Quien más quien menos, espera
las vacaciones de verano con verdaderas ansias, salvo los que, por desgracia,
no pueden permitirse el lujo de salir fuera, ni que sea una semanita. Pero, aun
así, siempre viene bien un descanso, un paréntesis que permita olvidarse por un
tiempo del trabajo, para quien tiene el privilegio de tenerlo, claro está.
Hechas esas aclaraciones, tan
necesarias en la actualidad, quiero dedicar este espacio al modo en que,
quienes podemos disfrutarlas, vamos a pasar el periodo vacacional.
El turismo es el sector que
más riqueza aporta a la economía española, representando casi el 15% del PIB y
genera unos tres millones de empleos, aunque sean temporales.
A pesar de que ya estamos en
verano, dadas las circunstancias actuales, todavía es prematuro saber las
consecuencias económicas exactas que tendrá la “nueva normalidad”, tras el
levantamiento del estado de alarma, en la llamada industria turística.
Se calcula que, por cada
semana sin recibir turistas extranjeros, el sector dejaría de ingresar unos
cinco mil millones de euros. Al parecer, desde el 1 de julio, se permitirá, con
algunas restricciones, el flujo de visitantes extranjeros, pero el temor al
contagio muy probablemente disuadirá a muchos de ellos de visitar nuestro país,
decantándose por otros destinos más seguros. Mientras escribo estas líneas,
España se sitúa en el octavo lugar, detrás de los EEUU, Brasil, Rusia, India,
Reino Unido, Perú y Chile, y por delante de Italia e Irán, en el top ten de los
países más afectados por la Covid-19.
La situación se presenta muy
delicada, pues si se abren las fronteras, aunque solo sea en el espacio
Schengen, podemos recibir turistas de países con un mayor número de contagios
que, aun siendo asintomáticos, a la salida de su país y a la entrada en el
nuestro, nadie puede negar que luego propaguen la infección a los españoles que
los esperan con los brazos abiertos, lo que agravaría más la situación ya que,
puestos a decirlo todo, no es que seamos un ejemplo de prevención. Solo hay que
ver los rebrotes puntuales que se van sucediendo en nuestra geografía “gracias”
a la permisividad de las autoridades y a las ganas incontenibles de juerga por
parte de muchos jóvenes, y no tan jóvenes.
No quiero ser aguafiestas y
espero que no tengamos que lamentar más el remedio que la enfermedad y que para
reactivar la economía del país tengamos luego que retroceder al puesto de
partida y todos de nuevo confinados en casa al terminar el verano.
Es bien conocido que el
balance económico del turismo nos hace más receptores que emisores, pues hay
muchos más visitantes extranjeros que vienen a España que turistas españoles
que viajan al extranjero. Y como consecuencia de ello, lo que deja el turista
extranjero en nuestro país supera con creces lo que nosotros dejamos fuera de
España.
Así las cosas, lo más prudente
sería incentivar el turismo local, pero del mismo modo que no se pueden poner
puertas al campo, difícil es que la gente se quede en casa, entendiendo por
casa su región o regiones aledañas con el mismo grado de peligrosidad.
Solo el temor a enfermar puede
aplacar las ganas de salir fuera de nuestras fronteras y que quienes viven
fuera de ellas no se vean con ánimos de cruzarlas. Aun en el mejor de los
escenarios, habrá, con toda seguridad, un menor flujo de turistas venidos de
otros países y muchos menos viajes al extranjero. Y aunque nos inclinemos por
el turismo local o nacional, me atrevería a pronosticar que el movimiento
interno también será menor o, cuanto menos, me menor recorrido. Y como
consecuencia, menor será el dinero invertido en hacer turismo. Es lo que hay.
Todo está en manos de la
concienciación ciudadana, aunque vistos los rebrotes habidos en varias
localidades españoles por culpa de la falta de un mínimo sentido común, la
avalancha de extranjeros que está invadiendo Ibiza y Menorca ya durante los
primeros días de “libertad”, y la posible invasión de esos miles de ingleses
que abarrotan sus playas de forma inimaginable (véase la imagen de cabecera) y
de otros turistas descerebrados (los del turismo de borrachera), me temo que una
vez pasado el mes de agosto sufriremos las consecuencias del descontrol de esa
población incívica, tanto de fuera como de dentro de nuestro país.
Nuestras vacaciones serán
anómalas, por supuesto. Me cuesta creer que se podrá controlar el aforo máximo
permitido en cualquier lugar propenso a la aglomeración. Quizá el santuario de
Covadonga, el parque natural de Cabárceno, la mezquita de Córdoba, el teatro
romano de Mérida o el Monasterio de Piedra, puedan cumplir las normas de
seguridad, pero no me imagino una parcelación y el mantenimiento de la
distancia social en playas en las que cada verano se apiñan miles de personas
ávidas de sol y de baño. Como dicen los ingleses, wait and see o, lo que
es igual, veremos qué pasa.