sábado, 23 de abril de 2022

Una hora menos en Canarias

 


Muchas veces me da la impresión de que irregularidades que podrían solventarse con relativa facilidad, se dejan como están por pura inacción que, a su vez, responde a una falta de iniciativa o interés. Eso de procrastinar es muy nuestro.

Hace tiempo traté el tema del cambio de horario de verano e invierno como algo que me parecía, si no absurdo, sí innecesario, pues no entendía las razones que abogaban por seguir haciéndolo, cuando cada año, invariablemente, volvía a ponerse en duda su conveniencia, dando a entender que esa ocasión sería la última. Y así llevamos décadas aplicando ese cambio, a pesar de las voces que indican los efectos negativos sobre nuestro reloj biológico.

Pero si modificar lo que ya es una costumbre que no solo afecta a un país, sino a prácticamente todo el globo es una tarea harto complicada, el cambio del huso horario español solo debería contar con la voluntad de nuestros gobernantes, sin tener que obtener necesariamente el beneplácito de los otros países de nuestro entorno.

Todo empezó un 16 de marzo de 1940, cuando las once de la noche pasaron a ser las doce por orden del gobierno del general Franco. Si en un principio este cambio se anunció como una medida temporal, quedó fijado —hasta el momento— a perpetuidad.

A España, por su geografía, le corresponde el huso horario del Meridiano de Greenwich (GMT), ya que la mayor parte de la península queda dentro de la zona determinada por esta línea imaginaria adoptada como referencia para los husos horarios de todo el mundo.

Después de ochenta años, toda España —excepto las islas Canarias— sigue la hora europea central, la de Berlín, en lugar de la occidental, la de Londres.

La decisión del gobierno de Franco se basó oficialmente en la “conveniencia de que el horario nacional coincidiera con la de los otros países europeos”, cuando, en realidad, se afirma que fue un gesto de aproximación a Hitler.

Hay que decir, sin embargo, que nuestro país no fue el único país europeo que adoptó esta medida, pues la hora de España, Alemania, la Francia ocupada por los nazis, la del Reino Unido y Portugal también se acompasaron con la de Berlín. Pero al terminar la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra y Portugal volvieron a la hora GMT, mientras que Francia y España no lo hicieron, aunque en el caso francés se puede alegar que como el país galo se halla situado entre dos husos horarios, el occidental y el central, es de suponer que tanto les dio volver al horario anterior o quedarse como estaban.

Así las cosas, se da la paradoja de que Vigo tiene la misma hora que Varsovia, que está a 3.200 kilómetros de distancia, y una hora más que Oporto, situada a solo 150 kilómetros.

¿Qué impide, pues, que nos alineemos con la hora GMT, la que nos corresponde? ¿Tan difícil seria volver a nuestra hora original? Con tal de no cambiar a la hora de verano en la península, a finales de marzo, cuando hay que adelantar el reloj de las 02:00 horas a las 03:00 horas, nos quedaríamos con la misma hora que en las Islas Afortunadas —que sí habrían cambiado de las 01:00 horas a las 02:00 horas— y, por lo tanto, pasaríamos a estar en el mismo huso horario que Portugal e Inglaterra. 

Pero ya se sabe que no hacer nada es mucho más cómodo. Dejar las cosas como están es la mejor manera de no complicarnos la vida. Pero ¿tanto esfuerzo requiere adoptar de nuevo la hora que no debimos abandonar?

Lo mismo ocurre con la propuesta de “normalización” de los horarios laborales y comerciales en pro de la tan aclamada conciliación familiar. Este tema es como los ojos del Guadiana, que aparece y desaparece una y otra vez, pero nadie se atreve a coger el toro por los cuernos, y eso que vivimos en un país eminentemente taurino.

