jueves, 1 de junio de 2023

Oferta y demanda

 


Si la mayoría de mis entradas son un poco osadas, esta lo es todavía más, pues trato un tema para el que quizá no estoy lo suficientemente preparado, guiándome solo por la observación e instinto. Se trata, como su título indica, del principio de la oferta y la demanda.

Según la definición técnica, “la ley de la oferta y la demanda es el principio básico sobre el que se basa una economía de mercado. Este principio refleja la relación que existe entre la demanda de un producto y la cantidad ofrecida de este producto teniendo en cuenta el precio al que se vende” (Economipedia, marzo de 2020).

Pero todos sabemos que una cosa es la teoría u otra muy distinta la práctica, más concretamente en cómo se aplica una teoría a la vida cotidiana.

Entiendo que cuando hay un exceso de un producto, o bien pocos demandantes del mismo, se reduzca su precio para animar a los posibles compradores, como si de unas rebajas de verano o de invierno se tratara. Pero algo muy distinto es que cuando ese producto escasea y, por lo tanto, su productor o comercializador no llegará a recaudar lo esperado, se eleve su precio, con lo cual el comprador se ve obligado a pagar más por él. Este caso es especialmente importante —y es el que me ha inspirado esta entrada— cuando el producto en cuestión es un bien esencial.

Permitidme, dentro de mi ignorancia en materia económica, hacer una comparación muy simple, pues muchas veces, simplificando al máximo una situación aparentemente conflictiva se entiende mucho mejor cuál es el problema: Si, de pronto, por el motivo que sea, una tienda de calzado ve reducidas significativamente sus ventas con respecto a la temporada anterior, ¿elevaría el precio de los zapatos para compensar la pérdida de ganancias? En absoluto, pues nadie estaría dispuesto a pagar más por un artículo cuyo precio justo es muy inferior. En este caso, sin embargo, no nos referimos a un artículo de primera necesidad, de modo que uno puede esperar, salvo contadas excepciones, a que se normalicen los precios.

Pero en general, yo lo veo del siguiente modo: Si un fabricante produce o vende menos, en lugar de resignarse a ingresar menos dinero, aumenta el precio hasta un límite que le permita seguir recaudando lo mismo que antes. Si, por ejemplo, un producto se vendía a 20 euros la unidad y las ventas eran de 1.000 unidades mensuales, ingresando, por lo tanto, 20.000 euros al mes, y de pronto solo se venden 500 unidades mensuales, pues lo vende ahora a 40 euros y Santas Pascuas. De este modo es el comprador quien tiene que asumir la bajada de ventas. Sé que es simplificar mucho el problema, pero en la práctica es eso lo que sucede en muchos casos.

Un hecho mucho peor, donde la cara dura se manifiesta en todo su esplendor, es el que se da en la restauración y hostelería. Si un menú cuesta habitualmente 20 euros y una habitación de hotel 80 euros la noche, en cuanto se celebra un congreso que promete una gran afluencia de público, esos precios se disparan hasta cotas inadmisibles. Esos empresarios no tienen suficiente con llenar sus establecimientos más de lo habitual, sino que además se aprovechan de la necesidad de los clientes, que tienen que comer y dormir durante la celebración de ese evento. Esta actitud, aunque sea lícita, es, para mí, inmoral.

Por último, quiero referirme a los productos alimenticios de primera necesidad, cuya ley de la oferta y la demanda ahoga a muchos ciudadanos y que tiene su origen —aunque no su culpa exclusiva— en el campo. Sé que es un tema delicado, por cuanto el campo es un escenario muy especial y los campesinos son los primeros en sufrir la crisis. Posiblemente me estoy poniendo en camisa de once varas, pero, por delicado que sea el tema, yo lo percibo así: la sequía, la lluvia intensa, la granizada —los peores enemigos para la agricultura— da frecuentemente al traste con la producción de todo un año. La cosecha de melocotones, peras, manzanas, uvas, etc., se ve afectada hasta el punto de tener que desecharla toda entera, con la consiguiente pérdida económica. En esa situación, la cantidad de esas frutas para su venta se verá muy menguada. Los campesinos, cuyas tierras se han visto afectadas, probablemente se verán parcialmente resarcidos por un seguro agrario —si lo tienen— y/o por las ayudas del Gobierno si se califica el desastre como catastrófico. Pero en caso de que no toda la cosecha se haya echado a perder, las manzanas, peras, melocotones y uvas que han sobrevivido, costarán el doble del precio habitual en años de bonanza y con ello los cultivadores se resarcirán de la pérdida económica que les esperaba. Por no hablar de los intermediarios, que se frotarán las manos aprovechándose de la escasez, para aumentar, a su vez, sus márgenes de beneficio.

