Han pasado más de dos meses
desde mi última entrada en este blog, algo inusual, y seguiría sin ninguna
novedad si no fuera porque me he obligado a dar señales de vida, no fuerais a
pensar que he abandonado totalmente mi Cuaderno de bitácora.
Este lapso de tiempo sin
publicar se debe a lo que dice el enunciado: ¿estoy viviendo un verdadero declive
como escribidor o solo estoy en horas bajas y es cuestión de tiempo para que
todo vuelva a la normalidad. Estoy realmente confundido porque no identifico al
culpable de ello. Aunque si es el cambio climático lo tengo crudo.
El relato que acabo de
publicar en mi otro blog, Retales de una vida, La cortina, llevaba
escrito desde antes de las vacaciones estivales y dudaba si hacerlo público o
mantenerlo, como hasta ahora, en el anonimato. Y es que además de apoderarse de
mí una gran apatía y, seguramente derivado de ello, una gran escasez de ideas
mínimamente originales —a mi entender—, a ello se le ha sumado una mayor
exigencia a la hora de valorar la calidad de lo que, de forma bastante forzada,
acabo plasmando en una hoja de papel. Quizá con el tiempo me he vuelto excesivamente
severo conmigo mismo, o más clarividente y realista, o por causas desconocidas
las ideas no fluyen con la misma facilidad y las que sí lo hacen nacen
defectuosas.
Qué lejos quedan los días en
que los relatos se me agolpaban en el ordenador y debía espaciar su publicación
para que diera tiempo a mis escasos seguidores a leerlos. Ahora paso verdaderos
quebraderos de cabeza para que me sienta alcanzado por la inspiración, que cada
vez se nuestra más esquiva.
Si a ello le añadimos que, además,
participo en una tertulia de escritores noveles —de la que precisamente fui uno
de los promotores—, en cuyo encuentro mensual presentamos nuestros respectivos
textos, que leemos y comentamos, más difícil me lo ponen mis indolentes musas
para cumplir con esta obligación adicional que cada vez se me hace más cuesta
arriba.
He llegado al extremo de
plantearme un respiro, un periodo sabático, y darle una oportunidad a mi
intelecto “creativo”, a ver si se regenera, como lo hace la estrella de mar, y
vuelvo a estar operativo en un tiempo relativamente corto, antes de tomar la
determinación de tirar definitivamente la toalla y dedicarme a otros quehaceres
menos laboriosos y exigentes.
La verdad es que no sé qué
está ocurriendo en mi cerebro para que se haya producido esta sequía
imaginativa. Si bien hace unos meses superé un cáncer en un tiempo récord, lo
que debería hacerme sentir inmensamente feliz y creativo, algunas secuelas o
“daños colaterales” pueden haberme sumido en un estado de ánimo no
especialmente óptimo para sentarme a escribir ficción. Pero demos tiempo al
tiempo. Todo se andará.
De momento, algo he escrito
aquí, muy distinto a lo que suelo dedicar este espacio, pero algo es algo,
aunque sea con un toque más pesimista de lo habitual. De hecho, mi publicación
anterior, Quién fui, ya no gozaba precisamente de un contenido alegre, con
una gran dosis de nostalgia, prueba de que ya se estaba gestando este declive
emocional al que me refería al principio.
Adivino vuestras muestras de
ánimo y comprensión, que agradezco de antemano, pero solo quien ha
experimentado lo que se siente al estar sumido en este dique seco de
productividad mental, sabe de qué hablo. Tampoco es una gran tragedia, soy
consciente de ello. Puedo dejar de escribir y dedicarme a otros menesteres,
sobre todo a la lectura. Quizá leyendo más, sienta nuevamente las ganas de
escribir. Quién sabe.