miércoles, 27 de septiembre de 2023

Turismo destructivo

 


Que el turismo es una pieza clave para la economía de nuestro país es indudable. Pero ¿cuál es el precio que debemos pagar a cambio de los cuantiosos ingresos que se derivan de él? ¿Estamos dispuestos a ver incrementado, año tras año, el número de turistas extranjeros que nos visitan?

Según datos de 2021, los ingresos por turismo representan el 8% del PIB, con algo más de 97 mil millones de euros, y en ese mismo año generó 2,27 millones de puestos de trabajo, representando un 11,4% del empleo total.

En 2019, año que se usa de referencia por preceder a la pandemia, los ingresos alcanzaron los 161 mil millones de euros. Este año, aunque no se ha superado las cifras de 2019, se han acercado mucho, con una ocupación hotelera media del 70% durante el mes de julio, superando el 90% en algunas poblaciones eminentemente turísticas, y los ingresos han aumentado un 6,3% respecto a 2022.

En Barcelona capital, el número de cruceros ascendió el año pasado a 810 y se estima que este año alcanzará la cifra de 900, de modo que habrá más cruceristas que habitantes (1,83 millones solo entre enero y julio).

Esta masificación turística es una mina de oro para la capital catalana, pero va asociada a grandes inconvenientes y molestias para sus habitantes, produciendo un deterioro considerable del medioambiente, fundamentalmente en forma de polución, tanto por tierra (vehículos), mar (cruceros) y aire (vuelos comerciales). Por no hablar de la proliferación de pisos turísticos, que desalojan a los vecinos de toda la vida y encarece enormemente el precio de la vivienda en las zonas en las que aquellos se asientan. Y eso no solo ocurre en las grandes capitales sino en muchas otras zonas de gran interés turístico. Quizá el ejemplo reciente más notorio es el de Ibiza, donde incluso los trabajadores de la hostelería y restauración no hallan un techo asequible bajo el que guarecerse. Y más recientemente, este problema de la masificación se ha extendido a zonas turísticas rurales, como en la Vall de Boí, un precioso enclave pirenaico de la comarca de l’Alta Ribagorça, en la provincia de Lleida, donde ha proliferado enormemente la construcción de viviendas, perdiendo paulatinamente su atractivo original. Pero este es un problema que se sale del ambiente propiamente turístico.

Otro problema que veo con el turismo es la gran dependencia económica. Hemos visto, durante la pandemia, como el turismo se resintió hasta el punto de perder un gran número de puestos de trabajo dependientes de él. De este modo, si el cambio climático sigue afectando a la climatología y España deja de ser un país atractivo para los que buscan sol y temperaturas agradables, el declive, primero y el fracaso después está servido.

Una pega adicional del turismo son las malas condiciones laborales de los trabajadores del sector. Suben los precios en los hoteles y restaurantes, pero sus empleados reciben a cambio un salario de pena y, en algunos casos, con una explotación de juzgado de guardia.

Y, cómo no, es inevitable que en ciudades y zonas que atraen un gran número de visitantes, se produzcan fricciones con la población local, que se siente invadida por una muchedumbre que no suele respetar las normas de convivencia, afectando en muchos casos el normal desarrollo de sus actividades. Hasta que no se halló una solución práctica, los aledaños de la Sagrada Familia era un hervidero de turistas, con los consiguientes autocares, que degradaban el barrio en forma de contaminación visual.

Hace ya muchos años que los responsables de turismo decidieron tomar cartas en el asunto y evitar el llamado turismo de borrachera, incrementando la calidad, y el precio, de los servicios y plazas hoteleras, pero nada de eso ha llegado a buen puerto y siguen llegando manadas de “guiris” buscando diversión basada en las tres eses: Sun, Sex y Sangría, con el consiguiente resultado en forma de trifulcas y peleas callejeras producto del alcohol, que empiezan a consumir a primera hora de la tarde y en plena calle, sin que sean apercibidos ni multados por ello. Claro, hay que cuidar el turismo, sea cual sea y como sea, pues nos deja un buen dinerillo. La pasta es la pasta y lo demás son monsergas.

