Ahora
que los Máster están al orden del día, he recordado mi desafortunada
experiencia. Y es que hay Másteres reales, falsos y fallidos. El mío fue un Master interruptus.
Allá
por el año 2006, yo trabajaba en una farmacéutica alemana, pionera, en su país
de origen, en la comercialización de medicamentos a base de plantas
medicinales. Aunque en su Vademécum ya eran más numerosos los medicamentos de
síntesis, los formulados con extractos vegetales seguían siendo abundantes y la
Empresa seguía apostando, aunque con menor intensidad, por la fitoterapia
(tratamiento a base de plantas).
Como
en casi todas las Empresas en las que he trabajado, existía una remuneración
extra anual por objetivos cumplidos. Cada año se fijaban varios objetivos (el tipo,
número y complejidad variaba en función del cargo), unos eran personales y
otros compartidos. Por falta de ideas o de posibilidades, cada año resultaba más difícil fijar los objetivos
personales que, si bien debían ser aprobados por el superior jerárquico
inmediato, proponía el interesado.
Por
definición, un objetivo debe representar un reto difícil pero no imposible de
alcanzar, debe llevar implícito un esfuerzo extra y ajeno a las tareas
habituales del departamento. El objetivo personal debe redundar en el beneficio
del empleado pero también de la Empresa.
Así
pues, por aquella fecha tuve la brillante idea de proponer, como objetivo
personal, la realización (y superación) de un Máster en Fitoterapia. Como
responsable del departamento técnico y regulatorio, un conocimiento más
detallado de las plantas medicinales y sus extractos aportaría un valor añadido
a mi formación como farmacéutico y, como resultado, beneficiaría indirectamente
a la filial española.
Mi
propuesta pilló con el paso cambiado a mi superior, el Director General, pues como
quien dice acababa de aterrizar en la Empresa y no estaba familiarizado con la
estrategia de I+D de la Central, de modo que minimizó el interés de la Compañía
por la fitoterapia. A pesar de ello, tras mi insistencia, acabó accediendo,
pero con una condición: el coste no debía acercarse, ni de lejos, a los dos mil
euros por curso que solía costar esa titulación. Vi, por lo tanto, muy mermada
la posibilidad de cursar un Máster presencial, como el que ofrecía la
Universidad de Barcelona (UB), de dos años de duración, y cuyo coste, si mal no
recuerdo, rondaba esa cifra.
Pero
mi superior, al igual que yo (bendita ignorancia), desconocía que la Empresa
patrocinaba, junto a otros institutos y sociedades científicas, un Máster
“Virtual” (no presencial) organizado también por la UB, y que, como empleado,
podía beneficiarme de un precio especial que prácticamente solo cubría los
gastos del material académico. De este modo, de los dos mil euros del coste
oficial, la Empresa solo debía abonar doscientos. Una verdadera ganga. Por una
vez tuve que agradecer a mis compañeros de Marketing su colaboración, pues
fueron ellos los que me pusieron sobre aviso de esta circunstancia al enterarse
de mi propósito.
Al
poco recibía el material de estudio, consistente en dos gruesos volúmenes
(véase la imagen que encabeza esta entrada): el primero sobre los fundamentos
de la fitoterapia (aspectos básicamente botánicos y químicos) y el segundo
sobre la aplicación clínica de las plantas medicinales y de sus extractos.
Una
vez en posesión de este material, inicié su estudio a marchas forzadas (uno,
que es meticuloso, impaciente y ansioso por cumplimentar lo que sea lo más
rápidamente posible). Todas las tardes, salvo los fines de semana, dedicaba
unas dos horas al estudio. Cada Volumen estaba constituido por varios Módulos, cada
Módulo por varios Temas y cada uno de estos por varios Capítulos. Al término de
cada Tema había un ejercicio de autoevaluación, cuyas respuestas se hallaban al
final del Volumen. Mi plan de estudio consistió en no pasar al siguiente Tema
sin haber superado el ejercicio de autoevaluación con, por lo menos, un
notable. En una libreta llevaba la cuenta de las puntuaciones obtenidas. Al
completar el primer Volumen, volví a repetir todo el proceso, con la
particularidad que, en esa segunda ronda, las notas debían ser iguales o
superiores a las obtenidas en la primera, de lo contrario tenía que repetir
todo el Tema. Superada con éxito esa segunda vuelta, procedí al estudio del
segundo Volumen con idéntica metodología. Al cabo de once meses y medio ya
había concluido las dos rondas de cada Volumen y me disponía a hacer un último
repaso general contrarreloj, antes de que se anunciara la fecha para el examen presencial,
cosa que debía estar al caer. Estaba nervioso y preocupado, pues sentía que,
aun estando medianamente bien preparado para superar el examen, me habría
faltado uno o dos meses más para acabar de pulir y dominar todo el temario. No
solo quería superar el examen sino hacerlo con nota.
Como
pasaban los días y no recibía ninguna notificación de la Secretaría del Máster,
me puse en contacto con ella por correo electrónico. Al cabo de una semana
aproximadamente recibí su respuesta, indicándome que, al igual que la gran mayoría
de Másteres, este tenía una duración de dos años. ¡Dos años! Y yo esforzándome
y estrujándome los sesos para completarlo en doce meses (maldita ignorancia).
Tras
la sorpresa inicial, acompañada de un cierto malestar por el gran esfuerzo realizado
en vano, vino la consiguiente relajación. Bueno, pensé, tengo un año más para
volver a estudiarlo todo con calma y con la ventaja de tener una base muy
sólida. Ahora solo debía ir repasando cada uno de los Módulos, Temas y
Capítulos con muchísima más tranquilidad. Esos dos meses que habría necesitado
para acabar de reafirmar mis conocimientos, se convertían en doce. Eso estaba
chupado. Otra cosa era contarle a mi jefe este percance, que significaría no
haber visto cumplido el objetivo. Ya lo haría el próximo año.