Todo aquel que tiene un negocio, del tipo que sea, debe afrontar la época de vacas flacas sin que nadie más tenga que asumir sus problemas económicos. Solo en el caso de que lo que se produce sea un producto de primera necesidad que, por lo tanto, conviene proteger por el bien de toda la ciudadanía —el caso de la agricultura y la ganadería— se justifica la petición de compensaciones económicas para no tener que cerrar sus exploraciones, pero no veo por qué esa compensación económica por la pérdida de ingresos tiene que ser a costa del consumidor final. Si mientras el negocio iba viento en popa, los beneficios eran muchos, ¿por qué cuando viene una mala época los consumidores tenemos que sufrir las consecuencias? Si este año hay menos peras y sandías en los supermercados, pues nos tendremos que conformar o espabilar comprando otro tipo de fruta, pero no pagar por ellas lo que dicta esa maldita ley de la oferta y la demanda.

Como nota final, quiero dejar claro que aquí no he tratado el tema de la explotación que sufren los campesinos al pagarles una miseria por sus productos mientras que los intermediarios y comercializadores finales se enriquecen, ya que este es otro problema grave que nada tiene que ver con el objetivo de esta reflexión y que merece una entrada aparte.


viernes, 19 de mayo de 2023

Desapego

 


¿Cuánto dura el amor? Depende de muchos factores. No hay una fecha exacta de caducidad. Hay amores efímeros y otros de larga duración. Unos duran unos pocos meses y otros pueden durar muchas décadas. Aunque deberíamos definir qué se entiende por amor y de qué tipo de amor estamos hablando, pues no es lo mismo el amor fraternal, el amor en una pareja o el amor materno/paterno-filial. Este último es, sin duda, imperecedero, por muchos sinsabores que un hijo haya representado para sus padres.

A veces, hermanos que estuvieron muy unidos de pequeños y de adolescentes, llegada la edad adulta y tras casarse, pierden el contacto o este es esporádico, de modo que su relación se va enfriando por diversas causas hasta llegar a un desapego total y generalmente irreversible.

Pero ese desapego, o enfriamiento en las relaciones humanas, también se produce, con el tiempo, entre amigos que fueron inseparables y que los avatares de la vida los han ido separando paulatinamente hasta que solo son un recuerdo lejano. Y también se produce, con mucha frecuencia, entre compañeros de trabajo que, al cambiar de empresa alguno o varios integrantes del grupo, su relación acaba disolviéndose por completo.

Estos últimos casos son harto frecuentes y muchas veces me he preguntado por qué una relación de amistad no puede perdurar en el tiempo, superando unos escollos que no son más que pequeños inconvenientes u obstáculos fácilmente vencibles con solo un poco de interés por ambas partes.

Mi experiencia me dice que las relaciones entre amigos son finitas y que, por mucho que uno pretenda conservar una amistad que parecía a prueba de fuego, salvo honrosas excepciones, esta acaba en la nada. Amigos que, al separarse por diversas circunstancias, prometen mantenerse en contacto, pero este solo se conserva durante unos pocos años y uno contempla cómo, poco a poco, se va espaciando hasta desaparecer.

De ahí que, tras muchos ejemplos vividos, siempre que he hecho nuevas amistades, cuando ha llegado el momento de tomar caminos distintos, sé que, por muchas promesas y buenas intenciones, llegará el día del desapego total. Hay casos inevitables, pero en la mayoría, ese desapego es fruto de la desidia. ¿Por qué no podemos mantener esas amistades que fueron importantes para nosotros en un momento determinado de nuestra vida?

En mi caso, cada vez que he cambiado de lugar de trabajo en el que he hecho buenos amigos, al principio hemos quedado en vernos con una cierta frecuencia, pero invariablemente, esas ocasiones se han ido espaciando hasta que la falta de interés me ha dado a entender que hemos llegado a ese punto de enfriamiento inevitable. Si al principio nos enviábamos mensajes de felicitación por WhatsApp con motivo de un cumpleaños o de las Navidades, poco a poco esos mensajes van siendo menos abundantes al ir desertando, uno a uno, los componentes del grupo, hasta su desaparición.

