lunes, 27 de octubre de 2025

Jueces para la democracia

 


Juezas y jueces para la democracia (JJdP) es una asociación judicial fundada en 1984 que nació a partir de la Asociación Profesional de la Magistratura (APM), que agrupa a juezas y jueces comprometidos con los valores constitucionales, la defensa de los derechos fundamentales y la consolidación de un Estado social y democrático de derecho, según la definición que consta en su página web.

En este sentido, ¿no resulta, como mínimo curioso, o paradójico, que deba existir un grupo de magistrados que se signifiquen públicamente a favor de algo que debería ser lo normal en un país democrático como el nuestro? ¿Acaso ello significa que hay jueces en España que no están por la labor de proteger los derechos constitucionales a ultranza, que no son demócratas?

Pues a pesar de lo que digan algunos, no todos los jueces actúan en beneficio de la verdad y la justicia. Existe un temor reverencial o hipocresía institucionalizada en la mayoría de ciudadanos, e incluso en algunos partidos políticos, a declarar abiertamente que no existe en nuestro país una clara separación de poderes, el político y el judicial. Les guste o no a algunos ultraconservadores, hay jueces que hacen política y políticos que se erigen en jueces. Es lo que se conoce como politización de la justicia y judicialización de la política, respectivamente. Es algo que se conoce, pero no se admite públicamente, a menos que se quiera ser tachado de izquierdista consumado y recalcitrante al que hay que combatir. Seamos realistas: no todos somos iguales ante la ley, pues dependemos del juez que instruya el asunto a enjuiciar. Es triste y peligroso que un dictamen, favorable o desfavorable, dependa de qué juez lleve el caso.

Yo me pregunto si se puede separar la ideología política (o religiosa) de un juez de la forma en que aplica la ley en base al concepto de justicia y democracia.

Al igual que se ha propuesto confeccionar una lista de médicos antiabortistas, para saber en todo momento, por exclusión, la disponibilidad de un médico que sí pueda practicar un aborto en un centro sanitario público, debería existir otra para los jueces en función de su ideología. Y del mismo modo que, según tengo entendido, a un aspirante a policía se le somete a un test psicológico para evitar a un psicópata o extremadamente violento entre sus filas (aunque me temo que, de existir este filtro, no siempre funciona), deberían clasificarse a los jueces según su tendencia sexual y política, no vaya a ser que a un juez homófobo, xenófobo o ultraderechista le toque enjuiciar a una mujer presuntamente violada, maltratada, a un transexual, a un migrante que supuestamente ha cometido un delito contra la propiedad o a un presunto “delincuente” antifascista que ha participado en una pelea contra neonazis.

Como no veo que ello sea factible (seguramente sería tachado de ilegal y para algunos incluso anticonstitucional), ni práctico, quizá si que durante las oposiciones a la judicatura debería implantarse una evaluación previa a la adjudicación del cargo, que revelara esos supuestos prejuicios que impedirán posteriormente aplicar una justicia justa y para todos igual.

Sé que estoy soñando despierto, pero mientras pienso en estas posibilidades, a medio y largo plazo, me imagino un mundo mejor y más justo. Pero si eso acaba ocurriendo, seguro que va para muy largo. Y ya lo dice el refrán: dentro de cien años, todos calvos.

 

miércoles, 22 de octubre de 2025

Reivindicaciones perturbadoras


 

Esta entrada puede resultar controvertida y hacer que los lectores me califiquen de reaccionario. Nada más lejos de la verdad. En todo caso, seré quisquilloso, impaciente y poco empático cuando un evento del tipo que sea perturba o limita mi libertad.

Me considero progresista y reivindico a ultranza el derecho a la libertad de expresión y de manifestación, siempre y cuando no se cruce una línea roja; en el primer caso, la mentira, la calumnia y el insulto; y en el segundo, la extrema violencia y el vandalismo. También defiendo los derechos de la clase trabajadora y su lucha por unos derechos amparados por el estatuto de los trabajadores.

Tanto el derecho a manifestarse como el de hacer huelga están protegidos por ley, como no podía ser de otro modo en una sociedad democrática.

Pero ¿qué pretende un huelguista? Pues reivindicar mejoras en su puesto de trabajo (ya sean salariales, de horario o condiciones laborales diversas, entre otros derechos). ¿Y a quién va dirigida esta protesta? Pues al empresario o Empresa para la que trabajan.

¿Y qué se pretende con una manifestación? Pues expresar públicamente el descontento por cualquier tipo de injusticia social y reivindicar que lo que se exige sea tenido en cuenta. Así pues, son las autoridades, ya sean locales, autonómicas o centrales, las que tienen la potestad de tomar partido y actuar directamente o intermediar en beneficio de los manifestantes ante quienes va dirigida esta protesta.

Pero la realidad suele ser distinta y los perjudicados de ambas acciones, perfectamente legítimas (la huelga y la manifestación, que generalmente suelen ir de la mano), no son, en primera instancia, los empresarios ni las autoridades, sino los ciudadanos de a pie que no participan en esos actos por las causas que sean, a pesar de dar soporte a esas quejas.

Cortes en la circulación y en la movilidad general: cortes de carreteras y de las principales vías de acceso y de circulación en la ciudad, líneas de tren cortadas, carreteras y autopistas cortadas por agricultores o ganaderos en protesta por sus condiciones laborales u otras afectaciones económicas, vuelos anulados, aeropuertos tomados por una multitud de manifestantes o bloqueados por taxistas en huelga, autobuses y metros fuera de servicio (salvo durante los obligados servicios mínimos), y servicios públicos suspendidos temporalmente, etc..

En tales casos, ¿qué puede hacer el ciudadano que tiene que ir a trabajar, tomar un avión, asistir a un examen o a una visita médica, por no hablar de una intervención quirúrgica u otras actividades ineludibles? ¿No resulta injusto perjudicar a inocentes que, como he dicho, muy probablemente empatizan con los manifestantes? ¿No sería más justo que las manifestaciones, tanto por motivos laborales, sociales o políticos, se hicieran ante la empresa u organismo responsable? A una Empresa se la perjudica haciendo huelga de brazos caídos, pues ello afectará la productividad y supondrá una pérdida económica que puede ser millonaria. Pero ¿qué culpa tiene el resto de la población porque dicha Empresa, ya sea pública o privada, no acceda a las peticiones de los manifestantes? 

Un caso aparte y reciente es el execrable genocidio que ha sufrido el pueblo palestino en Gaza, un hecho tan inmoral que ha merecido ser objeto de multitudinarias manifestaciones, tanto a nivel nacional como internacional, protestas para alzar la voz ante tal barbarie. Pero aun así, ¿qué culpa tenemos de sufrir colapsos de movilidad durante horas y días, si todos estamos en contra de esa masacre vergonzante y apoyamos la causa palestina? En este último caso, un caso ciertamente extremo, es imperioso presionar a las autoridades nacionales de cada país para que, a su vez, presionen a quienes tienen el deber de detener o hacer detener el genocidio, pero con manifestaciones pacíficas que eviten el tumulto y el caos y ofrezcan alternativas de movilidad a los ciudadanos afectados. 

Lo antedicho, puede parecer egoísta, pero creo que es perfectamente compatible una protesta multitudinaria con el bienestar de quienes no participan físicamente en ella.

Supongo que no es fácil ejercer una presión viable y eficaz ante cualquier entidad nacional o supranacional sin perjudicar mínimamente a terceros, así como evitar que una manifestación acabe en una batalla campal por culpa de unos cuantos ultras vándalos. Pero algo habría que hacer, ya que no me parece de recibo tener que resignarnos a sufrir las consecuencias de unos actos que nos pueden afectar grave e irremediablemente, aunque sea de forma temporal, por el hecho de ser justos y necesarios.

