miércoles, 3 de julio de 2024

Sancionar o no sancionar, esa es otra cuestión

 


Antes de abandonarme al descanso veraniego, dejo plasmadas aquí algunas preguntas que siempre me he hecho y deseado conocer su respuesta. No obstante, como en realidad no son más que preguntas retóricas, no puedo esperar una respuesta a las mismas de una forma mínimamente convincente. Ahí van unas cuantas:

-        ¿Con quién es más tolerante la Comunidad Internacional a la hora de amonestar a un Estado que infringe las leyes internacionales?

-        ¿Por qué los EEUU siguen siendo los valedores de Israel a pesar de las atrocidades que está cometiendo su ejército en Gaza?

-        ¿Por qué existe el poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas?

-        ¿Por qué hay quien, pese a las evidencias, niega lo innegable, como es el derecho de Palestina a tener un Estado propio, al igual que Israel, o que Rusia es el verdadero agresor de Ucrania y quien amenaza la paz en la UE y no al contrario, como afirma Putin?

-        ¿Por qué a pesar de las evidencias científicas hay quienes niegan el cambio climático?

-        ¿Por qué la ultraderecha está avanzando a pasos agigantados en Europa?

Y no sigo porque la lista es innumerable.

Mi impresión general es que existe una gran tibieza a la hora de condenar y sancionar a un Estado agresor cuando este es poderoso, y las sanciones, de haberlas, suelen ser poco o nada efectivas e incluso simbólicas.

Y mientras contemplamos este panorama político internacional, otra ofensiva, algo más silenciosa, nos acecha: una ultraderecha que se va abriendo camino y tomando fuerza en países hasta ahora democráticos, y que ya ha acaparado el poder en algunos estados miembros de la Unión Europea.

Y al hilo de esto último, yo me pregunto que si para formar parte de la UE hay que cumplir unos requisitos ineludibles —básicamente el respeto al Estado de derecho y a los principios de libertad, democracia, derechos humanos y libertades fundamentales— ¿por qué no se expulsa a quienes dejan de cumplirlos? ¿Acaso es algo irreversible?

Muy probablemente, todas estas preguntas y supuestos tienen una respuesta y una explicación que mi candidez no me permite vislumbrar adecuadamente. Así pues, debo ser un iluso, un ignorante o un inmaduro.

Y con mi candidez, ignorancia e inmadurez, me voy a tomar unas vacaciones e intentar desconectar, aunque debo reconocer que me resulta imposible mantener ni por un segundo la mente en blanco y evadirme totalmente de lo que sucede a mi alrededor, esté en la Costa Brava o en Timbuctu.

Felices vacaciones. Y sed buenos.

¡Hasta la vuelta!

 

martes, 18 de junio de 2024

Guantánamo

 


El Centro de detención de Guantánamo es una prisión militar de alta seguridad situada en la base naval de la bahía de Guantánamo, en la isla de Cuba, y desde 2002, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, las autoridades estadounidenses la han utilizado como centro de detención para acusados de terrorismo.

En dicho Centro, Estados Unidos encarceló a un total de 780 hombres musulmanes, de los cuales cuarenta siguen indefinidamente detenidos sin cargo ni juicio.

Fue George Bush quien, en noviembre de 2001, autorizó al Pentágono a mantener a ciudadanos no estadounidenses bajo custodia indefinida sin cargos.

A lo largo de los años, los prisioneros han reportado el uso de la tortura y abusos varios en esta prisión, algo que la administración Bush negó categóricamente. Sin embargo, Amnistía Internacional, en 2005, calificó la prisión como el Gulag de nuestros tiempos, y la ONU demandó, en 2006, sin éxito, su cierre.

Barack Obama, una vez elegido presidente de los EEUU, decretó su cierre en el plazo de un año y ordenó la revisión de los juicios de los acusados de terrorismo y prohibió toda práctica de métodos de interrogatorio equiparables a la tortura, tras lo cual, uno de los detenidos, Ahmed Ghailani, fue absuelto de 284 de los 285 cargos que la fiscalía lo había acusado, siendo exonerado del principal delito de terrorismo.

Durante el mandato de Obama, 197 prisioneros fueron repatriados a un tercer país, y durante la presidencia de Trump solo uno fue transferido a su país natal para terminar así el ciclo de su sentencia y han sido varios los países que han dado asilo a los detenidos liberados.

