jueves, 26 de septiembre de 2024

Abogados y abogados

 


Todo el mundo tiene derecho a un juicio justo y todo detenido a un abogado. Y si no puede permitirse pagarlo, siempre dispone, según la ley, de uno de oficio.

Si el acusado considera que un abogado de oficio no le garantiza la calidad de su defensa porque tiene un montón de casos de los que ocuparse y, por lo tanto, un tiempo muy limitado para dedicarse en profundidad a estudiar el que se va a juzgar, por poco que dicho acusado, o su familia, pueda echar mano de su cartera, optará por un letrado particular y a ser posible “de los buenos”, esos que casi lo ganan todo y se enorgullecen de ello.

Hasta aquí nada del otro mundo, pero lo que sí me subleva e incluso me indigna es ver cómo ciertos abogados, en su papel de defensor, se ponen del lado del delincuente hasta el punto que no solo intentan procurarle una sentencia más benévola, buscando algún atenuante, sino que parecen congeniar con la mente retorcida que ha llevado a su defendido a cometer un acto execrable.

En este sentido, me viene a la memoria el abogado defensor de la manada de Pamplona, que cuando comparecía ante las cámaras, se comportaba como uno más de los miembros de ese grupo de violadores, exhibiendo una actitud agresiva y chulesca, intentando hacer ver que no eran más que unos angelitos que, bajo el efecto del alcohol, habían cometido un pecadillo de juventud sin maldad alguna.

Y así se podrían enumerar muchos otros casos, tanto o más execrables, en los que me resulta incomprensible que haya un abogado, o abogada, que acepte defender a un asesino que ha realizado un acto monstruoso, a un violador reincidente o a un pederasta multi reincidente cuya culpabilidad ha quedado más que demostrada. Y todavía me llama más la atención que sea precisamente una mujer la defensora de un brutal maltratador que ha acabado con la vida de su pareja o ex pareja, o que ha perpetrado una abominable violencia vicaria.

Si bien un abogado de oficio está obligado a ocuparse del caso que se le ha asignado (ignoro si tiene la posibilidad de rechazarlo por convicciones morales), el abogado particular puede ejercer la objeción de conciencia y rechazar ser contratado, de forma que si lo acepta es o bien por dinero, por notoriedad pública o porque no le hace ascos al asunto en el que debe actuar. Las tres opciones me parecen igualmente obscenas.

Entiendo que si no hubiera ningún abogado o abogada que aceptara un caso como estos, el acusado quedaría sin defensa, debiendo defenderse a sí mismo o recurriendo a uno de oficio que, aunque le repugnara tener que defender lo que considera indefendible, no le quedaría más remedio que actuar para conseguir, si no la absolución, sí la mínima pena posible, o bien convencerle de que se declare culpable, aceptando el veredicto que proceda.

Y es que parece que hay abogados (algunos se han hecho, si no famosos, sí populares de tanto aparecer en los medios) a los que les gusta aceptar los casos más desagradables, implicándose tanto en su papel, que actúan como el alter ego del violador o asesino.

Quizá todo esto no sea más que un prejuicio por mi parte, pero no puedo evitar torcer el gesto ante la imagen de un abogado defendiendo vehementemente a su cliente, apelando a la inocencia de quien merece recibir un castigo ejemplar ante la sociedad.

¿Quién puede ser capaz de defender con uñas y dientes al marido y a las decenas de violadores de Gisèle Pelicot invitados por aquel mientras mantenía drogada a su esposa? ¿Qué atenuantes pueden esgrimir sus abogados?

Desde luego, hay abogados y abogados.


jueves, 12 de septiembre de 2024

Turismo de verano

 


Espero que hayáis disfrutado de vuestras vacaciones, dentro o fuera de España, y no hayáis sufrido ningún contratiempo importante. Yo me he quedado, como siempre desde hace años (gracias a la jubilación, evito las temporadas altas para viajar), en nuestro apartamento en la Costa Brava, soportando, por primera vez en mucho tiempo, un calor bochornoso y asfixiante, pues, estando situados frente al mar, nunca habíamos experimentado tal agobio climático.

