lunes, 29 de abril de 2024

Un nuevo virus

 


Siendo estudiante aprendí lo que era un virus: un agente infeccioso que se replica en el interior de las células de un huésped, obligándolas a fabricar miles de copias de sí mismo y propagarse así a distintas zonas del cuerpo. La introducción de un virus en un organismo vivo se conoce como infección y esta puede pasar de un organismo infectado a otro sano rápidamente, pudiendo alcanzar a una gran cantidad de población e incluso llegar a lugares remotos desde donde apareció el primer brote.

Algunos de estos virus “biológicos”, pueden llegar a atacar el cerebro, produciendo, entre otras enfermedades, la encefalitis, que, en caso de curación, puede dejar importantes secuelas cerebrales.

Más tarde conocí la existencia de otro tipo de virus, el virus informático, un software diseñado por el hombre y que tiene por objeto alterar el funcionamiento de muchos y variados dispositivos. La introducción de un virus de este tipo también se conoce como infección y también puede propagarse con rapidez, llegando a afectar a un gran número de usuarios de todo el globo si no se logra encontrar un antivirus eficaz a tiempo. El tratamiento, lógicamente, no cae en manos de los médicos, sino de los expertos en informática.

Pero tengo la impresión de que existe un tercer tipo de virus, que también se propaga rápidamente y ante el cual no se ha descubierto todavía un tratamiento, ni siquiera preventivo. Aunque no se ha llegado a aislar, parece ser que siempre ha estado entre nosotros, pero no ha alcanzado la notoriedad de los dos anteriores a pesar de ser altamente contagioso y virulento. Este nuevo virus, que al igual que uno biológico parece afectar también al cerebro, expresa una gran variedad de síntomas en quien lo padece y lo propaga, que es un ser humano que, una vez infectado, deja de comportarse como tal.

Este virus, endémico ya en algunos países, ha ido saltando de país a país y de continente a continente, salvando todos los obstáculos naturales y artificiales. Su contagio se ha visto facilitado y acelerado gracias a la intervención de las redes sociales y de ciertos medios de comunicación, actuando estos de vehículo. No sé si llegará al rango de pandemia, pero me da la impresión de que así pueda ser tarde o temprano.

Lo malo es que los huéspedes que todavía no se han visto contagiados poco pueden hacer para frenar su difusión, excepto alertar de su peligro e intentar convencer a la población más expuesta y vulnerable de su peligrosidad. Pero al igual de lo que sucede con otros muchos problemas que afectan seriamente a nuestra sociedad —como el maltrato y el cambio climático—, existen muchos negacionistas, indolentes e ignorantes, que no ven, o no quieren ver, la peligrosidad de su expansión, tanto local como internacional, convirtiéndose en presas fáciles y propagadores de esta enfermedad, que se manifiesta de múltiples formas: agresividad, intolerancia, resentimiento, odio visceral, deseo de revancha y de acabar con el que discrepa, exacerbamiento de los prejuicios ya existentes, falta absoluta de empatía, un claro sesgo irracional de la realidad —lo que es blanco se ve negro y viceversa—, indisposición y reacción violenta ante todo tipo de cambio, impotencia para reconocer los propios errores a la vez que se acentúan o se inventan los del contrario, tendencia a la mentira compulsiva y falta de sonrojo ante ella, y un largo etcétera que, en su conjunto, deteriora gravemente la convivencia y el orden mundial.

Ojalá apareciera una mutación espontánea y este virus se transformara en una variedad inocua para el ser humano, que revirtiera todos estos efectos nocivos. Pero como creo que ello no está dentro de lo esperable, tendremos que convivir con él y protegernos de su infección, hasta que se descubra una vacuna permanente. Y que Dios reparta suerte, pues no existen mascarillas protectoras ni se sabe cómo erradicarlo. Lo único que podemos hacer es probar algún tipo de inmunoterapia o intentar neutralizar los efectos de nuestra impotencia con la ayuda de un ansiolítico o de un terapeuta que no haya sido todavía infectado.


jueves, 18 de abril de 2024

Volando voy, volando vengo

 


El precio de la vivienda, tanto de propiedad como de alquiler, es cada vez menos asequible para muchas familias y especialmente para las jóvenes parejas que quieren convivir juntas y los jóvenes que quieren independizarse. En estos casos, encontrar un piso, sobre todo en ciudades como Madrid o Barcelona, es cada vez más complicado debido a los precios desorbitados y a los alquileres excepcionalmente elevados. Y aunque muchos intentan compartir habitaciones o vivir en poblaciones dormitorio, en muchos casos tampoco les alcanza el dinero. Prueba de esta escandalosa situación, las redes sociales se hicieron eco recientemente de un caso en el que se alquilaba en Madrid un piso, por llamarlo de alguna forma, de doce metros cuadrados por 475 euros al mes. Increíble pero cierto.

