Una vez leí una noticia en el periódico que decía, más o menos, así: “un anciano de 60 años fue ayer atropellado a plena luz del día y el conductor del vehículo se dio a la fuga…”. Lo primero que me vino a la mente fue la edad y el intelecto de ese presunto periodista. Seguramente no debía de sobrepasar los veintitantos años o un cociente intelectual de 60, pero voy a ser benévolo y voy a pensar en lo primero ya que a esa edad no parece que se tenga plena conciencia de lo que es la vejez.
Pero si entre los jóvenes no hay una clara conciencia de lo que es ser realmente mayor, algo que estoy dispuesto a comprender, muchos de los realmente mayores, por razones de edad, entiéndase, no saben o no quieren asumir la llegada a la tercera edad (término que sólo acepto por puro convencionalismo por mucho que me pese) en su justa medida.
Unos adoptan el papel del abuelo que, usando y abusando de su tiempo y del de aquellos que le rodean, no deja pasar la oportunidad para someterlos a la tortura de hacerles partícipes, contra su voluntad, sino no sería una tortura en toda regla, de sus peripecias por esa larga vida que dejaron atrás, o el del jubilado que pasa las horas apoyado en la valla de unas obras urbanas, que cada vez hay menos por eso de la crisis, o tomando el sol sentado en un banco del parque mientras da de comer a las palomas, esas ratas voladoras que se cagan en todas partes sin respetar al prójimo, o jugando al dominó en el hogar del jubilado del barrio.
Otros, para mí verdaderos bichos raros, al llegar a esa edad, se resisten con uñas y dientes a ser apartados de la vida laboral activa. Algunos de esos especímenes les he visto yo, sudorosos, renqueando y respirando agitadamente, recorriendo los pasillos de las dependencias de cierto Ministerio persiguiendo a esos huidizos funcionarios para intentar resolver esos no menos esquivos problemas burocráticos. Todo por no querer quedarse en casa y dar, de ese modo, una sensación de inutilidad tras tantos años de frenética actividad. “Es que si se queda en casa se muere en dos días”, dicen de ellos sus allegados, generalmente sus esposas. ¿No será que esos arduos currantes no pueden soportar la idea de convivir las veinticuatro horas del día con su pareja de tantos años? ¿O no serán sus esposas, amas de casa no dispuestas a perder un ápice de su libertad de movimientos ni a dar explicaciones de lo que hacen o dejan de hacer, las que les quieren lejos del hogar?
Otros, de reciente generación, son los llamados “yayoflautas”, esos aguerridos militantes contra las injusticias sociales y en defensa de los derechos de los que, como ellos, después de muchos años contribuyendo a engordar las arcas públicas con ese trabajo que nunca les dignificó, ven ahora cómo los administradores de la cosa pública les quieren recortar los pocos derechos adquiridos a lo largo de su dilatada vida laboral. Son los que han sustituido el habitual tema de discusión del también habitual corrillo en las ramblas barcelonesas, frente a la fuente de Canaletas, pasando del debate puramente futbolístico al amargamente económico, arremetiendo, a grito en cuello, contra los mandamases de la Unión Europea y, a su cabeza, la Ángela esa de los cojones que nos va a dejar en cueros. Lo único que no ha cambiado es el tono encendido de las discusiones, no ha variado la forma, sólo el fondo de la cuestión. De ese modo, a su manera y desde la más absoluta indefensión, se sienten útiles apoyando a todos los movimientos reivindicativos que se tercien y que ya nada tienen que ver con los colores de su equipo.
Otros, en fin, lejos de las movilizaciones y reivindicaciones, buscan motivos de gozo en su recientemente adquirida cédula de pensionista y disfrutan de este nuevo estado a pesar de lo que les vaticinaban los aguafiestas de turno, “sin trabajar te vas a morir en dos días”, hablando seguramente para sí mismos, y que, sin necesidad de tener muchos hobbies, saben sacar provecho del tiempo libre, que no muerto, para hacer volar, no sólo su imaginación sino también sus ilusiones.
Cuando a un servidor, faltándole cuatro años para la barrera psicológica de los 65, pasó a mejor vida, de la profesional a la ociosa, cayó en la trampa de dejarse llevar por la nostalgia, ese sentimiento normalmente asociado a la vejez, y lo primero que hizo fue pensar en los amigos perdidos por el camino y preguntarse qué habría sido de ellos.
A sabiendas de que la cara negativa de la nostalgia es que no se puede cambiar aquello de lo que te arrepientes, por mucho que te duela, decidí emprender una búsqueda en Google y en esa herramienta tan utilizada para buscar amigos que es facebook, pensando que, de este modo, quizá podría recuperar algo de lo perdido. El resultado de esa búsqueda no pudo ser más descorazonador; pues de los pocos localizados, unos no dieron respuesta a la llamada y otros ni siquiera recordaban quién era yo; sólo unos pocos han recompensado mi gesto con una renacida amistad que habrá que alimentar con mimo. Sólo por estas pocas amistades recuperadas valió la pena el empeño.
