jueves, 29 de septiembre de 2022

¿Declive u horas bajas?

 


Han pasado más de dos meses desde mi última entrada en este blog, algo inusual, y seguiría sin ninguna novedad si no fuera porque me he obligado a dar señales de vida, no fuerais a pensar que he abandonado totalmente mi Cuaderno de bitácora.

Este lapso de tiempo sin publicar se debe a lo que dice el enunciado: ¿estoy viviendo un verdadero declive como escribidor o solo estoy en horas bajas y es cuestión de tiempo para que todo vuelva a la normalidad. Estoy realmente confundido porque no identifico al culpable de ello. Aunque si es el cambio climático lo tengo crudo.

El relato que acabo de publicar en mi otro blog, Retales de una vida, La cortina, llevaba escrito desde antes de las vacaciones estivales y dudaba si hacerlo público o mantenerlo, como hasta ahora, en el anonimato. Y es que además de apoderarse de mí una gran apatía y, seguramente derivado de ello, una gran escasez de ideas mínimamente originales —a mi entender—, a ello se le ha sumado una mayor exigencia a la hora de valorar la calidad de lo que, de forma bastante forzada, acabo plasmando en una hoja de papel. Quizá con el tiempo me he vuelto excesivamente severo conmigo mismo, o más clarividente y realista, o por causas desconocidas las ideas no fluyen con la misma facilidad y las que sí lo hacen nacen defectuosas.

Qué lejos quedan los días en que los relatos se me agolpaban en el ordenador y debía espaciar su publicación para que diera tiempo a mis escasos seguidores a leerlos. Ahora paso verdaderos quebraderos de cabeza para que me sienta alcanzado por la inspiración, que cada vez se nuestra más esquiva.

Si a ello le añadimos que, además, participo en una tertulia de escritores noveles —de la que precisamente fui uno de los promotores—, en cuyo encuentro mensual presentamos nuestros respectivos textos, que leemos y comentamos, más difícil me lo ponen mis indolentes musas para cumplir con esta obligación adicional que cada vez se me hace más cuesta arriba.

He llegado al extremo de plantearme un respiro, un periodo sabático, y darle una oportunidad a mi intelecto “creativo”, a ver si se regenera, como lo hace la estrella de mar, y vuelvo a estar operativo en un tiempo relativamente corto, antes de tomar la determinación de tirar definitivamente la toalla y dedicarme a otros quehaceres menos laboriosos y exigentes.

La verdad es que no sé qué está ocurriendo en mi cerebro para que se haya producido esta sequía imaginativa. Si bien hace unos meses superé un cáncer en un tiempo récord, lo que debería hacerme sentir inmensamente feliz y creativo, algunas secuelas o “daños colaterales” pueden haberme sumido en un estado de ánimo no especialmente óptimo para sentarme a escribir ficción. Pero demos tiempo al tiempo. Todo se andará.

De momento, algo he escrito aquí, muy distinto a lo que suelo dedicar este espacio, pero algo es algo, aunque sea con un toque más pesimista de lo habitual. De hecho, mi publicación anterior, Quién fui, ya no gozaba precisamente de un contenido alegre, con una gran dosis de nostalgia, prueba de que ya se estaba gestando este declive emocional al que me refería al principio.

Adivino vuestras muestras de ánimo y comprensión, que agradezco de antemano, pero solo quien ha experimentado lo que se siente al estar sumido en este dique seco de productividad mental, sabe de qué hablo. Tampoco es una gran tragedia, soy consciente de ello. Puedo dejar de escribir y dedicarme a otros menesteres, sobre todo a la lectura. Quizá leyendo más, sienta nuevamente las ganas de escribir. Quién sabe.