La masificación debida a las visitas turísticas es un problema general. Las grandes capitales europeas también lo acusan y actualmente uno de sus máximos exponentes es, por ejemplo, Venecia, en donde las autoridades han puesto coto al turismo de masas en forma de un canon que deben pagar los que quieren visitar la ciudad de los canales sin pernoctar en ella. No sé si esta es una medida coercitiva o recaudatoria, e ignoro cuál será su efecto real.

Mi pregunta es si puede existir un turismo sostenible, y para ello he consultado algunas fuentes y todas coinciden en que para conseguirlo debe desarrollarse su actividad generando un impacto mínimo sobre el medioambiente y la clave principal es que la explotación de un recurso esté por debajo del límite de renovación del mismo. Es decir, se trata de fomentar un turismo respetuoso con el ecosistema, con un mínimo impacto sobre el medioambiente y la cultura local. Y en el aspecto económico busca básicamente la generación de empleo e ingresos de la población autóctona.

La verdad es que después de leer esta información me he quedado exactamente igual a como estaba. Todo ello me suena a palabrería, esa tan propia de los políticos, para quedar bien. Creo que estamos ante un problema que, no siendo irresoluble, tiene pocos visos de mejorar por falta de un verdadero interés o bien por la lucha de intereses encontrados. Si ya a nivel internacional, los políticos y mandatarios no se ponen de acuerdo para atajar una crisis climática como la que estamos viviendo o bien, una vez alcanzado, este no se respeta y se da marcha atrás a medidas restrictivas contra la contaminación, qué podemos esperar de los alcaldes y gobiernos autonómicos, que lo que buscan es llenar sus arcas, y los empresarios del sector turístico que solo desean llenar su caja fuerte. Pero, claro, siempre es bueno tener de tu parte a quienes luego, a la hora de votar, tendrán en cuenta cómo los has tratado.

De momento, si no se pone remedio, vamos a tener que seguir soportando ese turismo destructivo. Si seguimos así, creo que el turismo en España acabará muriendo de éxito. Habremos matado entre todos a la gallina de los huevos de oro.


13 comentarios:

  1. No creo que se vayan a tomar muchas medidas al respecto. Lo que cuentan son los números y resultados más inmediatos.
    «El político piensa en las próximas elecciones; el hombre de estado en la próxima generación» (William Edward Gladstone).
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La inactividad es una característica propia de quienes tienen, en teoría, la posibilidad de cambiar las cosas. En definitiva, "la vida sigue igual" (Julio Iglesias), ja, ja, ja.
      Un abrazo, Chema.

