jueves, 26 de octubre de 2023

La inmigración que no cesa

 


Los movimientos migratorios han sido algo natural desde tiempos inmemoriales. La humanidad ha ido evolucionando a través de los siglos gracias, en parte, a los nuevos asentamientos que distintos grupos étnicos han ido creando en busca de un lugar mejor para vivir, ya sea por imperativos climatológicos o de supervivencia para hallar los pastos y la caza que les proveyeran de sustento.

Pero una cosa son las migraciones voluntarias y otra muy distinta son las forzadas, como las que se han instalado en nuestro planeta durante décadas y que cada vez son más frecuentes y abundantes.

Muchas personas se desplazan en busca de trabajo u oportunidades económicas, como sucedió en España en las décadas de 1960 y 1970, pero otras muchas lo hacen para escapar de la hambruna, de conflictos bélicos, de persecuciones, del terrorismo y de violaciones y abusos a gran escala de los derechos humanos.

Solo unos pocos afortunados logran su objetivo y hacerlo de forma regular, es decir legal. Pero en nuestro país, según datos de 2019, el número de inmigrantes sin papeles ascendía casi al medio millón. Y es que últimamente España está siendo el punto de llegada de una gran parte de inmigrantes.

Últimamente estamos viendo como las islas Canarias están recibiendo cientos de inmigrantes al día, llegados a bordo de pateras. Hace tan solo unos días arribó a El Hierro un cayuco con 320 personas a bordo, lo que supone un récord histórico, según Salvamento Marítimo.

En paralelo, a la isla italiana de Lampedusa, llegaron unas seis mil personas en 24 horas, pidiendo asilo o la posibilidad de trasladarse a países del norte de Europa. El centro de acogida en dicha isla está totalmente desbordado, sin lugar suficiente para acoger a tantos recién llegados.

Volviendo a España, en lo que va de año, han llegado en cayuco 38.000 personas, siendo la ruta canaria la más numerosa, con más de 25.000 llegadas, y también la más mortal, sea dicho de paso, con cinco muertes diarias.

¿Cómo hacer frente a este drama humano? Pues Grecia y la UE tienen una solución: en lo alto de una montaña en medio de la nada, en una isla remota del mar Egeo, se está construyendo una auténtica prisión para refugiados, que al parecer responde a un nuevo modelo de blindaje de fronteras. El objetico es llevar a los hombres, mujeres y niños que llegan en patera a un lugar donde nadie los pueda ver, lejos de la población local, de las cámaras y de todo. Son verdaderos campos de refugiados. De momento, la más avanzada de estas estructuras se encuentra en la isla de Samos, la más cercana a Turquía, en la que unos 4.500 refugiados malviven en chabolas, cuando este centro fue diseñado para acoger a 648 personas. Según las autoridades griegas, cuando entre en funcionamiento el nuevo centro en construcción a finales de este año, los refugiados podrán salir del mismo de día, identificándose con unos brazaletes electrónicos. Sin embargo, no tendrán dónde ir. Y como este problema seguirá creciendo, la Comisión Europea ha donado el gobierno griego 130 millones de euros para construir este y otros centros previstos en las islas de Lesbos, Leros y Quíos.

Llegado a este punto, nos podemos plantear por qué vienen tantos inmigrantes si durante el viaje perderán la vida muchos de ellos, niños incluidos, cuando el lugar de recepción no les ofrece las mínimas garantías para ver satisfechos sus deseos y necesidades.

También es llamativo e indignante que las mafias dedicadas al tráfico de inmigrantes lleguen a cobrar hasta 6.000 euros a quienes tratan de entrar irregularmente en España. ¿Cómo obtienen esos inmigrantes tal cantidad de euros si dicen vivir en la miseria? Supongo que hay una diversidad de explicaciones. Unos los obtienen vendiendo todos sus bienes (casa, rebaño, etc.), otros reciben ayuda económica de amigos y familiares y otros solo pagan una pequeña parte y del resto ya se encargarán las mafias de cobrarlo a quienes les avalaron, sin reparar en el método empleado.

Este es un gravísimo problema que parece tener muy difícil solución. Al margen de los que realmente huyen de una guerra, de un genocidio por motivos étnicos o religiosos, o por cualquier represión y persecución que puede acabar con sus vidas, los que vienen en busca de trabajo y de una vida mejor, deberían pensárselo mejor antes de arriesgar sus vidas y las de sus hijos. Se ha hablado hasta la saciedad de que la solución pasa por informarles de a qué se enfrentarán cuando lleguen a su deseado destino y de que hagan oídos sordos a los cantos de sirena que les prometen una vida mucho mejor cuando lleguen a la Tierra Prometida. Otra de las soluciones, teóricamente plausible pero bastante inviable en la práctica, la que realmente atajaría ese éxodo de sus tierras, sería proveer a los gobiernos de los países de los que huyen sus ciudadanos, de medios económicos para paliar esa pobreza endémica en la que se han instalado, o bien —todavía más inviable, por no decir irreal— luchar contra esos gobiernos tiránicos que provocan las guerras civiles y las persecuciones étnicas y reprimen a todos sus disidentes. Y siempre son los más desfavorecidos quienes pagan las consecuencias de tal barbarie. Nadie va a enviar dinero a regímenes corruptos que lo van a utilizar para su propio beneficio. Ya vemos cómo el envío de alimentos y medicamentos por parte de las ONG es frecuentemente sometido a expolio por los guerrilleros o por el propio ejército de los países receptores.

