Los movimientos migratorios
han sido algo natural desde tiempos inmemoriales. La humanidad ha ido
evolucionando a través de los siglos gracias, en parte, a los nuevos
asentamientos que distintos grupos étnicos han ido creando en busca de un lugar
mejor para vivir, ya sea por imperativos climatológicos o de supervivencia para
hallar los pastos y la caza que les proveyeran de sustento.
Pero una cosa son las migraciones
voluntarias y otra muy distinta son las forzadas, como las que se han instalado
en nuestro planeta durante décadas y que cada vez son más frecuentes y
abundantes.
Muchas personas se desplazan
en busca de trabajo u oportunidades económicas, como sucedió en España en las
décadas de 1960 y 1970, pero otras muchas lo hacen para escapar de la hambruna,
de conflictos bélicos, de persecuciones, del terrorismo y de violaciones y
abusos a gran escala de los derechos humanos.
Solo unos pocos afortunados
logran su objetivo y hacerlo de forma regular, es decir legal. Pero en nuestro
país, según datos de 2019, el número de inmigrantes sin papeles ascendía casi al
medio millón. Y es que últimamente España está siendo el punto de llegada de
una gran parte de inmigrantes.
Últimamente estamos viendo
como las islas Canarias están recibiendo cientos de inmigrantes al día,
llegados a bordo de pateras. Hace tan solo unos días arribó a El Hierro un
cayuco con 320 personas a bordo, lo que supone un récord histórico, según
Salvamento Marítimo.
En paralelo, a la isla
italiana de Lampedusa, llegaron unas seis mil personas en 24 horas, pidiendo
asilo o la posibilidad de trasladarse a países del norte de Europa. El centro
de acogida en dicha isla está totalmente desbordado, sin lugar suficiente para acoger
a tantos recién llegados.
Volviendo a España, en lo que
va de año, han llegado en cayuco 38.000 personas, siendo la ruta canaria la más
numerosa, con más de 25.000 llegadas, y también la más mortal, sea dicho de
paso, con cinco muertes diarias.
¿Cómo hacer frente a este
drama humano? Pues Grecia y la UE tienen una solución: en lo alto de una
montaña en medio de la nada, en una isla remota del mar Egeo, se está
construyendo una auténtica prisión para refugiados, que al parecer responde a
un nuevo modelo de blindaje de fronteras. El objetico es llevar a los hombres,
mujeres y niños que llegan en patera a un lugar donde nadie los pueda ver,
lejos de la población local, de las cámaras y de todo. Son verdaderos campos de
refugiados. De momento, la más avanzada de estas estructuras se encuentra en la
isla de Samos, la más cercana a Turquía, en la que unos 4.500 refugiados
malviven en chabolas, cuando este centro fue diseñado para acoger a 648
personas. Según las autoridades griegas, cuando entre en funcionamiento el
nuevo centro en construcción a finales de este año, los refugiados podrán salir
del mismo de día, identificándose con unos brazaletes electrónicos. Sin embargo,
no tendrán dónde ir. Y como este problema seguirá creciendo, la Comisión
Europea ha donado el gobierno griego 130 millones de euros para construir este
y otros centros previstos en las islas de Lesbos, Leros y Quíos.
Llegado a este punto, nos
podemos plantear por qué vienen tantos inmigrantes si durante el viaje perderán
la vida muchos de ellos, niños incluidos, cuando el lugar de recepción no les
ofrece las mínimas garantías para ver satisfechos sus deseos y necesidades.
También es llamativo e
indignante que las mafias dedicadas al tráfico de
inmigrantes lleguen a cobrar hasta
6.000 euros a quienes tratan de entrar
irregularmente en España. ¿Cómo obtienen esos inmigrantes tal cantidad de euros
si dicen vivir en la miseria? Supongo que hay una diversidad de explicaciones.
Unos los obtienen vendiendo todos sus bienes (casa, rebaño, etc.), otros
reciben ayuda económica de amigos y familiares y otros solo pagan una pequeña
parte y del resto ya se encargarán las mafias de cobrarlo a quienes les
avalaron, sin reparar en el método empleado.
Este es un
gravísimo problema que parece tener muy difícil solución. Al margen de los que
realmente huyen de una guerra, de un genocidio por motivos étnicos o religiosos,
o por cualquier represión y persecución que puede acabar con sus vidas, los que
vienen en busca de trabajo y de una vida mejor, deberían pensárselo mejor antes
de arriesgar sus vidas y las de sus hijos. Se ha hablado hasta la saciedad de
que la solución pasa por informarles de a qué se enfrentarán cuando lleguen a
su deseado destino y de que hagan oídos sordos a los cantos de sirena que les
prometen una vida mucho mejor cuando lleguen a la Tierra Prometida. Otra de las
soluciones, teóricamente plausible pero bastante inviable en la práctica, la
que realmente atajaría ese éxodo de sus tierras, sería proveer a los gobiernos
de los países de los que huyen sus ciudadanos, de medios económicos para paliar
esa pobreza endémica en la que se han instalado, o bien —todavía más inviable,
por no decir irreal— luchar contra esos gobiernos tiránicos que provocan las
guerras civiles y las persecuciones étnicas y reprimen a todos sus disidentes. Y
siempre son los más desfavorecidos quienes pagan las consecuencias de tal
barbarie. Nadie va a enviar dinero a regímenes corruptos que lo van a utilizar para su propio beneficio. Ya vemos cómo el envío de alimentos y medicamentos
por parte de las ONG es frecuentemente sometido a expolio por los guerrilleros
o por el propio ejército de los países receptores.
Y mientras
tanto, la inmigración no se detiene, aunque nuestro Ministerio del Interior ha
indicado que el número de inmigrantes llegados a España en lo que va de año es
un 3,3% inferior que en el mismo periodo del año pasado.
Lo más lastimoso
de este negro panorama es que me da la impresión —y no solo me refiero a los
partidarios de la extrema derecha— que esta avalancha imparable de inmigrantes
puede originar una mayor xenofobia de la que ya existe en nuestro país, pero,
por otra parte, existen unos datos realmente chocantes y es que mientras que
algunos afirman que los llegados de fuera nos quitarán nuestros puestos de
trabajo, según publicó El País en julio de 2021, “España necesita siete
millones de inmigrantes en tres décadas para mantener la prosperidad”. Ahí lo
dejo.