      Eliminar
  2. En Cantabria, en un pueblo como Noja (2.700 habitantes), en verano se llega a los 100 000. La gente no se atreve a salir a los pueblos cercanos porque si mueven el coche luego no encuentran donde ponerlo.
    Todo es palabrería políticamente correcta. Cuando se habla de defender el medio ambiente y dos minutos después se aboga por el crecimiento económico, ya tenemos la hipocresía hecha palabra. O la ignorancia, que no sé qué es peor. Cuando yo les hablaba a mis alumnos de las reglas de sostenibilidad (eso de que el uso de un recurso tiene que estar por debajo de su tasa de renovación y cosas similares) siempre me decían que eso era imposible y que nunca se iba a conseguir. Tenían mucha razón por supuesto. ¿Cómo se puede explotar un recurso racionalmente y a la vez querer que la economía crezca cuanto más mejor?
    El turismo morirá de éxito, como dices. Yo creo que el sistema capitalista morirá de éxito. Lo que venga después no sé cómo será, pero será igual de injusto. El ser humano fue dotado de las armas para su propio deterioro y no deja de hacer uso de ellas.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Donde yo veraneo y paso muchos fines de semana, ocurre exactamente igual a lo largo de la temporada alta de vacaciones. Y la playa se convierte en un hervidero que gente tostándose al sol. Hace tiempo, sin embargo, que decidimos, mi mujer y yo, cambiar de horario y bajamos a la playa a las 9 de la mañana y nos marchamos a eso de las 11. De este modo, estamos más tranquilos y el sol no es tan agresivo para la piel (aunque nos untamos con cremas protectoras). Y aun así, hay gente (los turistas extranjeros son muy madrugadores y prefieren estar en la playa y no en el hotel) que ya se disputa la primera línea de mar a esa hora tan temprana. Y lo del coche, ni hablar del peluquín. Lo dejamos aparcado todo el tiempo en el parquing de la comunidad y solo lo sacamos para ir al supermercado, pues circular y hallar aparcamiento por los alrededores es misión imposible. Pero lo peor de todo es la suciedad. Muchos de nuestros visitantes extranjeros, serán muy cívicos en sus países de origen, pero aquí deben creer que están en la ciudad sin ley y que pueden hacer lo que les da la realísima gana. No es que los turistas locales sean un paradigma de limpieza, pero si al desorden habitual le añadimos el importado... Y luego están las juergas nocturnas en la playa, con la música a tope a la una, las dos, y hasta las tres de la madrugada. Como teneos el "privilegio" de estar en pirmera línea de playa, tenemos que aguantar sus serenatas, a menos que llamemos a los municipales (este agosto lo hemos tenido que hacer tres veces) y los desalojen con un alto contemido de alcohol en sangre.
      Como ya nos tienen acostumbrados los políticos, las medidas que sugieren para paliar la creciente contaminación suenan a música celestial, pero todo queda en palabrería. Ya se sabe: del dicho al hecho...
      Un beso.

      Eliminar
  3. Hola, Josep.
    Se podría decir que nuestro país, especialmente la zona mediterránea, se encuentra ante una encrucijada diabólica. Somos el país con más paro estructural de Europa y el turismo es una de nuestras "industrias" más potentes tras la reconversión industrial de hace décadas. Hallar la ecuación para que sea un turismo sostenible es mi opinión uno de los asuntos más complejos para los gobernantes. Lo que si tengo claro es que la situación que viven Barcelona o Venecia es insostenible. Ojalá se encuentren las formulas para devolver esas ciudades y otras a sus ciudadanos y que también puedan ser visitables o turísticas de alguna manera no tan masiva.
    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Miguel. Entiendo que hallar el modo de controlar el turismo sin perjudicar la economía no es tarea fácil. Queremos que vengan muchos turistas, que llenen nuestros hoteles y restaurantes, que dejen mucho dinero, pero que no molesten ni perjudiquen nuestro entorno. Equilibrar las ventajas y los inconvenientes es como un encaje de bolillos. Durante la pendemia, se impuso un difícil equlibrio entre mantener la economía a flote y velar por la salud de los ciudadanos, y como siempre resulta imposible contentar a todos, en algunas zonas de nuestro país se dio más preferencia al comercio que a la preservación de la salud. Pues con el turismo pasa igual. Que vengan muchos turistas pero que sean respetuosos con el medioambiente. Es un poco la cuadratura del círculo. Dependemos demasiado del turismo como para poner en peligro esta gran fuente de ingresos.
      Sea como sea, habrá que regularlo, pero nadie ha encontrado todavía la fórmula adecuada, o la ha encontrado y no se atreve a proponerla por impopular.
      Un fuerte abrazo.