Pero al incordio calórico hemos tenido que añadir uno mucho peor: la masificación turística, que, a mi juicio, ha rebasado notablemente la que hemos tenido que soportar y a la que ya estábamos acostumbrados durante las últimas décadas.

Siempre he abominado de la falta de civismo de la mayoría de extranjeros que visita nuestras costas (ya tenemos suficiente con los desaprensivos locales), y que no buscan precisamente practicar un turismo cultural sino el clásico turismo de desmadre y borrachera, al que los ayuntamientos de las poblaciones costeras dicen querer hacer frente incrementando la calidad de la oferta, algo que hasta ahora ha resultado inoperante porque para ello hacen falta medidas que muchos comerciantes no están dispuestos a asumir. Lo que quieren estos comerciantes, ya sean de la restauración, de la hostelería o propietarios de tiendas de artículos varios (camisetas, bañadores, artículos de playa, souvenirs, etc.) es hacer caja y poco les importa los desmanes de los jóvenes (y a veces no tan jóvenes) que dejan las calles y las playas como un vertedero, o las peleas nocturnas entre grupos de nacionalidades rivales, sobrados de alcohol y/o droga.

Este año hemos tenido que llamar a la policía local en varias ocasiones para que desalojaran de la playa, justo delante de nuestro bloque de apartamentos, a individuos que, bien entrada la noche y de madrugada, alborotaban, riendo y gritando como dementes, acompañados de música a todo trapo. En la última ocasión que tuvimos que pedir la intervención de los municipales, tardaron en acudir 45 minutos porque estaban literalmente desbordados y no tenían efectivos suficientes.

No soy capaz de hacer un ranking de gamberros playeros y callejeros, pero yo pondría en el top ten a franceses, británicos, italianos, holandeses y alemanes, por este orden. Los rusos, todavía muy abundantes, en cambio, se comportan francamente bien. Claro que estos no suelen ser turistas de paso, sino propietarios de apartamentos (generalmente de lujo) y, por lo tanto, velan por la integridad y seguridad del lugar que se ha convertido en su primera o segunda residencia.

Otro despropósito de este mes de agosto ha sido la masificación en la playa, motivada esta principalmente por la desaparición de una franja importante de arena y del paseo marítimo en un extremo de la cala, por culpa de un tremendo temporal primaveral, de modo que los habituales de esa parte de playa han tenido que desplazarse hacia el espacio que hasta ahora ocupaba la gran mayoría de usuarios. Pero esto no es lo peor, pues entiendo que la gente tiene que buscarse un lugar donde plantar su sobrilla y extender sus toallas y enseres playeros, pero he quedado sorprendido del instinto tremendamente gregario de algunos, que no dudan en asentarse a medio metro, e incluso menos, de tu toalla, de modo que están abordando tu espacio vital y eliminando toda posibilidad de que otros bañistas puedan avanzar hasta la orilla sin tener que hacer verdaderas piruetas entre las toallas de sus vecinos.

Desde hace un par de años, solemos bajar a la playa a las nueve de la mañana, cuando está prácticamente vacía, el sol es mucho más benigno y solo hay unos pocos madrugadores, generalmente de cierta edad (quizá porque son de poco dormir o buscan tranquilidad). Pero este año, a esa hora ya había una larga hilera de gente acomodada en la orilla, empezando a ser un poco complicado hallar un buen lugar en primera línea de playa donde asentarnos sin molestar a nadie. Pero, una vez conseguido el objetivo, la tranquilidad duraba muy poco, pues al cabo de una hora escasa parecía que habían abierto las puertas del redil y una multitud de individuos cargados con sillas plegables, sombrillas, bolsos y toallas, desembarcaban a nuestro alrededor, situándose en pequeños espacios que nadie habría pensado que cupiera toda una familia, con bebé y cochecito incluido.