Según organizaciones de derechos humanos, más del 85% de los prisioneros liberados no resultaron sospechosos de participar en actividades terroristas.

Con todo ello, Amnistía Internacional calcula que el 80% de los detenidos están recluidos en régimen de aislamiento en varios campos del Centro, entre ellos el Campo 6, donde las condiciones son más severas, pues los prisioneros están confinados durante un mínimo de 22 horas al día en celdas individuales de acero sin ventanas al exterior.

Estados Unidos los considera “combatientes enemigos ilegales” –la mayoría acusados de pertenecer a los talibanes o a Al Qaeda, y no combatientes de guerra, por lo que el gobierno ha argumentado que no tiene por qué aplicarles las protecciones legales de la Convención de Ginebra, y por tanto puede retenerlos indefinidamente sin juicio y sin derecho a disponer de un abogado.

A finales de 2004, un informe de la Cruz Roja Internacional y la filtración de un informe del FBI, reconocían el uso de tácticas de coerción psicológica y física equivalentes a torturas, hechos finalmente reconocidos en 2005 por el departamento de defensa.

Los juicios ante los tribunales militares comenzaron en junio de 2008 con el proceso a Jalid Sheik Mohammed, acusado de ser el cerebro de los ataques del 11 de septiembre de 2001, quien, junto a otros cuatro acusados, se enfrenta a cargos que incluyen 2.973 acusaciones por asesinato, uno por cada persona que murió en los atentados.

El relator especial de la ONU sobre Ejecuciones Arbitrarias, Sumarias y Extrajudiciales, Philip Alston, exigió a Estados Unidos la suspensión de los juicios militares en Guantánamo porque “no cumplen en absoluto las normas internacionales”.

Muchos de los presos tienen una situación legal incierta, pues no existen evidencias suficientes para acusarlos, pero son considerados “demasiado peligrosos” para quedar en libertad.

 

Personalmente, y al margen de la necesaria persecución, enjuiciamiento y castigo de los causantes del grave atentado ocurrido en suelo estadounidense el 11 de septiembre de 2001, considero que toda acusación y proceso penal debe basarse en hechos comprobados y siempre teniendo en cuenta la presunción de inocencia, y por muy grave que sea el cargo, todo detenido tiene derecho a un abogado.

Según lo aquí expuesto, está claro que los EEUU han vulnerado y siguen vulnerando los derechos humanos y pasan olímpicamente de la Convención de Ginebra y de cualquier llamamiento y crítica a esta situación sumamente anómala e ilegal.

Los EEUU, los teóricos defensores de la justicia y la paz internacional, no tienen un comportamiento ni justo ni legal cuando les conviene y hacen oídos sordos a las recomendaciones e incluso exigencias de organismos tan respetables como Amnistía Internacional y la propia Organización de Naciones Unidas.

Israel y Rusia, por poner dos ejemplos actuales, no son, por lo tanto, los únicos gobiernos que ignoran repetidamente las exigencias y resoluciones de la ONU para poner fin a sus desmanes en Gaza y Ucrania, respectivamente, así que los EEUU deberían mirarse al espejo y reconocer que también actúan con total impunidad cuando se trata de defender sus posiciones, por injustificadas que sean.

Del mismo modo que defender a los gazatíes sometidos a una caza sin cuartel y estar a favor de un Estado Palestino no significa en absoluto estar de lado de los terroristas de Hamás, cosa que esgrime Netanyahu para justificar la actuación de su ejército y denostar a todo aquel que aboga por un alto el fuego, por la paz duradera en aquel territorio, y por el reconocimiento del Estado Palestino, quiero dejar bien claro que mi posicionamiento a favor de los derechos humanos de los detenidos en Guantánamo por un supuesto terrorismo, que en numerosos casos no ha sido comprobado e incluso se ha visto inexistente, y en contra de su detención indefinida sin cargos ni juicio, tampoco significa que esté del bando de los que cometieron aquellos atroces actos en septiembre de 2001. Simplemente estoy a favor de que se aplique la justicia según las leyes internacionales y ningún país puede evadirse de esta responsabilidad.

