lunes, 10 de noviembre de 2025

Mentir es de tontos

 


Los niños tienden a negar lo innegable a ojos de sus padres, tutores y profesores como un arma defensiva para evitar el castigo, ya sea físico (como los de antaño) o de otro tipo. Son pillados infraganti y aun así niegan lo que se supone que estaban haciendo y ─esto ya es más elaborado─ culpan a otro, al inocente que solo miraba o poco tenía que ver en el asunto.

Parecería que al crecer y (supuestamente) madurar, esa práctica tendría que desaparecer y el niño, al convertirse en adulto, ya no adoptaría ese comportamiento infantil y ridículo. Pues no, hay quien se lleva a la tumba el vicio de mentir. Incluso los hay que se sirven de la mentira para prosperar, tanto en el ámbito laboral como (sobre todo) el político. ¡Otra vez los políticos!, diréis. Pues sí, qué queréis que os diga si estos son una fuente interminable e inestimable de malas costumbres.

¿Cómo se puede negar algo cuando sabes que la acusación de la que eres objeto es cierta y que con el tiempo acabará todo saliendo a la luz? Solo sirve para ganar tiempo, despistar al personal y perder la poca vergüenza que a uno le queda.

A algunos les resulta imposible decir la verdad, pues siempre han estado montados en la falsedad, su modus vivendi, incluso cuando se revelan claramente las evidencias de su implicación en los hechos denunciados y su culpabilidad es más que notoria. Porque una cosa es la presunción de inocencia, cuando solo hay indicios de un delito, y otra muy distinta cuando se acumulan pruebas y más pruebas irrefutables de su culpabilidad.

¿Son tontos? ¿Se creen más listos que los demás? ¿Adónde creen que van a llegar sus mentiras? ¿Acaso no se dice que la mentira tiene las patas muy cortas y que se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo? Deben ser cojos de mollera, blandos de moral o duros de cara. O todo a la vez.

A ver, cuando a uno le pillan en un renuncio, intentar excusarse u ocultar datos comprometedores, es, hasta cierto punto, comprensible. Pero ¿de qué sirve empecinarse en negarlo todo, cuando se sabe que a la larga acabará aclarándose la verdad? ¿Acaso no han aprendido de otros casos como el suyo?

Implicar a terceros, negar las pruebas en su contra, defenderse vehementemente, haciéndose la víctima de un complot de grandes dimensiones, el objeto de una caza injusta e inmoral no es más que lo que en el argot familiar se conoce como marear la perdiz, alargar el proceso inútilmente. Y yo añadiría, hacer el ridículo. Pero, claro, quién es el guapo que confiesa a la primera de cambio. Solo los imbéciles. Y ellos, como son muy astutos, que no inteligentes, sabrán salirse por la tangente. O en eso confían. Ejemplos no faltan.

Siempre me ha llamado la atención que a un condenado se le aplique un atenuante porque “ha colaborado con la justicia”, cuando es lo correcto. En todo caso, no colaborar debería ser objeto de un agravante. Pues igual debería ser con los mentirosos compulsivos sentados en el banquillo de los acusados, que han estado engañando a todo el mundo a sabiendas.

Si en una Empresa privada, sería procedente despedir a un empleado por haber falseado un documento o alterado el resultado de un informe crucial, en política debería penalizarse al embustero que oculta su culpabilidad y miente descaradamente cuando se le atrapa con las manos en la masa.

Supongo que esos individuos actúan de tal forma porque hay precedentes de culpables que se han ido de rositas después de haber enfangado el sistema y a todos los que han estado a su alcance.

No pretendo señalar a nadie en concreto. Que cada uno saque sus conclusiones y piense en quienes podrían estar en estas circunstancias. El caso es que al margen de filias y fobias (que todos tenemos), creo que en política desgraciadamente la mentira está enraizada, en mayor o menor grado, en todo el arco parlamentario, ya sea a título personal o partidista. Mentir debe ser algo innato e imposible de eliminar después de años de práctica. Debe ser algo propio e inseparable de la naturaleza humana.

Como dijo Alexander Pope (1688-1744), poeta inglés: El que dice una mentira (…) estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera. Eso explica la obstinación de los mentirosos en mantenerse fieles a su patraña.

Si bien la mentira piadosa es justificable e incluso beneficiosa en algunas circunstancias, la pertinaz, la indiscriminada, la voluntaria, la que daña a terceros, atentando contra la salud moral de la sociedad, es merecedora de un correctivo lo suficientemente ejemplar como para que haga desistir a los embusteros y calumniadores de practicarla en su propio interés.

 

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