martes, 11 de mayo de 2021

Recuerdos

 


La entrada de hoy tiene aires de nostalgia, toques de tristeza, pero creo que se asienta en una base de realidad. Y es que la realidad a veces se viste de muchos colores, incluidos el negro, o el gris. La entrada de hoy va de recuerdos y los recuerdos hacen aflorar sentimientos contradictorios.

Recordar es estar vivo y mantiene con vida a quienes nos han dejado. «Mientras alguien te recuerde seguirás vivo», se dice, y así es. Así que solo dejaremos de existir cuando nuestros descendientes —nietos o bisnietos— abandonen este mundo.

Pero hablemos de vida y no de muerte. Ahora, cuando ya peinamos canas, pero aún seguimos con los pies en este mundo, son muchas las ocasiones en las que, bien casualmente, bien intencionadamente, giramos la vista atrás y nos deleitamos observando imágenes de nuestra infancia y juventud, cuando todavía vivíamos aventuras de un solo día, experiencias colectivas con amigos y familiares, y viajes inolvidables. Viendo esas películas y esas fotos que ya han perdido su color original, experimentamos un abanico de sensaciones. Alegría, pena, quizá incluso amargura al contemplar unas escenas en las que aparecen personas de las que a veces ya nos cuesta recordar su voz.

Ver a nuestros padres, gozando de salud, haciendo de abuelos, y a nuestros hijos, felices, haciendo de nietos, contemplar a aquellos chiquillos que ahora han superado la treintena y que ya nos han hecho abuelos es como saborear algo dulce pero que nos deja un regusto ligeramente amargo. Porque comprobamos que el tiempo ha pasado como un suspiro y tenemos la impresión de que no lo hemos sabido aprovechar. Sentimos el vano deseo de retroceder en el tiempo para volver a disfrutar de aquellos memorables instantes. Pero como ya es imposible, nos contentamos con esas imágenes, sonoras o mudas, que tantos recuerdos nos traen.

¿Porqué nos gusta recordar el pasado, aunque ello nos produzca dolor o cuando menos tristeza? Nos deleitamos en retrasar el reloj y parar el tiempo por unos instantes. Pero ¿es sana esta práctica? ¿No nos hundirá en una melancolía enfermiza? Anclarse en el pasado puede tener serias consecuencias para nuestra salud mental. Revivir tiempos pretéritos no debería ocuparnos más tiempo del justo y necesario para no olvidarlos ni olvidar a nuestros seres queridos. Lo que importa es el presente y, a lo sumo, el futuro inmediato. El pasado ya no existe y el futuro tampoco. Ambas cosas solo están en nuestra mente. ¿Por qué, pues, nos gusta tanto recordar?

Cada cual tiene sus necesidades, sus filias y sus fobias. Del mismo modo, cada uno reacciona de modo distinto a unas imágenes entrañables e incluso dolorosas. Siempre me ha costado entender cómo alguien que ha perdido a un ser muy querido le complace visionar vídeos y fotografías en los que aparece cuando solo han pasado unos pocos días o semanas de su partida. Yo no podría. Hay quien, por el contrario, es incapaz de hacerlo hasta que no se siente preparado para afrontar esa dolorosa experiencia. Piensas en tus padres fallecidos con cariño, los extrañas, pero te duele verlos y oírlos como si fuera ayer que estaban compartiendo contigo ese momento en la playa o celebrando tu cumpleaños. En el otro extremo está ese padre o esa madre que no se cansa de ver, una y otra vez, vídeos de su hijo recientemente fallecido cuando todavía no ha superado todas las etapas del duelo. Ese dolor autoinfligido no me parece adecuado y puede confundirse o solaparse con una actitud masoquista.

Pero volviendo a las situaciones normales, a la de los viejos álbumes de fotos o vídeos caseros, qué es lo que nos empuja a rebuscar entre los momentos de felicidad que, a la vez, nos entristecen por formar parte de un pasado irrecuperable y nos enfrentan a una dura realidad: el asombro al contemplar el envejecimiento físico, hasta el punto de que casi no nos reconocemos en esas imágenes, y la terrible sensación de lo rápido que ha pasado el tiempo. Lo que daríamos para que nuestros hijos volvieran a ser pequeños y para que nuestros padres volvieran a sentarse en la mesa por Navidad. Y siendo esto imposible, nos gusta memorizar esos instantes pasando las hojas de un álbum de fotos a sabiendas que sentiremos una profunda nostalgia y que, al cerrarlo, soltaremos un suspiro de resignación y nos secaremos una lágrima preñada de nostalgia.

Recordar es bueno, porque nos hace sentir vivos y devuelve a la vida a quienes nos han dejado, pero ¿es bueno sufrir viendo o pensando en todo lo que hemos dejado atrás, sintiendo que nuestros días se acercan irremediablemente a su fin y que un día no muy lejano seremos nosotros a quienes buscarán en el álbum de recuerdos familiar?

Sea como sea, me gusta recordar y me gustaría ser recordado.