martes, 29 de diciembre de 2015

El regalo de la vida


A mediados de octubre estuve con mi mujer en Toledo. Una visita turística cuyo detonante fue una novela, o debería decir un novelista, su autor. La novela lleva por título “Lo que encontré bajo el sofá” y el nombre del autor es Eloy Moreno, un joven escritor, ejemplo de iniciativa, tesón y de calidad narrativa. Esta es su segunda novela y acaba de publicar “El Regalo”. No es el objeto de esta entrada hablar de sus obras ni de su trayectoria como escritor. No me corresponde a mí hacerle publicidad pues para eso ya cuenta con sus propios medios. No obstante, os recomiendo encarecidamente su lectura. Si menciono estas dos novelas es porque la primera fue, como he dicho, lo que motivó nuestro viaje a la Ciudad Imperial y la segunda porque, una vez allí, asistimos a un acto de su presentación en la biblioteca del Alcázar. Una presentación que me dio mucho que pensar y sobrados motivos para leer su última obra.


Desde que mi mujer y yo leímos “Lo que encontré bajo el sofá”, sentimos la necesidad de visitar Toledo, la ciudad donde se desarrolla la historia y así conocer, con más detalle e in situ los rincones y leyendas que en ella se describen. Casualmente, Eloy organiza, dos o tres veces al año, en colaboración con “Rutas de Toledo”, unas visitas guiadas por las calles y lugares donde se desarrollan algunos de los episodios más intrigantes de la novela. Así que nos apuntamos a una de ellas y allí fuimos a pasar un lluvioso fin de semana.


Tampoco es el objeto de esta entrada comentar la visita que llevamos a cabo, en grupo y en solitario, por las calles y callejones empedrados de esa maravillosa e histórica ciudad en la que convivieron tres culturas: la musulmana, la judía y la cristiana.

Lo que de verdad me ha motivado a escribir estas líneas es lo que ha quedado en mi mente, el poso que ha dejado en mi alma la lectura de “El Regalo” y, antes de eso, las anécdotas que Eloy nos contó en el transcurso de su presentación.

Para mí (ya se sabe que una obra de arte puede ser objeto de múltiples interpretaciones según quien la analiza), “El Regalo” es un canto a la vida. Su lectura nos invita a reflexionar sobre las oportunidades que, con demasiada frecuencia, dejamos correr; los cambios que tememos emprender; la felicidad a la que renunciamos en aras de una vida cómoda y acomodada; el regalo que representa poder hacer lo que uno realmente desea y así ver cumplidos nuestros sueños.

Eloy amenizó la presentación de su nueva novela con varios ejemplos de personas que, de la noche a la mañana, tomaron una gran decisión: cambiar radicalmente de vida, dejarlo todo y comenzar de cero.

Hay que reconocer que, en todos los casos, se trataba de personas valientes y decididas, personas especiales y distintas en sus planteamientos a la mayoría de los humanos, con unos rasgos peculiares en su forma de vivir y sentir la vida. No por ello sus casos dejan de ser menos meritorios y dignos de admiración. Y como a nuestro escritor le atraen las personas “especiales”, como él mismo reconoció, se acercó a ellas para conocerlas mejor y así supo de sus cuitas y de sus sentimientos.

Todos los ejemplos mencionados tenían su enjundia pero el que más me llamó la atención fue el de un joven que lo dejó todo para dedicarse a lo que más le gustaba: la fotografía. Eloy le conoció, casualmente, mientras paseaba junto al mar. Vio cómo una chiquilla le hacía unas fotografías con una cámara de grandes dimensiones –y aparentemente de gran valor económico- que apenas lograba sostener en sus manos, haciendo verdaderos equilibrios para mantenerla en posición para disparar. Eloy dedujo que aquella niña sería su hija porque ¿quién en su sano juicio dejaría en manos de una criatura desconocida un equipo fotográfico como aquél? Cuando vio que, tras efectuar varios disparos, la niña le devolvió la cámara y se marchó, Eloy no pudo resistir la curiosidad y, acercándose a aquel joven, le preguntó quién era aquella chiquilla. “No lo sé” -le contentó-, solo quería que me hiciera unas fotos.