No sé si llevo una pizca de razón en todo lo aquí expuesto o es la edad lo que me hace pensar así y me he vuelto un viejo cascarrabias.


miércoles, 15 de octubre de 2025

El misterio de las tecnologías

 



Solo empezar a escribir esta nueva entrada, me viene a la mente la redacción que nos obligaban a hacer en la escuela tras las vacaciones de verano, al inicio del nuevo curso escolar, contando qué habíamos hecho durante ese período de descanso de dos meses y medio. En mi caso, sin embargo, me limitaré a relatar las incidencias que he tenido que sufrir y que nada tiene que ver con las actividades de ocio y relax.

Siempre he pensado que algo que se ha diseñado para facilitarnos la vida o, por lo menos, ciertas actividades en principio engorrosas, muchas veces nos la complica, por lo menos a quienes ya peinamos canas.

Aunque siendo un septuagenario, creo que me defiendo aceptablemente bien en bastantes aplicaciones, prueba de ello es este blog. Uso WhatsApp y email con soltura, al igual que algunas redes sociales, pero, de vez en cuando me exaspero si algo no funciona o deja de funcionar inexplicablemente y no tengo forma de solucionarlo por mis propios medios, debiendo acudir a alguien más versado que yo, incluyendo a algún tutorial que, dicho sea de paso, a veces me confunden aún más o son del todo inútiles porque sus indicacines no siempre se corresponden con mi realidad o porque las aplicaciones o comandos que muestran no existen en mi aparato, ya sea un teléfono móvil, un ordenador o un televisor. Así pues, cosas que parecen muy fáciles de resolver, no lo son tanto.

Y todo esto viene a cuento porque parece que últimamente ha habido una mando negra que se ha propuesto hacerme la vida imposible, coincidiendo con el horrible calor infernal de este verano.

Cuando uno, por ejemplo, cambia de vehículo, lógicamente tendrá que adaptarse a sus nuevas prestaciones, pero al poco tiempo ya lo conducirá sin problemas y las utilizará como si siempre lo hubiera hecho así, salvo si uno es muy torpe, claro. Pero un cambio de soporte técnico, informático u ofimático no debería necesitar indagar e instruirse previamente, leyendo un denso y complejo manual de instrucciones, pues esto va en contra de lo que los anglosajones han dado en llamar user-friendly (fácil de usar, manejar y comprender por un usuario).

En mi caso, que es el objeto principal de esta entrada, me he visto sometido, en cuestión de los últimos tres meses, a complicaciones variopintas, a cual más irritante, que han afectado a la recepción de las plataformas de pago (en un caso por culpa de Netflix y en el otro de Movistar); con problemas con el nuevo teléfono móvil y con el nuevo ordenador, en este último caso especialmente con el paquete de Office que tenía incorporado, en el que te pierdes buscando las aplicaciones o comandos que habías venido utilizando hasta hace poco; con Gmail, que no me reconocía; con varias aplicaciones volcadas desde el ordenador anterior al actual (entre ellas iTunes, dejando vacía mi biblioteca de música); con la peculiar selectividad de la impresora, que no respondía o sólo imprimía algunos de los documentos que el ordenador le enviaba para imprimir; y así una retahíla de anomalías y carencias que, por fortuna, con mucha paciencia (cosa de la que carezco) y con alguna que otra ayuda externa (más o menos certera), logré subsanar, aún necesitando para ello días y hasta semanas. 

Pero la guinda del pastel, que me produjo tanta o más exasperación fue la participación de las empresas que, teóricamente, deberían solucionar los problemas en los que ellas estaban, directa o indirectamente involucradas (léase Netflix, Amazon y Movistar, por poner unos pocos ejemplos). Y es que esta participación es muy difícil de conseguir a la primera, ya sea humana o virtual (si desea esto, marque uno, si desea aquello, marque dos, si desea lo otro, marque el tres, y si no, espere. Y luego: todos nuestros agentes están ocupados. Y musiquilla a la espera, a veces interminable), y cuando por fin logras que te atienda un ser humano, esperar a que te comprenda y solucione el problema. En varios casos tuve que contactar con alguna de las empresas anteriormente mencionadas unas diez o doce veces hasta conseguir ser atendido por un técnico listo y entendido en la materia que sí pudo echarme un cable.

Curiosamente, lo que más me ha ayudado para al menos aclarar los motivos de tales disfunciones ha sido el ChatGPT. Parece una contradicción a lo que he expuesto sobre las nuevas tecnologías, pero aquí podría decir aquello de que no hay mal que por bien no venga.

Pero esta lista de despropósitos sólo es una pequeña muestra de todo lo acaecido este caluroso verano, pues no quiero alargarme y aburriros más con mis cuitas tecnológicas.

De todos los inconvenientes con los que he tenido que apechugar, solo uno no ha podido resolverse: al cambiarme Movistar el router, cambió el wifi, por lo que la aplicación instalada en mí móvil en su día por los instaladores de las placas solares dejó de funcionar y como la empresa instaladora y Movistar no se pusieron de acuerdo con la forma de solventarlo, pues ya no puedo consultar la energía producida por las placas y el consumo eléctrico doméstico. Aunque me han dicho que esté tranquilo, que las placas seguirán funcionando correctamente, me da coraje no poder consultar esa información, cuando tenía acceso a ella. Es como si me hubieran instalado en el coche un accesorio muy interesante y útil y dejara de actuar, a pesar de que el vehículo seguirá funcionando perfectamente.

Seguro que tengo muchos defectos, pero de todos ellos, los dos peores son la impaciencia y el perfeccionismo. Porque ¡ojo!, ser perfeccionista no es nada bueno, no significa ser perfecto. Es una lacra para quien la sufre. Todo tiene que funcionar a la perfección, de modo que, de lo contrario, el perfeccionista entra en una fase de exasperación y de un tremendo enojo. Y cuando, por fin, todo vuelve a funcionar como es debido, siente un gran alivio. Pero nadie le quita lo bailao. Y a esperar a la próxima contrariedad.

Con estos ejemplos pretendo ilustrar que teóricos avances tecnológicos que pretenden ayudar al usuario, le pueden, en la práctica, perturbar. Un ejemplo muy reciente y que tendrá lugar el próximo mes de enero es la implantación de un nuevo sistema de facturación informática con facturas electrónicas y recibos en papel (incluidos los de los bares y supermercados) que incluirán un código QR que todas las empresas, grandes y pequeñas, y los autónomos estarán obligados a implementar. En esencia, lo que se pretende es fiscalizar mucho más y mejor las actividades económicas, enviando la información directamente a Hacienda. Cierto es que, en caso de dificultades prácticas, entre ellas la de necesitar un tiempo para la adaptación, se facilitará alguna alternativa, pero de dificultad parecida o peor.

Los comerciantes (sobre todo los pequeños) y los autónomos ya han expresado su malestar por las dificultades prácticas que ello entrañará en cuanto al coste que representará la adquisición de un nuevo sistema informático y el aprendizaje que ello representará que, en muchos casos afectará especialmente a los pequeños comercios regentados por personas mayores que no están familiarizadas con estos procedimientos.

En resumen, todo esto significa que lo que se simplifica y mejora por un lado (para Hacienda), se complica por otro (al pequeño comercio) y con esto vuelvo al inicio de esta publicación.

 

miércoles, 10 de septiembre de 2025

I'm woke

 

 

Usamos tantos anglicismos que no he podido sustraerme a la tentación de encabezar esta entrada con uno que se ha puesto de moda.

El término “woke” proviene, efectivamente, del inglés y significa literalmente “despierto”. Originalmente se utilizaba en contextos afroamericanos para referirse a estar atento ante las injusticias sociales y raciales, es decir, ser consciente de los problemas como el racismo, la discriminación, la desigualdad de género, la homofobia, la xenofobia, entre otros. Ser “woke”, por lo tanto, implicaba estar alerta y actuar frente a estas injusticias. Con el movimiento Black Lives Matter, este término se popularizó para describir a quienes luchaban contra las injusticias sociales, ampliándose posteriormente al feminismo, a los derechos LGBTQ+, al cambio climático y a la desigualdad en general.

