien dice que murió pobre, otros que muy rico, hay quien afirma que utilizó a nativos como esclavos. Hay, en definitiva, aspectos oscuros sobre su vida y milagros, como suele ocurrir con otros muchos personajes importantes de la Historia, personajes venerados que, de pronto, caen en desgracia. Sin ir más lejos, ahí tenemos a Winston Churchill, un héroe nacional de la Segunda Guerra Mundial en Gran Bretaña, cuya estatua londinense también ha sido objeto de ataques furibundos alegando su supuesto racismo. Y ello no acabará aquí, pues parece que vamos a contemplar la caída de muchas estatuas erigidas en honor de personas presuntamente poco honorables. Una especie de caza de brujas, pero en plan simbólico-monumental.

Insisto en que no me parece bien honorar, mediante bustos, estatuas ecuestres y demás esculturas, a quienes han acabado demostrado no ser merecedores de esas distinciones. Deberíamos abolir cualquier tipo de evocación y enaltecimiento público a tales figuras como muestra de rechazo, pero quizá deberíamos ser más prudentes a la hora de calificar la actuación de ciertos personajes “ilustres” antes de demoler o hacer desaparecer sus efigies o las placas que dan nombre a una calle, plaza o avenida. Y en este contexto yo salvaría decididamente toda representación, ya sea pictórica o escultural, del descubridor de América, aunque dicha gesta diera lugar a actos execrables por parte de los colonizadores que le siguieron.

Por lo tanto, demoler una de las estatuas más famosas y emblemáticas de la ciudad de Barcelona, como es la de Cristóbal Colón, o siquiera trasladarla a un lugar oculto, como se ha hecho en otros casos —no sé cuál podría albergar una torre de sesenta metros de altura—, me parece algo, no solo injusto, sino ridículo y absurdo. Solo representa una innegable hazaña que, en su tiempo, fue gloriosa para España. Sacar a colación el genocidio producido a los pueblos indígenas, del que ese descubridor no tuvo culpa alguna, me parece totalmente fuera de lugar.

Es cierto que el dedo del “Colón barcelonés” no apunta a América, pues, para ello, debería hacerlo en dirección a las Ramblas. Queda mucho mejor señalar hacia el mar que a tierra firme. En realidad, lo hace hacia Italia. ¡Qué cosas! Si Colón, desde las alturas, pudiera hacer rotar ese enorme cilindro de hierro que lo soporta, debería, en su defensa, señalar a los verdaderos culpables de lo que ocurrió en América hace más de quinientos años. Más vale ser acusado de delator que de genocida.

¿Creéis que Cristóbal Colón fue inocente o, por el contrario, culpable de las barbaridades cometidas en nombre de la Cristiandad y de la Corona Española? Yo, desde luego, lo absolvería.


miércoles, 7 de octubre de 2020

Incongruencias

 


Quien no haya experimentado alguna contradicción en su vida que tire la primera piedra. Pero una cosa es contradecirse en aspectos más o menos banales y otra muy distinta vivir en constante contradicción en cuestiones morales.   

Estamos acostumbrados a ver serias incoherencias a nuestro alrededor, y no voy a referirme a lo que hemos visto y estamos viendo en relación al modo de actuar frente a la Covid-19 porque ya sería muy redundante. Ojalá el SRAS-CoV-2, el coronavirus de los cojones, se muriera de tanto nombrarlo, como el amor que se rompió de tanto usarlo en la canción de la Jurado, en paz descanse.

El caso es que estamos rodeados de incongruencias, de situaciones anómalas que claman al cielo y que, como en tantas otras situaciones alarmantes, la comunidad internacional y cualquier ciudadano de a pie ignora, la primera por desidia o mala voluntad, el segundo, el pobre, por otros motivos mucho menos malévolos.

La lista de incoherencias que se dan a diario en nuestra sociedad sería demasiado larga para enumerarlas aquí y, además, me olvidaría de muchas otras. Así que solo voy a mencionar, como muestra, solo tres, pero que, por su rabiosa actualidad, son las que han motivado mi entrada de hoy.

Vemos a países que se llaman democráticos, o quieren aparentarlo, que persiguen a sus disidentes de las formas más variopintas y macabras. Unas veces, las menos, los atacan verbalmente, desacreditándolos, acosándolos; otras, las más, deteniéndolos por, por ejemplo, revelación de “secretos de estado” —eufemismo para definir al destape de las vergüenzas oficiales—; y otras, las más horribles, envenenándolos o haciéndolos desaparecer allí donde puedan ser cazados.

También vemos cómo representantes de la policía, local, estatal o nacional, según el país de que se trate, infringe gravemente la ley y los derechos humanos, atacando, vapuleando salvajemente, e incluso abatiendo a tiros, a manifestantes que exigen justicia y a ciudadanos cuya única falta ha sido desobedecer las órdenes de un agente armado y tener la piel de otro color.

Y recientemente, y mucho más cerca, vemos algo que, si no tuviera una trascendencia política importante, sería pura anécdota, algo risible. Vemos a antiguos dirigentes socialistas hablando el lenguaje de la ultraderecha y a un partido que se dice socialista defendiendo a capa y espada a la monarquía. Un socialismo monárquico es como la cuadratura del círculo. Ver para creer.

Respeto profundamente todas las ideologías, siempre que, a su vez, respeten la libertad de expresión, en particular, y los derechos humanos, en general. Pero la derecha es la derecha y la izquierda es la izquierda. Ya escribí hace algún tiempo que tener dinero no está forzosamente reñido con ser de izquierdas. Pero hay cosas que, por lógica, son incompatibles. Ahora solo faltaría que hubiera monárquicos comunistas. No podría haber peor incongruencia. Pero tiempo al tiempo.