Es una tontería, lo sé, pero llevo mucho tiempo, diría que años, queriendo hacerlo. Si no lo he hecho antes es porque, por una parte, no quería que nadie me tomara por un intolerante, un tiquismiquis, vamos un “tocapelotas”, en definitiva alguien insoportable; y por otra porque no tenía dónde plasmarlo, salvo en mi mente.
Cada vez que me hallaba frente a algo que me disgustaba sobre la conducta ajena -eso que, aun siendo cotidiano, no acabo de tragar por absurdo, ridículo o inadecuado-, pensaba en que podría anotarlo, hacer una lista de esas cosas que se repiten y que nadie ataja por falta de voluntad, de interés, por considerarlas “inocuas” e intrascendentes –vamos, que no hay para tanto- o porque simplemente pasan desapercibidas a ojos de la gran mayoría de ciudadanos y consumidores.
Pero ahora que tengo una edad como para que me dé igual lo que piensen los demás, que dispongo de suficiente tiempo libre para malgastarlo en chorradas y que tengo este blog para publicarlas, me he decidido a hacer un listado de las cosas que más rabia me dan. No es un ranking. Tampoco son los cuarenta principales. De hecho, al principio solo eran veinte pero a medida que ha ido pasando el tiempo han ido in crescendo, hasta el punto de que he tenido que echar mano de las tijeras para no pasarme. Será que con el tiempo no solo me hago más viejo sino también más intransigente.
Se trata de un popurrí de cosas, algunas más trascendentes que otras. Unas son cotidianas, de esas que tienen lugar en un ambiente familiar (léase entre amigos y parientes). Algunas otras podrían incluso catalogarse de “chorradas”, pero son de esas que no trago porque nos las intentan colar, y nos las cuelan, porque piensan que somos tontos. Por cierto: somos tontos. De ahí que nos las endosen con tanta frecuencia. Nos tragamos lo que nos echen y como tenemos unas enormes tragaderas, pues para adentro. Así que cuando digo que no las puedo tragar quiero decir, en realidad, que se me atragantan pero para adentro van. Es por ello que me resultan más insoportables que el aceite de ricino. Pero sobre todo a quien no soporto es a los que están detrás de ellas.
Para no hacer una enumeración tipo lista de la compra y, de paso, hacerlas más “visuales”, las describo a continuación tal como suelen tener lugar en su escenario habitual. Hasta me he permitido separarlas por ambientes o temáticas.
Pero como, en mi maniática y sensible opinión, es en la televisión y en el cine donde más sinsentidos encuentro (quizá porque los productores y/o guionistas son quienes más nos toman por estúpidos), dedico esta primera entrada al séptimo arte y a la caja tonta. Y no voy a demorarme más, no sea que vaya a crecer tanto la lista que se haga interminable y sea yo el insoportable.
Así pues, en cine y televisión no soporto:
- Que en las películas de terror se use y abuse de los sustos sonoros, recurrentes y totalmente gratuitos: la paloma, o mejor aún, el cuervo que sale volando al abrir la puerta del granero o el gato que salta maullando al abrir la portezuela de una alacena. Que digo yo: ¿qué hace un gato dentro de un armario o quién ha sido el cabrón que ha encerrado ahí al pobre animal?
- Que los guionistas obliguen a sus personajes a comportarse de forma totalmente ilógica según la vida real: ¿quién camina a oscuras y/o marcha atrás en un lugar en el que teme que haya alguien acechándole con malas intenciones? ¿Por qué cuando alguien se encuentra un cadáver ensangrentado y con un puñal clavado en el vientre, lo primero que hace es extraérselo, sujetarlo entre sus manos mirándolo sin saber qué hacer con él y embadurnarse de la sangre del finado, para que cuando llegue la policía –que aparece en un pis pas sin saber quién la ha avisado- lo encuentre con las manos en la masa? Y luego la omnipresente frase de “no es lo que parece”
- Que la gente coma y beba en el cine haciendo ruido al masticar o sorber el refresco para luego dejarlo todo hecho un asco. ¡Menudo equipo de limpieza tienen algunas salas! Palomitas por aquí, charquitos pegajosos por allá. El negocio es el negocio. Luego se quejan de que las entradas son caras (que lo son) pero no pueden evitar comprarse su ración King size de palomitas y un bote gigante de cola que les cuesta tanto o más que la entrada. Que también me pregunto: ¿las diez y media y no han cenado ni siquiera un triste bocata? Y si han cenado, ¿tienen todavía hambre para zamparse todo aquello?