Con el tiempo, este término se ha empleado en debates políticos, sociales y culturales para referirse a personas que apoyan los cambios relacionados con la justicia social y los derechos humanos. Incluso en el mundo de la música ha pasado a ser un sello de identidad progresista.

Más recientemente, sin embargo, se ha acuñado con una connotación negativa, dependiendo del contexto. De este modo, hay quien se refiere con este término a los que consideran que exageran su conciencia social o que aplican estas ideas de manera dogmática o extremista.

Así pues, en los años 2010-2020, los sectores conservadores empezaron a usar “woke” como término despectivo para señalar un progresismo considerado excesivo, dogmático o “de moda”, apareciendo expresiones del tipo “woke culture” o “wokeism”.

En definitiva, “woke” es un término con doble significado:

-Positivo: estar alerta frente a las injusticias, tener conciencia social.

-Negativo (para sus críticos): exceso de corrección política, activismo superficial o moralista.

 

Hasta aquí, la definición y características de un término utilizado cada vez con más frecuencia, sobre todo en el ámbito político. De existir alguna incorrección en esta información preliminar, ya sea por error u omisión, la culpa es de la IA, más concretamente del ChatGPT, de donde la he obtenido.

Sea como sea, todos hemos podido observar que es un calificativo muy empleado por el conservadurismo más recalcitrante —lo que popularmente se conoce como “fachosfera”—, tanto en Europa como en los EEUU (Trump adora este término, que no duda en lanzar contra sus oponentes).

Dada la historia y orígenes de este término, me inclino sin duda alguna por su concepto progresista y democrático, que incluye la defensa de los derechos humanos y la oposición sin reservas a las desigualdades sociales que tanto abundan en nuestra sociedad. Si defender el derecho a una vivienda, a un trabajo y un salario digno, a la defensa de los derechos de los trabajadores, a la no discriminación por razones culturales, raciales, sexuales, etc., a la defensa de la naturaleza y el apoyo incondicional a la lucha contra la crisis climática, y estar en contra de las guerras promovidas por dictadores, si todo esto es ser “woke”, I’m woke (yo soy “woke”), y a mucha honra.


martes, 17 de junio de 2025

Maldito paro

 


Según el CIS, el paro ha estado, desde la década de los ochenta, a la cabeza de los problemas más importantes de los españoles. Concretamente, en 2023 era una de las tres primeras preocupaciones de los ciudadanos. El año pasado, la tasa de desempleo en España era del 10,8%, un punto menos que en 2023, pero, aun así, el más alto de la eurozona.

Por sexo, las mujeres en paro superaban a los hombres: 12,1% frente a 9,6%. Por edades, se llevan la palma los mayores de 50 años, con un nada despreciable 30,82%, con un total al término de 2024, de 800.000 personas, es decir, más de 3 parados de cada 10. Entre los más jóvenes de 25 años, la tasa de paro también es muy elevada: un 25,6% en los hombres y un 28,7% en las mujeres.

Si 800.000 personas paradas mayores de 50 años ya es una cifra a tener muy en cuenta, todavía es más grave el hecho de que 443.900 (el 55,5%) lo son de larga duración.

Estos últimos datos proceden de un estudio realizado por “Generación Savia”, un proyecto de “Fundación Endesa” en colaboración con “Fundación máshumano”.

Por otra parte, en 2025, la edad de jubilación ordinaria se sitúa entre los 65 y 66 años y 8 meses, según el periodo cotizado, edad que pasará a estar entre los 65 y 66 años y 10 meses en 2026, y entre los 65 y 67 años en 2027.

No sé si soy un simplista o un ignorante, pero cuando oigo o leo los datos sobre el paro en nuestro país, siempre me pregunto lo mismo: Si no se contrata, por culpa de la edad (una manifestación más de edadismo) a los mayores de 50 años, ¿por qué no se permite la jubilación a una edad algo más temprana (hay países de la UE cuya jubilación es a los 64 años) en lugar de querer prolongarla?

Si los trabajadores se jubilaran antes, dejarían espacio para contratar a los mayores de 50 y a los menores de 25 que están en el paro. ¿Dónde está el quid de la cuestión? Seguro que debe de haber algún motivo económico. Ahorrar en el pago a pensionistas por un lado y pagar subsidio de desempleo al mismo tiempo por otro. Seguro que la balanza se decanta a favor de lo primero, pues, la manutención de los pensionistas es mucho más costosa que la de los parados. Solo hay que comparar 10,32 millones de pensionistas frente a los 2,78 millones de parados.

Probablemente no haya tantos puestos de trabajo como trabajadores potenciales, por lo menos oficialmente, pues la economía sumergida es muy lucrativa para muchos patronos, esos que tienen trabajadores en situación ilegal y les pagan una miseria. Pero esta es otra historia.

Encuentro francamente injusto que la estabilidad económica y el bienestar de los jubilados y la de los parados se contemple en térmicos económicos y no sociales.


martes, 3 de junio de 2025

Adoctrinamiento o librepensamiento

 


Un artista ¿nace o se hace? Y la misma pregunta nos la podemos hacer en otros muchos ámbitos, no solo el artístico. La opinión generalizada es que existe una comunión entre ambas cosas. Una persona puede tener, desde pequeña, una gran afición por una determinada materia y muchas cualidades para ser un gran profesional en ella, pero sin una formación académica, técnica o del tipo que sea, no acabará desarrollando todo su potencial. Hay, por supuesto, excepciones a esta regla, como la de ser un genio —algo bastante infrecuente—, pero yo diría que en general hay una mezcla de vocación y de esfuerzo personal en forma de estudio y de preparación intensa. Es como la suerte, que nunca viene sola, todo lo que nos acontece es el resultado de una mezcla de azar y de mérito, en mayor o menor proporción.

Pues bien, este concepto de vocación o impulso natural por un lado, y de influencia externa por otro —ya sea esta en forma de formación, presión familiar o del entorno—, me ha llevado a pensar en algo bastante obvio: nuestra ideología, ya sea religiosa, política o moral, también está sujeta a influencias externas.

Un niño que recibe, desde muy pequeño, una formación religiosa, no es libre de elegir entre distintos credos. Simplemente sigue lo indicado por sus formadores, ya sean maestros o padres y familiares.

De joven, muchas veces oí a padres no creyentes ni practicantes, afirmar que no querían instruir a sus hijos en una creencia en particular para no imponerles una ideología religiosa, que ya decidirían ellos cuando fueran mayores. Y yo siempre me decía que ¿cómo van a abrazar en el futuro una creencia de la que no han recibido instrucción alguna? Lo lógico es que sigan el patrón o modelo familiar. Si los padres son ateos, los hijos también lo serán, a menos que se produzca un cambio repentino en sus vidas y abracen repentinamente una fe. Y, aun así, no será fruto de un “milagro” sino de una influencia exterior. En el caso opuesto, los hijos de unos padres muy religiosos no siempre siguen sus creencias y seguramente también sea debido a algún factor externo. Yo mismo soy un ejemplo: de niño era un ferviente practicante de la religión católica, porque así fui educado e inculcado, tanto en casa como en el colegio, y de mayor, superada la adolescencia, me fui alejando paulatinamente de la formación religiosa que había recibido, hasta llegar a la categoría de agnóstico. En política también sucede algo parecido, pues hay casos que de padres de derechas han salido hijos de izquierdas, y al revés, por mucho que parezca extraño.

¿Qué hace que un joven educado en un ambiente progresista y tolerante acabe siendo un extremista de derechas? Seguro que no es fruto de la reflexión y de la libertad de pensamiento. Algo, o alguien, le ha adoctrinado, haciéndole cambiar de parecer.

