domingo, 17 de noviembre de 2013

¿Y qué hago yo ahora? (reflexiones de un observador impertinente)



A veces, la conducta humana tiene formas y vías muy peculiares de manifestarse. Del mismo modo que algunos dicen, y yo lo secundo, que de la forma de conducir se infiere el carácter del que se pone al volante, así pues, tal como barruntaba en mis reflexiones anteriores, las de ahí abajo, por si alguien se las ha perdido, de la forma de actuar o interactuar en esos ambientes nuevos para mí, a saber, el de los publicadores, compartidores de eventos, noticias, comentarios y demás en esta famosa red social que es facebook, el de los seguidores literarios, por llamarlos de algún modo, y el de los paseadores de perros, sí, he dicho paseadores de perros, no se sorprendan, se puede inferir asimismo, con un estrecho margen de error, el carácter de muchos de sus protagonistas.

Parecerá ridículo o extravagante que mencione esos ámbitos como medios para evaluar la conducta humana pero no los he elegido yo; simplemente son, ahora mismo, mis referentes pues son los que más frecuento aunque, de hecho, cualquier lugar y situación es buena para extraer curiosas enseñanzas sobre esta materia. Y como la edad (la veteranía es un grado, dicen) y el tiempo libre me lo permiten, pues ando más bien sobrado de ambas cosas, he adoptado recientemente el papel de observador desde mi privilegiada atalaya o refugio, según se mire, cual naturalista en pleno trabajo de campo.

Fíjense que incluso los pasatiempos más simples e inofensivos pueden llegar a ser verdaderas fuentes de información sobre la naturaleza humana. ¿Quién no ha jugado, sino, al parchís o al Monopoly y ha visto cómo ese amigo o familiar habitualmente tan comedido, equitativo y bondadoso, se metamorfoseaba en un despiadado verdugo, un arrogante e insoportable vencedor, un mal perdedor o un capitalista avaricioso y megalómano? Y ¿quién, jugando al Trivial Pursuit no se ha encontrado, de pronto, frente a un engreído e impertinente sabelotodo que se mofa de ti por no saber, por ejemplo, que el Arauca es un afluente del Orinoco o que James Joyce publicó Ulises en 1922?

Pues bien, en facebook, ese caldo de cultivo de relaciones humanas, donde convergen multitud de internautas con sus peculiaridades naturales, también se observan conductas sorprendentes y poco afortunadas, como la que calificaría como “ególatra”, que es la de quienes publican para que los demás no sólo les lean, sino que les puntúen con cuantos más “me gusta” mejor y les gratifiquen con comentarios halagadores pero sin que se molesten casi nunca en comentar, y probablemente tampoco en leer, lo que publican los demás. Son como el “gurú” al que todo el mundo debe seguir y admirar y, por lo tanto, buscan y necesitan ser el centro de atención. Convendrán conmigo que resulta extraño que alguien que muestra interés por determinados temas y los publica, no se digne a compartir u opinar sobre las publicaciones de sus contactos, yo entre ellos, claro está, que por eso saco el tema a colación, que participan de sus mismos temas de interés y están en la misma onda. La primera vez que me encontré con un caso como éste, tras comprobar que su actitud era reiterativa y que, por lo tanto, se trataba de un ególatra pura raza, en un acto de rebeldía y de despecho infantil, lo reconozco, lo desagregué de mi lista de contactos que, por cierto, es más bien exigua y, como siga por ese camino, promete serlo todavía más. Seguramente, después de varios meses de haberle condenado a ese ostracismo vengativo, todavía no se ha percatado de ello pues sus contactos se cuentan a cientos, vaya usted a saber por qué, y yo sólo era un granito de arena. De todos modos, aun habiéndose dado cuenta, seguro que no lloró tan triste pérdida.

En el ámbito de los paseadores de perros, la conducta que más me irrita es la del “macho dominante”, como yo la llamaría pues sólo la he observado en hombres, a diferencia del caso anterior, refiriéndome al que fomenta y estimula la ley del más fuerte en la raza canina y que creen que a mayor perro, mayor respeto. Esa es una actitud propia de aquellos que creen que su perro es el mejor del barrio y miran a los otros perros y, por extensión, a sus dueños con desdén. Dicen amar a los animales pero en realidad aman a su animal o debería decir a su animalidad. Generalmente son dueños de perros de pura raza, grandes y bravos y cuando sus canes se muestran agresivos frente a los demás, les premian con palmaditas en la cabeza para reforzar esa conducta que ellos consideran positiva y prometedora y se alejan con un semblante de autosuficiencia. ¿No será, pienso yo, que proyectan, de ese modo, sus limitaciones y complejos a través del animal?

