En Catalunya Radio emitieron,
desde 1987 hasta 2008, un programa nocturno que llevaba por nombre “La nit dels
ignorants” (La noche de los ignorantes), en el cual los radio-oyentes
llamaban haciendo preguntas sobre hechos curiosos, cuyas respuestas las daban, en
caso de saberlas, otros oyentes.
Como yo no he sido aficionado
a poner la radio —salvo en el coche y generalmente para oír música— y menos de
noche, supe de ese programa por un amigo noctámbulo que sí lo seguía y que muchas
veces compartió conmigo alguna de sus enseñanzas.
Sí tengo, en cambio, La nit
del ignorants 2.0, un libro de Ferran Grau que publicó Angle Editorial en
2013 y en el que se incluyen, según reza la sinopsis, “las 200 preguntas y
respuestas más singulares”. Pero en él no hallé la respuesta a dos interrogantes
que siempre me han intrigado y que no ha sido hasta hace unos pocos años que tuve
la ocasión de desvelar, aunque sigo dudando de su veracidad, a saber:
- ¿De dónde procede el término
“bikini” que en Cataluña se refiere a lo que en el resto de España —o por lo
menos en gran parte de ella— se conoce como mixto o sándwich de jamón y queso?,
y
- ¿Por qué en los restaurantes de barrio —o en la gran mayoría de ellos— siempre sirven paella los jueves?
En el primer caso, la
respuesta obtenida me resulta bastante fiable, pues han sido varias las fuentes
—y al parecer solventes— que coinciden en ella.
En el segundo, son dos las explicaciones
que he obtenido para justificar esta costumbre y ambas de dos taxistas de
Madrid. Y ya se sabe, lo que no sepan los taxistas...
Son muchas las anécdotas que
podemos contar los catalanes sobre los distintos nombres y formas de pedir una
bebida o comida fuera de Cataluña. En mi caso, esta experiencia se circunscribe
a Madrid, por ser la capital que más veces he visitado durante mi vida laboral,
y donde, por ejemplo, pedir un café, a secas, es ser muy poco preciso, dada la
gran variedad de posibilidades: solo, con leche, normal, de desayuno, en vaso,
en taza… Por no hablar de lo que le ocurrió a una amiga mía la primera vez que
entró en una cafetería de la Gran Vía madrileña y se le ocurrió pedir un suizo,
que en Cataluña es chocolate a la taza con nata, y allí es un bollo azucarado.
Y así podría relatar un largo etcétera de curiosidades, malentendidos y
meteduras de pata de tipo lingüístico.
Así pues ¿qué ocurriría si, fuera
de mi tierra, entrara en un bar y pidiera un bikini? Así como el pa amb tomaquet
(pan con tomate o pantumaca como algunos le llaman) o el all i oli
(alioli) sí se han exportado fuera del territorio catalán, me temo que el
bikini, o biquini, todavía es un desconocido, al menos para la mayoría de la
gente. Pero ¿de dónde procede su nombre?
Bikini era una sala de fiestas
y de copas que se hizo muy famosa en la Barcelona de los años sesenta, ubicada
en la avenida Diagonal (entonces avenida del Generalísimo). Era un local con
sala de baile, terraza y minigolf muy frecuentado por las parejas “pijas” de la
época. En él no solo se podía tomar unas copas sino también comer algo ligero.
Hoy día tengo entendido que solo es una discoteca.
Pues bien, ese local incluyó,
entre sus ofertas gastronómicas ligeras, un sándwich equivalente al
Croque-Monsieur francés, es decir, un sándwich caliente de jamón y queso, hasta
entonces desconocido en España, y que en la sala bikini se hizo muy popular y
apreciado, tanto que cuando sus clientes habituales iban a otro local de las
mismas características pedían «un sándwich como el del Bikini». Hasta que acabó, por extensión, tomando
su nombre y desde hace muchísimos años con pedir simplemente un bikini ya es
suficiente.
Entremedias, dejadme mencionar
un caso —hay quien lo califica de leyenda urbana— en el que un plato no toma el
nombre del local que lo sirve, como en este caso mencionado, sino del cliente
que lo pide, como es el arroz “parellada”. Este plato consiste en arroz tipo
paella, pero cuyos ingredientes están limpios de polvo y paja. La carne está
deshuesada y el marisco pelado. Ideal para mí que en esto del comer soy muy
finolis. Pues bien, su nombre procede —según se cuenta— de uno de los mejores
clientes del lugar donde tuvo su origen. Un tal Juli María Parellada, cliente
muy rico, fino y delicado que frecuentaba el famoso restaurante barcelonés Set
Portes (Siete Puertas) siempre pedía un arroz con esas características para
no tener que ensuciarse las manos. De este modo, el camarero acabó pidiendo a
la cocina “un arroz para el señor Parellada”. Desde entonces puede encontrarse
este plato en muchos otros restaurantes catalanes, como en el también famoso
restaurante Señor Parellada, que nada tiene que ver, según sus propietarios,
con esta historia, real o ficticia.
Y hablando de arroz, vamos a
por la segunda intriga histórica que, como he dicho, me la aclararon dos
taxistas, cada uno con su versión, la primera de las cuales la he oído en más
de una ocasión, por lo que quizá cabría darle más crédito, aunque a mí se me
antoja dudosa.
A principios de siglo XX —no
puedo precisar más— las sirvientas que trabajaban para las familias de alta
alcurnia, libraban los jueves y para no dejar todo el peso de la cocina a la
señora de la casa, le dejaban preparados todos los ingredientes de una paella,
de modo que solo tuviera que mezclarlos, añadir agua, y poner la paellera al
fuego. A mí no me resulta algo fácil para quien no está habituado a cocinar
—más fácil habría sido preparar una tortilla de patatas, pero, claro, no debía
ser un manjar tan fino— y tampoco entiendo cómo una costumbre de la alta
sociedad se extendiera a todos los restaurantes de España.
La segunda versión me resulta,
hasta cierto punto, más creíble pero también me extraña esa difusión a nivel
nacional.
El caso es que a Franco le
gustaba mucho, a partes iguales, la paella y la caza. Y resulta que siempre que
iba de caza lo hacía en jueves. Como los restauradores de la zona donde solía
ir a cazar sabían de esa predilección, pero desconocían dónde iría y a qué
restaurante acudiría para almorzar, todos tenían en su carta, por si acaso,
paella. De este modo agasajaban al Generalísimo del único modo que sabían y
podían.
De esta segunda versión también
me choca que esa costumbre se extendiera a todo el país. Que cuando el dictador
salía de caza, todos los restaurantes de la región incluyeran en su menú ese
plato tan español por si se le ocurría aparecer, se me antoja algo posible pero
improbable, pues me imagino que los acompañantes de su excelencia ya se
encargaban de avisar al restaurante donde aterrizarían sus posaderas para que
estuvieran preparados y tuvieran el detalle —o la obligación— de satisfacer el
gusto y el apetito del Caudillo. Y también me choca que de ello tomaran nota
todos los restaurantes del país hasta nuestros días.
¿Teníais
conocimiento de estas singularidades y de esas versiones que las justifican? ¿Podéis contar alguna otra curiosidad que acabara imponiéndose de forma generalizada?