Y así conoció la historia de quien se presentó como Aitor Aranda, un joven administrativo que, aun estando asqueado de la vida profesional que llevaba, nunca se decidía a cortar por lo sano ese cordón umbilical que le mantenía atado a una vida aburrida y gris. El miedo a quedar libre de la estabilidad que le proporcionaba un empleo seguro y quedar abocado a la incertidumbre del ¿y ahora qué?, le mantenía inmóvil anclado a una actividad que detestaba. Hasta que un concurso fotográfico le ayudó a cambiar el “chip”.

Aitor, animado por unos amigos, decidió presentar una fotografía que había hecho a su perro con el mar de fondo. Ganó el primer premio dotado con tres mil euros. No era ésta una suma como para echar cohetes ni permitirse grandes hazañas pero, aun así, le ayudó a tomar la decisión más importante de su vida: dejó su trabajo y decidió dedicarse profesionalmente a la fotografía. Hoy es un fotógrafo de éxito y, lo más importante, feliz.

Como muy bien decía Eloy, mucha gente no se atreve a cambiar de trabajo porque cree que no sabrá hacer nada más de lo que viene haciendo desde hace muchos años. En algunos casos es precisamente eso lo que les ha llevado a la ruina. Cuando uno pierde su puesto de trabajo -algo harto frecuente en la actualidad- y no está preparado para llevar a cabo otro distinto, es cuando se hunde en el pozo. Hay que ser versátil, adaptable y emprendedor. Nunca se sabe dónde está la oportunidad de nuestra vida. Cambiar puede significar revivir, resucitar. No hay que temer al cambio. Tampoco creo que se haya de optar al cambio por el cambio. Pero ¿por qué no hacerlo cuando no estamos satisfechos ni somos felices con lo que hacemos? ¿Por qué negarnos a buscar la felicidad en otros horizontes? ¿Por qué no intentar cumplir nuestros sueños si los tenemos? Ésta ha sido la enseñanza con la que me he quedado tras la lectura de “El Regalo” y de la historia de Aitor Aranda. No es nada nuevo, lo sé, ni original, también lo sé. Pero sí es algo recurrente en muchos de nosotros: hacer oídos sordos a las oportunidades y luego quejarnos por no haberlas sabido escuchar.

Yo no sé si he llevado la vida que quería llevar. He vivido bien y no me desagrada mi profesión, el fondo. Otra cosa ha sido la forma, el modo, el medio en el que me he visto obligado a ejercerla. En varias ocasiones aposté por el cambio pero solo fueron cambios de ubicación, de empresa. A unos le sucedieron otros, siempre buscando un lugar idóneo en el que hacer mi trabajo agradablemente. Siempre he buscado ser feliz haciendo lo que me gustaba y sabía hacer y, salvo escasas y muy breves ocasiones, no lo he logrado. Quizá es que el cambio debiera haber sido mucho más radical y no supe o quise verlo. Ahora, para mí, ya es demasiado tarde. No tengo edad ni necesidad de cambiar. Pero siempre me quedará la duda de cómo me hubiera ido de haber optado por otra profesión u otras salidas. Pero lo jóvenes todavía estáis a tiempo de buscar vuestro propio regalo de la vida: la felicidad.

Lástima que no tenga lectores lo suficientemente jóvenes como para ser valientes. ¿O sí?
 
 
Imágenes: Vista de Toledo, portada de "El Regalo" y fotografía de Aitor Aranda, cortésmente cedida por Eloy Moreno.
 

