Haber trabajado casi treinta y
seis años en la industria farmacéutica puede hacer pensar a más de uno que mi
opinión acerca de los tratamientos naturales está sesgada en su contra y a
favor de los medicamentos de síntesis o, como se les denomina en algunos medios,
“químicos”, del inglés “chemicals”, definiéndolos, involuntaria o
interesadamente, como algo antinatural, utilizando esa nomenclatura foránea.
Mi cometido en las distintas
empresas farmacéuticas en las que he trabajado podría afianzar todavía más esta
presunción de parcialidad, pues fui en todas ellas el responsable de obtener,
de las autoridades sanitarias, las autorizaciones de comercialización de nuevos
fármacos. Nunca tuve intereses económicos en ninguna de ellas, mi único vínculo
fue estrictamente técnico y científico, intentando desempeñar mi trabajo con la
mayor entrega y competencia posibles, jamás fui testigo de una conducta inmoral,
y por muchas presiones que recibía para obtener con la mayor celeridad aquellas
autorizaciones, jamás falté a la ética profesional. Lo contrario hubiera sido
un suicidio personal y lastimar gravemente la imagen de la empresa a la que
representaba. Con ello no quiero erigirme en un defensor a ultranza de las
multinacionales farmacéuticas, pues son muchos los casos de actividades fraudulentas.
Quizá solo tuve suerte al haber recalado en las que la transparencia y la ética
formaban parte de su ideario empresarial o bien mi ingenuidad y/o mi ignorancia
no me dejaron ver lo aparentemente invisible. Lo que sí puedo afirmar con
rotundidad es que, si en alguna de ellas se cruzó el límite de la ética, no fue
en mi área de trabajo y responsabilidad.
Dicho esto, añadiré que,
trabajando más de diez años en una farmacéutica alemana, tuve ocasión de adentrarme
en el campo de la Fitoterapia (tratamiento a base de plantas, que en Alemania
sigue teniendo un gran predicamento), por lo que creo estar facultado para exponer,
de la forma más sencilla y didáctica posible, mi opinión acerca de este tipo de
enfoque terapéutico.
El objeto principal de esta
entrada es, en realidad, alertar sobre la desinformación interesada que suele
revolotear alrededor de los promotores de las terapias alternativas naturales, pero,
dado que ello daría para muchas horas, solo me centraré en lo que considero la
información más relevante que todo el mundo debería tener. No pretendo decir
con ello que los laboratorios farmacéuticos no actúen también desvirtuando o
exagerando, a su favor, los beneficios de un determinado medicamento, solo
pretendo advertir de que en “ambos lados”, se puede jugar sucio.
Para aclarar la diferenciación
entre lo que conocemos como medicamentos y los productos a base de plantas, hay
que saber que muchos de los medicamentos que se dispensan en una oficina de
farmacia, con receta médica o sin ella, proceden o se fabrican a base de
extractos vegetales, por lo que esa pretendida diferenciación, e incluso
antagonismo, entre natural y químico es, en muchos casos, falsa o artificiosa.
La aspirina, o ácido acetilsalicílico, por poner uno de los ejemplos más
conocidos, procede del ácido salicílico, un polvo obtenido de la corteza del
sauce blanco (Salix alba), que ya en el siglo XVIII (aunque hay indicios de que
en el antiguo Egipto ya se usaban plantas ricas en salicilatos con fines
curativos) se utilizaba para tratar la fiebre y el dolor. Pero no fue hasta 1897
cuando Felix Hoffman, un farmacéutico de los laboratorios Bayer, modificó la
molécula del ácido salicílico para obtener un derivado menos irritativo, más
puro y con un mayor efecto terapéutico, el ácido acetilsalicílico, al que
bautizarían con el nombre de Aspirina.
Pues bien, al igual que la
aspirina, son muchos los medicamentos que contienen o proceden de productos
naturales vegetales para el tratamiento de muy diversas patologías. Todavía hoy
en día se sigue investigando la utilidad terapéutica de productos de origen
natural (el mar está resultando ser una fuente de sustancias potencialmente
terapéuticas). Es bien conocida, por ejemplo, la utilidad del cannabis (marihuana)
y de su principal principio activo, el tetrahidrocannabinol, como antiemético
en quimioterapia y como analgésico en procesos oncológicos y en la esclerosis
múltiple, y se sigue investigando su empleo en otras indicaciones clínicas. Y
donde no llegan los productos naturales de origen vegetal, lo hacen los fármacos
de síntesis. Insisto, pues, que las terapias a base de productos exclusivamente
naturales no tienen por qué estar reñidas con las de productos puramente
sintéticos.
