Hace años que me pregunto en
qué momento de la evolución se torció la cosa, pues en lugar de llevar a la
consecución de una especie perfecta, o casi perfecta (dicen que la perfección
no existe, al menos en este mundo), ha conducido a la obtención de un ser
defectuoso en muchos sentidos que, aunque afortunadamente goza de algunas
excepciones racionales, domina la tierra sin escrúpulos ni compasión.
Así como en la larga cadena
evolutiva han sobrevivido los mejores, los mejor dotados, en el caso del hombre
solo ha sobrevivido o, por lo menos, abundado, siguiendo el principio de la
selección natural, el ser más perverso, el que todo lo quiere y todo lo puede,
a expensas de sus congéneres más dóciles.
Y lo peor de todo es que el
proceso ya no se puede revertir, el daño ya está hecho y es irreparable desde
hace miles de años.
Hacer un repaso de todos los
desmanes que el hombre ha hecho a lo largo de su historia daría para una
enciclopedia, pero no es necesario ponerlo por escrito con letras de imprenta.
Todos sabemos de qué se trata y tenemos ejemplos de sobra desde que tenemos uso
de razón.
Son muchas las veces que me he
preguntado —y os habréis preguntado— cómo un ser llamado humano puede ser tan
cruel y cometer tantas barbaridades, y no me refiero a psicópatas asesinos, no,
me refiero a personas cultas —al menos en apariencia— que perpetran
aberraciones contra gente inocente abusando de su poder y todo por unas ideas
que esas mentes enfermizas consideran legítimas.
¿Estará el ser humano en vías
de una degradación (moral) de igual o mayor intensidad que la que está
sufriendo nuestro planeta? Muchas veces he llegado a pensar que el hombre no
merece habitar este planeta y que lo mejor que podría hacer sería extinguirse,
como está sucediendo con las especies animales a las que persigue y aniquila
con su comportamiento antinatural.
Son, por desgracia, muchos los
frentes en los que se manifiesta el ser inhumano, desde las guerras
fratricidas, persecuciones, genocidios, torturas y penas de muerte por motivos
religiosos y políticos hasta la extinción de gran parte de la flora y fauna del
planeta con fines puramente lucrativos.
Ante esta terrible realidad, a
uno le entran ganas de encerrarse en un caparazón impermeable a todos los
males, aislarse del mundo que nos rodea o bien pasar por alto el comportamiento
ilícito e injusto de políticos y dirigentes de las grandes Corporaciones, pero
esta sería una actitud más bien cobarde y egoísta. Pero ¿qué podemos hacer ante
tanta injusticia y tropelías? Si una multitud enfervorizada saliera a las
calles como lo han hecho millones de argentinos para celebrar que su equipo ha
ganado el mundial de futbol, quizá algo iría cambiando en nuestra sociedad.
Pero el silencio, la desidia, el miedo a represalias o la resignación dan pie a
que todo siga igual e incluso que vaya empeorando.
Estamos a las puertas de las
fiestas navideñas, momento en que parece que es obligada la alegría y el
buenismo. Todo el mundo tiene que ser bueno, pero las desigualdades y las injusticias
permanecen inalterables. Mientras que unos celebrarán estas navidades en
concordia y buena compañía, otros las pasarán con penalidades.
Pero estamos en Navidad y toca
desear paz, salud y prosperidad. Ojalá existieran los Magos de Oriente, Santa Claus
o quienquiera que tuviera poderes mágicos y nos obsequiara con el mejor de los
regalos: que el hombre sea cada vez más humano.
Sea como sea, ¡felices fiestas y feliz año nuevo!