Guantánamo debería cerrarse definitivamente y que sus detenidos sean puestos a disposición de la justicia una vez se hayan determinado los cargos que se les imputan basados en hechos incontestables. Del mismo modo que en un juicio “normal” el jurado, en caso de duda por falta de pruebas, absuelve al condenado, en este caso la justicia debería actuar del mismo modo. De lo contrario, su imagen queda irremediablemente dañada. Ser musulmán no significa ser sospechoso de terrorismo, aunque hayan sido musulmanes los que cometieron aquel execrable atentado contra la humanidad. Esta actitud solo alienta la islamofobia, algo que, por desgracia, ya ha contagiado a Occidente.

 

jueves, 30 de mayo de 2024

Criogenización

 


La criogenización, o criónica, es la preservación de seres vivos a bajas temperaturas. La aplicación teórica de esta técnica tiene por objeto conservar un cuerpo tras su fallecimiento hasta que la ciencia descubra nuevas formas de tratarlos médicamente tras revivirlos.

Lo anteriormente expuesto parece una panacea para un enfermo terminal, pero la criónica es vista con escepticismo por la comunidad científica, tachándola de pseudociencia. Y es que, como dice el refrán, del dicho al hecho hay un buen trecho. Esta técnica se basa en la creencia de que un organismo congelado mantiene intactos el tejido cerebral y cualquier otra estructura biológica de un ser vivo, algo que es pura especulación.  

Los crionicistas también basan su apoyo a esta técnica en la suposición de que en un futuro —¿décadas?, ¿siglos? — la nanotecnología molecular y la nanomedicina hagan posible la reparación y regeneración de los órganos y tejidos dañados.

Hasta el momento, la criopreservación solo se ha demostrado útil para la conservación biológica de células madre, embriones, espermatozoides y óvulos, entre otras células, pero que yo sepa jamás ha devuelto a la vida a un ser humano, a pesar de que en la actualidad hay unas 200 personas criogenizadas que están esperando volver a la vida para ser sanadas de la enfermedad que las llevó a la muerte.

La crítica más acérrima contra la criogenización se basa en el hecho de que el hielo formado durante el congelamiento produce daños celulares hasta el punto de hacer que cualquier reparación futura sea imposible a pesar de que se han producido mejoras importantes para conseguir la práctica eliminación de la formación de cristales de hielo en las células sometidas a congelación.

De hecho, la empresa Alcor Life Extension (su nombre ya lo dice todo) ha estado investigando el uso de los llamados crioprotectores junto con un nuevo método de enfriamiento más rápido para la vitrificación (conversión de un material en un sólido similar al vidrio, pero falto de toda estructura cristalina) de cerebros humanos. No obstante, si la circulación cerebral se encuentra comprometida, estos crioprotectores no podrán llegar a todas las áreas cerebrales, lo que dificultará, o impedirá, la recuperación posterior. Para paliar este inconveniente, se está investigando una metodología que en un “futuro” podría subsanarlo. De momento, todo son buenas intenciones.

Hasta aquí las consideraciones científicas. Pero, ¿y las morales? Doy por seguro que esta técnica solo la puede pagar gente pudiente —las fuentes consultadas estiman en unos 200.00 euros la congelación del cuerpo entero—. Ignoro lo que habrán abonado esas 200 personas que han confiado en que algún día las revivirán y tratarán eficazmente su enfermedad con nuevos fármacos o técnicas hasta ahora no disponibles. Pero, hoy por hoy, no hay una certeza absoluta de que ello sea posible a medio ni a largo plazo. Además, si según lo antedicho, todavía no se ha desarrollado un sistema para descongelar a un cadáver sin poder asegurar que la criogenización no haya dañado irreversiblemente sus células y especialmente las cerebrales, ¿qué será de esos 200 voluntarios —y los que vendrán— cuyo cuerpo está esperando paciente e inconscientemente en una cápsula el despertar a una nueva vida? ¿Les han estafado con promesas falas? ¿Han sido unos ingenuos por confiar en esas promesas? Lo único que se les puede achacar es tener mucha fe y dinero suficiente para invertir en algo tan incierto como desconocido.