Pero
nunca hay que lanzar las campanas al vuelo, dar algo por sentado, menospreciar
al enemigo, ni vender la piel del oso antes de cazarlo, porque el hombre
propone y las circunstancias disponen.
En
primer lugar, me tomé un merecido descanso de dos meses, sin contar agosto. En
noviembre reinicié el estudio, convencido que sería como miel sobre hojuelas.
¡Cuán equivocado estaba! El caso es que no lograba recordar lo que tan bien
había aprendido, no avanzaba con la misma rapidez, las notas que obtenía en
cada evaluación eran muy inferiores a las de la vez anterior. ¿A qué se debía
ese estrepitoso fracaso? Os lo diré: a la mente.
Cuando
antes mencioné las circunstancias, que tanto pueden resultar propicias como
adversas, a mí me saltaron a la yugular, a mi motivación, a mis ganas de seguir
con ello. ¿Y qué circunstancias fueron estas que actuaron de forma tan
perniciosa? Pues que la Empresa, cuyo director general se había mostrado reacio
a aceptar mi objetivo autoimpuesto, fue adquirida, sorpresivamente, por una
Mutinacional italiana, con lo que, de la noche a la mañana, muchos puestos de
trabajo quedaban pendientes de un hilo, un hilo muy fino que pendía, a su vez,
de muy arriba, o debería decir de Milán, el centro de toma de decisiones, y que
resolvería nuestro futuro inmediato. Aunque mi puesto quedó, en relativamente
poco tiempo, asegurado, mi estado de ánimo, al igual que el del resto de empleados
(muchos acabarían en la calle tras el cierre de la fábrica), andaba por los
suelos. Asambleas, huelgas, piquetes, se convirtieron en una parte del paisaje laboral
cotidiano. El equipo directivo, entre el que me encontraba, pasamos a ser el
enemigo del pueblo. En más de una ocasión, nuestros vehículos tuvieron que ser
protegidos por los Mossos de Esquadra de la furia de aquellos que habían sido
hasta entonces compañeros, a la salida y entrada del recinto. ¿Y qué culpa
tenía yo por haber sido ratificado en mi cargo, mientras otros se verían en la
calle? No me extenderé en consideraciones en torno al ambiente y a la actitud
agresiva del personal en tales circunstancias que, por desgracia, me ha tocado
vivir en bastantes ocasiones; enfrentamientos entre los compañeros que se van y
los que se quedan y entre los empleados de rango inferior y los mandos
intermedios y superiores, viendo cómo amigos de años se convierten en enemigos
por haberles tocado en suerte o en desgracia un determinado bando.
Pero volviendo
a mi querido y torturado Máster, este pasó a ocupar un segundo plano en mis
inquietudes profesionales. Aun así, me propuse no tirar la toalla; nunca he
abandonado algo que he empezado, siempre he procurado cumplir con mi palabra y
mis objetivos, y esta no era una excepción. Aunque muy poco, la Empresa había
invertido un dinero conmigo y yo me había comprometido a aprovechar esa
oportunidad, aunque fuera con un año de retraso con respecto a lo inicialmente
previsto. Pero aquella Empresa ya no existía y a la nueva le importaba un
carajo mi Máster y mis conocimientos de fitoterapia. Pero a mi no. No he
sufrido nunca de “titulitis”, pero ya que había dedicado tanto tiempo y
esfuerzo a ese cometido, tenía que seguir adelante como fuera y finiquitarlo.
Pero mi cerebro no estaba de mi parte. Se había obrado un milagro, pero en
sentido contrario al esperado. Mi genio de la lámpara, en lugar de otorgarme un
favor, me perjudicaba de tal modo que era incapaz de recordar lo aprendido y me
mutilaba también la memoria a corto plazo, incapacitándome para asimilar de
nuevo lo que debía haber quedado sedimentado en mi memoria.
De
este modo, me vi incapaz de sacar adelante con éxito mi objetivo, no me sentía
mínimamente preparado para superar el examen que se acercaba inexorablemente
mientras yo seguía en una especie de parálisis cerebral. Llegué a pensar si era
la edad lo que me dificultaba a seguir adelante, pero solo había transcurrido un
año desde que inicié aquel plan de estudios que resultó tan exitoso. De pronto,
viendo mi impotencia, decidí mandar al carajo el Máster de los cojones (me
perdonaréis la expresión, pero es tal como lo sentí en aquel momento) y
dedicarme a sobrevivir en el nuevo ambiente creado y embrutecido por la
adquisición Empresarial que se saldó con más de cien despidos de una plantilla
de ciento cincuenta, sin contar la red de ventas, que se vio también seriamente
afectada.
Si os
cuento esta historia, personal pero quizá no intransferible, pues quizá muchos
habréis vivido situaciones semejantes, no es solo para hacer constar lo
ocurrido con lo que he calificado como Master
interruptus, sino para evidenciar cómo el estado de ánimo y la falta de
entusiasmo puede hacer fracasar el más honorable, apasionante, valioso y
apreciado propósito.
Y es
que el hombre propone, las circunstancias disponen… y las emociones
descomponen. Y yo me quedé sin mi Máster.
Dedicado a mi amiga
bloguera Paloma Celada, alias Kirke buscapina, que nos deleitó con sus
vicisitudes durante la elaboración de su tesis doctoral en “Doctoranda al borde
de un ataque de nervios” en su blog Leer, el remedio del alma (http://buscapina7.blogspot.com/)