8 comentarios:

  1. Me temo que yo soy joven pero cobarde. Precisamente por lo cómodo que resulta la estabilidad y el miedo que he tenido siempre a los cambios. No me adapto bien, necesito tiempo y a la que algo sale mal me ahogo en un vaso de agua. Así que con ese perfil cualquiera se arriesga. Aunque luego soy la primera de animar a los demás, pero eso ya es diferente. Verlo desde fuera no es lo mismo que vivirlo en tus carnes. Por cierto, no sé que edad tienes pero seguro que no eres tan mayor como para renunciar a algun sueño que tengas pendiente ;) Un abrazo.

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    1. A veces la sensatez se confunde con cobardía. Todos los riesgos hay que asumirlos una vez se sabe lo que se quiere y se han valorado los pros y los contras. Solo hay que tomar una decisión cuando los pros superen a los contras (de forma lo más objetiva posible). Aun así, para dar el salto hay que ser atrevido, llámalo valiente si quieres.

      La indecisión es normal e incluso sana pues significa que tienes dudas y, por lo tanto, sabes lo que te juegas. Lo realmente malo es que el temor te paralice y no te deje avanzar. Todas as decisiones conllevan su riesgo y hay que asumirlo. Solo equivocándote aprenderás.

      No sé si te acordarás de cuando aprendiste a nadar (yo sí pues tenía 8 años). Al principio te domina el miedo a ahogarte por mucho que te digan que es fácil aguantarte a flote. El miedo incontrolado hace que a la primera ocasión te hundas y tragues agua, lo que reafirma e incluso aumenta tus temores. Pero cuando, por fin, sabes cómo mantenerte a flote, ya no se te olvida y disfrutas como nunca.

      Yo he sido más bien conformista y conservador pero a veces no tuve más remedio que tirarme al agua y la mayoría de las veces salió bien. Pero, como digo en esta entrada, quizá lo hubiera pasado mejor de haber sido mucho más atrevido.

      Ya sé que es mucho más fácil decirlo que hacerlo y yo puedo dar fe de ello. Pero no te conformes con quedarte quieta por miedo a lo desconocido porque quizá te arrepientas cuando sea demasiado tarde.

      En cuanto a mi edad, te diré que tengo la necesaria y suficiente como para acabarme de jubilar oficialmente. Y cuando echo la vista atrás veo que en más de una ocasión quizá sí perdí alguna oportunidad aunque nunca sabré qué hubiera pasado de haberla aprovechado. Cuando eres menor de edad y no tienes poder decisorio sobre tu vida es lógico que tus mayores decidan por ti y puedan truncar, de ese modo, algunas de tus ilusiones, pero una vez adulta no permitas que nadie decida cómo tiene que ser tu vida por falta de valor.

      Un abrazo.

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  2. Joven es el que tiene ilusiones y metas, viviendo la vida que le toca con entusiasmo. Cuantos abuelitos encuentran en sus nietos esa frescura que perdieron intercambiándola con su dedicación y experiencia. Jugando, riendo y disfrutando de sus conversaciones a media lengua y sus trastadas.
    Cuantos jóvenes sin embargo desperdician su tiempo con máquinitas adictivas mientras se aislan del mundo que les rodea con unos cascos que les convierte en autistas.
    No se trata de edad, se trata de ganas.
    El regalo de la vida es general a todos los que la viven, está en nuestra mano el saber vivirla y para ello hay que aceptarla, retarla y beberla con ansia.
    Un abrazo y a disfrutar en estas fechas tan especiales en las que se "vive" de otra manera, al parecer más apasionada y relajada.

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    1. Desde luego que la "juventud" se lleva dentro y que cada uno la vida de una forma distinta. Hay jóvenes "viejos" y "mayores" (por no llamarlos viejos) jóvenes de espíritu, con dinamismo, ilusiones y ganas de hacer muchas cosas.

      Yo me considero uno de esos "privilegiados" pues ya estoy jubilado, tengo mucho tiempo libre (mientras que cuando trabajaba lo tenia poco)y ya puedo disfrutar de la dicha de ver crecer a mi primera nieta y espero que le sigan mucho/as más.