Lo más importante a tener en
cuenta, para no caer en la trampa de los vendedores de humo, es que el concepto
“natural” no equivale en absoluto a “inocuo”, puesto que todas las plantas
medicinales y sus extractos producen, como cualquier medicamento, reacciones
adversas, los conocidos efectos secundarios. Hay plantas y extractos de plantas
con reconocida y elevada toxicidad, llegando, incluso, a ser mortales. Todo es
cuestión de dosis, de la parte de la planta que se utilice y del modo de
empleo.
La diferencia fundamental
entre beber una infusión de una parte troceada o pulverizada de una droga (la
parte de la planta donde se halla la sustancia medicamentosa) y tomarse un
comprimido fabricado industrialmente que contiene esa misma sustancia, es que,
en este último caso, dicha sustancia, conocida como principio activo, está
aislada, purificada y convenientemente dosificada. En la hoja, el fruto, el
tallo o la raíz de una planta medicinal, en cambio, coexisten multitud de
sustancias, no solo la/s que posee/n el efecto terapéutico, y algunas de ellas pueden
y suelen tener efectos indeseables.
Aun aceptándose
científicamente la existencia de plantas medicinales “de uso bien establecido”
(traducción literal del término inglés well
established use) o tradicional, en muchas de ellas se desconoce el
contenido en principios activos o bien cuál de ellos es el responsable de la
actividad curativa. En estos casos, son las autoridades sanitarias quienes
dictaminan su seguridad de empleo, pero nunca debemos fiarnos de las recomendaciones
de uso que les atribuye unilateralmente un vendedor, algo cada vez más
frecuente en internet.
Es realmente alarmante la
continua aparición de voces contrarias a la medicina convencional, detractores
del empleo de medicamentos perfectamente estudiados en ensayos clínicos que
siguen los más estrictos protocolos científicos, en pro de un enfoque estrictamente
naturalista y anti-farmacológico (el movimiento o colectivo anti-vacunación es
un claro y el más pernicioso exponente de ello). Incluso hay quien afirma, de
viva voz o en publicaciones, que los medicamentos matan. Por desgracia, todos
los medicamentos pueden producir efectos adversos, pero ello no significa que
todos los que se enuncian en su prospecto vayan a manifestarse. Es solo una probabilidad
estadística a partir de los estudios clínicos previamente realizados. Todavía
no existe el medicamento ideal, el medicamento “inteligente”, el que solo actúa
en la célula, órgano, aparato o sistema diana. En todo tratamiento médico, ya
sea quirúrgico o medicamentoso, hay que tener en cuenta el balance beneficio/riesgo.
Muchos de nosotros habremos firmado alguna vez lo que se conoce como
“consentimiento informado”, esa hoja informativa en la que se nos hace saber
los riesgos de la prueba o del acto quirúrgico al que vamos a ser sometidos. No
por ello rechazamos de plano una resonancia magnética o una colecistectomía
(extirpación de la vesícula biliar), aunque somos libres de hacerlo.
Para mí, que un medicamento
pueda producir o produzca una determinada reacción adversa no justifica en
absoluto su consideración de veneno, como algunos afirman, esos mismos que arriesgan
la vida de sus bebés al no aceptar que sean vacunados inoculándoles un
“producto extraño” que ha salvado millones de vidas, o los que abogan por el
uso de los “productos milagro”, esos “cúralo-todo” que no tienen porqué ser
inocuos, que no son la panacea y que no siempre son baratos, moviendo al año
millones de euros.
Que la estevia es un potente
edulcorante sustituto del azúcar y, por lo tanto, idóneo para las personas
hiperglucémicas (con elevados niveles de azúcar en la sangre), incluyendo a las
diabéticas, no hay ninguna duda. Pero de ahí a atribuirle propiedades
antifúngicas, bactericidas, diuréticas, antiácidas, dispépticas, facilitadoras
de la absorción de las grasas, antigripales y cicatrizantes, hay un abismo,
propiedades todas ellas sin ninguna base clínica, a pesar de lo que afirman sus
acérrimos defensores, a la vez productores y comercializadores de este producto
edulcorante. No me extrañaría que, dentro de poco, se le atribuyera también propiedades
anticancerígenas, como la de otros muchos brebajes, batidos y preparados a base
de productos naturales que se anuncian por doquier.
Que existe un problema sanitario
grave de sobreuso de medicamentos e incluso de empleo de medicamentos
innecesarios, es una triste realidad y un tema muy complejo que no pretendo
abordar aquí, pero no caigamos en la trampa de abandonar o sustituir un
tratamiento farmacológico eficaz, contrastado e internacionalmente aceptado,
por un producto que, por muy natural que sea, no ha demostrado fehacientemente
sus propiedades curativas.