Y ello también lo he experimentado en un ámbito hasta hace algunos años nuevo para mí: las redes sociales, y más concretamente los blogs. Esos contactos o seguidores —que no siempre son amistades reales sino virtuales, pero que tienen nombre y apellidos— dejan, de pronto, de seguirte sin ninguna razón aparente. Ha habido compañero/as de letras con lo/as que he tenido una muy buena relación, con constantes intercambios de comentarios e incluso alabanzas, que han ido causando baja sin prisa, pero sin pausa. ¿Qué ha sido de tal o cual bloquero/a que tan buenos comentarios me hacía y a quien yo correspondía del mismo modo sin que me sintiera en absoluto obligado a ello?

Podría alegar múltiples causas y añadir que no es lo mismo un contacto a través de las redes sociales que un verdadero amigo. Por lo tanto, si un amigo de verdad se pierde por el camino de la vida, ¿cómo no va a suceder lo mismo con alguien con quien solo nos unía una afinidad en gustos que pueden cambiar de la noche a la mañana?

Ya comenté hace tiempo, en una entrada dedicada a la amistad, que, según un psicólogo a cuya charla sobre relaciones humanas asistí, solo estamos capacitados para mantener una cantidad limitada de amigos. Somos como un átomo, que no puede contener de forma natural más electrones de los que su número atómico permite. En nuestro caso, por cada nuevo amigo que entra en nuestro círculo, perderemos, tarde o temprano, otro. Evidentemente, ello no se basa en una ciencia exacta, solo en el resultado de la observación, y se debe a que no podemos atender debidamente a un número de amistades cada vez mayor. Hay un límite, sobrepasado el cual se produce la paulatina pérdida de amigos, hasta volver a nuestro estado de equilibrio.

Queramos o no, nuestras relaciones son inestables y a la larga acabaremos sintiendo un desapego natural. Es triste, pero es así. Por lo menos en lo que a mí se refiere. En varias ocasiones he intentado recuperar un viejo amigo de juventud y si bien al principio parecía que había logrado mi objetivo, el tiempo ha acabado frustrando esa amistad renacida. Del mismo modo que se dice que dos no discuten si uno de ellos no quiere, también deberíamos poder aplicarlo a la amistad, de modo que, si uno tira del otro para no perderlo como amigo, la amistad debería conservarse. Pero cuando siempre es el mismo quien toma la iniciativa, lo que acaba tirando es la toalla. La amistad, a fin de cuentas, no se puede forzar, tiene que ser algo espontáneo y sincero.

Tras haber vivido en propia carne muchos de esos fracasos, ya estoy mentalizado que cuando hago una nueva amistad, lo más probable es que esta no sea muy duradera. El apego y el desapego son las caras opuestas de una misma moneda y ambas tienen la misma probabilidad de aparecer. La mejor opción ante esa pérdida de amistades es valorar más que nunca aquellos amigos que han perdurado a lo largo de los años y, sobre todo, refugiarnos en la familia, que es, a fin y al cabo, el núcleo indestructible al que pertenecemos.

Es curioso ver cómo hay quien siente más apego por las cosas que por las personas. Quizá, según la teoría del psicólogo antes mencionado, es que las cosas materiales no suelen desbordar con tanta facilidad nuestra capacidad de acumulación y conservación. A mi juicio, no es una pauta de vida muy halagüeña anteponer lo material a lo humano. Pero ¿qué le vamos a hacer si somos así?


jueves, 11 de mayo de 2023

Vida y muerte: cara y cruz

 


En esta ocasión, traigo una reflexión que podría calificarse de funesta, pues hablar de la muerte no es plato de buen gusto, de modo que quien sea aprensivo hará bien en no leerla, no quiero ser el responsable de una depresión.

En mi caso, la primera vez que me enfrenté a la muerte fue al fallecer mi abuela paterna, que ya vivía en casa de mis padres cuando yo nací. Su muerte se produjo cuando yo acababa de cumplir los catorce años y nunca antes había pensado que algún día mi querida abuela faltaría, aun siendo —eso lo entendí enseguida— ley de vida, o ley de muerte.

Desde entonces, no fueron pocas las veces en que pensé en la muerte y que esta podía volver a arremeter, en cualquier momento, contra alguno de mis seres queridos o incluso contra mí. No es que viviera obsesionado por este hecho, pero sí sentía un profundo respeto por la muerte.

Como es lógico, a medida que iban pasando los años, más fallecimientos de familiares tuve que presenciar y oír ese típico mantra de que “no somos nadie”.