Y mientras tanto, la inmigración no se detiene, aunque nuestro Ministerio del Interior ha indicado que el número de inmigrantes llegados a España en lo que va de año es un 3,3% inferior que en el mismo periodo del año pasado.

Lo más lastimoso de este negro panorama es que me da la impresión —y no solo me refiero a los partidarios de la extrema derecha— que esta avalancha imparable de inmigrantes puede originar una mayor xenofobia de la que ya existe en nuestro país, pero, por otra parte, existen unos datos realmente chocantes y es que mientras que algunos afirman que los llegados de fuera nos quitarán nuestros puestos de trabajo, según publicó El País en julio de 2021, “España necesita siete millones de inmigrantes en tres décadas para mantener la prosperidad”. Ahí lo dejo.

 

sábado, 14 de octubre de 2023

Saltarse las normas

 




Yo diría que somos uno de los países europeos más indisciplinados. Son muchos los que se saltan las normas sociales establecidas sin que, generalmente, nadie haga nada al respecto. A lo sumo, alguna multa, que el multado no suele pagar o bien le resulta más económico hacerlo que evitar el motivo del daño causado, como sería el caso de las industrias contaminantes.

Son tantos los ejemplos de indisciplina, que haría falta un voluminoso tomo sobre las infracciones más habituales. Y como muestra, un botón no basta, mejor unos cuantos:

Las modelos de pasarela siguen luciendo un índice de masa corporal muy por debajo de lo saludable, ofreciendo una imagen más propia de la anorexia.

El tiempo destinado a la publicidad en televisión supera con creces el límite fijado oficialmente. La nueva ley del audiovisual fija tramos horarios, estableciendo un máximo de 144 minutos de publicidad entre las 06:00 y 18:00 horas, y de 72 minutos entre las 18:00 y las 24:00 horas. En ambas franjas, ello equivale a 12 minutos a la hora. ¿Alguien ha observado que ese tope de cumpla? Si tenéis la paciencia necesaria, tomad un cronómetro y comprobaréis cómo esos tiempos se exceden notablemente.

Desde el pasado mes de junio, las llamadas telefónicas comerciales —también llamadas spam— están prohibidas, con unas pocas excepciones. Sin embargo, estas se siguen produciendo, como ya anticipaban muchos analistas, y ello gracias, al parecer, a algunas lagunas de esta nueva norma.

Los límites de velocidad, tanto en ciudad como en carretera, se superan con creces. No es que yo sea un perfecto ciudadano al volante en este aspecto —en carretera suelo, siempre que el estado de la vía y el tránsito lo permitan, exceder en 10 Km/hora el límite establecido, pero sigo observando a peligrosos fitipaldis que parecen que estén en un circuito de carreras automovilísticas y realizando adelantamientos muy arriesgados, algo que puede poner en peligro la vida de otros conductores. Y ello también puede aplicarse a los motoristas.

Hay ciudadanos que siguen aparcando sistemáticamente en doble fila, en un vado señalizado o en una plaza reservada, abandonando el coche todo el tiempo que sea necesario.

Muchos son los ciclistas —y últimamente usuarios de patinetes eléctricos— que circulan por donde les viene en gana, ya sea por la calzada, que es lo correcto, como por las aceras, con el consiguiente peligro para el peatón. Deben creer que tienen una bula de circulación no sujeta a límites.

Y cuántos son los dueños de perros que no se dignan recoger sus excrementos, sembrando la calle de caquitas como si de una letrina al aire libre se tratara. Yo tengo perro y siempre salgo con él con las bolsas de recogida de heces que se venden y se pueden obtener gratuitamente en dispensadores públicos para tal fin. Incluso en las zonas acotadas para perros —conocidas como pipican— observo una cantidad desmesurada e incomprensible de excrementos, que los dueños de los perros que las han producido no se dignan a recoger, aun cuando haya un letrero de grandes dimensiones que indica esa obligación, junto al cual hay un dispensador de bolsas y un pequeño contenedor para depositarlas una vez utilizadas.

Y sigo viendo las calles, las playas y los campos sucios de desperdicios de origen humano de todo tipo, contribuyendo con ello a incrementar la contaminación del ya de por sí deteriorado medioambiente.

Y así un sinfín de despropósitos, que no solo van contra las normas más elementales de convivencia, sino que además afectan el bienestar de muchos de los que sí las respetamos.

Y para finalizar, el mayor despropósito que atenta contra la vida de quien osa saltarse la norma, consiste en no respetar los pasos a nivel en una vía férrea debidamente señalizados, con semáforo y barrera, para ahorrarse unos pocos minutos de espera. Últimamente se han registrado varios atropellamientos mortales de personas que cruzan impunemente la vía del tren cuando este está a escasos metros o bien en un tramo de escasa o nula visibilidad. Y cuando esto ocurre, siempre se buscan culpables fuera de la irresponsabilidad de las víctimas, exigiendo el soterramiento de las vías o un vallado a lo largo de todo el recorrido de la línea férrea. Evidentemente, estas actuaciones evitarían tales accidentes, como también se evitarían atropellamientos a peatones si los coches circularan bajo tierra. En casos como este hay que repartir de forma ecuánime las responsabilidades de cada parte.

A veces me da la impresión de que hay quien disfruta saltándose las normas como si con ello quisiera demostrar que son más listos que los demás, que no somos más que unos tontos disciplinados.