Y ya solo faltaba la exagerada extensión de tumbonas y sombrillas de alquiler, que restringen todavía más el espacio destinado a tomar el sol a todo aquel que no desea pagar por el uso de tales elementos. Desde nuestra terraza observaba cada mañana, a eso de las ocho y media, como el “tumbonero-sombrillero” iba esparciendo esos bártulos a lo largo y ancho de la playa, dejando entre tumbona y tumbona un par de metros, a lo sumo, llegando hasta unos seis metros de la orilla. Ello acabó en bronca diaria por parte de los usuarios que no hallaban dónde situarse de forma mínimamente cómoda, mientras que el 90% de las rumbonas estaban sin ocupar ni alquilar.

Y ya para terminar, hay que añadir que, debido a la zona de playa impracticable antes mencionada, por culpa del temporal, a los dos chiriguitos que estaban instalados allí, el ayuntamiento les ha concedido un permiso temporal (en principio hasta que se haya rehabilitado la parte de la playa dañada y del paseo hundido) para trasladarse, uno delate de nuestro edificio, y el otro a unos treinta metros de aquel. En general, no hemos sufrido ninguna molestia seria, salvo el olor a fritanga (estamos en una tercera planta) durante el horario de las comidas, desde las doce del mediodía a las cuatro de la tarde, y desde las seis de la tarde a las once de la noche. Y luego la contaminación acústica, no tanto por el griterío de los clientes sino por el ruido estrepitoso, por fortuna muy breve, producido por el vertido de los envases de vidrio vacíos en un contenedor adosado al local. Y así tantas veces al día como fuere necesario. ¿Solución? Mantener cerrada la puerta de la terraza, para poder así hablar, leer y ver la televisión sin molestias. Y con todo cerrado a cal y canto y con el calor y bochorno de este verano, hemos tenido que hacer algo insólito hasta el momento: comprar unos ventiladores, especialmente útiles por la noche, al acostarnos, pues la temperatura nocturna no permitía el descanso y dormir con las puertas que dan a la terraza abiertas era exponernos a un insomnio por culpa de las algarabías de los paseantes que no hallaban el momento de retirarse a dormir.

Por supuesto, no todo ha sido tan calamitoso, pues también ha habido momentos de relax, acariciados por la brisa marina y acomodados tranquilamente en la terraza, un placer de poca duración, pero intenso. Será cierto aquello de que lo bueno, si breve...

Ya sé que todo puede contarse desde varias perspectivas, que hay quien ve el vaso medio lleno y otros lo ven medio vacío. No sé si será por la edad, pero todos estos inconvenientes que he narrado, se me hacen cada vez más cuesta arriba. Ahora solo espero que llegue el otoño para ver desaparecer todos estos elementos fastidiosos, ver la playa prácticamente vacía, los chiringuitos cerrados y poca gente deambulando por las calles, mucho más limpias y transitables.


miércoles, 3 de julio de 2024

Sancionar o no sancionar, esa es otra cuestión

 


Antes de abandonarme al descanso veraniego, dejo plasmadas aquí algunas preguntas que siempre me he hecho y deseado conocer su respuesta. No obstante, como en realidad no son más que preguntas retóricas, no puedo esperar una respuesta a las mismas de una forma mínimamente convincente. Ahí van unas cuantas:

-        ¿Con quién es más tolerante la Comunidad Internacional a la hora de amonestar a un Estado que infringe las leyes internacionales?

-        ¿Por qué los EEUU siguen siendo los valedores de Israel a pesar de las atrocidades que está cometiendo su ejército en Gaza?

-        ¿Por qué existe el poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas?

-        ¿Por qué hay quien, pese a las evidencias, niega lo innegable, como es el derecho de Palestina a tener un Estado propio, al igual que Israel, o que Rusia es el verdadero agresor de Ucrania y quien amenaza la paz en la UE y no al contrario, como afirma Putin?

-        ¿Por qué a pesar de las evidencias científicas hay quienes niegan el cambio climático?

-        ¿Por qué la ultraderecha está avanzando a pasos agigantados en Europa?

Y no sigo porque la lista es innumerable.