Pero si la criogenización acabara funcionando algún día, ¿cuáles serían las consecuencias prácticas para el “resucitado”? ¿Se encontraría en un mundo desconocido para él, al estilo de “El abuelo congelado”? (1) ¿Qué pretenden quienes se han sometido a esta técnica y los que se someterán indudablemente a ella? ¿Saldar una deuda o una venganza que quedó pendiente?, ¿ver cómo será el futuro en este planeta?, ¿la inmortalidad?

Una cosa es aprovecharse de los adelantos médicos para preservar la salud y alargar la vida mientras estamos vivos y otra muy distinta prolongarla indefinidamente. Solo lo entendería en el caso de haber perdido a un hijo a una temprana edad por culpa de una enfermedad incurable, pero para la que se espera hallar una curación o un tratamiento eficaz en las próximas décadas. Pero, aun así, no dejaría de ser extraño, por no decir insólito, volver a disfrutar de la compañía de ese ser tan querido cuando los padres han envejecido notablemente, o han fallecido, y sus hermanos, de haberlos, le doblan la edad. O simplemente volver a la vida sin la existencia de aquellos que le amaron y sin saber qué hacer con ella.

Si bien soy totalmente partidario de la eutanasia, no lo soy en absoluto de revivir a un difunto después de muchos años de haber fallecido. Eso solo lo contemplo en relatos de ciencia ficción como el que yo escribí hace años. Pero ¿llegarán nuestros bisnietos o tataranietos a convivir con personas con cientos de años de edad? Solo pensarlo, me da grima.

 

* Película de 1969 protagonizada por el actor cómico francés Louis de Funès


jueves, 16 de mayo de 2024

El concierto del desconcierto

 


Nunca me han entusiasmado los festivales musicales. Sólo recuerdo haber seguido con interés —o más por curiosidad y por la novedad— el Festival del Mediterráneo (o de la música mediterránea) que se estrenó en España en 1959 y se prolongó hasta 1967. Recuerdo que, como en los años cincuenta todavía no teníamos televisor, íbamos a verlo a casa de los padres del entonces prometido de mi hermana mayor, hasta que en enero de 1961 por fin entró en casa uno de esos aparatos y ya no tuvimos que desplazarnos.

Pero otro festival musical vino a acaparar la atención de toda Europa: el de Eurovisión, que tampoco nos perdíamos, siempre expectantes del papel del, o de la, representante de España.

Desde 1967, pues, una vez desaparecido el festival de la canción mediterránea, era el festival de Eurovisión el que copó nuestro interés durante algunos años, hasta que hartos de ver cómo se intercambiaban puntos los países amigos, entre ellos España y Portugal, los grandes damnificados en las votaciones —exceptuando dos honrosos primeros puestos: Massiel en 1968 con la canción La, la, la, y Salomé, en 1969 con Vivo cantando—, nuestro interés —el mío y el de mi familia— decayó notablemente y solo por curiosidad procurábamos conocer el ganador o ganadora, observando que España casi siempre quedaba a la cola.

Desde hace unos años, el estilo o estilismo en este festival ha dado un giro importante, valorándose y llamando la atención más la puesta en escena de los concursantes que la canción en sí. Para mi gusto, abunda cada vez más lo estrafalario y, a veces, el mal gusto que la calidad de la interpretación.

Que el festival de Eurovisión está politizado, creo que es bastante obvio, pues priman los intereses de determinados países que lo utilizan para su propaganda particular o, en el mejor de los casos, para reivindicar cualquier demanda colectiva, ya sea el pacifismo o el feminismo, algo que no censuro, pues cualquier oportunidad es buena para ciertas reivindicaciones sociales, y más si van acompañadas de una buena música e interpretación. No obstante, insisto en que últimamente domina más el espectáculo visual que la música en sí. Pero esto es una opinión personal. Cada uno tiene sus gustos.

Pero yo me pregunto si deben tolerarse ciertas manifestaciones al margen de la música, cuando estas pueden crear malestar y enfrentamientos. Y esta última edición ha sido, a mi entender, la gota que ha colmado el vaso. Y es que la presencia de Israel ha soliviantado a más de uno, y de dos, y de tres...

En primer lugar, siempre me he preguntado por qué participa Israel, si no es un país perteneciente a Europa. En el festival del mediterráneo era lógica su intervención, pero en Eurovisión... Pues la respuesta que he hallado es que este país es miembro de la Unión Europea de Radiodifusión, lo cual no me acaba de cuadrar, pero aceptemos pulpo como animal de compañía.

