domingo, 24 de agosto de 2014

Irene


Lamento tener que abrir de nuevo, y antes de lo previsto, este cuaderno para anotar en él un hecho tan triste como el fallecimiento de un ser humano, con nombre y apellidos reales: Irene Aparici. La vida es un constante navegar por mares a veces calmos, a veces bravos y enfurecidos que se cobran vidas inocentes y esta es una de ellas.

La Irene a la que aquí me refiero no es la que conocí en mi adolescencia y a la que dediqué, hace poco más de un año, una entrada en mi blog, no. Esta Irene que ahora evoco no la llegué a conocer, ni ella me conoció aunque creo recordar que en una ocasión cruzamos un par de frases escritas, a lo sumo. No la conocí personalmente pero sé que fue una mujer fuerte y luchadora aunque finalmente haya perdido la batalla definitiva y haya dejado a sus familiares, amigos y conocidos sumidos en la más amarga de las tristezas.

Cuando supe de su enfermedad, leyendo los mensajes esperanzadores que le enviaban sus amigos de Netwriters, me sumé a ellos enviándole unas sencillas palabras de ánimo, unos comentarios que no recibieron respuesta por su parte. Pero a ella no se lo tuve en cuenta, no en esas circunstancias. Debió pensar que quién era ese desconocido, qué podía saber él lo que le ocurría, lo que sufría o lo que le angustiaba. Quizá nunca leyó mi mensaje. Quizá nunca reunió los ánimos suficientes para contestar a un perfecto desconocido.

Al poco, la vi en un vídeo, no recuerdo dónde, en una entrevista que le hicieron a raíz de haber publicado “mamá se va a la guerra” y recordé, a través de su coraje y sus ganas de vivir, a una amiga a la que años atrás se la llevó un cáncer de mama y a la que su fe inquebrantable no le salvó de dejar un viudo desconsolado y a tres huérfanos de corta edad que no entendían por qué su madre ya no estaba con ellos.

Pero a Irene le deseé una mejor suerte y cuando ya me había olvidado de su enfermedad, cuando creí que sus problemas de salud habían desaparecido, que se había recuperado, cuando solo me intrigaba no saber de ella y ver que su blog, al que visitaba casi a diario, no daba señales de vida desde hacía meses, fue entonces cuando, una vez más a través de terceros, supe que había perdido la batalla final y que se había ido para siempre. Para siempre, nunca jamás, qué términos más terribles cuando lo que indican es una pérdida irreparable de un amigo o de un bien tan preciado como la vida.

En momentos como estos, es cuando uno desea con todas sus fuerzas que exista otra vida, un más allá, otra dimensión que acoja la parte inmaterial, el espíritu, el alma, la energía, lo que sea, de aquellas personas a las que amamos y que siempre recordaremos.

A Irene Aparici no la llegué a conocer, pero me hubiera gustado.

No creo que pueda leer estas líneas pero voy a suponer, por un momento, que sí, ¿una paranoia, una ilusión, una verdad?

Irene: aunque te hayas ido de este mundo material, seguirás en la mente y en los corazones de tus seres queridos y mientras seas recordada seguirás viva. Descansa en paz.
 

4 comentarios:

  1. Hola, Josep Mª, venía a saludarte porque me sabe mal estar incomunicada contigo que tanto aprecio, aunque no te conozco.Encuentro este escrito emotivo que me reafirma en tu sensibilidad.A veces no es imprescindible conocer personalmente a alguien para sentir que algo nos une a ella.

    Un abrazo.

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    1. Hola Fanny. Resulta difícil no sentir una pena profunda cuando ves que alguien, todavía tan joven y con tantas ganas de vivir, sucumbe a una enfermedad que ya es curable en un gran porcentaje de casos y que en un futuro lo será del todo. Siento pena por todo aquel/la que pierde la batalla después de tanto luchar y esperanzarse con cada pequeña recuperación y, sobre todo, si es alguien a quien has conocido aunque fuese de lejos, de referencia y por poco tiempo.
      Un abrazo.

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  2. Una pena que después de tanto batallar perdiera la guerra. Un abrazo, Josep.

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    1. Hola Lydia. Lo más descorazonador es ver que, contrariamente a lo que se dice y se cree, las ganas de vivir, la energía positiva, en definitiva la actitud y la fe no hayan hecho el efecto esperado y que alguien como Irene, en la plenitud de la vida, con tantas ilusiones y cosas por hacer, caiga finalmente rendida ante una enfermedad que algún día, no sé si lejano, se habrá erradicado y pasado a la historia. A veces se llega tarde y no hay vuelta atrás.
      Gracias por dejar tu comentario aunque en esta ocasión sea por un motivo tan triste.
      Un abrazo.

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