Todos hemos visto imágenes de niños en escuelas islámicas o judaicas, inmersos en la lectura del Corán o de la Torá, en una actitud servil y mecánica, recitando sin descanso los interminables salmos. A mí, en cambio, no me obligaron a aprenderme de memoria la Biblia y los evangelios. Y la asignatura de Historia Sagrada únicamente me valió para ser conocedor de hechos del antiguo y nuevo testamento, sin convertirme en un fanático. ¿Por qué? Pues porque tuve la suerte de que mis educadores no eran unos fanáticos religiosos, a diferencia de lo que suele ocurrir en otros países.

Así, pues, me da la impresión de que las enseñanzas que reciben los jóvenes judíos y musulmanes —por poner dos ejemplos conocidos— tienen un componente muchísimo más coercitivo que el resto de religiones monoteístas. La letra, con la sangre entra.

Evidentemente, no todos los judíos ni todos los musulmanes son extremistas ultraortodoxos o fundamentalistas islámicos, pero sí existe una facción preponderante que tiene por objeto adoctrinar a los niños y jóvenes de modo que no cuestionen las ideas impuestas por sus maestros.

¿Somos, pues, libres para elegir nuestras creencias? Los grupos neonazis que están reapareciendo por toda Europa, ¿son fruto de un adoctrinamiento o de una profunda reflexión sobre lo que consideran justo y deseable? Para mí, el hecho de observar que todos, o casi todos, los pertenecientes a un partido político conservador y ultraconservador opinen igual, sin discrepancias, en todos y cada uno de los puntos que más preocupan a la sociedad (educación, sanidad, empleo, impuestos, inmigración, etc.) me hace sospechar que no practican la libertad de pensamiento, sino que obedecen a unas directrices y doctrina de obligado cumplimiento. No actúan por consenso sino por sumisión y lealtad a su partido, indistintamente de lo que cada uno de sus miembros piense en realidad. No puede haber discrepancias, todos a una como Fuenteovejuna. Pero esta actitud no es exclusiva de las derechas, por supuesto, sino de cualquier país totalitario.

Siendo así, qué ocurre con los ciudadanos de a pie: ¿somos el resultado de un adoctrinamiento, claro o subliminal, del color que sea, o bien somos totalmente libres para decidir lo que queremos hacer y pensar en base a la lógica y la razón?

 

miércoles, 21 de mayo de 2025

La paguita

 


La semana pasada le tocó el turno a la mentira y esta a la paguita, todo ello relacionado con el mundo de la política, un hervidero de despropósitos.

Se ha hablado mucho de lo que cobran algunos políticos cuando abandonan su cargo para dedicarse a otros quehaceres. Nunca me ha parecido bien que, por el simple hecho de haber ostentado un cargo de responsabilidad en la política española, tengan derecho a una paga. Aunque hayan prestado un gran servicio al país, un político es un ciudadano normal y corriente, debiéndosele aplicar el mismo trato que a un trabajador por cuenta ajena.

Entiendo, sin embargo, que si para dedicarse a la política, una persona ha debido abandonar su profesión (ya sea médico, abogado, economista, o fontanero), merece una compensación económica cuando, tras varios años de haberse ausentado de su antiguo puesto de trabajo, reciba lo que podríamos considerar una compensación económica —como si se tratara de una indemnización— que le permita subsistir hasta que vuelva a la vida laboral “civil”. Una excepción sería en el caso de que el político gozara de una excedencia por ser funcionario público, pues tiene asegurada una plaza de propiedad en la administración o en cualquier otra institución pública (Hacienda, Hospital público, Judicatura, etc.) en la que trabajaba. También, según qué profesión ostente, esa indemnización no sería imprescindible, pues un abogado, por ejemplo, podrá reincorporarse al bufete que abandonó sin ningún problema e incluso abrir su propio bufete, gracias a que, tras haber pasado por la política, gozará de una imagen profesional indiscutible (ver el caso de Miquel Roca Junyent, uno de los padres de la Constitución Española y del Estatut de Catalunya, y ex portavoz de CiU, creador de uno de los principales bufetes de Barcelona y del Estado Español). También es bien sabido que un político que ha jugado un papel importante en el Parlamento o en el Senado, tiene las puertas abiertas en multitud de Empresas, tanto nacionales como internacionales, lo que se conoce como las puertas giratorias o enchufismo. El caso más reciente es el de Salomé Pradas, exconsellera de la Comunidad Valenciana y principal imputada en la causa de la DANA, destituida por Mazón, que acaba de ser fichada por la Universidad Internacional de Valencia (VIU), privatizada por el PP, como colaboradora en el área de Derecho, volviendo, según sus palabras, a ejercer la abogacía y la docencia.

Antes de proceder a una indemnización por el tiempo dedicado a la política en exclusividad, también se debería tener en cuenta el patrimonio acumulado durante su labor política, añadido al que ya tenía con anterioridad, es decir de qué recursos económicos dispone quien ha dejado vacante su plaza. No creo que muchos políticos necesiten una paga para subsistir durante el tiempo necesario hasta encontrar otro trabajo remunerado. Pero, claro está, cada caso es distinto a otro y no se puede establecer un tratamiento igualitario, pero sí justo.

Por todo ello, he querido saber quién tiene derecho a esa paga a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado o de la Comunidad Autónoma a la que pertenezca el afortunado.

Como ocurre en tantos otros casos, existe una gran diversidad de normas según la Comunidad Autónoma a la que nos refiramos, de modo que no se puede generalizar. Aun así, hay que distinguir entre diputados (incluyendo a ministros) y expresidentes. Los primeros tienen derecho a una “indemnización de transición” cuando dejan su cargo, pero no a una pensión vitalicia. Dicha indemnización cubre la carencia de cobertura por desempleo y se suele calcular en 52 días de la asignación que estaban percibiendo y que cobran en un solo pago.

Si nos referimos a los expresidentes de las CCAA, la cosa cambia, aunque también hay muchas diferencias entre Comunidades, diferencias que sería muy prolijo describir aquí.

Hay autonomías que pagan sueldos a sus expresidentes, directa o indirectamente, mediante su inclusión en un consejo consultivo y con derecho a disponer de una oficina, chófer y un servicio de seguridad.

Las hay que no ofrecen un sueldo a sus expresidentes, entre las que se encuentra la Comunidad de Madrid, aunque, a propuesta de su presidenta actual, está preparando un “Estatuto de expresidentes” según el cual, un expresidente de esa Comunidad sí recibiría una paga, con chófer y despacho por un máximo de cuatro años.

En algunas CCAA, el periodo durante el cual se tiene derecho a cobrar un sueldo es variable, dependiendo del tiempo durante el cual hayan ocupado su cargo y también de la edad, pudiendo cobrar, al cumplir los 65 años, una pensión vitalicia equivalente a un mínimo del 60% y un máximo del 80% de lo que percibían en el cargo. Este sería el caso de la Generalitat de Catalunya, de modo que el expresidente Pere Aragonés cobrará unos 109.000 euros anuales durante cuatro años, teniendo también derecho a percibir una pensión vitalicia del 60% del salario al cumplir los 65 años y que será de 81.700 euros al año.

Entre tantas discrepancias y particularidades, sobresale el caso, de máxima actualidad, que concierne a Mazón, el actual presidente de la Comunidad Valenciana pues, de no prosperar la reforma presentada por el grupo parlamentario Compromís, los presidentes de esa Comunidad seguirían cobrando 75.000 euros anuales durante 15 años, una vez concluido su mandato. Así pues, si Mazón resiste en su puesto hasta julio, tal como se insinúa, cobraría esa cantidad durante los próximos dos años, que es el tiempo que habría estado en el cargo actual, requisito indispensable para poderse acoger a ese subsidio.