Mi impresión general es que existe una gran tibieza a la hora de condenar y sancionar a un Estado agresor cuando este es poderoso, y las sanciones, de haberlas, suelen ser poco o nada efectivas e incluso simbólicas.

Y mientras contemplamos este panorama político internacional, otra ofensiva, algo más silenciosa, nos acecha: una ultraderecha que se va abriendo camino y tomando fuerza en países hasta ahora democráticos, y que ya ha acaparado el poder en algunos estados miembros de la Unión Europea.

Y al hilo de esto último, yo me pregunto que si para formar parte de la UE hay que cumplir unos requisitos ineludibles —básicamente el respeto al Estado de derecho y a los principios de libertad, democracia, derechos humanos y libertades fundamentales— ¿por qué no se expulsa a quienes dejan de cumplirlos? ¿Acaso es algo irreversible?

Muy probablemente, todas estas preguntas y supuestos tienen una respuesta y una explicación que mi candidez no me permite vislumbrar adecuadamente. Así pues, debo ser un iluso, un ignorante o un inmaduro.

Y con mi candidez, ignorancia e inmadurez, me voy a tomar unas vacaciones e intentar desconectar, aunque debo reconocer que me resulta imposible mantener ni por un segundo la mente en blanco y evadirme totalmente de lo que sucede a mi alrededor, esté en la Costa Brava o en Timbuctu.

Felices vacaciones. Y sed buenos.

¡Hasta la vuelta!

 

martes, 18 de junio de 2024

Guantánamo

 


El Centro de detención de Guantánamo es una prisión militar de alta seguridad situada en la base naval de la bahía de Guantánamo, en la isla de Cuba, y desde 2002, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, las autoridades estadounidenses la han utilizado como centro de detención para acusados de terrorismo.

En dicho Centro, Estados Unidos encarceló a un total de 780 hombres musulmanes, de los cuales cuarenta siguen indefinidamente detenidos sin cargo ni juicio.

Fue George Bush quien, en noviembre de 2001, autorizó al Pentágono a mantener a ciudadanos no estadounidenses bajo custodia indefinida sin cargos.

A lo largo de los años, los prisioneros han reportado el uso de la tortura y abusos varios en esta prisión, algo que la administración Bush negó categóricamente. Sin embargo, Amnistía Internacional, en 2005, calificó la prisión como el Gulag de nuestros tiempos, y la ONU demandó, en 2006, sin éxito, su cierre.

Barack Obama, una vez elegido presidente de los EEUU, decretó su cierre en el plazo de un año y ordenó la revisión de los juicios de los acusados de terrorismo y prohibió toda práctica de métodos de interrogatorio equiparables a la tortura, tras lo cual, uno de los detenidos, Ahmed Ghailani, fue absuelto de 284 de los 285 cargos que la fiscalía lo había acusado, siendo exonerado del principal delito de terrorismo.

Durante el mandato de Obama, 197 prisioneros fueron repatriados a un tercer país, y durante la presidencia de Trump solo uno fue transferido a su país natal para terminar así el ciclo de su sentencia y han sido varios los países que han dado asilo a los detenidos liberados.

Según organizaciones de derechos humanos, más del 85% de los prisioneros liberados no resultaron sospechosos de participar en actividades terroristas.

Con todo ello, Amnistía Internacional calcula que el 80% de los detenidos están recluidos en régimen de aislamiento en varios campos del Centro, entre ellos el Campo 6, donde las condiciones son más severas, pues los prisioneros están confinados durante un mínimo de 22 horas al día en celdas individuales de acero sin ventanas al exterior.

Estados Unidos los considera “combatientes enemigos ilegales” –la mayoría acusados de pertenecer a los talibanes o a Al Qaeda, y no combatientes de guerra, por lo que el gobierno ha argumentado que no tiene por qué aplicarles las protecciones legales de la Convención de Ginebra, y por tanto puede retenerlos indefinidamente sin juicio y sin derecho a disponer de un abogado.

A finales de 2004, un informe de la Cruz Roja Internacional y la filtración de un informe del FBI, reconocían el uso de tácticas de coerción psicológica y física equivalentes a torturas, hechos finalmente reconocidos en 2005 por el departamento de defensa.