- Que en una película con escenas de cama, la chica, después de una noche de sexo, se levante de la cama para ir al baño arrastrando la sabana, la manta y el cubrecama para que, tapada hasta la nariz, el chico no le vea el culo. ¿Acaso habrán practicado sexo a oscuras?
- Que los contendientes se peguen unas palizas de órdago como si nada, puñetazos que destrozarían las manos de quien los da y el careto de quien los recibe. En cambio, cuando interesa acabar rápido, con un golpe en la cocorota se acabó y a freír espárragos.
- Que antes de que el malo se cargue a su peor enemigo, aquél le cuente a éste toda su vida, sus motivaciones para hacer lo que hace y, sobre todo, cómo ha logrado hacerlo, con todo lujo de detalles, apuntándole con el arma, y todo para dar tiempo a la poli a que llegue y le atrape. ¿Por qué no se lo carga de una vez por todas y acabamos? A fin de cuentas era a lo que iba, ¿no?
- Que cuando le cierran los ojos a un cadáver, con solo pasarle la mano por encima sin apenas tocarle los párpados éstos se cierran solos como por arte de magia.
- Que en una secuencia, uno de los científicos protagonistas le explique a otro algo que debe ser más que obvio para alguien con sus conocimientos, y solo para que el público lo entienda.
- Que cuando a alguien le piden que encienda urgentemente el televisor (hay una noticia que trastocará momentáneamente la trama y al espectador), éste se enciende ipso facto, apareciendo la imagen con solo pulsar el mando a distancia. Que me digan la marca que me lo compro.
- Que en la programación televisiva tengamos que tragarnos los frecuentes cortes publicitarios y su absurda (aparentemente) frecuencia. Que tras un corte publicitario de 45 segundos, prosiga la programación durante 5 minutos más y vuelvan a cortar diciendo que “volvemos en 7 minutos”. O que se introduzca una cuña publicitaria cuando solo falta un minuto para terminar una película y que, una vez acabada ésta, se empalme con el siguiente programa, el cual será interrumpido a los pocos minutos para volver a dar paso a la publicidad. Dicen que es la forma de asegurarse que el espectador no cambia de canal porque ya han logrado “engancharlo” de nuevo. ¡Pobre espectador!
- Que en algunas series de TV (Juego de tronos es un claro exponente de ello) tengas que estar constantemente subiendo y bajando el volumen por los continuos altibajos en el sonido. Pasan de hablar en susurros a vociferar, y luego el entrechocar de espadas o disparos y explosiones ensordecedoras cuyo estruendo se oye en todo el vecindario. Esos son los únicos momentos en que no deseo ser el propietario o usufructuario del mando a distancia. ¡Sube, que no se oye! ¡Baja, que nos vamos a volver locos!
- Que en documentales, noticias y extractos de programas de canales extranjeros quiten los subtítulos cuando todavía no he acabado de leerlos.
- Que en una tertulia o debate televisivo, todos hablen a la vez y a gritos, armando tal jaleo que uno no se entera de nada, aparte de que sean unos impresentables (esto ya se da por sentado). Y que el presunto moderador no intervenga o no logre acallarlos.
Y lo dejo aquí porque ya está bien de dar la lata.
CONTINUARÁ
(para quien esté interesado en seguir leyendo tonterías)