Si esta situación se agrava en poblaciones eminentemente turísticas, el caso de Ibiza roza lo esperpéntico.

Es bien sabido que el turismo se asienta en la hostelería y la restauración. Cuantos más hoteles y restaurantes, más flujo de turistas, tanto españoles como extranjeros. ¿Y de quién dependen ambos negocios? De sus trabajadores. Pues resulta, como decía, esperpéntico que estos empleados de temporada no hallen donde caerse muertos a la hora de descansar, teniendo algunos que dormir en un sofá arrendado por 500 euros al mes —que el arrendador califica como un auténtico “chollo”— o, en el mejor de los casos, en furgonetas y autocaravanas. Y todo porque con sus salarios no se pueden permitir pagar un alquiler mínimamente decente, si es que pueden encontrar algún piso disponible que no se haya destinado al turismo. ¿No es un contrasentido? Se necesitan trabajadores, pero no tienen donde alojarse.

Un caso aparte y especialmente llamativo es el de Karla Andrade, una maestra de primaria mallorquina que trabaja en un colegio de Ibiza, al que fue destinada y que, debido a los inconvenientes del alto precio de la vivienda en esa isla balear, debe tomar dos aviones diarios para desplazarse de su residencia a su lugar de trabajo y de vuelta a casa, un problema que comparte con otros muchos trabajadores en sus mismas circunstancias.

Según ha contado esta joven, el coste de los vuelos es de unos 800 euros al mes, y eso gracias a la bonificación existente para los residentes que vuelan interislas, mientras que el alquiler de un piso en Ibiza puede rondar, lo más barato, unos 1.400 euros, a todas luces impensable para quien —según las fuentes consultadas— gana unos 1.200 euros al mes. Por lo tanto, si a este sueldo se le restan los 800 euros de transporte aéreo, a nuestra profesora le quedan 400 euros mensuales netos para vivir. Es de suponer que, al vivir en pareja, ambos contribuyentes a la economía familiar puedan hacer frente a los gastos de supervivencia.

Si hablamos de viviendas de compra, en términos absolutos, el precio más elevado en las islas Baleares se sitúa precisamente en Ibiza, con una media de unos 4.000 euros el metro cuadrado, habiendo alquileres por habitación que llegan a la friolera de 2.400 euros mensuales, todo un despropósito.

Si la Constitución española consagra el derecho a una vivienda digna, ¿cómo es que ninguna institución pública ha calibrado la magnitud de este problema, que en el caso concreto de las islas Baleares provocará un colapso por falta de trabajadores públicos y del sector turístico privado?

En todo el territorio español, con las lógicas diferencias entre Comunidades, la vivienda se ha convertido en un auténtico problema, por su encarecimiento y por la falta de vivienda social, que la recientemente aprobada (mayo de 2023) Ley de la vivienda no ha conseguido todavía paliar y que muy probablemente hallará serias dificultades para su desarrollo, bien por falta de interés político real o de coraje, bien por las presiones y renuencia de los especuladores y fondos buitre. Y ya sabemos que las leyes, por muy beneficiosas que sean para la ciudadanía, una vez aplicadas pueden cambiarse tan pronto cambia el partido en el Gobierno.

Y hasta que este problema no se resuelva —si es que se resuelve—, la multitud de trabajadores que se ve obligada a desplazarse en avión de su lugar de residencia al de su trabajo y viceversa, por falta de una vivienda asequible donde establecerse definitivamente, que lo pague con el sudor de su frente y que se aplique la canción: Volando voy, volando vengo; por el camino yo me entretengo.


lunes, 8 de abril de 2024

Curanderos modernos

 


El hombre de la fotografía —que puedo publicar porque es una persona pública y muy conocida, por lo menos en Catalunya— se llama Josep Pàmies (Balaguer, 1948) y es un campesino y posteriormente curandero, que se hizo famoso hace años por su defensa de los remedios naturales como la estevia. Esta fue su primera incursión en el curanderismo.

La estevia es una planta cuyas hojas poseen un poder edulcorante muy superior (las cifras varían según la publicación consultada) a la de la sacarosa (el azúcar de mesa), de ahí que se haya incluido como edulcorante natural en zumos, bebidas edulcoradas e incluso comidas.