Quizá —y sin quizá— influido por la grave situación de los palestinos ante el genocidio al que son sometidos por parte del ejército, y del Gobierno, de Israel, sentí un gran rechazo a la presencia de una representante de ese país —y que conste que ir en contra de las acciones bélicas israelíes no significa que exonere de culpa al terrorismo de Hamas— en un festival de música. Si a los atletas representantes de Rusia se les vetó su participación en varios encuentros deportivos a modo de sanción por la invasión de Ucrania, ¿por qué no se ha obrado del mismo modo con Israel, máxime cuando ya se anticipaba la existencia de manifestaciones en contra?

A mi entender, el tercer puesto logrado por Ucrania y el quinto por Israel tienen ambos tintes más políticos que musicales. Pero debo reconocer que tan solo es una sospecha, pues no seguí el festival y por lo tanto no escuché a quienes defendieron a estos dos países. Lo que sí parece evidente es que tanto desde España como desde otros países europeos democráticos hubieron rifirrafes verbales antes del concierto, tanto en contra como a favor de Israel, con la guerra en Gaza como telón de fondo.

Creo, y aquí termina mi exposición, que cuando un festival o evento cultural rebosa de politización y animadversión hacia uno o varios de los participantes, deberían tomarse las medidas oportunas para que el conflicto no llegara a ser violento, preservando siempre la libertad de expresión, pero también el respeto a quien no piensa igual. Solo haría una excepción: prohibir la participación a quienes representen una ideología claramente antidemocrática. ¿Os imagináis a un grupo de rock neonazi cantando canciones a favor de Hitler?

¿Habría que acabar con el Festival de Eurovisión o vetar la participación de según quien por tal motivo? Mi opinión es que si este festival acaba siendo un campo de batalla entre países por razones políticas, debería ponerse coto de alguna manera a este comportamiento y no tener reparo en prohibir la participación de quienes utilizarán su bandera con fines políticos. Ya tenemos suficiente con nuestros conflictos internos como para tener que soportar oportunismos ridículos y peligrosos.

 

 

Ilustración: Eden Golan, la representante de Israel en Eurovisión 2024


lunes, 6 de mayo de 2024

Prestar o no prestar, esa es la cuestión

 

En esta ocasión seré muy breve, porque breve y muy concreto es lo que tengo que tratar y preguntar:

¿Habéis prestado alguna vez un libro o un disco?

Yo lo he hecho varias veces y casi siempre me he arrepentido, porque te los devuelven después de muchísimo tiempo, si es que te los devuelven, o te los devuelven hechos un asco (me refiero a los libros, no a los discos). Hay veces que incluso he llegado a olvidar a quién se los presté de tanto tiempo que ha pasado.

Yo intento conservar los libros inmaculados, de forma que después de haberlos leído siguen estando como nuevos, como si nadie los hubiera usado. Para identificar la página en la que me he detenido al hacer una pausa en la lectura uso un marcapáginas en lugar de doblar, como hacen algunos, una de las esquinas superiores de la página en cuestión.

Recuerdo que una vez compré por Amazon un libro de segunda mano, por ser bastante más barato. Indicaban que estaba como nuevo, pero cuando lo recibí, observé que muchas páginas estaban llenas de anotaciones que, aunque estuvieran hechas a lápiz, no era cuestión de ir borrándolas una a una de tantas que había.

Hacer anotaciones en un libro, aunque sea una novela, parece que es bastante habitual. Yo no lo he hecho nunca, en primer lugar, porque quiero dejar intacto el libro, sobre todo si se lo voy a pasar a alguien que me lo ha pedido, y en segundo lugar porque cuando alguna frase me llama mucho la atención prefiero anotarla aparte, y si no tengo a mano un lápiz o un bolígrafo para hacerlo (por ejemplo, cuando estoy en la cama), pues no me queda más remedio que intentar memorizarla, porque nunca me atrevería a escribir nada junto al texto leído, ni siquiera en un margen. Serán manías mías.