Los juicios ante los tribunales militares comenzaron en junio de 2008 con el proceso a Jalid Sheik Mohammed, acusado de ser el cerebro de los ataques del 11 de septiembre de 2001, quien, junto a otros cuatro acusados, se enfrenta a cargos que incluyen 2.973 acusaciones por asesinato, uno por cada persona que murió en los atentados.

El relator especial de la ONU sobre Ejecuciones Arbitrarias, Sumarias y Extrajudiciales, Philip Alston, exigió a Estados Unidos la suspensión de los juicios militares en Guantánamo porque “no cumplen en absoluto las normas internacionales”.

Muchos de los presos tienen una situación legal incierta, pues no existen evidencias suficientes para acusarlos, pero son considerados “demasiado peligrosos” para quedar en libertad.

 

Personalmente, y al margen de la necesaria persecución, enjuiciamiento y castigo de los causantes del grave atentado ocurrido en suelo estadounidense el 11 de septiembre de 2001, considero que toda acusación y proceso penal debe basarse en hechos comprobados y siempre teniendo en cuenta la presunción de inocencia, y por muy grave que sea el cargo, todo detenido tiene derecho a un abogado.

Según lo aquí expuesto, está claro que los EEUU han vulnerado y siguen vulnerando los derechos humanos y pasan olímpicamente de la Convención de Ginebra y de cualquier llamamiento y crítica a esta situación sumamente anómala e ilegal.

Los EEUU, los teóricos defensores de la justicia y la paz internacional, no tienen un comportamiento ni justo ni legal cuando les conviene y hacen oídos sordos a las recomendaciones e incluso exigencias de organismos tan respetables como Amnistía Internacional y la propia Organización de Naciones Unidas.

Israel y Rusia, por poner dos ejemplos actuales, no son, por lo tanto, los únicos gobiernos que ignoran repetidamente las exigencias y resoluciones de la ONU para poner fin a sus desmanes en Gaza y Ucrania, respectivamente, así que los EEUU deberían mirarse al espejo y reconocer que también actúan con total impunidad cuando se trata de defender sus posiciones, por injustificadas que sean.

Del mismo modo que defender a los gazatíes sometidos a una caza sin cuartel y estar a favor de un Estado Palestino no significa en absoluto estar de lado de los terroristas de Hamás, cosa que esgrime Netanyahu para justificar la actuación de su ejército y denostar a todo aquel que aboga por un alto el fuego, por la paz duradera en aquel territorio, y por el reconocimiento del Estado Palestino, quiero dejar bien claro que mi posicionamiento a favor de los derechos humanos de los detenidos en Guantánamo por un supuesto terrorismo, que en numerosos casos no ha sido comprobado e incluso se ha visto inexistente, y en contra de su detención indefinida sin cargos ni juicio, tampoco significa que esté del bando de los que cometieron aquellos atroces actos en septiembre de 2001. Simplemente estoy a favor de que se aplique la justicia según las leyes internacionales y ningún país puede evadirse de esta responsabilidad.

Guantánamo debería cerrarse definitivamente y que sus detenidos sean puestos a disposición de la justicia una vez se hayan determinado los cargos que se les imputan basados en hechos incontestables. Del mismo modo que en un juicio “normal” el jurado, en caso de duda por falta de pruebas, absuelve al condenado, en este caso la justicia debería actuar del mismo modo. De lo contrario, su imagen queda irremediablemente dañada. Ser musulmán no significa ser sospechoso de terrorismo, aunque hayan sido musulmanes los que cometieron aquel execrable atentado contra la humanidad. Esta actitud solo alienta la islamofobia, algo que, por desgracia, ya ha contagiado a Occidente.

 

jueves, 30 de mayo de 2024

Criogenización

 


La criogenización, o criónica, es la preservación de seres vivos a bajas temperaturas. La aplicación teórica de esta técnica tiene por objeto conservar un cuerpo tras su fallecimiento hasta que la ciencia descubra nuevas formas de tratarlos médicamente tras revivirlos.