Pero mientras fui un joven creyente, por lo menos no sentía la tremenda congoja y desamparo al pensar que después de la vida no había nada. La Nada. Eso sí que siempre me ha impresionado. Convertirte de repente en eso, en un vacío, en un recuerdo me resulta doloroso, pues estando acostumbrado a vivir, a pensar, a hacer y querer hacer cosas, esa Nada se me ha antojado siempre algo terrorífico. Aunque, pensándolo bien, si no sientes nada no tienes porqué agobiarte. Es como dormirte y no volver a despertarte nunca más. Todas esas horas que han transcurrido sin que tengas conciencia de ello es como un agujero en el que uno cae y no siente absolutamente nada. Pero mientras estás vivo, la percepción es muy distinta.

Es normal que a medida que uno va contando años y se acerca a esa edad que representa la esperanza de vida —82 años en los hombres y 87 en las mujeres de este país—, va pensando cada vez con más frecuencia en la muerte propia, en cómo y cuándo nos llegará. Porque lo que está claro es que llegará sí o sí.

Siempre me ha llamado la atención con qué entereza afrontan algunos este hecho. Me resulta envidiable ver cómo personas a las que se les ha pronosticado poco tiempo de vida, lo asumen con una fortaleza que a mí se me antoja increíble.

Son muchos —me viene a la memoria el caso de Pau Donés, líder de Jarabe de Palo—, que han hecho público su cercano fallecimiento a causa de una enfermedad incurable y en un estadio terminal con una serenidad envidiable. Yo no sé si, dado el caso, sería capaz de algo así, a pesar de que no hace mucho padecí un cáncer del que afortunadamente salí airoso y de lo que no tuve reparo en comentar en una entrada de este blog. Ignoro si mi actitud positiva, aunque intranquila, fue debida a que nunca me vi a un paso de la muerte o bien porque mi mente no quiso plantearse esa posibilidad. Algunos dicen que cuando uno experimenta una situación crítica saca fuerzas de flaqueza para afrontarla con la mayor entereza posible. Debe ser eso, aunque supongo que también hay casos en que un diagnóstico fatal sume al enfermo en una gran depresión.

Abundando en este hecho, hace pocos días rememoraron por televisión la vida y figura del golfista español Severiano Ballesteros, que falleció a la edad de 54 años a causa de un tumor cerebral. Según refería el citado reportaje, viendo muy cercana su muerte, dirigió unas palabras a sus seguidores y público en general, pidiéndoles que no lloraran su muerte, pues había sido muy feliz y se sentía muy satisfecho por cómo había sido su vida, tanto profesional como familiar. Verdaderamente encomiable.

Otro caso, este mucho más cercano a mí, fue el de un allegado que, siendo médico y habiéndose diagnosticado él mismo su dolencia —también un tumor cerebral— se despidió cara a cara de todos sus colegas, amigos y parientes cercanos, llegado incluso a redactar su propia esquela y epitafio. Un ejemplo de aplomo muy poco frecuente.

Yo quizá me sentiría capaz de hacer algo así ahora que estoy vivito y coleando y que mi muerte – quiero pensar— todavía está muy lejana. Pero si me quedaran días o semanas de vida no creo que estuviera en disposición de adoptar una actitud tan serena.

Espero que sea cierto lo que algunos afirman: que al llegar a una edad muy avanzada, la mente se va paulatinamente haciendo a la idea de que le queda muy poco tiempo de vida y acaba asumiendo que la muerte es algo natural, perdiendo el miedo a ella. Y si su estado físico es deplorable, incluso acaban deseándola, aunque no crean en el más allá.

La vida y la muerte son como la cara y la cruz de una misma moneda, que al lanzarla al aire mientras somos jóvenes, siempre sale cara, hasta que un mal día la fortuna se tuerce y cae del otro lado.

¿Vosotros sentís miedo a la muerte o la tenéis asumida como algo totalmente normal y esperable?

 

martes, 25 de abril de 2023

Adiós a las armas

 


La segunda enmienda a la Constitución de los EEUU de América, aprobada el 15 de diciembre de 1791, protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas. También establece que ni el gobierno federal ni los gobiernos estatales y locales pueden infringirlo. Aun así, también establece que este derecho no es ilimitado y no prohíbe la regulación de la producción y compra de armas. Sin embargo, Estados Unidos es uno de los países con menores limitaciones para adquirir y portar armas de fuego.

Recientemente, existe un importante debate social y político en torno a ese derecho constitucional, con muchas voces que preconizan una restricción en la adquisición de armas de fuego, especialmente las de tipo militar, que han proliferado de tal modo que hay quien tiene un verdadero arsenal en su casa.

Los defensores de tal derecho, por su parte, afirman que un pueblo armado actúa mucho mejor en la legítima defensa y evita que las autoridades gubernamentales se vuelvan tiránicas. Todo un despropósito de grandes dimensiones sociales.

