lunes, 13 de abril de 2015

La ira



Quien haya visto la película “Relatos salvajes” quizá se haya sentido identificado con alguno de los personajes que acaban, en las seis historias que componen el film, siendo objeto de un arrebato de ira o explosión emocional incontrolable.

¿Qué lleva a un ser humano, habitualmente cauto, sensato y moderado, a abandonar su estado “normal” para perder los estribos y armar la de San Quintín? Yo creo, -pues a mí me ha ocurrido en varias ocasiones cuando todavía tenía energía de combustión interna- que no solo es la rebeldía ante una situación tremendamente injusta, ante un hecho que, por muy habitual que sea, se siente como intolerable, sino que es la rabia contenida, la represión a la que uno está sometido a diario, la que activa la espoleta en el momento menos pensado. La impotencia, por ejemplo, experimentada por personas de conducta sumisa, ante hechos y decisiones inaceptables dictadas por superiores prepotentes, tragándose el orgullo, actúa y se traslada en momentos y situaciones alejadas del ojo del huracán. Al menos, este sería el retrato robot de mi esporádica agresividad.

Pero para que se dé una explosión de ira debe haber algo que colme ese vaso que hace mucho tiempo que está a punto de rebosar. Y, paradójicamente, la gota que provoca el mayúsculo desbordamiento suele ser una minúscula partícula que pasaría totalmente desapercibida si cayera en otra parte y en otro momento. Dicho de otro modo: una nimiedad, una tontería es capaz de desencadenar un tsumani de proporciones gigantescas y que, si nadie ni nada lo impide, puede llegar a tener consecuencias gravísimas.

Hasta que no alcancé esa edad en que las cosas ya empiezan a resbalarle a uno, protagonicé algún que otro episodio de ira que, por fortuna, no tuvo un final infeliz. Curiosamente y contra todo pronóstico, ello no me produjo una liberación, una relajación por haber echado fuera los malos espíritus, sino que me dejó muy mal cuerpo. Debió de ser el hecho de pensar lo que me hubiera deparado ese suceso de no haber acabado en tablas o ignorado por quien hubiera podido tomar una represalia.

En la carretera, ante un conductor temerario que juega con la integridad física de los demás; en la cola del cine, ante el típico caradura que se cuela por la cara aprovechando la distracción ajena simplemente porque se considera más listo que los demás; en la calle, ante el policía municipal que actúa como el matón del barrio sin atender a razones más que justificadas; en el aeropuerto, ante la impasividad de los profesionales que deberían informar del retraso injustificable del vuelo y de los motivos por los cuales vas a perder tu conexión hasta el destino final quedando tirado a mitad de camino….

En fin, varios, son los casos de ira que protagonicé, casi todos ellos dignos de un relato casi tan salvaje como los de la película anteriormente mencionada. Si no los refiero ahora y aquí –quizá algún día me decida- es porque temo que algún/a lector/a me tome por bipolar o, peor aún, por loco, como debieron pensar muchos de los que presenciaron mi estallido colérico. Curiosamente, quienes hubieran podido sancionarme, por eso de quebrar las normas de buena conducta o por escándalo público, no obraron en consecuencia, se inhibieron o, simplemente, decidieron que me desahogara.

Ahora, en alguna ocasión me he sentido tentado de alzar la voz para recriminar a algún que otro miserable que, incívico y chulesco, se salta las más elementales normas de convivencia. Mi mujer me retiene y hace bien. Podría acabar en un box del servicio de urgencias del hospital más cercano y a mi edad me tendrían que pasar a planta, donde convalecería de las lesiones muchos días antes de darme el alta.

Será la edad o la sensatez pero creo haber podido, por fin, contener al Mr. Hyde que todos llevamos dentro y dejar que sea el Dr. Jeckyll quien dé la cara. Y que dure.
 