Si nos referimos ahora a los presidentes del Gobierno, estos son los únicos que tienen derecho, sin excepción, a una paga vitalicia, medida esta que creó Felipe González en 1992 y de la que disfrutan todavía Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero y José María Aznar, cifra que ascendía en 2022 a unos 75.000 euros anuales. El actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cobraría unos 61.000 euros al año si dejase de ostentar el cargo.

Felipe González sería el expresidente que más ha ingresado hasta el momento, ya que es el más longevo (perdió las elecciones en 1996). En total, habría cobrado más de 1,8 millones de euros, José María Aznar 1,5 millones y Rajoy 341,618 euros. Y a ello hay que añadir otros beneficios, como el de contar con un automóvil con chófer, escolta y seguridad, y disfrutar de libre pase en las compañías de transportes terrestres, marítimas y aéreas del Estado.

¿Merecen estas personas tales beneficios? Y no me refiero a un merecimiento moral por lo que han hecho por el país (si es que han hecho algo), sino simplemente a una necesidad económica de tales dimensiones pues, todos ellos tienen unos ingresos más que suculentos procedentes de sus actividades extrapolíticas, empresariales y de todo tipo. ¿Acaso no se dedican, o se han dedicado, a la política por vocación? ¿Por qué, pues, debemos pagarles un sueldo una vez han dejado su cargo? Ni siquiera una indemnización. Este subsidio solo se lo merece quien ha trabajado en una empresa durante años y se queda en el paro por motivos ajenos a su voluntad, que tiene una familia a la que sostener, unos hijos a los que educar y una vivienda que pagar.

Deberían tomar ejemplo de Julio Anguita, quien después de más de ocho años como parlamentario, renunció a la pensión de jubilación como exdiputado, pasando a cobrar solamente la de profesor de escuela. Y ya no hablemos del recientemente fallecido Pepe Múgica, expresidente de Uruguay, un referente mundial en cuanto a humildad y renuncia a cualquier tipo de ingresos extraordinarios y que donó alrededor del 90% de su salario mensual de 12.000 dólares durante sus cinco años de gobierno a organizaciones benéficas y a pequeños empresarios.

Pero, claro, no vamos a exigir, ni tal solo pedir a un político profesional que se acoja al voto de pobreza, pues si en el ámbito sacerdotal —en el que se exige, además, el de obediencia y castidad, casi nada—, ya hay una escasez de vocaciones, en el político estaríamos a dos velas.

¿Creéis, en definitiva, que mis sugerencias, por extremistas que parezcan, son no solo plausibles sino también correctas, o tal vez me he extralimitado con mi planteamiento “antisistema político” en plan fanático intransigente de izquierdas?

 

miércoles, 14 de mayo de 2025

La mentira

 


Mentira es la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente (RAE).

A grandes rasgos, podríamos decir que la mentira hace su presencia en dos ámbitos: el de la comunicación, cuando se busca engañar con las palabras, y el de las actuaciones, cuando se finge algo contrario a lo que se siente o a lo que es en realidad.

Como afirma De la Serna en “La mitomanía: descubriendo al mentiroso”, quien miente espera que sus oyentes le crean, de forma que se oculte la realidad o la verdad de forma parcial o total.

Otra forma de mentir consiste en el fingimiento. Por ejemplo, si alguien atropella a una persona y se da a la fuga, y más tarde vuelve y se mezcla entre los curiosos, fingiendo indignación por lo ocurrido, está mintiendo ante quienes simula o finge inocencia.

De una forma más pormenorizada, hay muchos autores, sobre todo filósofos, que han clasificado los distinto tipos de mentiras que, grosso modo, pueden definirse del siguiente modo:

  • Mentira blanca o piadosa: afirmación falsa hecha con intención benevolente, para no zaherir al interlocutor
  • Promesa rota: sin ser una mentira, estrictamente hablando, es incumplir un compromiso adoptado con otra persona. Solo en el caso de que dicho compromiso se haya tomado pensando en no cumplirlo, hablaríamos de mentir.
  • Mentira honesta: la que se dice involuntariamente, creyendo que lo afirmado es verdad
  • Mentira intencionada o instrumental; la que se dice deliberadamente a fin de conseguir un objetivo interesado
  • Mentira con uno mismo o autoengaño: forma de autoconvencerse de algo sobre falsas creencias o ilusiones a las que se tiene apego
  • La exageración: contar algo de forma desproporcionada, intencionadamente y con finalidades muy variadas
  • Los rumores: noticia falsa divulgada sin haber sido confirmada. También suelen tener una intencionalidad.
  • La calumnia: acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño

En el ámbito de la religión, mentir es un pecado (no levantarás falsos testimonios ni mentirás) y según nuestro código penal es, en teoría, objeto de sanción. Así pues, el falso testimonio y el perjurio están severamente penalizados, pero, en la realidad, observamos abundantes casos en los que, en una declaración ante el juez, el interrogado miente como un bellaco o echa las culpas a otro, u otros, y no pasa absolutamente nada, aun cuando se descubra más tarde su falsedad. Por cierto, siempre me ha llamado la atención que cuando alguien acude a declarar como testigo no puede mentir, mientras si lo hace como imputado, sí. Cosas de la Ley.

Consultando varias fuentes sobre la mentira, he hallado una cita del neurocientífico San Harris, que afirma que “mentir es negativo para el mentiroso, que los mentirosos suelen sentirse mal por sus mentiras y perciben una pérdida de sinceridad, autenticidad e integridad”. Yo, la verdad, discrepo totalmente de esta asunción y lo hago en base a mi experiencia personal, tanto en el ámbito laboral como, sobre todo, en el político.

¿Acaso nuestros políticos son tan amorales que no sienten ningún arrepentimiento tras mentir y calumniar descaradamente? Últimamente me he llevado más de una desilusión cuando se ha acusado de delinquir a un político de mi confianza, que se defendía con uñas y dientes de tal acusación alegando una caza se brujas, ante el que he sentido una total empatía, creyendo en la veracidad de sus alegaciones, hasta que, con el paso del tiempo y el acúmulo de pruebas en su contra, se ha desvelado la verdad y ha resultado ser un corrupto de libro. ¿Cómo pudo defender su inocencia tan vehementemente, sabiendo que era culpable? Y así podría relatar muchos otros casos en los que la mentira, la difamación (calumnia, que algo queda), las promesas incumplidas y reiteradas, la exageración malintencionada y una retahíla de falsedades, son el sostén y la base de la política en general y de muchos políticos en particular.

¿Cómo podemos estar seguros de la veracidad de nuestros representantes cuando hemos visto casos en los que nos han defraudado y engañado? Si uno no puede confiar en ellos, ¿qué sentido tiene acudir a las urnas cada cuatro años? ¿Votar al menos malo? Pero, ¿quién es el menos malo dentro de esa caterva de mentirosos que nos representan? Quiero creer que todavía queda gente honrada que se dedica a la política para defender nuestros derechos constitucionales sin luchas intestinas partidistas, que piensan en resolver los problemas de la ciudadanía en lugar de dedicarse a atacarse esgrimiendo falsas acusaciones cruzadas, mintiendo a los votantes sin otro interés que el de aferrarse a su escaño, sin reconocer sus culpas, prefiriendo la mentira y la falacia en lugar de la verdad.

Los políticos, para poder acceder a un puesto de responsabilidad, deberían seguir un curso de ética, pero en su lugar lo primero que aprenden es a mentir sin sonrojarse y mantener sus mentiras hasta que no se descubra la verdad verdadera sin paliativos. Y, aun así, en tal supuesto, seguirán justificándose con excusas ridículas y ofensivas para alguien con un mínimo de sentido común.

Los parlamentarios, una vez en la tribuna de oradores, deberían someterse a un polígrafo durante toda su intervención. Pero ya os adelanto lo que ocurriría en caso de que el aparato determinara que el orador está mintiendo: el mentiroso argumentara que el aparato no es fiable, que está defectuoso o que ha sido manipulado por su oponente, sobre todo si este forma parte del Gobierno.