Los defensores del control de armas insisten en que las ciudades estadounidenses serían más seguras si no hubiesen tantas armas de fuego, mientras que los que abogan por su uso en las circunstancias actuales argumentan que cuando los ciudadanos respetuosos con la ley se arman, actúan más rápido y mejor que la policía y, por tanto, las armas reducen la tasa de criminalidad.

En 2016, cuatro de cada diez estadounidenses declaraban poseer al menos un arma de fuego en su casa, aunque esta cifra podría ser mucho mayor, ya que no todo el mundo revela si posee o no un arma de fuego. En ese mismo año, el 76% de la población, tanto votantes demócratas como republicanos, se oponía a la derogación de la Segunda Enmienda, mientras que esta cifra era de tan solo un 36% en 1960.

Hasta aquí, la información que todos podéis recabar de cualquier publicación que trate sobre este tema. Ahora pretendo dar mi punto de vista, basándome en lo que vemos y oímos en las noticias sobre el empleo de armas de fuego por una parte de la población estadounidense.

Últimamente, son continuos los tiroteos masivos en escuelas, centros comerciales y demás lugares públicos. En lo que va de año, se ha reportado más de 130 y en los últimos tres años más de 600 anuales, casi dos al día. Y parece que esta cifra irá en progresión si no se pone coto a la adquisición indiscriminada de armas de fuego.

Puedo entender que alguien que se siente amenazado o inseguro en su hogar y dada la elevada criminalidad de algunas localidades, desee tener una pistola en su casa o incluso en la guantera de su coche, pero ¿para qué quiere tener un rifle con mira telescópica o una ametralladora de uso militar? ¿Y por qué tener todo un arsenal más propio de una milicia paramilitar? Pero el problema reside, a mi entender, en la disponibilidad de este tipo de armas, que cualquiera puede adquirir en una armería con solo mostrar su permiso de armas que, por cierto, se debe otorgar sin demasiados miramientos. Una cosa es proteger la propia seguridad y actuar, si se da el caso, en defensa propia y de la familia, y otra es lanzarse a disparar a diestro y siniestro, en una vorágine de violencia armada totalmente injustificada.

Hemos visto en más de una ocasión cómo un padre adiestra a su hijo de corta edad en el manejo de un fusil ametrallador y se siente orgulloso porque su vástago demuestra tener una buena actitud y mejor aptitud para el tiro al blanco. Un fiel heredero de la mente belicista —por no decir demencia belicosa— de su progenitor.

La gente se echa las manos a la cabeza cuando tiene conocimiento de una masacre realizada por un desquiciado y con ánimos de venganza que se ha llevado por delante decenas de inocentes indefensos, incluyendo a niños. Cuando sobreviene algo tan grave y deleznable es cuando se resucitan las exigencias de regular la producción y adquisición de armas letales de tal calibre, porque exigir su total prohibición levantaría una avalancha de protestas, tanto de los usuarios como de los fabricantes, que podría llegar a derrotar en las urnas a quien osara proponer tal medida. Es por ello, que el actual presidente de los EEUU, el señor Biden, solo se atreve a censurar esas masacres y abogar por un control más restrictivo de la venta de armas, algo que, por lo visto, cae en saco roto.

No sé si el incremento en el número de matanzas llevará, con el tiempo, a una verdadera y profunda reflexión en el pueblo norteamericano y que se decida, por una amplia mayoría, impedir la adquisición de armas de gran calibre y alcance, pero de no ser así auguro un futuro muy funesto, con miles de muertos al año a manos de descerebrados. 

La abolición total es, por ahora y por muchos años, una utopía. Ojalá algún día podamos decir “adiós a las armas”.

 

miércoles, 19 de abril de 2023

Desastres evitables

 


Esta entrada está, en cierto modo, relacionada con la anteriormente publicada, pues tiene como denominador común la falta de agua y su derroche injustificado, pero en esta ocasión centro mi planteamiento en algunos desastres naturales que hubieran podido evitarse, o por lo menos minimizarse, si se hubiera practicado el más vale prevenir que curar.

La mano del hombre ha influido muchísimo en el desarrollo de métodos y sistemas que han llevado a un mayor estado de bienestar. Pero también ha sido la causa de grandes calamidades al no prever las consecuencias de sus actos. Pero hay otra actitud tanto o más peligrosa como es la inacción ante un desastre que se avecina y que, de no poner un remedio a tiempo, acaba devorándonos y conduciéndonos irremediablemente hacia el caos.