Volviendo, pues, el tema central: ¿Acostumbráis a prestar un libro o un disco a alguien? ¿Cómo suele ser la experiencia? ¿Os habéis arrepentido de haberlo hecho? Y finalmente, ¿cómo tratáis a vuestros libros? ¿Soléis hacer anotaciones en ellos? ¿Los dejáis en buen estado o necesitan que les cantéis un Sana, sana, colita de rana?


lunes, 29 de abril de 2024

Un nuevo virus

 


Siendo estudiante aprendí lo que era un virus: un agente infeccioso que se replica en el interior de las células de un huésped, obligándolas a fabricar miles de copias de sí mismo y propagarse así a distintas zonas del cuerpo. La introducción de un virus en un organismo vivo se conoce como infección y esta puede pasar de un organismo infectado a otro sano rápidamente, pudiendo alcanzar a una gran cantidad de población e incluso llegar a lugares remotos desde donde apareció el primer brote.

Algunos de estos virus “biológicos”, pueden llegar a atacar el cerebro, produciendo, entre otras enfermedades, la encefalitis, que, en caso de curación, puede dejar importantes secuelas cerebrales.

Más tarde conocí la existencia de otro tipo de virus, el virus informático, un software diseñado por el hombre y que tiene por objeto alterar el funcionamiento de muchos y variados dispositivos. La introducción de un virus de este tipo también se conoce como infección y también puede propagarse con rapidez, llegando a afectar a un gran número de usuarios de todo el globo si no se logra encontrar un antivirus eficaz a tiempo. El tratamiento, lógicamente, no cae en manos de los médicos, sino de los expertos en informática.

Pero tengo la impresión de que existe un tercer tipo de virus, que también se propaga rápidamente y ante el cual no se ha descubierto todavía un tratamiento, ni siquiera preventivo. Aunque no se ha llegado a aislar, parece ser que siempre ha estado entre nosotros, pero no ha alcanzado la notoriedad de los dos anteriores a pesar de ser altamente contagioso y virulento. Este nuevo virus, que al igual que uno biológico parece afectar también al cerebro, expresa una gran variedad de síntomas en quien lo padece y lo propaga, que es un ser humano que, una vez infectado, deja de comportarse como tal.

Este virus, endémico ya en algunos países, ha ido saltando de país a país y de continente a continente, salvando todos los obstáculos naturales y artificiales. Su contagio se ha visto facilitado y acelerado gracias a la intervención de las redes sociales y de ciertos medios de comunicación, actuando estos de vehículo. No sé si llegará al rango de pandemia, pero me da la impresión de que así pueda ser tarde o temprano.

Lo malo es que los huéspedes que todavía no se han visto contagiados poco pueden hacer para frenar su difusión, excepto alertar de su peligro e intentar convencer a la población más expuesta y vulnerable de su peligrosidad. Pero al igual de lo que sucede con otros muchos problemas que afectan seriamente a nuestra sociedad —como el maltrato y el cambio climático—, existen muchos negacionistas, indolentes e ignorantes, que no ven, o no quieren ver, la peligrosidad de su expansión, tanto local como internacional, convirtiéndose en presas fáciles y propagadores de esta enfermedad, que se manifiesta de múltiples formas: agresividad, intolerancia, resentimiento, odio visceral, deseo de revancha y de acabar con el que discrepa, exacerbamiento de los prejuicios ya existentes, falta absoluta de empatía, un claro sesgo irracional de la realidad —lo que es blanco se ve negro y viceversa—, indisposición y reacción violenta ante todo tipo de cambio, impotencia para reconocer los propios errores a la vez que se acentúan o se inventan los del contrario, tendencia a la mentira compulsiva y falta de sonrojo ante ella, y un largo etcétera que, en su conjunto, deteriora gravemente la convivencia y el orden mundial.

Ojalá apareciera una mutación espontánea y este virus se transformara en una variedad inocua para el ser humano, que revirtiera todos estos efectos nocivos. Pero como creo que ello no está dentro de lo esperable, tendremos que convivir con él y protegernos de su infección, hasta que se descubra una vacuna permanente. Y que Dios reparta suerte, pues no existen mascarillas protectoras ni se sabe cómo erradicarlo. Lo único que podemos hacer es probar algún tipo de inmunoterapia o intentar neutralizar los efectos de nuestra impotencia con la ayuda de un ansiolítico o de un terapeuta que no haya sido todavía infectado.


jueves, 18 de abril de 2024

Volando voy, volando vengo

 