Lo anteriormente expuesto parece una panacea para un enfermo terminal, pero la criónica es vista con escepticismo por la comunidad científica, tachándola de pseudociencia. Y es que, como dice el refrán, del dicho al hecho hay un buen trecho. Esta técnica se basa en la creencia de que un organismo congelado mantiene intactos el tejido cerebral y cualquier otra estructura biológica de un ser vivo, algo que es pura especulación.  

Los crionicistas también basan su apoyo a esta técnica en la suposición de que en un futuro —¿décadas?, ¿siglos? — la nanotecnología molecular y la nanomedicina hagan posible la reparación y regeneración de los órganos y tejidos dañados.

Hasta el momento, la criopreservación solo se ha demostrado útil para la conservación biológica de células madre, embriones, espermatozoides y óvulos, entre otras células, pero que yo sepa jamás ha devuelto a la vida a un ser humano, a pesar de que en la actualidad hay unas 200 personas criogenizadas que están esperando volver a la vida para ser sanadas de la enfermedad que las llevó a la muerte.

La crítica más acérrima contra la criogenización se basa en el hecho de que el hielo formado durante el congelamiento produce daños celulares hasta el punto de hacer que cualquier reparación futura sea imposible a pesar de que se han producido mejoras importantes para conseguir la práctica eliminación de la formación de cristales de hielo en las células sometidas a congelación.

De hecho, la empresa Alcor Life Extension (su nombre ya lo dice todo) ha estado investigando el uso de los llamados crioprotectores junto con un nuevo método de enfriamiento más rápido para la vitrificación (conversión de un material en un sólido similar al vidrio, pero falto de toda estructura cristalina) de cerebros humanos. No obstante, si la circulación cerebral se encuentra comprometida, estos crioprotectores no podrán llegar a todas las áreas cerebrales, lo que dificultará, o impedirá, la recuperación posterior. Para paliar este inconveniente, se está investigando una metodología que en un “futuro” podría subsanarlo. De momento, todo son buenas intenciones.

Hasta aquí las consideraciones científicas. Pero, ¿y las morales? Doy por seguro que esta técnica solo la puede pagar gente pudiente —las fuentes consultadas estiman en unos 200.00 euros la congelación del cuerpo entero—. Ignoro lo que habrán abonado esas 200 personas que han confiado en que algún día las revivirán y tratarán eficazmente su enfermedad con nuevos fármacos o técnicas hasta ahora no disponibles. Pero, hoy por hoy, no hay una certeza absoluta de que ello sea posible a medio ni a largo plazo. Además, si según lo antedicho, todavía no se ha desarrollado un sistema para descongelar a un cadáver sin poder asegurar que la criogenización no haya dañado irreversiblemente sus células y especialmente las cerebrales, ¿qué será de esos 200 voluntarios —y los que vendrán— cuyo cuerpo está esperando paciente e inconscientemente en una cápsula el despertar a una nueva vida? ¿Les han estafado con promesas falas? ¿Han sido unos ingenuos por confiar en esas promesas? Lo único que se les puede achacar es tener mucha fe y dinero suficiente para invertir en algo tan incierto como desconocido.

Pero si la criogenización acabara funcionando algún día, ¿cuáles serían las consecuencias prácticas para el “resucitado”? ¿Se encontraría en un mundo desconocido para él, al estilo de “El abuelo congelado”? (1) ¿Qué pretenden quienes se han sometido a esta técnica y los que se someterán indudablemente a ella? ¿Saldar una deuda o una venganza que quedó pendiente?, ¿ver cómo será el futuro en este planeta?, ¿la inmortalidad?

Una cosa es aprovecharse de los adelantos médicos para preservar la salud y alargar la vida mientras estamos vivos y otra muy distinta prolongarla indefinidamente. Solo lo entendería en el caso de haber perdido a un hijo a una temprana edad por culpa de una enfermedad incurable, pero para la que se espera hallar una curación o un tratamiento eficaz en las próximas décadas. Pero, aun así, no dejaría de ser extraño, por no decir insólito, volver a disfrutar de la compañía de ese ser tan querido cuando los padres han envejecido notablemente, o han fallecido, y sus hermanos, de haberlos, le doblan la edad. O simplemente volver a la vida sin la existencia de aquellos que le amaron y sin saber qué hacer con ella.