Como amante de la naturaleza y de la preservación del equilibrio ecológico, me duele y me subleva observar la pasividad de quienes poseen los medios necesarios para evitar la brutal degradación del Mar Menor y del Coto de Doñana, por poner dos ejemplos que claman al cielo. Podríamos también citar el estado agónico de las Tablas de Daimiel y otras reservas naturales de un gran valor ecológico, no solo nacional sino también internacional, pues a fin de cuentas la Naturaleza es patrimonio de la humanidad y su defensa nos compete a todos.

Es tal la ignorancia y la soberbia de algunos políticos en los que recae la responsabilidad de conservar el medio ambiente de su territorio que no se percatan de lo que se avecina y hacen oídos sordos a quienes sí tienen los conocimientos necesarios para ilustrarlos y aconsejarlos para evitar un desastre mayor.

La ignorancia, asociada a la soberbia de quienes creen saberlo todo y a los intereses partidistas y económicos, es el peor enemigo de la Naturaleza. Donde hay posibilidades de sacar un rendimiento económico (y a veces electoral), la preservación del medio les trae al pairo y no se avergüenzan de sus actos y mucho menos de sus aberrantes afirmaciones. Ahí tenemos el reciente ejemplo del vicepresidente del Gobierno de la Comunidad de Castilla y León, Juan García-Gallardo, de VOX, poniendo en duda el efecto contaminante del CO2. ¿Ignorancia, mala fe, o ambas cosas a la vez? Me aterroriza dejar en manos nuestro bien más preciado, como es el medio ambiente, a individuos tan negligentes, por no utilizar un calificativo peor y más apropiado.

La situación extrema que está viviendo el Mar Menor y el Coto de Doñana, este último declarado Parque Nacional (desde 1969) y Parque Natural (desde 1989) y que es Patrimonio de la Humanidad por ser una reserva de incalculable valor para la flora y la fauna, no es reciente. Su estado crítico no viene de hace un año o dos. Los ecologistas ya venían anunciando la degradación de ambas zonas desde hace algunos años. Así que a este problema “natural” hay que añadirle la pasividad oficial. En ambos casos, el origen de dicha degradación está en la sobreexplotación agrícola ilegal. En el caso del Mar Menor, es el vertido de un exceso de nutrientes —principalmente nitratos y fosfatos, que llegan a la laguna a través de las cuencas vertientes del Campo de Cartagena— procedentes de la agricultura intensiva y de otras actividades humanas sin que nadie, hasta la fecha, haya puesto coto a esas actividades. En el caso del Coto de Doñana, sucede algo parecido, pues se han permitido desde hace años la implantación de fincas y pozos ilegales que han llevado a la sobreexplotación de los acuíferos, agravando la escasez de agua, que es el elemento primordial para la conservación de las marismas en su estado natural.

Y una vez más, la ignorancia hace acto de presencia en boca del mismísimo presidente de la Junta de Andalucía, que, junto con VOX, pretenden legalizar los campos de cultivo que han provocado el estado crítico en el que se encuentra el Coto. Cierto es que la falta de lluvia ha agravado todavía más la situación, pero esta decisión puramente política, para contentar a los regantes de la zona, es como echar gasolina al fuego. Y, una vez más, pesa mucho más los votos de quienes priorizan su bienestar económico —hasta cierto punto comprensible— que la preservación de un bien común que incluso intentan proteger las autoridades europeas. Y lo más paradójico e injusto es que si España no cumple con las directrices europeas para la protección de ese espacio natural será severamente sancionada con una cuantía económica muy importante. De este modo, la penitencia del pecado cometido por las autoridades de una Comunidad deberá ser cumplida por el Gobierno Central, a cuyas advertencias dicha Autonomía hace oídos sordos.

Si bien el Mar Menor, una de las joyas del litoral español, parece haberse recuperado un año después de sufrir la última mortalidad masiva de especies, su estado de salud todavía está muy lejos de ser el óptimo, de modo que los especialistas en la materia advierten que su situación sigue siendo extremadamente frágil y reclaman más medidas que, de momento, no parecen progresar.

Solo espero que finalmente se imponga el sentido común y se tomen medidas drásticas a corto plazo para reparar estos agravios porque quiero creer que todavía estamos a tiempo de revertir esos desastres que no se habrían producido si no fuera por la dejadez y la incompetencia de las Administraciones Públicas.

Del mismo modo que el acceso a un trabajo y a una vivienda digna, a una sanidad universal y de calidad y a la enseñanza son derechos constitucionales, la conservación de la Naturaleza debería ser una obligación inexcusable, pues la lucha contra la desertización progresiva de nuestro planeta es también sumamente importante.