      Eliminar
  4. Sólo te diré que la playa más cercana a Reus, donde resido, es Salou. No voy allí desde junio hasta septiembre, sino que paseo por La PIneda, de Vilaseca, o me voy a Cambrils, porque el mar me fascina. Barcelona es insoportable. Tal cual. No sé la solución, pero desgranas la realidad y tanto gesto bienintencionado no se ve traducido a la realidad por ningún lado.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Huir de las aglomeraciones cada vez resulta más difícil. Hasta en los lugares aparentemente más recónditos te encuentras con un montón de vehículos y, por supuesto, de gente, que hasta te impiden dar un paseo en solitario.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. No solo no me gustan las aglomeraciones, las odio. Pero no llego a tener agorafobia, je, je.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  7. Ay, el turismo.
    Aquí siempre hemos vivido de otras cosas, pero últimamente el turismo es una gran fuente de ingresos. Y lo entiendo, pero yo, desde muy pequeña he ido a sitios recónditos y tranquilos, y cuando veo que esos lugares se han puesto de moda y se han masificado, sufro.
    No soy de aglomeraciones excepto en conciertos o eventos deportivos, que es inevitable. Para lo demás, dame tranquilidad.
    Muy feliz día.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Gemma. El turismo ha ido ganando terreno y ya quedan pocos lugares, con un mínimo de encanto natural o que ofrezcan diversión, que no hayan sido "colonizados". Recuerdo cuando, siendo un niño, pasaba algunos veranos en un pueblito del mar menor, llamado Los Nietos, desde donde, en más de una ocasión, habiamos hecho una excursión en barca hasta la Manga del Mar Menor, por entonces un enclave solitario lleno de dunas de arena blanca. Y mira ahora en lo que se ha convertido, tanto La Manga como el pobre mar, contaminado a más no poder. Claro que no es solo por el turismo sino también por la explotación agraria que vierte nutrientes contaminantes. En fin, a veces preferiría volver a los años sesenta y setenta para volver a nadar en playas prácticamente desiertas.
      Y a mí, las aglomeraciones, incluso las de los conciertos, me desagradan, pero si la actuación vale la pena no me queda más remedio que aguantarme, je, je.
      Un abrazo.

      Eliminar
  8. Que Madrid no tenga playa siempre ha sido un punto negativo, pero desde el punto de vista turístico es algo a favor porque ese viajero en busca de sol y playa y borrachera nos lo ahorramos. Se supone que aquí llega un turista en busca de la oferta cultural y gastronómica (lo que no evita que más de uno se agarre una buena cogorza de vez en cuando).
    Aun así, cada vez hay más afluencia de turistas en la capital y se nota en las zonas céntricas. Entiendo que es una importante fuente de ingresos pero las ciudades deben tener en cuenta, lo primero, a sus habitantes a quienes se preocupan realmente por ellas. Me fastidia bastante no poder pasear tranquilamente por mi ciudad porque hay grupos numerosos plantados en medio de una calle oyendo las instrucciones de un guía (algunos diciendo auténticas tonterías, que esa es otra).
    En fin, el dinero es el dinero, pero lo peor es que no repercute tanto en el pueblo llano, tan solo los inconvenientes.
    Un besote.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Desde luego, el turismo cultural es el mejor, pues se supone que sus protaginostas son personas cultas y por ende educadas, aunque siempre hay excepciones. También es presumible que sean más pudientes y gasten más que los llamados turistas de borrachera, cuyo presupuesto es mucho más exiguo y que vienen con un pack de "todo incluido", sobre todo el beber a trapo, por cuatro chavos.
      Las grandes ciudades con un atractivo cultural también sufren algunos desmanes y la masificación hace muchas veces incompatible esa avalancha de visitantes con la calidad de vida de sus sufridos habitantes.
      Pero como bien dies, el dinero es el que manda. Hace tan solo unos días, grupos ecologistas y los habitantes de zonas rurales interesados en la conservación del medioambiente pedían a las aurotidades locales que pusieran coto a la masificación en zonas protegidas. Los únicos que se han opuesto vehementemente a tal medida son los restauradores y comerciantes, que ven con ello peligrar sus generosos ingresos gracias a esos visitantes que, cuando vuelven a casa, dejan el terreno como si hubiera pasado una piara de cerdos, o peor.
      Un beso.

      Eliminar