lunes, 25 de noviembre de 2013

¿Qué quieres ser de mayor?



A todos nos han hecho esta pregunta más de una vez. Yo nunca sabía qué contestar. Creía que debía esperar la llamada de la vocación como si de algo místico se tratara y hasta tal punto me obsesioné que, de niño, llegué a rezar para que Dios me iluminara y me hiciera ver cuál debía ser mi profesión vocacional.

Estando ya en el curso Preuniversitario, algunos de mis compañeros se dieron cuenta de que se habían equivocado al haber seguido con los estudios de ciencias cuando su verdadera vocación era las letras. En la clase fueron varios los que se hallaron en esa misma situación y que, a mis ojos, formaban un grupo de élite, de intelectuales.

Nunca he entendido esta dicotomía tan acusada entre ciencias y letras como la que viví, incluso en la Universidad. Ser de ciencias parecía estar reñido con las artes, la literatura, la historia y la filosofía, era ser, en definitiva, un prosaico redomado, y ser de letras era sinónimo de anticientífico, de tener de pocas habilidades técnicas y de cálculo y de ser un ignorante de las leyes naturales. Curioso antagonismo éste cuando el libro de texto utilizado en la clase de filosofía llevaba por título Historia de la Filosofía y de la Ciencia (1), donde el estudiante descubría el origen común de ambas materias, que filosofía y ciencia eran un todo y que la vida, el mundo que rodea al hombre, en definitiva la naturaleza, era objeto de estudio por parte de los llamados filósofos ya en la antigua Grecia. ¿Fue Aristóteles un filósofo o un naturalista? ¿Y Pitágoras? ¿Y Heráclito? ¿Fue Einstein sólo un físico o también un filósofo?

Al igual que la política puede llevar al alejamiento y a la confrontación más visceral de los ciudadanos, la Universidad puede hacer lo propio con el saber científico y humanístico. ¿Qué sabrá uno de ciencias cuál es la diferencia entre la pintura impresionista y la surrealista? Y ¿qué sabrá unos de letras en qué se diferencia un virus de una bacteria?

 

 
En la Universidad Central de Barcelona, esta segregación era todavía más patente pues la frontera entre ambas materias ya no sólo era intelectual sino física. En el viejo edificio de la Plaça de la Universitat, la facultad de Filosofía y Letras ocupaba el ala izquierda y la de Ciencias el de la derecha, sin que ello indicara forzosamente la tendencia política. El patio de Ciencias y el de Letras representaban dos ambientes muy dispares, casi antagónicos. Los “progres” en el de Letras y los “burgueses” en el de Ciencias. Raramente un estudiante de letras se atrevía a irrumpir en el patio de ciencias pues sería como impurificarse. No así al contrario pues, aunque mal vistas, las incursiones de algunos de ciencias en el terreno enemigo solamente tenían por objeto ver a “las progres trotskistas” que, según decían, estaban más buenas y, lo mejor de todo, “se dejaban”, pues para eso eran progres.

A los diecisiete años recién cumplidos, yo no sobresalía especialmente en ninguna de las dos materias. Tenía, eso sí, una inclinación especial hacia las ciencias naturales y mi racionalidad me identificaba más con lo científico. En cuanto a las letras, sólo podía decir a mi favor que se me daba bien escribir y contar historias, lo cual no parecía ser suficiente currículo para identificarme con las humanidades.

De este modo, me encontraba en un mar de dudas cuando, en el umbral de la Universidad, tuve que tomar la decisión que podía cambiar mi vida hasta el fin de los días. A falta de una inclinación clara e indiscutible hacia una determinada profesión, opté por centrarme, en primer lugar, en un área de interés dentro del ámbito científico donde más a gusto me sintiera, y acabé decantándome por las ciencias naturales y de la salud.

Una vez sentada esa base, mi primera elección fue la medicina. La medicina era, a mi entender, una gran profesión, probablemente la profesión más vocacional y admirable y ser médico debía ser muy gratificante pero tener en tus manos la vida de un ser humano era una responsabilidad tremenda –pensaba yo-  y no podría asumir que alguien muriera por no haber sabido hacer un diagnostico acertado o no haber instaurado el tratamiento apropiado. Con esta reflexión, quedó claro que jamás podría ser médico, así que borré de un plumazo esa pretensión.

La siguiente opción fue la farmacia. Pero ¿qué salida profesional me podía aportar aparte de estar detrás de un mostrador vendiendo medicinas? Tal era la falta de información que tenía sobre las salidas profesionales de un farmacéutico. Otro tachón en la lista de posibilidades.

En tercer lugar, estaban las ciencias naturales propiamente dichas y la Biología era un campo que, si bien me atraía mucho, desconocía por completo en cuanto a su aplicación. ¡La investigación, eso es! ¡Viva la investigación biológica! Ramón y Cajal, Ochoa, Oró… pero, claro, ninguno de ellos fue biólogo. Además, excepto Ramón y Cajal, los demás tuvieron que emigrar para dedicarse a la investigación y sólo regresaron de ese exilio profesional después de muchos años aunque, eso sí, con todos los honores. No sabía de ningún biólogo español que hubiera pasado a la posteridad. Quizá en un futuro. Pero bueno, qué más da, lo importante es trabajar en algo que te guste, aunque no se gane mucho dinero –me decía para mis adentros- y siempre queda la posibilidad de ir a los Estados Unidos a trabajar como han hecho tantos otros.

Así pues, esta ingenuidad, romanticismo o desconocimiento de la cruda realidad, hizo que me decantara finalmente por la licenciatura en Ciencias Biológicas, bueno, no, por la licenciatura en Ciencias, rama Biológicas, sección Fundamental (ni Zoología, ni Botánica) pues en España todavía no existía, en la década de los 70, una facultad de Biología, ni siquiera un Colegio de biólogos. Al finalizar la carrera y colegiarme, pasé a formar parte del Muy Ilustre Colegio de Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de Cataluña y Baleares. Vaya, qué ironía, tanto separarnos y acabamos en el mismo cajón de sastre.

En nuestro país, el biólogo era un paria y me temo que lo sigue siendo. Y sin saber lo que me depararía el estudio de la biología, tomé su camino. ¿Qué les iba a decir, a partir de entonces, a todos los que me preguntaran qué iba a ser de mayor?


(1) Julián Marías y Pedro Laín Entralgo. Ediciones Guadarrama, 1964. 

2 comentarios:

  1. Me ha encantado Josep, aquí has dejado un trocito de tu historia con todos lo sentires y las dudas. Creo que hay pocos estudiantes a lo largo del tiempo que hayan tenido muy claro lo que querían. Yo tengo tres hijas y la tercera cuando era pequeña y le preguntaban que quería ser cuando fuera mayor, decía que criada, jajajaja.
    Estupendas letras.
    Te quería decir, que aunque yo venga a leer tus relatos (que me gustan mucho), no te sientas obligado en leer mis cosillas, que al final siempre son iguales más o menos, ¿vale?.
    Un abrazo.

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  2. Esta historia la he sacado, resumida y retocada para la ocasión, de esas memorias que tengo guardadas a cal y canto en un cajón o debería decir en el baúl de los recuerdos. Me encanta que te encanten mis historias y no voy a leer tus cosillas, como tú las llamas, por cortesía, ni mucho menos, sino por verdadero placer, ¿vale?
    Un abrazo.

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