Así pues, hasta que no nos adaptemos a la franja horaria a la que en realidad pertenecemos, tendremos que seguir oyendo la cantinela de “una hora menos en Canarias”.


sábado, 2 de abril de 2022

Estafadores anónimos

 


Vivimos inmersos en la cultura del engaño. Solo hay que ver la publicidad engañosa a la que estamos sometidos. Productos mágicos para adelgazar, cosméticos milagrosos para eliminar lo que la edad ha ido irremediablemente añadiendo, ofertas extraordinarias a las que no podemos sustraernos, mientras que en la base de la pantalla del televisor se desplaza a gran velocidad un texto diminuto, y por lo tanto ilegible, que explica la verdad, aunque sea a medias, por si a alguien se le ocurre denunciar esa farsa que pretenden vendernos como algo real.

Pero esto ya parece que lo hemos asumido y entendemos que forma parte del juego. Pero de un tiempo a esta parte, el “arte” de engañar ha adoptado diversas y peligrosas formas cada vez más originales y sofisticadas. Ante esa propagación del fraude a domicilio, no cesan de llegarnos mensajes advirtiéndonos de todo tipo de engaños: no llamar a un teléfono desconocido del que has recibido una llamada perdida y sin mensaje, no entrar en un enlace que te han enviado con la excusa de que debes confirmar algo, no abrir documentos de origen desconocido, y por supuesto no dar nunca datos personales e intransferibles aunque quien los solicite sea una supuesta Compañía conocida con la que mantenemos una relación comercial. No seguir estas recomendaciones puede llevar a que esos desaprensivos se hagan con datos privados con los que pueden vaciarnos la cuenta bancaria, cargarnos una factura del teléfono brutal o hacernos la vida imposible.

Como ya estoy prevenido ante tales engaños, intento no caer en esos intentos de fraude. Pero hay Compañías que, por su conducta negligente o ineficiente, provocan que sigamos expuestos a posibles engaños.

Prueba de ello es que hace unos meses, en un gran centro comercial, se nos acercó, a mi mujer y a mí, un individuo preguntando si éramos clientes de Endesa. Al contestar afirmativamente, nos preguntó entonces si conocíamos la nueva tarifa Tiempo happy, con la que ahorraríamos significativamente en la factura de la luz. Al mostrar nuestro posible interés, nos llevó hasta un mostrador y nos fue detallando las ventajas de esa nueva modalidad. Tanto el personal como el pequeño stand estaba claramente identificado con el nombre y logo de Endesa, así que no había nada que temer. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando, al rellenar el impreso de adhesión a la nueva tarifa, el comercial nos pide que le facilitemos el número de cuenta bancaria, a lo que nos negamos en redondo, aduciendo que este dato tenía que constar en su base de datos, pues solo estábamos cambiando de tipo de prestación, no de Compañía. A ello respondió que sí era necesario porque esta modificación equivalía a firmar un nuevo contrato, para lo cual era imprescindible anotar la cuenta bancaria a la que nos cargarían las nuevas facturas. ¿Cómo una Compañía del calibre de Endesa no puede obtener esa información de su base de datos después de tantos años de usarla para el cobro de nuestras facturas? Ante nuestra renuencia, el comercial llamó a un supervisor contándole el problema, tras lo cual fuimos informados de que al día siguiente recibiríamos una llamada de un agente para resolver el entuerto. Pero ¿y si ello también formaba parte de una trampa?

Al día siguiente, acabé dando el número de nuestra cuenta bancaria por teléfono, algo que, en teoría, deberíamos haber evitado. Debo aclarar, sin embargo, que antes llamé a Endesa para que me confirmara que esa oferta era cierta y que todo estaba en regla. En primer lugar, me dijeron que, para montar un stand en un centro comercial, la empresa debe pagar bastante dinero por ello, con lo cual difícilmente un estafador haría tal cosa; en segundo lugar, me confirmaron la existencia de la nueva tarifa con ese nombre tan happy; y en tercer lugar me corroboraron que se trataba de un contrato nuevo a todos los efectos y que, efectivamente, debía facilitar el número de cuenta, aunque no supieron justificar por qué no la podían hallar en su base de datos.

Esta historia ejemplifica el hecho de que a veces puede resultar difícil distinguir entre un fraude y un acto burocrático legal, por muy atípico o ilógico que nos parezca, y que, en consecuencia, pueden pagar justos por pecadores.