Es bien sabido que de tal amo tal perro y a más de uno le habría propinado yo una patada en sus partes nobles (a las del dueño, que no del animal irracional) cuando irradian esa malsana satisfacción por ver cómo su mejor amigo de cuatro patas muestra un actitud intimidatoria hacia los de su misma especie y, por ende, hacia sus sufridos dueños, que velan porque su perro, al que prodigan  todo tipo de cuidados, no sufra el menor daño. Aquí no se trata de un acto de ostentación, como el que circula con ese cochazo deportivo que provoca la envidia de los bobos infelices, sino de manifestación de una dominancia, superioridad y amedrentamiento que ejercen sobre los demás a través de su mascota que, inocentemente, actúa como mano, o debería decir pata ejecutora.

Pero aunque el del “publicador ególatra” y el del “macho dominante” son comportamientos dignos de rechazo pues reflejan un carácter orgulloso y prepotente, no dejan de conformar esa rara normalidad con la que ya estoy, por desgracia, familiarizado. En cambio, el tercer grupo de personajes que he descubierto, los “lectores fantasma”, como los he definido, tienen un comportamiento misterioso e incomprensible para mi pobre y limitada inteligencia racional y emocional.

Los “lectores fantasma” son aquellos que, habiéndote animado a escribir, habiéndose interesado por tus progresos, habiéndote preguntado repetidamente por tus futuras publicaciones, llegadas éstas a término y habiéndoles informado, en un arrebato de satisfacción, dónde y cómo pueden acceder a su lectura, nunca dan señales de haberlo hecho. Los hay incluso que dicen haber entrado en tu blog, que les parece muy interesante y que, cuando dispongan de tiempo, leerán detenidamente tus escritos, pero nunca llega ese preciado momento y siguen sin pronunciarse, poniendo  cara de póquer, al sacar el tema a colación cuando, en un nuevo encuentro, prefijado o fortuito, vuelven a interesarse por cómo va tu faceta literaria. Quizá debería calificarlos como “lectores impotentes”, que se quedan en la fase inicial, la del interés pero que nunca llegan a consumar, el acto de la lectura, se entiende, que se quedan en los prolegómenos; quizá sufran de adulación precoz, rápida y antes de tiempo; o quizá, en el peor de los casos, algo que no quiero ni pensar, practican una hipocresía de guante blanco o piadosa, vamos que prefieren el disimulo a decir lo que realmente piensan, no fueran a provocarte un shock postraumático.

Lo más sorprendente, sin embargo, es que he visto este comportamiento en personas muy cercanas a mí y que me consta que me aprecian. Ahí es donde reside mi más absoluto desconcierto. ¿Será que la naturaleza humana es, a veces, un verdadero misterio y pretender entenderla toda una quimera? Un día leí una frase que hora me viene a la memoria y que, desgraciadamente, debo hacer mía en este contexto: “Este año desconocí a gente que creía conocer”.

Por otra parte, si la vida y el ser humano están llenos de contradicciones, yo no podía ser menos y la mía, una de ellas por lo menos, pues habrán seguramente más, tiene que ver con ese refrán que dice “del dicho al hecho hay un buen trecho”. Así pues, si en mis primeras incursiones escritoras dije que escribía por placer y no para complacer, he descubierto que existe la “erótica del reconocimiento”, un descubrimiento inesperado y que creo es la causa de mi frustración, en minúsculas, que conste, cuando no hay respuestas a mi “obra”, positivas por supuesto, o éstas son más bien escasas o insustanciales, un simple formulismo educado. Ante ello, les informo que me he puesto rápidamente en tratamiento, me he sometido a una cura de humildad, dosis aguda por si acaso, algo que nunca creí que necesitaría, para evitar caer en el desánimo o en un ataque de celos cuando veo las alabanzas que otros reciben por escritos que, seré engreído, tienen menor calidad que los míos. Que Dios me perdone por tamaña soberbia y me bendiga con humildad y talento. Amén.

Pero como no tengo vocación de dramaturgo, voy a dejar el drama para quien guste y entienda de ello. Hay que ver el lado positivo de las cosas y en ese lado es donde están quienes sabes que te valoran y aunque sea la familia, bendita familia, y unos pocos amigos, para eso están los amigos, ya es más que suficiente. Sólo faltaría que yo también pasara a engrosar la lista de ególatras y me rindiera a la tentación de la cochina vanidad. Pero no hay peligro, pues siento que el tratamiento está dando sus frutos.