 
 

7 comentarios:

  1. ¡Cómo te entiendo, amigo Josep! Estoy al 100% contigo. Yo, que por lo general soy de carácter tranquilo, me he visto perfectamente reflejado en esos estallidos de cólera que relatas, pues llega un punto en el que o estallas o te estallan. Me apena decirlo, pero con los años más siento que el común de nuestros congéneres confunden la amabilidad con gilipollez, los buenos modales con idiotez y la educación con sumisión. Y no. Ni somos gilipollas, ni idiotas, ni mucho menos sumisos. Y, a veces, hay que alzar la voz para dejarlo bien clarito.
    Por cierto, si no la has visto, te recomiendo que si puedes le eches un vistazo a la película "Un día de furia" protagonizada por Michael Douglas. Tiene mucho que ver con esto que dices en tu post.
    Un abrazo, Josep. Y gracias por el apoyo que me brindas con tus visitas al blog. Saludos.

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    1. Muchas gracias, Pedro, por tu comentario.
      En más de una ocasión, y ésta es una de ellas, tu comentario me alivia en cierto modo, pues me da a entender que soy bastante "normal" aunque a veces no lo parezca.
      No me he considerado "rarito" pero sí bastante atípico. Que me salgo de lo considerado normal, vamos, que, estadísticamente quiere decir lo que abunda, lo cual no es necesariamente lo correcto. Y eso debe ser bueno.
      Sí he visto "Un día de furia" pero de eso hace mucho. Creo que la protagonizaba Michael Douglas.
      Un abrazo.

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  2. No he visto la película que mencionas, Josep, la verdad es que yo soy una persona con mucha paciencia, que antes de actuar me gusta meditar bien las cosas, aunque haya alguien desagradable con el que te puedas encontrar en el camino que te pueda hacer sacar de tus casillas, normalmente, me contengo, soy bastante pacífica hacia los demás, y no suelo alterarme, pero cuando lo hago, como soy muy sensible, exploto llorando de la impotencia jajaaj así que te puedes imaginar.

    Siempre me haces reflexionar con tus textos.

    Un beso.

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  3. No he visto la película que mencionas, Josep, la verdad es que yo soy una persona con mucha paciencia, que antes de actuar me gusta meditar bien las cosas, aunque haya alguien desagradable con el que te puedas encontrar en el camino que te pueda hacer sacar de tus casillas, normalmente, me contengo, soy bastante pacífica hacia los demás, y no suelo alterarme, pero cuando lo hago, como soy muy sensible, exploto llorando de la impotencia jajaaj así que te puedes imaginar.

    Siempre me haces reflexionar con tus textos.

    Un beso.

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    1. Cada uno está hecho de distinta "pasta" y las personas muy sensibles como tú suelen reaccionar de ese modo.
      En mi caso, siendo como siempre he sido una persona disciplinada, nada díscola, todo lo contrario, y hasta diría que mansa (bienaventurados los mansos...), he llevado una vida, profesionalmente hablando, tan bajo presión que, al igual que una olla a presión, el vapor tiene que escapar por algún lado.
      Me alegra que lo que escribo sirva para hacer aflorar pensamientos y sensaciones. Este es el leitmotiv de este blog.
      Un abrazo, querida María.

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  4. Que cierto amigo todo lo que relatas sobre la ira... es un sentimiento que hace daño al individuo que lo siente y eso creo que lo sentimos todos en cualquier momento o circunstancias como las que tu dices. Más leve que la ira es la rabia (me parece a mi), y de esa tengo yo montones de ataques, jajaja, y por cosas nimias que es lo peor, ¡y estoy de incómoda mientas la siento!, esto solo se pasa si dices lo que piensas en ese momento, pero por no ofender se traga, jajaja.
    Me gustó mucho tu entrada.
    Un abrazo.

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    1. Toda acción provoca una reacción, es pura física. Lo que ocurre es que, a nivel psicológico, el estado de ánimo y la personalidad tiene mucho que ver con el tipo e intensidad de esta reacción. Hasta las personas más bondadosas pueden tener un brote colérico cuando han ido acumulando y "tragando" sapos y culebras, jeje
      Me alegra mucho que te haya gustado esta entrada, amiga Elda.
      Un abrazo también para ti.

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