No es la primera vez que un
grupo municipal del ayuntamiento barcelonés cuestiona el mantenimiento
del famoso monumento a Cristóbal Colón, todo un clásico en el perfil
urbanístico de la Ciudad Condal.
Muy recientemente estas voces
han vuelto a oírse con algo más de contundencia, aprovechando una especie de
revanchismo contra las figuras históricas que, vistas desde la perspectiva
actual, llevaron a cabo acciones reprobables. Hace poco más de dos años ya se
retiró en Barcelona la estatua de Antonio López, Marqués de Comillas, de la
plaza que todavía lleva su nombre (creo que eso no lo han cambiado), por su
pasado esclavista.
De hecho, han sido muchas las
estatuas de personajes, mayoritariamente políticos, que se han derribado en el
mundo. Y es que ofende ver cómo se ha erigido un monumento conmemorativo a
alguien que tuvo un comportamiento vergonzoso e incluso delictivo. La cuestión
está en definir, en cada caso, qué se entiende por comportamiento indigno. Si
nos dejáramos llevar exclusivamente por la opinión de la ciudadanía, estaríamos
derribando estatuas casi cada año, en función del pensamiento político
dominante. Quizá debería haber un consenso nacional o internacional para
definir quién fue un tirano, un criminal de guerra, un lo que sea. Pero ya se
sabe que la historia no es una ciencia exacta y, según se dice, la escriben los
vencedores o, en el caso que me ocupa, los conquistadores. Y es que, a colación
de lo mencionado al principio, me gustaría tratar aquí la figura del navegante,
cartógrafo, almirante, Virrey y Gobernador General de las Indias al servicio de
los Reyes Católicos, el universalmente famoso Cristóbal Colón o Cristoforo
Colombo, si es que era realmente genovés. Solo espero no incomodar a mis amigos
de Hispanoamérica que me siguen.
Vaya por delante que mis
conocimientos en Historia son los que me enseñaron en la escuela, y de eso hace
tantos años que mis siguientes afirmaciones podrían ser fruto de un
adoctrinamiento acaecido en aquellos lejanos años sesenta. Por lo tanto, solo
me atrevo a poner sobre la mesa los motivos que llevaron al insigne navegante a
descubrir las Américas y que considero indiscutibles.
Antes, permitidme que lance
una pregunta al aire: ¿Es culpable aquel cuyo descubrimiento es posteriormente
utilizado para hacer el mal o con otros fines distintos a los que pretendía? ¿Debemos
culpabilizar, por ejemplo, a Alfred Nobel por el uso de la dinamita con fines
bélicos? Y así podríamos incluir a muchos investigadores en la lista de
despropósitos y malas prácticas a las que sus inventos dieron lugar con el
tiempo.
Dicho esto, ¿por qué, pues, se
considera ahora a Cristóbal Colón un genocida por las barbaridades que se
cometieron contra los indígenas durante la colonización del Nuevo Mundo? ¿Es
justo que se derriben estatuas en su honor en diversas ciudades norteamericanas
por haber abierto la puerta a una conquista que llevó al cruel sometimiento de
la población nativa? ¿Acaso empuñó un arma o dirigió un ataque contra los territorios
conquistados?
Quizá mi ignorancia me lleve a
pecar de incauto, pero, por lo que todos sabemos, el motivo que llevó a Colón a
lanzarse al mar, una vez conseguido el beneplácito y la financiación Real, fue
doble: utilizar una ruta más corta hacia las Indias, por mar, en dirección
opuesta a la habitual, hacia Occidente, demostrando, de paso, que la Tierra no
era plana. Ello, además, podía tener mayores beneficios comerciales para la
Corona. Pero con lo que no contaba el insigne navegante era que en medio de esa
ruta se encontraría con un escollo geológico: un continente hasta entonces desconocido,
al que se le acabó llamando América, por Américo Vespucio, a quien algunos
llegaron a atribuir el verdadero descubrimiento, cuando lo que parece cierto es
que fue quien supo reconocer que las tierras descubiertas por Colón pertenecían
a un nuevo continente.
Hasta aquí lo aprendido, al
menos por los que ya peinamos canas, en la escuela.
Juzgar la historia de lo
acontecido siglos atrás con los ojos de hoy es algo delicado, cuando no
peligroso, por su posible descontextualización o su interpretación interesada.
Por si eso fuera poco, atribuir crímenes a quienes no intervinieron, ni
siquiera indirectamente, en una contienda sangrienta, me parece tremendamente grave
e injusto. Evidentemente, si Colón no hubiera descubierto América, los Reyes
Católicos no habrían enviado a sus soldados, Generales, Gobernadores y vasallos
para tomar posesión de aquellas tierras hasta entonces desconocidas, de las que
se atribuyeron la propiedad exclusiva por el simple hecho de haber puesto un
pie encima, como hicieran más tarde los colonos anglosajones que desembarcaron
del Mayflower, a principios del siglo XVII, en la costa noreste de los actuales
Estados Unidos de América. Y esta gesta también acabó a la larga con reyertas,
ataques y finalmente guerras contra los indios americanos, los verdaderos y
legítimos propietarios de aquellas tierras.