 

Ilustración: Vista aérea del estado de la laguna permanente de Santa Olalla, en Doñana, el pasado mes de septiembre, obtenida por la Estación Biológica de Doñana (CSIC)

 

lunes, 3 de abril de 2023

Lluvia milagrosa

 



Vaya por delante que casi no sé nada de meteorología y nada en absoluto de ingeniería en ninguna de sus ramas o especialidades. Pero cuando uno es observador e ignorante a la vez no deja de preguntarse el por qué de las cosas. En el caso que hoy me ocupa se me hace muy extraño que ante una problemática tan repetitiva, acuciante y vital, como es la escasez de agua por la falta de lluvia (otra vez la dichosa emergencia climática), el hombre sapiens y la tecnología super avanzada que ha desarrollado a lo largo de las últimas décadas, no haya dado con una solución ingeniosa, eficaz y definitiva, por complicada y costosa que sea.

Es triste, por no decir inaudito, ver que en pleno siglo XXI todavía se recurra a rezos y procesiones para pedir a un santo o a una virgen que haga llover. Cuando el campesino dirige su mirada al cielo debería ser, en todo caso, para otear las nubes y recurrir a la sabiduría popular para anticipar qué tiempo hará y no para enviar un mensaje al altísimo y a sus santos rogando que se haga el milagro de la tan deseada lluvia.

Y es curioso que un país, como el nuestro, rodeado de agua por los cuatro puntos cardinales, tengamos que pasar sed, como las células de un diabético que estando rodeadas de glucosa son incapaces de utilizarla. Si la desalinización ya es un hecho, no solo en países extranjeros sino también en España, ¿por qué no construimos más plantas desalinizadoras a lo largo de nuestras costas, sobre todo en las zonas de mayor déficit hídrico? ¿Por qué no hay ideas innovadoras y más inversiones para solucionar la sequía sin tener que recurrir al rezo o a disparar cohetes contra las nubes?

A veces me sorprende que, habiendo logrado hitos científicos que no habríamos podido imaginar hace tan solo unos años, no seamos capaces de solventar problemas en apariencia mucho menos complejos. Podemos analizar la composición mineral de un meteorito, comprobar la existencia de agua en un exoplaneta, ver imágenes en color y de gran nitidez de la superficie del planeta rojo al que pronto enviaremos una nave no tripulada (todo se andará) y, en cambio, no podemos obtener suficiente agua potable para cubrir nuestras necesidades, dependiendo enteramente de la naturaleza.

Ya sé que la ignorancia es muy atrevida, pero en más de una ocasión he pensado que en lugar de dejar correr el agua de la lluvia, por escasa que sea, hacia el alcantarillado y de ahí al mar —pienso sobre todo en ciudades costeras—, derrochando tan preciado elemento, bien podrían construirse grandes depósitos subterráneos que almacenaran el agua de lluvia sobrante para ser posteriormente tratada hasta convertirla en potable o útil para el riego. Transcurren semanas, si no meses, sin llover y cuando lo hace, nuestras calles se convierten en torrenteras sin ninguna utilidad pública.

También es triste ver cómo mientras unas Comunidades tienen agua a raudales, pues las lluvias son generosas en esos lugares, otras pasan penurias y se echan a perder sus cosechas por falta de riego. ¿No existe ninguna posibilidad, por remota que sea, de construir unos vasos comunicantes de modo que cuando en una zona haya agua abundante y sobrante, pueda ceder parte de ese superávit a otra con una escasez alarmante? Sé que estaríamos ante una obra faraónica de conexión entre pantanos y ante un reto quizá más inalcanzable: la solidaridad entre comunidades. Si un trasvase de un río a otro ya es motivo de sublevación popular, qué no ocurriría con un trasvase entre pantanos.

Así pues, parece mentira que, salvo la construcción de estos embalses, no hayamos ideado ningún otro sistema para suministrar agua a los campos y ciudades y sigamos dependiendo del cielo como en la edad media. Ojalá pudiéramos viajar al pasado para ver si los antiguos egipcios o los romanos, tan duchos en obras de ingeniería, pudieran aportar alguna idea. Pero como todavía no es posible viajar en el tiempo, tendremos que esperar a que a un genio se le ocurra alguna idea brillante, aunque no sé cuál de estas dos cosas es más probable.