La fitoterapia es un arma
terapéutica útil y reconocida. La Comisión Europea publica y actualiza
constantemente monografías de plantas y extractos vegetales en las que
determina sus indicaciones terapéuticas y condiciones de uso. Desconfiemos de quienes
proclaman nuevos usos medicinales para productos naturales conocidos o usos
medicinales para productos naturales desconocidos sin que hayan evidencias
científicas de su utilidad. Y desconfiemos también de los vendedores ambulantes
(la venta ambulante de plantas medicinales a granel está prohibida).
Posiblemente no nos hagan daño; en el mejor de los casos no nos harán ningún
efecto, pero no deja de ser un fraude.
Los defensores a ultranza de
la fitoterapia, como sustitutiva de los medicamentos convencionales, basan su
inocuidad en la baja tasa de efectos secundarios. Aunque, insisto, las plantas
medicinales no están exentas de efectos indeseables, esa aparente inocuidad que
muchos les atribuyen se debe a que las dosis utilizadas son muy bajas. Ya dije
que todo es cuestión de dosis (hasta el producto más inocuo puede ser mortal a
dosis excesivas). Pero ello también se traduce en un menor efecto terapéutico.
Estas dosis bajas de la sustancia activa, va lógicamente acompañada de bajas
dosis de las otras sustancias que la acompañan, que suelen ser las causantes de
los efectos más indeseables. En otras palabras, para que una infusión a base de
hojas troceadas de una planta (la droga) ejerza el mismo efecto terapéutico que
un comprimido conteniendo la dosis efectiva de la sustancia medicinal aislada y
purificada, deberían utilizarse dosis mucho más altas de esa droga, de modo que
la probabilidad de sufrir efectos adversos sería mucho mayor, y de mayor
envergadura, por contener cantidades más elevadas de las sustancias
terapéuticamente inactivas que contiene.
¿Cuál es, pues, el papel de la
fitoterapia? Los tratados y las asociaciones internacionales de fitoterapia
coinciden en señalar que esta va fundamentalmente dirigida al tratamiento de la
sintomatología de afecciones leves, como sería el nervosismo (no la ansiedad),
la dispepsia (digestión pesada) y otros trastornos digestivos leves, el
estreñimiento, la tos irritativa, faringitis, hipertensión, hiperglucemia e
hipercolesterolemia moderadas y un largo etcétera, situaciones estas que no
requieren un diagnóstico ni un control médico, y que, al igual de lo que ocurre
con los medicamentos que no precisan receta médica, forman parte del arsenal
terapéutico para el “autocuidado de la salud”, donde la fitoterapia es
suficientemente efectiva y con un balance beneficio-riesgo aceptable.
Si la medicina tradicional es,
muchas veces, un negocio, no lo es menos la medicina alternativa. Lo realmente
importante es que, para hacer frente a una determinada enfermedad, sepamos
ponernos en manos de un personal sanitario debidamente cualificado y someternos
a un tratamiento científicamente contrastado. Huyamos de las falsas promesas y
de los productos milagro.
Para terminar. y aunque me
aparte un poco del tema que me ocupa pero al hilo de lo que considero falsas promesas,
quisiera hacer una somera mención a lo que se conoce como “complementos
alimenticios” (conocidos como food
supplements en otros países), un gran negocio al que se han sumado las
farmacéuticas, sobre todo las que desean compensar los perjuicios económicos de
la desfinanciación de algunos de sus medicamentos. Así pues, ya sean comercializadores
exclusivos de complementos alimenticios o laboratorios farmacéuticos, se está,
a mi juicio, incitando a un consumo desmedido e injustificado de sustancias
(antioxidantes, depurativos, vitaminas, minerales, sustancias alimenticias
varias y, más recientemente, plantas medicinales) que una dieta sana y variada,
como la mediterránea, las hace innecesarias. Lo realmente preocupante, en este
caso, no es solo su toxicidad per se (una
hipervitaminosis puede tener consecuencias graves), sino la aparición de
efectos adversos por alguna contraindicación (condición física que no haga
recomendable su empleo) o una interacción con otra/s sustancia/s que se esté/n
ingiriendo por otra vía.
“Somos lo que comemos”, dijo
Ludwig Feuerbach (1804-1872), y “Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento
tu medicina”, afirmó, muchos siglos antes, Hipócrates. Pero esta ya sería otra
historia.