Lo que un día fue glorioso,
hoy puede resultar ignominioso. Ante ello, solo cabe la posibilidad de limpiar
la mala imagen y la mala conciencia reconociendo la verdad, pero exigir hoy una
disculpa oficial por parte de un país por lo que hicieron sus antepasados
siglos atrás, aunque pueda parecer justo, se me antoja fuera de lugar. ¿Hasta
dónde nos tendríamos que remontar para tener que purgar los pecados de nuestros
predecesores? Con ello no quiero decir que tengamos que olvidar el pasado y
exculpar de los malos actos cometidos tiempo atrás a quienes los perpetraron,
pues en tal caso tampoco deberíamos seguir condenando las atrocidades cometidas
por los nazis. En mi opinión, solo los agravios recientes requieren una
reparación formal y aquellos que intervinieron activamente y con conocimiento
de causa merecen ser castigados por ello. Considero que la memoria histórica
debe tener un plazo; no nos podemos remontar a la Edad Media para condenar las
Cruzadas. Sí debemos conocer los hechos tal como se desarrollaron, pues es
cierto que quien no conoce la historia, está condenado a repetirla.
Colón quiso demostrar que la
Tierra era redonda y que, por lo tanto, se podía llegar a las Indias, de las
que España se proveía de especias y de otros productos muy preciados, surcando
los mares hacia Occidente. El descubrimiento de América fue, sin duda, un
hallazgo, no solo inesperado, sino excepcional por la repercusión que tuvo al
añadir posesiones de ultramar a la Corona Española y su consiguiente
explotación.
Probablemente Colón se
enriqueció de todo ello, pero que interviniera en la persecución de los nativos
parece no ser real. Es muy cierto que existen opiniones contradictorias sobre
este personaje. Hay quien dice que murió pobre, otros que muy rico, hay quien afirma
que utilizó a nativos como esclavos. Hay, en definitiva, aspectos oscuros sobre
su vida y milagros, como suele ocurrir con otros muchos personajes importantes
de la Historia, personajes venerados que, de pronto, caen en desgracia. Sin ir
más lejos, ahí tenemos a Winston Churchill, un héroe nacional de la Segunda
Guerra Mundial en Gran Bretaña, cuya estatua londinense también ha sido objeto
de ataques furibundos alegando su supuesto racismo. Y ello no acabará aquí,
pues parece que vamos a contemplar la caída de muchas estatuas erigidas en
honor de personas presuntamente poco honorables. Una especie de caza de brujas,
pero en plan simbólico-monumental.
Insisto en que no me parece
bien honorar, mediante bustos, estatuas ecuestres y demás esculturas, a quienes
han acabado demostrado no ser merecedores de esas distinciones. Deberíamos
abolir cualquier tipo de evocación y enaltecimiento público a tales figuras
como muestra de rechazo, pero quizá deberíamos ser más prudentes a la hora de
calificar la actuación de ciertos personajes “ilustres” antes de demoler o
hacer desaparecer sus efigies o las placas que dan nombre a una calle, plaza o
avenida. Y en este contexto yo salvaría decididamente toda representación, ya
sea pictórica o escultural, del descubridor de América, aunque dicha gesta
diera lugar a actos execrables por parte de los colonizadores que le siguieron.
Por lo tanto, demoler una de
las estatuas más famosas y emblemáticas de la ciudad de Barcelona, como es la
de Cristóbal Colón, o siquiera trasladarla a un lugar oculto, como se ha hecho
en otros casos —no sé cuál podría albergar una torre de sesenta metros de
altura—, me parece algo, no solo injusto, sino ridículo y absurdo. Solo
representa una innegable hazaña que, en su tiempo, fue gloriosa para España.
Sacar a colación el genocidio producido a los pueblos indígenas, del que ese
descubridor no tuvo culpa alguna, me parece totalmente fuera de lugar.
Es cierto que el dedo del
“Colón barcelonés” no apunta a América, pues, para ello, debería hacerlo en
dirección a las Ramblas. Queda mucho mejor señalar hacia el mar que a tierra
firme. En realidad, lo hace hacia Italia. ¡Qué cosas! Si Colón, desde las
alturas, pudiera hacer rotar ese enorme cilindro de hierro que lo soporta,
debería, en su defensa, señalar a los verdaderos culpables de lo que ocurrió en
América hace más de quinientos años. Más vale ser acusado de delator que de
genocida.
¿Creéis que Cristóbal Colón
fue inocente o, por el contrario, culpable de las barbaridades cometidas en
nombre de la Cristiandad y de la Corona Española? Yo, desde luego, lo
absolvería.