Si bien soy totalmente partidario de la eutanasia, no lo soy en absoluto de revivir a un difunto después de muchos años de haber fallecido. Eso solo lo contemplo en relatos de ciencia ficción como el que yo escribí hace años. Pero ¿llegarán nuestros bisnietos o tataranietos a convivir con personas con cientos de años de edad? Solo pensarlo, me da grima.

 

* Película de 1969 protagonizada por el actor cómico francés Louis de Funès


jueves, 16 de mayo de 2024

El concierto del desconcierto

 


Nunca me han entusiasmado los festivales musicales. Sólo recuerdo haber seguido con interés —o más por curiosidad y por la novedad— el Festival del Mediterráneo (o de la música mediterránea) que se estrenó en España en 1959 y se prolongó hasta 1967. Recuerdo que, como en los años cincuenta todavía no teníamos televisor, íbamos a verlo a casa de los padres del entonces prometido de mi hermana mayor, hasta que en enero de 1961 por fin entró en casa uno de esos aparatos y ya no tuvimos que desplazarnos.

Pero otro festival musical vino a acaparar la atención de toda Europa: el de Eurovisión, que tampoco nos perdíamos, siempre expectantes del papel del, o de la, representante de España.

Desde 1967, pues, una vez desaparecido el festival de la canción mediterránea, era el festival de Eurovisión el que copó nuestro interés durante algunos años, hasta que hartos de ver cómo se intercambiaban puntos los países amigos, entre ellos España y Portugal, los grandes damnificados en las votaciones —exceptuando dos honrosos primeros puestos: Massiel en 1968 con la canción La, la, la, y Salomé, en 1969 con Vivo cantando—, nuestro interés —el mío y el de mi familia— decayó notablemente y solo por curiosidad procurábamos conocer el ganador o ganadora, observando que España casi siempre quedaba a la cola.

Desde hace unos años, el estilo o estilismo en este festival ha dado un giro importante, valorándose y llamando la atención más la puesta en escena de los concursantes que la canción en sí. Para mi gusto, abunda cada vez más lo estrafalario y, a veces, el mal gusto que la calidad de la interpretación.

Que el festival de Eurovisión está politizado, creo que es bastante obvio, pues priman los intereses de determinados países que lo utilizan para su propaganda particular o, en el mejor de los casos, para reivindicar cualquier demanda colectiva, ya sea el pacifismo o el feminismo, algo que no censuro, pues cualquier oportunidad es buena para ciertas reivindicaciones sociales, y más si van acompañadas de una buena música e interpretación. No obstante, insisto en que últimamente domina más el espectáculo visual que la música en sí. Pero esto es una opinión personal. Cada uno tiene sus gustos.

Pero yo me pregunto si deben tolerarse ciertas manifestaciones al margen de la música, cuando estas pueden crear malestar y enfrentamientos. Y esta última edición ha sido, a mi entender, la gota que ha colmado el vaso. Y es que la presencia de Israel ha soliviantado a más de uno, y de dos, y de tres...

En primer lugar, siempre me he preguntado por qué participa Israel, si no es un país perteneciente a Europa. En el festival del mediterráneo era lógica su intervención, pero en Eurovisión... Pues la respuesta que he hallado es que este país es miembro de la Unión Europea de Radiodifusión, lo cual no me acaba de cuadrar, pero aceptemos pulpo como animal de compañía.

Quizá —y sin quizá— influido por la grave situación de los palestinos ante el genocidio al que son sometidos por parte del ejército, y del Gobierno, de Israel, sentí un gran rechazo a la presencia de una representante de ese país —y que conste que ir en contra de las acciones bélicas israelíes no significa que exonere de culpa al terrorismo de Hamas— en un festival de música. Si a los atletas representantes de Rusia se les vetó su participación en varios encuentros deportivos a modo de sanción por la invasión de Ucrania, ¿por qué no se ha obrado del mismo modo con Israel, máxime cuando ya se anticipaba la existencia de manifestaciones en contra?