Conocida esta propiedad, al señor Pàmies se le ocurrió explotarla de forma que recomendaba consumir esa parte de la planta como si de una lechuga se tratara. Sus cultivos de estevia se incrementaron exponencialmente para dar salida comercial a su producto. Pero la cosa no quedó ahí, pues se publicaron algunos artículos que le concedían a este producto la capacidad de reducir la acidez estomacal, de evitar la proliferación de patógenos en nuestro organismo, de combatir la diabetes, de reducir la hipertensión arterial y, ojo al dato, de reducir el riesgo de padecer cáncer de páncreas, por su contenido en kaempferol, un componente antioxidante. Así que pasamos de un simple edulcorante a un producto con múltiples propiedades curativas. De este modo, se abrió la veda a los vendedores de productos naturales milagrosos, con múltiples aplicaciones médicas. Y desde entonces, el campesino leridano vio en ello un potencial maravilloso para hacerse famoso y rico, o rico y famoso, que el orden de los factores no altera el producto.

Su empeño en promulgar y vender todo tipo de falsos medicamentos, llevó al departamento de salud de la Generalitat de Catalunya a sancionarlo, en septiembre de 2018, con dos expedientes por la venta de este tipo de productos desde su página web: uno de 30.000 euros por una preparación de plantas destinada a la cura del cáncer y la leucemia, y el otro de 90.000 euros por la venta de una solución de clorito de sodio (MMS) para el autismo.

Lejos de disuadirle de continuar con esta práctica, Pàmies siguió con su cruzada. En octubre de 2018, fue nuevamente multado con 600.000 euros por una conferencia sobre el MMS, que tuvo lugar en la ciudad de Balaguer, y en febrero de 2019 otra por un acto en Argentona, con la participación de Pep Riera, otro agricultor conocido por su activismo social y político, y de Teresa Forcades, médica, teóloga y monja benedictina, que se hizo famosa por su beligerancia contra la industria farmacéutica y su negacionismo ante las vacunas para la gripe A, primero, y la Covid-19, después, quienes han denunciado lo que consideran una persecución a Pàmies.

Viendo que Pàmies proseguía con su campaña, en 2020, el Consejo General de Colegios de Médicos de Catalunya presentó una denuncia contra él ante la fiscalía del Tribunal Superior de Justicia por un delito contra la salud pública y otra por publicidad engañosa en el contexto de la grave emergencia sanitaria a causa de la pandemia de Covid-19. Ambas quedaron inusitadamente archivadas.  Este año 2024, nuevamente el departamento de salud de la Generalitat le ha multado con 1,2 millones de euros por seguir promoviendo el uso del MMS para tratar el autismo.

Aparte de que la venta de clorito de sodio es fraudulenta e ilegal, por no estar registrado como medicamento, y totalmente ineficaz en el autismo, sin ningún tipo de estudio clínico controlado que lo avale, su ingestión puede provocar serios efectos secundarios e intoxicación.

Es cuando menos sorprendente que Pàmies sea un campesino venido a científico y que figuras que para mí eran respetables, como la de Teresa Forcades, se hayan convertido en sus adláteres de este sinsentido. Porque, si todo lo dicho hasta ahora fuera poco, en contraposición a sus veleidosas afirmaciones a favor de falsos medicamentos, Pàmies afirma categóricamente que el VIH y la hepatitis C no existen.

Llegado a este punto, me asombra que las autoridades sanitarias hayan sido, y sigan siendo, tan tolerantes con este individuo que pone en riesgo la salud de los consumidores de sus productos milagrosos, o en el mejor de los casos, que les tima vendiéndoles un placebo. Lo único que han hecho hasta ahora ha sido incrementar el monto de las multas sucesivas.

Considero que a alguien que pone en serio peligro la salud pública, se le debería aplicar el código penal y no limitarse a imponerle multas, que seguramente paga con gusto —«Si quieren multarme, que me multen», ha llegado a afirmar—, porque las ganancias de su negocio fraudulento exceden con creces a estos gastos punitivos.

¿A qué está esperando la administración catalana para poner definitivamente freno a los desmanes de este delincuente que tiene, además, la desfachatez de plantarles cara? ¿Acaso esperan que se produzca alguna muerte o intoxicación grave como la del aceite de colza? Cuando ello tenga lugar, todos escurrirán el bulto y se echarán las culpas mutuamente. Así actúan nuestros políticos, incluso en asuntos tan graves como este.