Por culpa de los desaprensivos nos hemos vuelto desconfiados, aunque también es cierto que más vale pecar por exceso que por defecto. De hecho, mientras escribía esta entrada, qué casualidad, me entró en mi móvil un SMS de la Compañía de seguros del automóvil advirtiéndome que la póliza estaba a punto de caducar y que si deseaba recibir más información entrara en un enlace que acompañaban. Algo parecido hace Movistar, MediaMark, Leroy Merlín y otras empresas, con ofertas de distinto tipo. ¿Cómo saber si se trata de un fraude y el enlace que adjuntan contiene un virus? Lo que dice siempre mi mujer: «Si quiero algo ya les llamaré yo».

Pues bien, llegado a este punto, hace unos días, a pesar de mi supuesta conciencia antifraude, fui objeto de dos tentativas de engaño en un solo día y en un breve margen de tiempo. Debía ser el día mundial de la mentira.

En el primer caso, me llamaron (supuestamente) en nombre de Endesa para tratar sobre mis facturas. Casualmente, dos días antes había presentado una reclamación por el coste desorbitado de la última factura y que, en mi opinión, se debe a un error. La reclamación estaba, pues, en curso, así que mi subconsciente me traicionó e interpreté, sin prestar demasiada atención a lo que me decía una joven con marcado acento latinoamericano y hablando atropelladamente, que me intentaba justificar el monto exagerado de la factura objeto de mi reclamación. Como yo incidía en los detalles de la misma y justificaba por qué consideraba que se trataba de un craso error, le di, sin darme cuenta, información a su favor. Desde ese momento, sus explicaciones se volvieron más incongruentes, para finalmente decirme que, como no querían perderme como cliente, me ofrecían un descuento que ya vería reflejado en mi próxima factura que, por cierto, vendría a nombre de Iberdrola, pero que daba igual, que era lo mismo y no cambiaba nada. Total, peccata minuta. Como durante la charla, o mejor dicho su diatriba, me preguntó mi edad y le dije que tenía 71 años, debió pensar que era un viejo al que se le puede timar fácilmente. Seré viejo, pero no idiota, como dijo Carlos Sanjuan, el promotor de la campaña contra los bancos que no atienden a los mayores como es debido.

Así pues, como ya me percaté de sus perversas intenciones, decliné su oferta, a pesar de sus airadas protestas, y colgué. Llamé de inmediato a Endesa para informarles de lo acontecido y me confirmaron que se trataba de un truco para que el cliente cambie de Compañía y, por lo tanto, si yo no tenía intención de hacerlo, que me opusiera. De hecho, en mi reclamación pendiente de respuesta, “amenazaba” a Endesa con cambiarme de comercializadora, así que quizá lo acabe haciendo, pero libremente y no a través de engaños. Y ahora me pregunto cómo la joven que me llamó sabía mi nombre y apellidos, mi domicilio y mi correo electrónico. Quiero creer que Iberdrola no forma parte de ese complot deliberadamente —de hecho, su base de datos ha sido recientemente hackeada—, sino que contrata a terceros la caza y captura de nuevos clientes, sin reparar en los métodos empleados para ello.

El segundo intento de engaño se produjo al cabo de escasos minutos, cuando recibí un mensaje de texto diciendo que «el paquete enviado por Correos Exprés no ha podido entregarse porque no se han abonado las tasas de aduana —unos pocos euros—, por lo que debía pinchar en un enlace para satisfacerlas. Borré de inmediato el texto. Pero, ¡qué curioso! Aquella misma mañana me habían entregado un paquete por Correo Exprés.

Me pregunto si ambas cosas fueron casuales o por obra de ciber espías —a fin de cuentas, nos tienen fichados—, que cuando detectaron que había presentado una reclamación a mi Compañía de la luz o que era el destinatario de un paquete que me tenía que hacer entrega Correos Exprés, pasaron esa información a un grupo de delincuentes organizado para que, de un modo u otro, me colaran un gol. O dos.

La existencia de esos estafadores anónimos hace que nuestra vida sea un poco más insegura e incluso peligrosa. Y los supuestos adelantos tecnológicos están de su parte. ¿Cómo luchar contra ello? Supongo que siendo más y más desconfiados. Una pena.