Vivimos inmersos en la cultura
del engaño. Solo hay que ver la publicidad engañosa a la que estamos sometidos.
Productos mágicos para adelgazar, cosméticos milagrosos para eliminar lo que la
edad ha ido irremediablemente añadiendo, ofertas extraordinarias a las que no
podemos sustraernos, mientras que en la base de la pantalla del televisor se desplaza a gran
velocidad un texto diminuto, y por lo tanto ilegible, que explica la verdad, aunque
sea a medias, por si a alguien se le ocurre denunciar esa farsa que pretenden
vendernos como algo real.
Pero esto ya parece que lo
hemos asumido y entendemos que forma parte del juego. Pero de un tiempo a esta
parte, el “arte” de engañar ha adoptado diversas y peligrosas formas cada vez
más originales y sofisticadas. Ante esa propagación del fraude a domicilio, no
cesan de llegarnos mensajes advirtiéndonos de todo tipo de engaños: no llamar a
un teléfono desconocido del que has recibido una llamada perdida y sin mensaje,
no entrar en un enlace que te han enviado con la excusa de que debes confirmar
algo, no abrir documentos de origen desconocido, y por supuesto no dar nunca
datos personales e intransferibles aunque quien los solicite sea una supuesta Compañía
conocida con la que mantenemos una relación comercial. No seguir estas recomendaciones
puede llevar a que esos desaprensivos se hagan con datos privados con los que
pueden vaciarnos la cuenta bancaria, cargarnos una factura del teléfono brutal
o hacernos la vida imposible.
Como ya estoy prevenido ante
tales engaños, intento no caer en esos intentos de fraude. Pero hay Compañías
que, por su conducta negligente o ineficiente, provocan que sigamos expuestos a
posibles engaños.
Prueba de ello es que hace
unos meses, en un gran centro comercial, se nos acercó, a mi mujer y a mí, un
individuo preguntando si éramos clientes de Endesa. Al contestar
afirmativamente, nos preguntó entonces si conocíamos la nueva tarifa Tiempo
happy, con la que ahorraríamos significativamente en la factura de la luz.
Al mostrar nuestro posible interés, nos llevó hasta un mostrador y nos fue
detallando las ventajas de esa nueva modalidad. Tanto el personal como el
pequeño stand estaba claramente identificado con el nombre y logo de Endesa,
así que no había nada que temer. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando, al
rellenar el impreso de adhesión a la nueva tarifa, el comercial nos pide que le
facilitemos el número de cuenta bancaria, a lo que nos negamos en redondo,
aduciendo que este dato tenía que constar en su base de datos, pues solo
estábamos cambiando de tipo de prestación, no de Compañía. A ello respondió que
sí era necesario porque esta modificación equivalía a firmar un nuevo contrato,
para lo cual era imprescindible anotar la cuenta bancaria a la que nos
cargarían las nuevas facturas. ¿Cómo una Compañía del calibre de Endesa no
puede obtener esa información de su base de datos después de tantos años de
usarla para el cobro de nuestras facturas? Ante nuestra renuencia, el comercial
llamó a un supervisor contándole el problema, tras lo cual fuimos informados de
que al día siguiente recibiríamos una llamada de un agente para resolver el
entuerto. Pero ¿y si ello también formaba parte de una trampa?
Al día siguiente, acabé dando
el número de nuestra cuenta bancaria por teléfono, algo que, en teoría,
deberíamos haber evitado. Debo aclarar, sin embargo, que antes llamé a Endesa
para que me confirmara que esa oferta era cierta y que todo estaba en regla. En
primer lugar, me dijeron que, para montar un stand en un centro comercial, la
empresa debe pagar bastante dinero por ello, con lo cual difícilmente un
estafador haría tal cosa; en segundo lugar, me confirmaron la existencia de la
nueva tarifa con ese nombre tan happy; y en tercer lugar me corroboraron
que se trataba de un contrato nuevo a todos los efectos y que, efectivamente,
debía facilitar el número de cuenta, aunque no supieron justificar por qué no
la podían hallar en su base de datos.
Esta historia ejemplifica el
hecho de que a veces puede resultar difícil distinguir entre un fraude y un
acto burocrático legal, por muy atípico o ilógico que nos parezca, y que, en
consecuencia, pueden pagar justos por pecadores.