Para muchos, mentir es una necesidad vital y no desaprovechan la oportunidad para ponerla en práctica sea donde sea y como sea.

Creo que puedo afirmar que todos nos hemos visto obligados a mentir en alguna ocasión, ya sea para ocultar algo que no deseamos desvelar, para quedar bien ante los demás, o para protegernos y sobrevivir en esta sociedad tan agresiva en la que vivimos.

Es triste, pues, que la mentira forme parte de nuestras vidas, que la aceptemos y asumamos como algo natural, que la usemos habitualmente para progresar, que la normalicemos, considerándola como algo inherente al ser humano.

Mentir o no mentir, esa es la cuestión.


jueves, 1 de mayo de 2025

¿Broma o burla?

 


Recientemente, se ha publicado en las redes un video realizado por IA en la que aparece el recientemente fallecido Papa Francisco junto a Jesús, quien sostiene un gran vaso de agua que se convierte en vino ante las risas de ambos para, acto seguido, salir volando (se supone que hacia el cielo) donde les espera una hermosa joven, que se supone que es María, formando así un trío feliz. Por la música y canto que acompaña al vídeo se podría pensar que, como algunos dicen, se ha hecho, no como burla, sino como forma simpática e incluso cariñosa en recuerdo del fallecido. Yo tengo mis dudas. Pero, sea como sea, me ha hecho pensar en las numerosas muestras de falta de respeto hacia creencias ajenas.

Educado en el seno de una familia católica y en un colegio religioso, aunque con el tiempo me fui alejando de las creencias y preceptos en los que había sido adoctrinado, hasta llegar a considerarme agnóstico, algo debe haber quedado de aquella educación porque siempre he sido sumamente respetuoso con las creencias religiosas de todo tipo. Podré considerarlas absurdas, ancestrales, supersticiosas, etc., pero jamás me burlaré de ellas y mucho menos ante uno de sus practicantes, para no herir su sensibilidad. Obvia decir que no entran en este grupo las prácticas inhumanas propias de extremistas religiosos. A estas hay que combatirlas.

Pero hoy día, la libertad de expresión ha llegado muchas veces a cruzar una línea roja, llegando al insulto, al menosprecio y a la burla más encarnizada. Y muchas veces con el único fin de hacer una gracia ante un público insensible y, añadiría, ignorante y maleducado (en el sentido más estricto de la palabra).

Hace muchos años que veo este tipo de bromas de mal gusto, unas simplemente pueriles, ante las que no hace falta molestarse, aunque los más intransigentes —como los Abogados Cristianos, anclados en el pasado más rancio— se rasguen las vestiduras, al estilo fariseo; y otras realmente desagradables e innecesarias, a las que no veo justificación alguna, excepto la de irritar a los creyentes. Una cosa es criticar y otra muy distinta es ofender los sentimientos ajenos.

Podría mencionar muchos ejemplos, pero han habido expresiones anti religiosas que considero muy osadas, como la procesión del coño insumiso, una vulgaridad fuera de serie, por no hablar de chistes y sketches televisivos que, aun no siendo muy ofensivos —excepto para los ultra conservadores e intolerantes—, los considero simplemente de mal gusto, como la parodia que emitió el programa de la televisión catalana, “Està passant”, en plena Semana Santa del pasado año, en la que aparecía una humorista disfrazada de “Virgen del Rocío”, con una muñeca en brazos, representando al niño Jesús (ver la imagen del encabezamiento). Dicha parodia hacía alusiones maliciosas a la vida sexual de la Virgen. Como era de esperar, se produjeron enérgicas protestas por parte de representantes de la Iglesia católica y de algunos partidos políticos, ante las cuales el director y presentador de dicho programa, no solo no echó mano de la típica disculpa no sentida para templar los ánimos de los supuestos ofendidos, sino que afirmó, con lo que yo calificaría de chulería, que continuarían las emisiones de programas blasfemos de este tipo, en aras de la sacrosanta libertad de expresión.

A este respecto, una mención especial, por la gravedad de la respuesta producida, se merece la publicación, en la revista satírica francesa Charlie Hebdo, en 2015, de una caricatura de Mahoma —una más de las muchas que solía publicar— que motivó el grave atentado perpetrado por terroristas de Al Qaeda y que acabó con la vida de doce trabajadores de la revista e hirió a otras once.

Que quede claro como el agua cristalina que no justifico tal acto terrorista, ni de lejos, pero siempre me he preguntado cómo se atrevieron aquellos periodistas a mofarse reiteradamente del venerado profeta del islamismo. ¿Acaso no preveían las consecuencias de tal acto? ¿No sabían de qué pie calzan los fundamentalistas islámicos? ¿Pensaban que se quedarían de brazos cruzados ante, para ellos, tamaña herejía? ¿Acaso no recordaban lo ocurrido con Salman Rushdie por haber escrito los versos satánicos, que los islamistas consideraron una blasfemia contra el islam, poniendo precio a su cabeza?

La proclama “Je suis Charlie”, en boca de todos los demócratas, me pareció acertada en cuanto que reivindicaba el libre pensamiento y la memoria de quienes sufrieron el atentado, pero para mí no significaba que aprobara su línea editorial, plagada de burlas anti religiosas contra cualquier creencia, tanto islamista, católica, como judaica. Una editorial crítica —y cualquier persona educada y tolerante— debe ser respetuosa con los piensan de otro modo y no arrogarse la verdad absoluta, pues este comportamiento no es precisamente democrático. Y añadiría que debería ser cauta (y no cáustica) cuando la chanza va dirigida a una comunidad que no duda en usar la violencia contra los que considera herejes.

Una cosa es que una publicación se arriesgue a recibir una severa crítica social o política en aras de la libertad de pensamiento, al censurar vehementemente lo que considera un comportamiento inadecuado y sancionable de ciertas personas, organizaciones e instituciones, y otra muy distinta es hacerlo despreciándolas y mofándose de ellas sin ningún reparo ni pruebas en contra, con el único fin de desprestigiarlas públicamente.

Para mí, no hay que luchar contra el que piensa de forma distinta, sino contra quienes defienden sus creencias violentamente y utilizan la amenaza contra quien se atreva a criticarlos.

Uno de los males de nuestra sociedad es precisamente el no saber convivir con quienes son y piensan de forma distinta a la nuestra. La falta de respeto y de tolerancia suele llevar a un campo de batalla en el que todos salimos perdiendo. Y así nos va.


domingo, 27 de abril de 2025

Kit de supervivencia

 


La Comisión Europea presentó hace unas semanas su estrategia de preparación ante grandes crisis y amenazas, que pueden ir desde un accidente o guerra nuclear, ataques a infraestructuras críticas, pandemias, catástrofes naturales y actos de terrorismo a gran escala.

Se trata de anticiparse y reaccionar con rapidez ante tales agresiones, así como de tener en cuenta la experiencia que los Estados Miembros han adquirido en determinados sectores (sic). De acuerdo con lo publicado, Bruselas propone que todos los hogares de la Unión Europea tengan reservas de agua, medicamentos, baterías y alimentos para subsistir 72 horas sin ayuda externa en caso de crisis. 