A mi entender, el tercer puesto logrado por Ucrania y el quinto por Israel tienen ambos tintes más políticos que musicales. Pero debo reconocer que tan solo es una sospecha, pues no seguí el festival y por lo tanto no escuché a quienes defendieron a estos dos países. Lo que sí parece evidente es que tanto desde España como desde otros países europeos democráticos hubieron rifirrafes verbales antes del concierto, tanto en contra como a favor de Israel, con la guerra en Gaza como telón de fondo.

Creo, y aquí termina mi exposición, que cuando un festival o evento cultural rebosa de politización y animadversión hacia uno o varios de los participantes, deberían tomarse las medidas oportunas para que el conflicto no llegara a ser violento, preservando siempre la libertad de expresión, pero también el respeto a quien no piensa igual. Solo haría una excepción: prohibir la participación a quienes representen una ideología claramente antidemocrática. ¿Os imagináis a un grupo de rock neonazi cantando canciones a favor de Hitler?

¿Habría que acabar con el Festival de Eurovisión o vetar la participación de según quien por tal motivo? Mi opinión es que si este festival acaba siendo un campo de batalla entre países por razones políticas, debería ponerse coto de alguna manera a este comportamiento y no tener reparo en prohibir la participación de quienes utilizarán su bandera con fines políticos. Ya tenemos suficiente con nuestros conflictos internos como para tener que soportar oportunismos ridículos y peligrosos.

 

 

Ilustración: Eden Golan, la representante de Israel en Eurovisión 2024


lunes, 6 de mayo de 2024

Prestar o no prestar, esa es la cuestión

 

En esta ocasión seré muy breve, porque breve y muy concreto es lo que tengo que tratar y preguntar:

¿Habéis prestado alguna vez un libro o un disco?

Yo lo he hecho varias veces y casi siempre me he arrepentido, porque te los devuelven después de muchísimo tiempo, si es que te los devuelven, o te los devuelven hechos un asco (me refiero a los libros, no a los discos). Hay veces que incluso he llegado a olvidar a quién se los presté de tanto tiempo que ha pasado.

Yo intento conservar los libros inmaculados, de forma que después de haberlos leído siguen estando como nuevos, como si nadie los hubiera usado. Para identificar la página en la que me he detenido al hacer una pausa en la lectura uso un marcapáginas en lugar de doblar, como hacen algunos, una de las esquinas superiores de la página en cuestión.

Recuerdo que una vez compré por Amazon un libro de segunda mano, por ser bastante más barato. Indicaban que estaba como nuevo, pero cuando lo recibí, observé que muchas páginas estaban llenas de anotaciones que, aunque estuvieran hechas a lápiz, no era cuestión de ir borrándolas una a una de tantas que había.

Hacer anotaciones en un libro, aunque sea una novela, parece que es bastante habitual. Yo no lo he hecho nunca, en primer lugar, porque quiero dejar intacto el libro, sobre todo si se lo voy a pasar a alguien que me lo ha pedido, y en segundo lugar porque cuando alguna frase me llama mucho la atención prefiero anotarla aparte, y si no tengo a mano un lápiz o un bolígrafo para hacerlo (por ejemplo, cuando estoy en la cama), pues no me queda más remedio que intentar memorizarla, porque nunca me atrevería a escribir nada junto al texto leído, ni siquiera en un margen. Serán manías mías.

Volviendo, pues, el tema central: ¿Acostumbráis a prestar un libro o un disco a alguien? ¿Cómo suele ser la experiencia? ¿Os habéis arrepentido de haberlo hecho? Y finalmente, ¿cómo tratáis a vuestros libros? ¿Soléis hacer anotaciones en ellos? ¿Los dejáis en buen estado o necesitan que les cantéis un Sana, sana, colita de rana?