A mediados de octubre estuve con mi mujer en Toledo. Una visita turística cuyo detonante fue una novela, o debería decir un novelista, su autor. La novela lleva por título “Lo que encontré bajo el sofá” y el nombre del autor es Eloy Moreno, un joven escritor, ejemplo de iniciativa, tesón y de calidad narrativa. Esta es su segunda novela y acaba de publicar “El Regalo”. No es el objeto de esta entrada hablar de sus obras ni de su trayectoria como escritor. No me corresponde a mí hacerle publicidad pues para eso ya cuenta con sus propios medios. No obstante, os recomiendo encarecidamente su lectura. Si menciono estas dos novelas es porque la primera fue, como he dicho, lo que motivó nuestro viaje a la Ciudad Imperial y la segunda porque, una vez allí, asistimos a un acto de su presentación en la biblioteca del Alcázar. Una presentación que me dio mucho que pensar y sobrados motivos para leer su última obra.
Desde que mi mujer y yo leímos “Lo que encontré bajo el sofá”, sentimos la necesidad de visitar Toledo, la ciudad donde se desarrolla la historia y así conocer, con más detalle e in situ los rincones y leyendas que en ella se describen. Casualmente, Eloy organiza, dos o tres veces al año, en colaboración con “Rutas de Toledo”, unas visitas guiadas por las calles y lugares donde se desarrollan algunos de los episodios más intrigantes de la novela. Así que nos apuntamos a una de ellas y allí fuimos a pasar un lluvioso fin de semana.
Tampoco es el objeto de esta entrada comentar la visita que llevamos a cabo, en grupo y en solitario, por las calles y callejones empedrados de esa maravillosa e histórica ciudad en la que convivieron tres culturas: la musulmana, la judía y la cristiana.
Lo que de verdad me ha motivado a escribir estas líneas es lo que ha quedado en mi mente, el poso que ha dejado en mi alma la lectura de “El Regalo” y, antes de eso, las anécdotas que Eloy nos contó en el transcurso de su presentación.
Para mí (ya se sabe que una obra de arte puede ser objeto de múltiples interpretaciones según quien la analiza), “El Regalo” es un canto a la vida. Su lectura nos invita a reflexionar sobre las oportunidades que, con demasiada frecuencia, dejamos correr; los cambios que tememos emprender; la felicidad a la que renunciamos en aras de una vida cómoda y acomodada; el regalo que representa poder hacer lo que uno realmente desea y así ver cumplidos nuestros sueños.
Eloy amenizó la presentación de su nueva novela con varios ejemplos de personas que, de la noche a la mañana, tomaron una gran decisión: cambiar radicalmente de vida, dejarlo todo y comenzar de cero.
Hay que reconocer que, en todos los casos, se trataba de personas valientes y decididas, personas especiales y distintas en sus planteamientos a la mayoría de los humanos, con unos rasgos peculiares en su forma de vivir y sentir la vida. No por ello sus casos dejan de ser menos meritorios y dignos de admiración. Y como a nuestro escritor le atraen las personas “especiales”, como él mismo reconoció, se acercó a ellas para conocerlas mejor y así supo de sus cuitas y de sus sentimientos.
Todos los ejemplos mencionados tenían su enjundia pero el que más me llamó la atención fue el de un joven que lo dejó todo para dedicarse a lo que más le gustaba: la fotografía. Eloy le conoció, casualmente, mientras paseaba junto al mar. Vio cómo una chiquilla le hacía unas fotografías con una cámara de grandes dimensiones –y aparentemente de gran valor económico- que apenas lograba sostener en sus manos, haciendo verdaderos equilibrios para mantenerla en posición para disparar. Eloy dedujo que aquella niña sería su hija porque ¿quién en su sano juicio dejaría en manos de una criatura desconocida un equipo fotográfico como aquél? Cuando vio que, tras efectuar varios disparos, la niña le devolvió la cámara y se marchó, Eloy no pudo resistir la curiosidad y, acercándose a aquel joven, le preguntó quién era aquella chiquilla. “No lo sé” -le contentó-, solo quería que me hiciera unas fotos.
Y así conoció la historia de quien se presentó como Aitor Aranda, un joven administrativo que, aun estando asqueado de la vida profesional que llevaba, nunca se decidía a cortar por lo sano ese cordón umbilical que le mantenía atado a una vida aburrida y gris. El miedo a quedar libre de la estabilidad que le proporcionaba un empleo seguro y quedar abocado a la incertidumbre del ¿y ahora qué?, le mantenía inmóvil anclado a una actividad que detestaba. Hasta que un concurso fotográfico le ayudó a cambiar el “chip”.
Aitor, animado por unos amigos, decidió presentar una fotografía que había hecho a su perro con el mar de fondo. Ganó el primer premio dotado con tres mil euros. No era ésta una suma como para echar cohetes ni permitirse grandes hazañas pero, aun así, le ayudó a tomar la decisión más importante de su vida: dejó su trabajo y decidió dedicarse profesionalmente a la fotografía. Hoy es un fotógrafo de éxito y, lo más importante, feliz.
Como muy bien decía Eloy, mucha gente no se atreve a cambiar de trabajo porque cree que no sabrá hacer nada más de lo que viene haciendo desde hace muchos años. En algunos casos es precisamente eso lo que les ha llevado a la ruina. Cuando uno pierde su puesto de trabajo -algo harto frecuente en la actualidad- y no está preparado para llevar a cabo otro distinto, es cuando se hunde en el pozo. Hay que ser versátil, adaptable y emprendedor. Nunca se sabe dónde está la oportunidad de nuestra vida. Cambiar puede significar revivir, resucitar. No hay que temer al cambio. Tampoco creo que se haya de optar al cambio por el cambio. Pero ¿por qué no hacerlo cuando no estamos satisfechos ni somos felices con lo que hacemos? ¿Por qué negarnos a buscar la felicidad en otros horizontes? ¿Por qué no intentar cumplir nuestros sueños si los tenemos? Ésta ha sido la enseñanza con la que me he quedado tras la lectura de “El Regalo” y de la historia de Aitor Aranda. No es nada nuevo, lo sé, ni original, también lo sé. Pero sí es algo recurrente en muchos de nosotros: hacer oídos sordos a las oportunidades y luego quejarnos por no haberlas sabido escuchar.
Yo no sé si he llevado la vida que quería llevar. He vivido bien y no me desagrada mi profesión, el fondo. Otra cosa ha sido la forma, el modo, el medio en el que me he visto obligado a ejercerla. En varias ocasiones aposté por el cambio pero solo fueron cambios de ubicación, de empresa. A unos le sucedieron otros, siempre buscando un lugar idóneo en el que hacer mi trabajo agradablemente. Siempre he buscado ser feliz haciendo lo que me gustaba y sabía hacer y, salvo escasas y muy breves ocasiones, no lo he logrado. Quizá es que el cambio debiera haber sido mucho más radical y no supe o quise verlo. Ahora, para mí, ya es demasiado tarde. No tengo edad ni necesidad de cambiar. Pero siempre me quedará la duda de cómo me hubiera ido de haber optado por otra profesión u otras salidas. Pero lo jóvenes todavía estáis a tiempo de buscar vuestro propio regalo de la vida: la felicidad.
Lástima que no tenga lectores lo suficientemente jóvenes como para ser valientes. ¿O sí?
Imágenes: Vista de Toledo, portada de "El Regalo" y fotografía de Aitor Aranda, cortésmente cedida por Eloy Moreno.