El precio de la vivienda, tanto de propiedad como de alquiler, es cada vez menos asequible para muchas familias y especialmente para las jóvenes parejas que quieren convivir juntas y los jóvenes que quieren independizarse. En estos casos, encontrar un piso, sobre todo en ciudades como Madrid o Barcelona, es cada vez más complicado debido a los precios desorbitados y a los alquileres excepcionalmente elevados. Y aunque muchos intentan compartir habitaciones o vivir en poblaciones dormitorio, en muchos casos tampoco les alcanza el dinero. Prueba de esta escandalosa situación, las redes sociales se hicieron eco recientemente de un caso en el que se alquilaba en Madrid un piso, por llamarlo de alguna forma, de doce metros cuadrados por 475 euros al mes. Increíble pero cierto.

Si esta situación se agrava en poblaciones eminentemente turísticas, el caso de Ibiza roza lo esperpéntico.

Es bien sabido que el turismo se asienta en la hostelería y la restauración. Cuantos más hoteles y restaurantes, más flujo de turistas, tanto españoles como extranjeros. ¿Y de quién dependen ambos negocios? De sus trabajadores. Pues resulta, como decía, esperpéntico que estos empleados de temporada no hallen donde caerse muertos a la hora de descansar, teniendo algunos que dormir en un sofá arrendado por 500 euros al mes —que el arrendador califica como un auténtico “chollo”— o, en el mejor de los casos, en furgonetas y autocaravanas. Y todo porque con sus salarios no se pueden permitir pagar un alquiler mínimamente decente, si es que pueden encontrar algún piso disponible que no se haya destinado al turismo. ¿No es un contrasentido? Se necesitan trabajadores, pero no tienen donde alojarse.

Un caso aparte y especialmente llamativo es el de Karla Andrade, una maestra de primaria mallorquina que trabaja en un colegio de Ibiza, al que fue destinada y que, debido a los inconvenientes del alto precio de la vivienda en esa isla balear, debe tomar dos aviones diarios para desplazarse de su residencia a su lugar de trabajo y de vuelta a casa, un problema que comparte con otros muchos trabajadores en sus mismas circunstancias.

Según ha contado esta joven, el coste de los vuelos es de unos 800 euros al mes, y eso gracias a la bonificación existente para los residentes que vuelan interislas, mientras que el alquiler de un piso en Ibiza puede rondar, lo más barato, unos 1.400 euros, a todas luces impensable para quien —según las fuentes consultadas— gana unos 1.200 euros al mes. Por lo tanto, si a este sueldo se le restan los 800 euros de transporte aéreo, a nuestra profesora le quedan 400 euros mensuales netos para vivir. Es de suponer que, al vivir en pareja, ambos contribuyentes a la economía familiar puedan hacer frente a los gastos de supervivencia.

Si hablamos de viviendas de compra, en términos absolutos, el precio más elevado en las islas Baleares se sitúa precisamente en Ibiza, con una media de unos 4.000 euros el metro cuadrado, habiendo alquileres por habitación que llegan a la friolera de 2.400 euros mensuales, todo un despropósito.

Si la Constitución española consagra el derecho a una vivienda digna, ¿cómo es que ninguna institución pública ha calibrado la magnitud de este problema, que en el caso concreto de las islas Baleares provocará un colapso por falta de trabajadores públicos y del sector turístico privado?

En todo el territorio español, con las lógicas diferencias entre Comunidades, la vivienda se ha convertido en un auténtico problema, por su encarecimiento y por la falta de vivienda social, que la recientemente aprobada (mayo de 2023) Ley de la vivienda no ha conseguido todavía paliar y que muy probablemente hallará serias dificultades para su desarrollo, bien por falta de interés político real o de coraje, bien por las presiones y renuencia de los especuladores y fondos buitre. Y ya sabemos que las leyes, por muy beneficiosas que sean para la ciudadanía, una vez aplicadas pueden cambiarse tan pronto cambia el partido en el Gobierno.

Y hasta que este problema no se resuelva —si es que se resuelve—, la multitud de trabajadores que se ve obligada a desplazarse en avión de su lugar de residencia al de su trabajo y viceversa, por falta de una vivienda asequible donde establecerse definitivamente, que lo pague con el sudor de su frente y que se aplique la canción: Volando voy, volando vengo; por el camino yo me entretengo.