Concretando más, el llamado kit de emergencia debería incluir los siguientes elementos: 

  • Agua embotellada (mínimo 5 litros por persona)
  • Alimentos fáciles de preparar y preferiblemente no perecederos
  • Una radio a pilas
  • Una linterna
  • Una batería de repuesto para el móvil
  • Un hornillo o cocina portátil (y gas envasado)
  • Combustible
  • Cerillas
  • Dinero en efectivo
  • Medicamentos
  • Pastillas de yodo
  • Material de primeros auxilios
  • Cinta adhesiva
  • Un extintor
  • Artículos de higiene

Todo esto, en teoría, está muy bien, pero me pregunto por qué todos estos artículos solo están pensados para cubrir tres días. ¿Qué ocurrirá una vez agotado este tiempo? ¿Acaso después de 72 horas ya habrán desaparecido los efectos de la desolación que habrá provocado una guerra nuclear o cualquiera de las otras grandes amenazas mencionadas? ¿A quién se le ha ocurrido tamaña tontería? Si por lo menos hubieran aconsejado fabricar búnkeres... ¿Acaso no han tenido en cuenta que la duración real de los efectos de la tremenda radioactividad que se concentraría en la atmósfera perdurarían más de tres días, de modo que nuestro humilde hogar no sería un reducto protector ni a corto ni a largo plazo? Porque una cosa es la energía que se libera en el momento del impacto y otra muy distinta es la radioactividad remanente que afectaría a todo ser viviente durante décadas e incluso siglos, haciendo la vida en la tierra insoportable. Y, aun inclinándonos por construir búnkeres, ya hemos llegado tarde. Un bunker no se fabrica en dos días y habida cuenta de la gran población que debería protegerse, como no reutilizáramos, una vez vaciados y debidamente adaptados y blindados, los panteones familiares —aquellos que los tengan— esparcidos por todos los cementerios españoles, no habría espacio suficiente para todos. Y no me imagino los nichos albergando a una familia entera. Los que no tengan ni una cosa ni la otra, los sin techo, pues ya se sabe, que se busquen la vida o, mejor dicho, la muerte.

¿Así pues, para que servirá ese kit de 72 horas en caso de un cataclismo mundial? Me imagino a una multitud de familias agazapadas en su casa, comiendo de las latas de conserva, escuchando la radio, iluminándose con una linterna, mientras contemplan por la ventana —eso si su edificio no ha caído hecho escombros— la brutal devastación producida por lo misiles nucleares de largo alcance que van dejando la ciudad arrasada hasta los cimientos y escuchando por la radio transistor las noticias del día. ¿Y quién será el valiente de salir a echar un vistazo por los alrededores una vez se les haya acabado las existencias? ¿Les servirá para algo el dinero en metálico que han reunido?  Por cierto, ¿no faltaría añadir a esa lista de adminículos una máscara y ropa anti radiación? ¿Y papel higiénico? No lo sé, digo yo.

Ideas ridículas, propias de ignorantes, abundan últimamente. El mejor de los ejemplos lo encontramos en la amenaza rusa de lanzar misiles con cabezas nucleares a todas las capitales de la Europa occidental, como si ellos quedaran inmunes a la radioactividad que asolaría todo el continente. ¿O es que tienen, y no lo han revelado, una cúpula de más de 17.100.000 km2, que proteja a Rusia de la radioactividad que ellos mismos han liberado y ante una respuesta nuclear? Porque no creo que los países atacados y con armas nucleares se quedaran con los brazos cruzados.

Todo esto se me antoja un juego de niños perversos. Bravuconadas de matones que pretenden asustar a sus enemigos y aterrorizar a los ciudadanos de a pie. Y todo por culpa de disponer de armas nucleares. ¿Qué sentido tiene la escalada nuclear que se ha ido produciendo? ¿Por qué a unos países (los buenos) se les permite tener y desarrollar armas nucleares y a otros (los malos) no? ¿Quién lo decide? Supongo que los más chulos. Pero esta es otra historia repleta también de ridículas contradicciones.

Yo no pienso lanzarme a comprar esos artículos de “primera necesidad” para poder sobrevivir las 72 horas más alucinantes y menos realistas de nuestra vida. Y ahora que lo pienso, creo que dispongo de todos ellos.

 

martes, 15 de abril de 2025

Envejecer

 


Con esta entrada solo deseo reflejar una situación real, sin pesimismo de por medio, aunque esté impregnada de una cierta tristeza, pues no deja de ser triste envejecer. El envejecimiento es un proceso natural e irreversible, que afecta a todo ser vivo y para el que todavía no se dispone de cura alguna.

Ahora bien, la edad cronológica y la edad biológica no son iguales. En la mayoría de los casos, el proceso de envejecimiento comienza a principios de los 20 años,  cuando empezamos a perder neuronas, y los primeros signos visibles aparecen alrededor de los 30. A partir de ese momento, las cosas evolucionan a una velocidad variable. Por regla general según la OMS, hasta los 60 años una persona no puede ser considerada de edad avanzada, algo que se me antoja caduco en pleno siglo XXI y en nuestro país, donde la esperanza de vida media es de 82 años, dependiendo del sexo.

Pero dejémonos de estadísticas y de definiciones. Lo que verdaderamente cuenta es lo que uno siente y cómo se ve durante este proceso de envejecimiento a lo largo de toda su vida.

Hay gente realmente preocupada por los efectos de la edad, y se horrorizan al ver aparecer arrugas en su frente, cara y cuello e intentan por todos los medios, disimularlas e incluso acabar con ellas recurriendo a las inyecciones de bótox o de ácido hialurónico, por no hablar de la cirugía estética, que muchas veces hace más estragos que el envejecimiento natural.

Si hay personas todavía jóvenes que pretenden, en vano, mantenerse eternamente jóvenes, ¿qué harán cuando lleguen a la madurez, y no digamos, a la vejez?

Aunque resulte triste observar esos cambios en nuestro organismo, debemos aceptar que son el resultado de un proceso natural e imparable, que afecta a todos por igual, y convivir con ellos pacífica y razonablemente bien. Sé que resulta más fácil decirlo que vivirlo, pero considero que es un buen consejo a seguir.

Lo que, por lo menos a mí, me resulta más traumático es ver el antes y el después sin transición de por medio. Una cosa es verte en el espejo día a día o ver a alguien casi a diario, con lo que esos cambios físicos resultan menos patentes, que ver una fotografía familiar de hace muchos años y comparar esa imagen con la actual (ver a tus padres cuando eran jóvenes y verlos ahora ancianos, o ver a tus hijos siendo niños y ahora que ya son adultos; en ambos casos no parecen que sean las mismas personas), o reunirte con antiguos compañeros de clase y casi no reconocerlos. Eso me ocurrió en una cena de antiguos alumnos transcurridos más de veinte años desde que acabamos el bachillerato. Por fortuna para mi ego, a mí todos me reconocieron.

Cuando ahora, a mis 74 años, me dicen que me conservo muy bien para esta edad, que parezco mucho más joven, siempre respondo, con sorna, que estoy, efectivamente, muy bien de chapa y pintura, pero que de motor ando un poco averiado, de modo que, siguiendo con este símil, si fuera un automóvil, no pasaría la ITV.

Lo que acabo de referir puede ser algo natural, uno puede parecer joven por fuera y ser un viejo por dentro, y viceversa. Y no solo físicamente, pues hay jóvenes viejos y viejos jóvenes mentalmente.

Dicen que la juventud está en el interior, al igual que la belleza, pero dejémonos de monsergas y aceptemos que nos hacemos irremediablemente viejos con el tiempo, es ley de vida, y el tiempo no pasa en balde, tarde o temprano nos pasará factura, si no nos la ha pasado ya.

Pero lo que aquí quiero exponer es algo que va más allá de lo físico, y se refiere a la aceptación de la vejez, momento en el cual ya no podemos seguir desempeñando las mismas actividades con el mismo vigor o, incluso, las tenemos vedadas para siempre por culpa de los achaques, entre los cuales está la limitación de la movilidad.

Sé de personas que, llegado ese, llamémosle, trance, no solo se agobian, sino que se deprimen. Una cosa es ser viejo y otra es sentirse realmente viejo.