No sé si todo lo que acabo de exponer es una chifladura propia de un ignorante en la materia, pero, caramba, ¿no creéis que deben existir métodos, por costosos que sean, para paliar los efectos de una sequía tan recalcitrante y a la que estamos condenados de ahora en adelante? Si se han construido ciudades en medio del desierto, no veo porqué no se puede idear un sistema para obtener agua sin tener que depender de la meteorología.

¿Alguien sabe la respuesta?

 

jueves, 23 de marzo de 2023

Verdad o mentira

 


Ayer, haciendo zapping, vi como en una misma franja horaria dos cadenas de televisión trataron, qué casualidad, de un mismo asunto que me dio que pensar y que ha motivado esta entrada.

La conclusión a la que llegué —aunque no es la primera vez que tomo conciencia de ello— es que ya no nos podemos creer nada, o casi nada, pues estamos viviendo en una época en la que nada ni nadie es lo que parece o dice ser.

En uno de los programas trataron lo que se conoce como Auto-tune y en el otro del Deepface. 

Auto-tune es un procesador de audio, que ya existe desde hace años para vocales e instrumentales —la cantante Cher ya lo utilizó en su famoso tema Believe, de 1998— que sirve para enmascarar inexactitudes y errores y que, por lo tanto, permite a muchos cantantes producir grabaciones con una afinación mucho más precisa. Pero lo que en el caso de Cher pudiera ser un aditamento para dar más originalidad al tema mencionado, para muchos cantantes actuales es un método indispensable para no desvelar su ineptitud musical y cada vez son más los adeptos a este sistema de engaño. En el programa televisivo se mostraron varios ejemplos de cómo sonaban unos artistas sin y con el auto-tune. El caso más risible es el de Kiko Rivera, “Paquirrín”, cuyos incontables gallos y desafinamientos quedaban perfectamente ocultos tras la aplicación de ese filtro milagroso. Pero no creáis que solo utilizan este recurso cantantes del tres al cuarto. Resulta que uno de los cantantes de reggaeton y trap más escuchados del mundo mundial, Bad Bunny, también se sirve de este truco, pudiendo comprobar que entre el antes y el después hay un abismo. Está claro, pues, que el éxito musical está muchas veces manipulado.

Deepface es un sistema de reconocimiento facial que últimamente se utiliza de modo pernicioso para suplantar imágenes reales por ficticias. A cualquiera se le puede cambiar la cara y la voz para engañar al público y hacerles creer que quien hace y dice lo que publican es un personaje real cuando en realidad es virtual. Hace un par de días se publicaron imágenes falsas de Donald Trump (ver ilustración) siendo arrestado y arrastrado por policías para afrontar la imputación de haber sobornado a una actriz porno para que no develara sus relaciones sexuales. Las imágenes son de tal calidad que nadie, o casi nadie, habría sospechado de su veracidad. Así pues, la cara de cualquier ciudadano puede ser utilizada para “fabricar” una entidad falsa o incluso un vídeo sexual con la intención de desacreditarlo o chantajearlo para evitar que se divulguen esas imágenes, aunque el afectado sepa que son falsas. Así pues, la tecnología más moderna hace posible elaborar fakes y montajes visuales tan elaborados que resulta prácticamente imposible saber si lo que vemos y oímos es cierto.

Pero las nuevas tecnologías no solo se utilizan para falsear la voz, la imagen y la identidad de las personas, sino también para provocar comportamientos del todo irracionales. En uno de los programas de televisión que he mencionado también se trataron algunas prácticas que, aunque la aplicación utilizada no es la culpable directa sí empuja a algunos jóvenes descerebrados a aceptar lo que llaman retos, que graban y difunden a través de tiktok, la famosa aplicación china para crear y difundir vídeos cortos. El nuevo y peligroso reto, nacido en Francia pero que ha ganado muchos adeptos en Italia, es la llamada cicatriz francesa, que consiste en pellizcarse fuertemente los pómulos hasta provocar la aparición de un moretón que puede dejar marcas permanentes. Este reto, que puede parecer una chifladura adolescente, no es el único que pone en peligro la integridad física de quien lo practica, pues ha habido, y sigue habiendo, casos mucho más graves en los que se ha llegado a poner en riego la vida e incluso incitar al suicidio.

Esta y otras barbaridades sitúan, a mi entender, el umbral de la perversión, en unos casos, y de inteligencia en otros, muy bajo. ¿Qué despropósito será el siguiente? ¿Qué nos aportará de bueno la tan manida Inteligencia Artificial?

Todo lo que he referido aquí me lleva a pensar que la notoriedad, el éxito, la fama y hasta el mundo entero está en manos de los manipuladores. Me pregunto dónde estará ese mundo mejor al que todos aspiramos.