      Lo más importante, a mi juicio, es la libertad. Ahora tengo libertad para hacer lo que quiero (hasta un cierto punto) y decir lo que pienso (hasta otro cierto punto).

      Cuando uno es joven, lo que se llegó a llamar un JASP (Joven Aunque Suficientemente Preparado)en cambio, se puede llegar a sacrificar la libertad en aras de esa estabilidad a la que me refiero en mi entrada, a esa comodidad a la que uno acaba acostumbrándose (teniendo la gran suerte, claro está, de pertenecer a una clase media-alta), y quizá desperdiciar la posibilidad de ser realmente feliz haciendo lo que uno desea y no lo que le da dinero y, por extensión, seguridad.

      Quizá tan solo sea una quimera pero la felicidad, de existir, consiste en ser quien uno desea ser y aprovechar el tiempo al máximo haciendo lo que uno quiere hacer, ya sea estar con la familia (la deseada conciliación familiar de quien trabaja), con los amigos, o trabajar de lo que cuando era un niño dijo que quería trabajar.

      Quizá si en lugar de haber seguido con el bachillerato de ciencias, por comodidad, por no tener que cambiar de colegio, y por indecisión, hubiera hecho el de letras, ahora sería un escritor profesional y no hubiera tenido que esperar a la jubilación para disfrutar de la escritura de forma totalmente amateur. O bien no hubiera llegado a ser nadie en el mundo de las letras. Eso nunca lo sabré. Lo que sí sé, volviendo a lo dicho sobre la felicidad, es que escribiendo en mis blogs me siento feliz porque lo hago con plena libertad.

      Un abrazo y que disfrutes también de esta época proclive al ambiente familiar y al ocio.

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  3. A parte de ser valiente, tienes que ser una persona que no tenga cargas de familia, porque eso de dejar un trabajo porque no te gusta, no es muy recomendable. Ahora, si es un joven libre, entonces la cosa cambia, aunque desde luego hay que ser valiente para ir detrás de los sueños.
    Tendré que leer esos dos libros, porque según cuentas, tienen que ser interesantes.
    Un abrazo y feliz noche, mañana...

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    1. Evidentemente, querida Elda, cuando uno tiene cargas familiares no está para aventuras locas, uno se vuelve más conservador y debe ser prudente a la hora de hacer un cambio que puede arrastrar a toda la familia. Eso o que tu pareja esté en la misma onda y te acompañe en la aventura.

      Uno de los casos que Eloy Moreno nos contó era el de un matrimonio joven que decidió enviar a sus dos hijos ce corta edad a estudiar a Irlanda en un internado durante un año. Pero se dieron cuenta que, aun haciéndolo por el bien de los chicos, se perderían un año de su vida (salvo las contadas ocasiones en que podrían verse), un año que no disfrutarían de su crecimiento, de sus juegos, de su día a día en común y no estaban dispuestos a perderse eso. O no iba nadie o iban todos. Y se fue la familia al completo (cinco miembros) a vivir a Irlanda un año, o lo que hiciera falta. Así que dejaron sus empleos (eran ATS) y buscaron un nuevo trabajo en Irlanda, con un inglés más bien pobre. Cuando Eloy supo de este caso, se fue a su encuentro a pasar unos días con ellos y contó que no solo no se habían arrepentido de lo que habían hecho sino que celebraban haberlo hecho. Aquella familia nunca había sido tan feliz.

      Y colorín colorado.... esta historia (porque no es un cuento) se ha acabado.

      Un abrazo y que seas feliz haciendo cada día lo que el cuerpo te pida.

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  4. Paso volando para desearte un muy feliz año y darte las gracias por acompañarme durante todo un año.

    Que el nuevo año 2016 nos traiga a todos mucha paz y amor.

    Un beso muy grande.

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    1. Tu vuelo ha dejado en este blog un aroma y un sabor especial, tanto como tus sensuales relatos.

      Yo también te deseo, María, un prometedor y apasionante 2016.

      Un beso.

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