Antes de retirarme a mis
aposentos de verano, respirando el aire puro de la montaña o el yodado de la
playa, he querido dejar mi granito de arena en forma de esta nueva reflexión mundana
que he estado a punto de abortar por banal. Pero la reiteración del hecho a
criticar y la molestia que me provoca, me ha impulsado a seguir con mi plan
original. Y aquí está.
Empezaré
lanzando la siguiente pregunta retórica: ¿Por qué nos cuesta tanto ponernos en
la piel de los demás? ¿Por qué cuando estamos sentados al volante vemos a los
peatones como una molestia y cuando somos peatones vemos a los conductores como
a un enemigo?
Siempre
he intentado aplicarme la norma ética, atribuida a Confucio, que dice “no
quieras para los demás lo que no quieras para ti”. Si todo el mundo se la
aplicara a rajatabla, si fuéramos más tolerantes, la convivencia sería mucho
más fácil. Pero he observado que esa actitud prácticamente no existe.
Teniendo
en cuenta que de un tiempo a esta parte soy mucho más peatón que conductor,
considero esta crítica dirigida al ciudadano de a pie, en el sentido más
estricto de la palabra, más objetiva de lo que posiblemente habría sido hace
unos años.
Es
obvio que un vehículo siempre tiene las de ganar frente a un peatón y de ahí
que, tanto conductores como peatones, debamos ser muy cautelosos y respetuosos
a la hora de circular por zonas donde ambos coincidimos. Pero hay quien cree
que los conductores son los únicos que deben atenerse a unas normas de
circulación, cuando el peatón también está obligado a respetar unas reglas de
conducta. Y es precisamente el ─según mi apreciación─ cada vez más frecuente
comportamiento inadecuado por parte de muchos peatones lo que me ha llevado a utilizarlo
como patrón de mala conducta ciudadana. Hay muchos otros ejemplos, sin duda,
pero este me resulta particularmente peculiar.
Lo que
voy a referir puede parecer un caso anecdótico, pero creo que es un fiel
reflejo de la falta de empatía de mucha gente. No sé si este fenómeno se da
mucho más en las poblaciones pequeñas, como en la que vivo, donde los pasos de
peatones sin semáforo son mayoría absoluta o bien es algo generalizado. Quizá
se deba también a que el peatón ha ido adquiriendo un estatus de “aforado” o
intocable, otorgándosele una supremacía que antes no tenía. Cada vez hay más
calles peatonales o zonas compartidas con los vehículos, pero en las que el
peatón tiene preferencia de paso y disfrute. Pero ello ─algo que alabo─ no
tiene porqué ser óbice para que el viandante no tenga también un respeto hacia
quien va al volante. Hay que exigir educación y buena conducta a ambas partes, ya
que están condenadas a convivir.
La
sociedad es como una sala de proyección donde todos somos espectadores y en la
que hay unos más observadores y exigentes que otros. Los hay que ven la
película para pasar el rato sin más y los hay que se detienen en detalles que
pasan desapercibidos al resto. Para los primeros la película puede resultar
aceptable, buena o divertida, para los segundos mediocre, mala o incluso un
bodrio. ¿Es solo una cuestión de gustos o de saber valorar aspectos clave de
cómo se desarrolla la historia que pasa ante nuestros ojos?
Podemos
contemplar a nuestros semejantes en cualquier escenario y circunstancia y de su
comportamiento podemos sacar muchas conclusiones. Recuerdo que un amigo me dijo
una vez que por cómo una persona cuida o descuida su coche, se puede deducir
cómo es. Una persona sucia y desaliñada tendrá el coche hecho una piltrafa, una
desordenada lo tendrá hecho un revoltijo de trastos, una descuidada lo llevará
abollado o rayado por tiempo indefinido y una olvidadiza no se acordará de repostar
a su debido tiempo ni pasará las revisiones necesarias para asegurar su buen
funcionamiento. Obviamente también existe el ejemplo inverso. También podemos
adivinar el carácter de un conductor por cómo conduce e incluso por el tipo,
marca y modelo del coche que tiene. Todo ello puede ser una generalización o
simplificación, pero yo creo que algo de cierto encierran esas comparaciones.