Esta situación es la peor imaginable, pues en lugar de aceptar lo irremediable con filosofía, y aprovechar lo que todavía podemos hacer con satisfacción, quien se siente un viejo inútil vivirá amargado el resto de su vida, y se la amargará a sus seres queridos. Y es que hay quienes siempre ven el vaso medio vacío y otros, los más afortunados, medio lleno. Lo único que puede dar al traste con toda posibilidad de optimismo ante la vejez es la soledad. Vejez, enfermedad y soledad es una combinación perversa que hace que quien la padece desee acabar sus días lo antes posible.

Hay muchos libros de autoayuda sobre cómo envejecer bien, pero me temo que están escritos por psicólogos y médicos jóvenes, lo cual resta, a mi entender, objetividad, pero, aun así, pueden ser de utilidad para quienes temen llegar a ser unos viejos inútiles. Yo leí uno hace unos pocos años y no me aportó nada nuevo a lo que ya sabía e imaginaba, quizá porque ya estaba mentalizado para lo que se me venía encima, lo que no significa que vea la vejez con simpatía.

En fitoterapia (tratamiento farmacológico con plantas y extractos vegetales) se deja claro que lo natural no tiene porqué ser sano —hay plantas altamente tóxicas—. Pues del mismo modo, el envejecimiento, aun siendo natural, tampoco podemos afirmar que sea sano, pero, por lo menos, podemos hacer que sea tolerable.

Como dijo el escritor y físico alemán, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799), Nada nos hace envejecer con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos hacemos viejos. Y eso que este científico no llegó a los sesenta años. Pero si tenemos en cuenta la esperanza de vida en el siglo XVIII, llegó a viejo, lo que ignoro es en qué condiciones. Espero que se aplicara su propia máxima.

Vivir es envejecer, y vivir bien debe implicar envejecer bien. Parafraseando a Descartes, yo diría “envejezco, luego existo”.

 

martes, 1 de abril de 2025

¿Pobre y feliz o rico e infeliz?

 


Muchas veces nos habremos encontrado ante la disyuntiva de tener que elegir entre dos opciones sin saber por cuál decantarnos, pues ambas tienen sus pros y sus contras. Y la elección es todavía más complicada cuando esas dos opciones son polos opuestos.

¿A quién no le han preguntado, de niño, a quién quería más, si a papá o a mamá? Yo no sé vosotros, pero que yo recuerde, mi respuesta era invariablemente “a los dos por igual”. Una respuesta realmente tan diplomática como falsa, pues de pequeño uno suele tener una preferencia, llamémosla también debilidad, hacia uno de los progenitores. Del mismo modo, aunque nadie quiera reconocerlo, los padres también pueden sentirla hacia uno de sus hijos, aunque ello no signifique que no quieran a todos por igual.

Pero una vez abandonada la infancia, viene la típica pregunta de qué quieres ser de mayor y muchas veces no sabemos (al menos yo) qué responder. En tal caso, nos enfrentamos a una disyuntiva cuya resolución puede marcar el resto de nuestra vida. Y esa disyuntiva es todavía mayor si nos planteamos otra pregunta: «¿Qué prefiero, trabajar en algo que me apasione cobrando muy poco o ganar mucho dinero trabajando en algo que no me guste?». Aquí, por supuesto, también cabría recurrir a una respuesta conservadora: «Pues me gustaría trabajar en algo que me apasione ganando mucho dinero» ¡Y a quién no! Pero esa oportunidad muy pocas veces se presenta. Creo que solo lo consiguen los que se hacen famosos en el mundo del arte (actores, músicos y artistas en general), pero seguro que sus inicios fueron muy duros al elegir ver cumplida su vocación a cambio de la incertidumbre. Y aquí me pregunto si aquellos que malviven ganando lo justo para sobrevivir por haberse decantado por su verdadera vocación sin importarles la economía, se arrepienten de su elección.

Todos hemos oído decir que el dinero no hace la felicidad, aunque sabemos que es de gran ayuda para, por lo menos, no ser infeliz por falta de los medios necesarios para llevar una vida cómoda y saludable.

Evidentemente, los extremos no son fiables ni oportunos. Se puede ser muy rico y muy infeliz a la vez, esto está claro, pero siendo muy pobre es muy difícil ser enteramente feliz.

Pero pasemos de la teoría a la práctica y veamos muy resumidamente mi experiencia personal:

A los diecisiete años, justo antes de la Selectividad, tuve que elegir qué carrera universitaria quería cursar. Ante la duda y la falta de información, me plateé tres posibilidades, por este orden: Medicina, Farmacia y Biología. Y ¿sabéis cual elegí?, pues Biología, la que ofrecía muchas menos posibilidades de tener un sueldo mínimamente aceptable, la que menos salidas profesionales tenía —por lo menos entonces—, algo a lo que no le presté la suficiente atención, pues a esa edad primaba más el pensamiento romántico que el pragmatismo.

Y al principio se cumplió la primera de las dos asunciones planteadas: iba a trabajar con ganas, alegría y en un excelente ambiente de trabajo, pero cobrando una miseria como ayudante de investigación en el departamento de bacteriología marina del conocido hoy como Instituto de Ciencias del Mar, gracias a una beca del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Pero la alegría inicial se convirtió pronto en desánimo por cuestiones que no vienen al caso y que sería muy prolijo de explicar. El caso es que para mejorar mi paupérrima situación económica y asegurarme un futuro más confortable, opté por el transfuguismo pasándome a la Industria Farmacéutica, mucho más generosa en cuanto a emolumentos, aunque el puesto a ocupar no tenía nada que ver con la microbiología. Ese puesto, con el tiempo, me brindó la oportunidad de ir escalando y de cambiar en varias ocasiones de empresa, y cada cambio representaba una mayor recompensa económica, aunque para ello me vi obligado por las circunstancias a licenciarme en Farmacia, que me aportaría unos conocimientos y posibilidades más acordes con la actividad profesional que desempeñaba.

Pero tal como dice el refrán, no todo el monte es orégano, de modo que a lo largo de mi carrera en la industria farmacéutica tuve que vérmelas con constantes pisotones y malas artes por parte de algunos colegas, y con tremendas presiones por parte de mis superiores —algo desgraciadamente habitual en un ambiente tan competitivo como el farmacéutico de la industria—. Aun así, pude ir resistiendo medianamente bien, con altibajos, excepto durante los dos últimos años, que fueron un verdadero calvario, expuesto diariamente a un estado de ansiedad que habría acabado con mi salud mental si no fuera porque finalmente acabé en el paro con sesenta y un años recién cumplidos, debido a una reestructuración total de la cúpula directiva de la que entonces formaba parte.

¿Fui feliz a lo largo del tiempo en el que fui ascendiendo y cambiando de una multinacional a otra? En absoluto. Cada vez ganaba más dinero, aunque a cambio de una mayor responsabilidad y vulnerabilidad ante las dificultades internas y externas. Sin ser rico, gozaba de una economía que me permitía llevar un ritmo de vida muy desahogado, pero sufriendo, a cambio, un estrés constante. Y una vez llegado al punto y final de mi carrera, una vez exento de responsabilidades y presiones, eché la vista atrás y sentí nostalgia de aquella época en la que siendo “pobre” era feliz. 

Pero si volviera al principio, ¿haría lo que hice si supiera lo que me esperaba en la industria? Para ser sincero, no lo sé. Y termino como empecé esta entrada, volviendo a preguntar ¿qué es preferible, tener un sueldo muy modesto trabajando en algo que nos divierte o tener un muy buen sueldo a cambio de trabajar a disgusto? Como dije antes, siempre podemos recurrir a la solución más salomónica: la de trabajar en algo que nos satisface ganado mucha pasta. Pero lo bueno, bonito y barato no existe, y si existe, se da en tan pocas ocasiones que es un chollo que no hay que dejar escapar. ¿Alguien de vosotros/as tiene o ha tenido la gran suerte de haber visto cumplida esta posibilidad? Si es así, mi más sincera enhorabuena.