Hombre de escasas pero cultivadas aficiones (especialmente por lo de constantes y mantenidas, que no necesariamente por refinadas o cultas, que probablemente también lo sean, dicho sea de paso) siempre dije que, cuando me retirara, escribiría un libro titulado Antología del disparate, haciendo alusión a uno de igual título que escribió el profesor Luis Díez Jiménez allá por los años setenta para ilustrar los disparates cometidos en los exámenes por algunos alumnos de bachillerato. En el mío, sin embargo, contaría los despropósitos de los que he sido testigo a lo largo de mi carrera profesional, los contratiempos irracionales y disparatados que he tenido que sufrir, las actitudes prepotentes de muchos de los interlocutores que he tenido que soportar, los quebraderos de cabeza y los disgustos que me han ocasionado, y todo ello como un desahogo vomitivo, una venganza prosaica y, posiblemente, una enorme pérdida de tiempo y un gran esfuerzo pues necesitaría lo que ocupa la enciclopedia Espasa para volcar en papel todas mis vivencias en dependencias oficiales y entre las paredes de las empresas para las que he trabajado.
En su lugar, acabé escribiendo unas, llamémoslas, Memorias en las que he mezclado este tipo de vivencias con otras de mayor calado personal, familiar e íntimo, unas memorias noveladas de las yo he acabado siendo prácticamente el único juez y que permanecerán hasta el fin de mis días en una de las estanterías de mi despacho con total impunidad, virgen al ojo y a la lectura ajena, si exceptúo a los pocos miembros de mi familia que han tenido el dudoso honor de actuar como lectores y críticos, ciertamente benevolentes, de mi aventura literaria pues ¿a quién más le pueden interesar mis aventuras y desventuras personales y profesionales?. Si tuviera un apellido notorio, fuera un “famosillo” de la vida pública y alegre, un tertuliano habitual de los programas del corazón o hubiera tenido un affaire con un personaje público, podría haber tenido una oportunidad en alguna editorial pero ¿quién va a querer publicar la vida y milagros de un individuo como yo, totalmente anónimo, ignorado por el público en general y por las letras españolas en particular?
Escribe algo distinto, de ficción por ejemplo, que a ti se te da bien, me decía mi mujer, mi fiel lectora y seguidora. Y siguiendo este mismo planteamiento, mis hijas me obsequiaron por mi 63 cumpleaños con un blog, diseñado y puesto a punto para dar rienda suelta a mis aventuras escritoras. Incluso el título ya venía con el regalo. Sólo tenía que entrar y amueblarlo, así de sencillo.
Y, animado por ese íntimo club de fans, empecé por volcar en ese blog alguna que otra reflexión que ya llevaba escrita algún tiempo. A continuación, extraje algún pasaje de esas memorias que me pareció especialmente intimista y “publicable” y más recientemente he decidido apostar por la práctica más audaz de la pura invención, como cuando siendo un chaval les contaba a mis compañeros de clase, durante el recreo los días de lluvia, esas “aventis” inventadas que tanto les gustaba.
Pero, ¿y mis lectores? ¿Habría algún lector fuera del ámbito familiar? ¿Dónde estaban esos lectores potenciales? Bueno, para empezar, bien podrían servir como conejillos de indias esos amigos y conocidos de facebook, bendito facebook. Si bien el ejercicio de la escritura per se ya me resultaba lo suficientemente estimulante sin necesitar a nadie que leyera y juzgara lo que salía del teclado de mi ordenador personal, si alguien más ducho que yo en la materia pudiera leerlo y juzgarlo, sabría, aunque sólo fuera por ver alimentada esa asquerosa vanidad que todos los mortales llevamos dentro, si también era capaz de interesar a lectores más objetivos y merecía la pena lo que estaba haciendo. Y entonces reparé que el mejor modo de atraer posibles lectores era contactar con blogs de otros escritores. De este modo, podría aprender de quienes practican, mucho antes que yo, el arte de escribir y, en correspondencia, convertirme quizá en un lector leído.
Así, poco a poco, he ido entrando en el mundillo de los llamados relatos cortos y micro relatos y, si bien, todavía me considero un principiante quiero creer que puedo engendrar historias mínimamente interesantes como para que alguien, al otro lado de la red, me diga, aunque sea muy de vez en cuando, verdad o mentira piadosa, que le ha gustado lo que ha leído. Pero, de todos modos, el caso es que, aunque nadie diga nada, me siento como pez en el agua en esto de inventar historias.
Y entre renglón y renglón, también estoy logrando, sin proponérmelo, conocer la naturaleza humana. ¿Qué cómo? Hay muchas formas, por supuesto, pero yo tengo ahora mismo tres fuentes de información muy sencillas y recientemente adquiridas: facebook (una vez más), los amigos lectores fantasmas (que dicen que existen pero que no se manifiestan) y los paseos con mi perro. Pero esto ya es otra historia.
Más alto pero más claro imposible Josep Mª .... has descrito tal cual esa esa llamada madurez . Una vez más me ha gustado mucho tu relato.. yo diría .. quee .. vas tomando carrerilla jeje .. de esta te veo hecho un gran escritor , sigue que nos encantas .
ResponderEliminarGracias una vez más, mi fiel seguidora. Como digo, con sólo que haya una persona a quien le guste y sienta lo que escribo, ya estoy más que satisfecho. Un abrazo.
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