Últimamente,
como conductor ocasional, he sido objeto de la más absoluta descortesía y
menosprecio por parte de peatones indolentes y, añadiría, maleducados. Al
volante he observado con mucha frecuencia cómo los viandantes suelen cruzar el
paso de peatones sin semáforo a velocidad de tortuga, aunque haya una cola de
vehículos esperando a que lleguen a la otra orilla sanos y salvos, sin apresurarse
mínimamente, sin acelerar el paso ni un centímetro por segundo. Incluso parece
como si disfrutaran viendo la expectativa que están creando en los conductores
mientras estos abúlicos peatones van lamiendo su cucurucho de fresa y tiran del
niño remolón o del perrito perezoso sin inmutarse lo más mínimo. A veces se
forma una procesión de peatones que, en fila india, van desfilando por la zona
cebreada, de uno en uno, o de dos en dos, eternizándose la situación. Pero
cuando por fin el terreno está despejado y uno se dispone a arrancar, surge de
pronto un rezagado que no tiene reparo alguno en prolongar aun más la
retención.
Debo
ser una persona muy nerviosa e impaciente, pero me resulta imposible andar
despacio. En un centro comercial o yendo de paseo soy incapaz de deambular como
lo hacen algunos, con una parsimonia que me resulta incomprensible. Una cosa es
pasear y otra es andar como un tullido. Pero en un lugar donde cada uno puede
campar a sus anchas, sin incomodar a los demás, eso sí que solo es un apunte
anecdótico. Pero cruzando la calle, cuando hay quienes esperan para reanudar la
marcha, el anormalmente lento caminar del peatón, que retiene a docenas de
personas que tienen el mismo derecho a llegar a su destino lo antes posible, es
un acto de falta de urbanidad.
Y ojo
con mostrar tu impaciencia, porque esos tranquilos y felices viandantes se podrían
enfurecer, a pesar de que si son ellos los que se sientan al volante ya no se
acuerdan de su proceder cuando están al otro lado de la trinchera. Del mismo
modo que los antitabaco más intolerantes suelen ser exfumadores, los peatones
más flemáticos son muchas veces los conductores más inquietos e intransigentes,
y los conductores más impacientes seguramente serán luego los peatones más parsimoniosos.
Por no
hablar de los peatones suicidas e irresponsables ─muchos de ellos, por
increíble que parezca, gente mayor─, esos que se deciden a cruzar cuando el
vehículo ya está a punto de pisar la franja rayada, o los que aparecen
súbitamente de no se sabe dónde y te obligan a pegar un frenazo a menos que
quieras regalarle un pasaje gratis al otro mundo. Y encima te miran con cara de
odio, eso si no te increpan. Ante tales posibilidades, es obligado ir con una
cautela muchas veces exagerada, pues ahora no es extraño ver cómo muchos
conductores se paran tan pronto como asoma un viandante que puede tener la
intención de cruzar la calle, aunque todavía esté a unos metros de la calzada.
Y no es un sueño ni una exageración, es algo que vengo contemplando cada vez
con más frecuencia. Algo debe estar ocurriendo para que los habitualmente imprudentes
conductores se conviertan en cautelosos ciudadanos al volante. Y creo que,
paradójicamente, esa prudencia provoca en el peatón un exceso de confianza que
se traduce en una mayor negligencia y desdén ante el conductor.
Si
tuviera que criticar comportamientos insolidarios y peligrosos por parte de
automovilistas, motoristas, ciclistas, y ahora incluso usuarios de patinetes,
esta sería una entrada interminable. Por otra parte, ese mal comportamiento es,
por desgracia, público y notorio y suele tener graves consecuencias asimismo bien
conocidas. Por ello he querido centrar aquí la atención en el peatón, que
siendo todavía más frágil que los que van sobre dos ruedas, se erige muchas
veces en un ciudadano que solo tiene derechos y no obligaciones, y para el que
un paso de peatones o paso cebra es su zona de confort, su coto privado,
su zona de recreo.
Por
supuesto que existen honrosas excepciones (yo soy una de ellas), pues hay
peatones que, al ver que te has detenido para dejarle pasar, te lo agradece con
un saludo con la mano. Yo siempre miro antes de cruzar y prefiero dejar pasar
al vehículo que ya está a punto de rebasar el paso de peatones para no
obligarle a frenar bruscamente. Y si, de todos modos, lo hace, se lo agradezco.
Como
peatón, respeto y admiro al automovilista prudente y educado, y como
automovilista detesto al peatón imprudente y maleducado. Con su falta de
empatía hacia los conductores vivirá tranquilo y feliz, pero el día que se
encuentre con la horma de su zapato, en cuanto a falta de consideración, dentro
de un vehículo, que no se queje y se acuerde del sabio Confucio, si es que sabe
quién es.
Peatón,
feliz peatón, no tientes a la suerte y vigila.