Y como antes dije que de cualquier lugar y situación se pueden extraer enseñanzas, no voy a pasar por alto las que he extraído de mis nuevos ambientes de ocio, diurno, no confundamos, pues de lo contrario no hubiera empleado este tiempo perturbando al posible lector o lectora con mis disquisiciones filosóficas. Mi conclusión, más simple de lo que pueden imaginar, es que, del mismo modo que ocurre en el ambiente laboral, donde más se dan los comportamientos improcedentes, las personas que necesitan engordar su ego, probablemente porque bajo su piel habita un ser inseguro e incluso acomplejado, adoptan una actitud egoísta o dominante en su propio provecho y para que los demás les vean como lo que no son, unos seres débiles, vacíos y fatuos, y les refuercen, con sus halagos, devoción, envidia o sumisión, su endeble autoestima y llenen sus carencias afectivas.

¿Y para esa banalidad tanto desperdicio de tiempo y de palabras?, se preguntarán. Pues yo también me lo pregunto pero como he dicho que la veteranía, y por ende la edad, es un grado y bien merece un respeto, me valgo de ello para hacer con mi tiempo y con mi blog lo que me apetece -perdonen ustedes esta salida de tono totalmente gratuita que no es más que la excusa del que no sabe cómo justificarse-, y lamento, eso también, si les he aburrido o desilusionado, todo es cuestión de lo exigentes que sean.

Pero para que vean que soy más objetivo de lo que pudiera parecer y que no sólo me dedico a criticar al prójimo, para concluir, pues esto ya toca a su fin, haré el único examen de conciencia que me permito y atrevo a hacer en público, si es que hay algún público leyéndome, y es que, en contraposición con las actitudes que acabo de referir, quizá por eso me parecen tan reprochables, yo he sido en el teatro de la vida un actor sumiso, que ha evitado los enfrentamientos y que casi nunca ha sabido decir que no. Pero a fin de cuentas, no me ha ido mal ser y actuar de este modo aunque reconozco que me hubiera ido mejor de haber sabido y osado enfrentarme a las inevitables agresiones y confrontaciones con más valentía y determinación. Pero como para meterme en facebook, pasear al perro, leer y escribir lo que quiero y amar a mi familia y a mis amigos de verdad no necesito más de lo que soy y de cómo soy, pues ¿para qué cambiar a estas alturas?

Así que, respondiendo a mi pregunta ¿y qué hago yo ahora?, diré que después de haber cumplido algo más de seis décadas de vida, me entretiene, ente otras muchas cosas, observar a los demás, no desde esa valla que separa los ociosos de los “currantes”, ni desde ese banco del parque ante el que discurren apresuradamente los hoy en día afortunados trabajadores en activo, sino tras esa distancia que separa a los que viven y quieren seguir viviendo satisfactoriamente de los que creen que a partir de cierta edad poco queda por hacer salvo recordar lo que uno fue.

Además, hoy en día ya no hay mesas-camilla ni braseros frente a los que sentarse a contar historias a los nietos, ésos que ahora prefieren jugar a la Play en lugar de soportar las “batallitas” del abuelito.

Como alguien dijo, la clave es seguir siendo joven hasta morir de viejo. No sé si esto viene muy a cuento con lo aquí dicho pero no me negarán que queda bien y, además, es lo que pienso.


2 comentarios:

  1. Así es mi querido primo Josep Mª ... estás sintiendo lo que sentí en su dia al comprobar el comportamineto de todos los que muy bien describes aquí y te diré algo que si no lo has pensado lo pensaras muy pronto , que...¡¡¡Bendito internet y bendito Facebook que me ha permitido conocer como realmente son los que me rodean ...!!! De modo que ya no me quedo apesadumbrada por sus desaires y como tu a esas ''' personas ''' las flagelo con el látigo de mi indiferencia y me quedo feliz tal cual pez en el agua ... no merece la pena desilusionarse .Sigue con tus escritos que los que de verdad nos gusta lo bien que lo haces les encanta leerlos y pasa olímpicamente de toda esa coleccion de ególatras y que en el fondo lo que tienen es una inseguridad absoluta cuando ven todo lo que otros lo hacen mejor que ellos aunque tengan prole detras aplaudiéndoles . Un abrazo

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    1. Real como la vida misma. Todos formamos parte de esa gran representación que es la vida, pero cada cual adopta el papel que mejor se le da. Claro que el papel de crítico es el más cómodo y a veces los críticos también se equivocan. Gracias por estar siempre ahí. Un abrazo.

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