Por culpa de los desaprensivos
nos hemos vuelto desconfiados, aunque también es cierto que más vale pecar por
exceso que por defecto. De hecho, mientras escribía esta entrada, qué
casualidad, me entró en mi móvil un SMS de la Compañía de seguros del automóvil
advirtiéndome que la póliza estaba a punto de caducar y que si deseaba recibir
más información entrara en un enlace que acompañaban. Algo parecido hace
Movistar, MediaMark, Leroy Merlín y otras empresas, con ofertas de distinto
tipo. ¿Cómo saber si se trata de un fraude y el enlace que adjuntan contiene un
virus? Lo que dice siempre mi mujer: «Si quiero algo ya les llamaré yo».
Pues bien, llegado a este
punto, hace unos días, a pesar de mi supuesta conciencia antifraude, fui objeto
de dos tentativas de engaño en un solo día y en un breve margen de tiempo.
Debía ser el día mundial de la mentira.
En el primer caso, me llamaron
(supuestamente) en nombre de Endesa para tratar sobre mis facturas.
Casualmente, dos días antes había presentado una reclamación por el coste
desorbitado de la última factura y que, en mi opinión, se debe a un error. La
reclamación estaba, pues, en curso, así que mi subconsciente me traicionó e
interpreté, sin prestar demasiada atención a lo que me decía una joven con
marcado acento latinoamericano y hablando atropelladamente, que me intentaba
justificar el monto exagerado de la factura objeto de mi reclamación. Como yo
incidía en los detalles de la misma y justificaba por qué consideraba que se
trataba de un craso error, le di, sin darme cuenta, información a su favor.
Desde ese momento, sus explicaciones se volvieron más incongruentes, para finalmente
decirme que, como no querían perderme como cliente, me ofrecían un descuento
que ya vería reflejado en mi próxima factura que, por cierto, vendría a nombre
de Iberdrola, pero que daba igual, que era lo mismo y no cambiaba nada. Total, peccata
minuta. Como durante la charla, o mejor dicho su diatriba, me preguntó mi
edad y le dije que tenía 71 años, debió pensar que era un viejo al que se le puede
timar fácilmente. Seré viejo, pero no idiota, como dijo Carlos Sanjuan, el
promotor de la campaña contra los bancos que no atienden a los mayores como es
debido.
Así pues, como ya me percaté
de sus perversas intenciones, decliné su oferta, a pesar de sus airadas protestas,
y colgué. Llamé de inmediato a Endesa para informarles de lo acontecido y me
confirmaron que se trataba de un truco para que el cliente cambie de Compañía
y, por lo tanto, si yo no tenía intención de hacerlo, que me opusiera. De
hecho, en mi reclamación pendiente de respuesta, “amenazaba” a Endesa con
cambiarme de comercializadora, así que quizá lo acabe haciendo, pero libremente
y no a través de engaños. Y ahora me pregunto cómo la joven que me llamó sabía
mi nombre y apellidos, mi domicilio y mi correo electrónico. Quiero creer que
Iberdrola no forma parte de ese complot deliberadamente —de hecho, su base de
datos ha sido recientemente hackeada—, sino que contrata a terceros la caza y
captura de nuevos clientes, sin reparar en los métodos empleados para ello.
El segundo intento de engaño
se produjo al cabo de escasos minutos, cuando recibí un mensaje de texto
diciendo que «el paquete enviado por Correos Exprés no ha podido entregarse
porque no se han abonado las tasas de aduana —unos pocos euros—, por lo que
debía pinchar en un enlace para satisfacerlas. Borré de inmediato el texto.
Pero, ¡qué curioso! Aquella misma mañana me habían entregado un paquete por
Correo Exprés.
Me pregunto si ambas cosas
fueron casuales o por obra de ciber espías —a fin de cuentas, nos tienen
fichados—, que cuando detectaron que había presentado una reclamación a mi
Compañía de la luz o que era el destinatario de un paquete que me tenía que
hacer entrega Correos Exprés, pasaron esa información a un grupo de delincuentes
organizado para que, de un modo u otro, me colaran un gol. O dos.
La existencia de esos
estafadores anónimos hace que nuestra vida sea un poco más insegura e incluso
peligrosa. Y los supuestos adelantos tecnológicos están de su parte. ¿Cómo
luchar contra ello? Supongo que siendo más y más desconfiados. Una pena.