Siempre he procurado medir muy bien mis palabras a la hora de discutir, que discuto muy poco, por cierto, pero a veces no se trata sólo de cómo decir las cosas, para no ofender a nadie, sino de qué término usar para no herir susceptibilidades, no parecer racista, machista, sexista o cualquier otro -ista.
Y es que los que ya tenemos una edad, estamos viciados por prejuicios que heredamos de cuando éramos pequeños y que, involuntariamente, se nos pueden colar en el vocabulario usado al tuntún. Hay que ser educado, hablar bien, y guardar las formas.
Cuando mi madre, al verme entrar por la puerta, con las rodillas sucias de haber jugado en la calle a caninas con los amigos, me decía, anda ve a lavarte, que pareces un gitano, no pensaba, la pobre, que estaba profiriendo un comentario racista.
Del mismo modo, hemos tenido que aprender a decir disminuido psíquico en lugar de subnormal, que significa por debajo de la normalidad. Incluso deficiente mental suena mal. El término inválido, que significa inservible, ha sido sustituido por disminuido físico, aunque también se acepta el término minusválido. Invidente suena mejor que ciego y así un buen número de acepciones que han sido sustituidas por otras mejor sonantes. En definitiva, hemos tenido que adaptarnos a una serie de cambios lingüísticos en pro de una mejor convivencia.
Así pues, hemos modernizado nuestro lenguaje para no parecer que practicamos una discriminación social al usar términos peyorativos aunque sea sin mala intención, por pura costumbre y herencia educativa o social.
Pues bien, alcanzado este grado de buen hablar, pensando en los sentimientos de los demás, apelo a que estas sutilezas se apliquen a la hora de expresar nuestras opiniones aunque sean para discrepar del prójimo. No descalifiquemos a nuestro oponente ideológico con expresiones del tipo eso es una “gilipollez” o una “idiotez” pues le estaremos llamando gilipollas o idiota ni echar mano de eufemismos tan chapuceros que todos saben interpretar. Seamos, por lo menos, más sutiles y educados, porque ha llegado un momento en que es más importante el continente que el contenido.
Guardemos las formas, aunque sea menos divertido. Hagamos como los políticos modernos, que hace tiempo dejaron de decir “mentira” para adoptar el término “incierto”, que queda muchísimo mejor, o que tachan de conducta “inapropiada” a un corrupto, o a los de rancio abolengo, que saben usar un lenguaje culto aunque no entendamos de qué hablan. Al menos, si nadie sabe muy bien de qué hablan, que, por lo menos, suene bonito. Apliquemos, pues, el aforismo italiano que dice Si non è vero è ben trovato.
Iniciemos este año con este mandamiento: Hablaré bien sobre todas las cosas y, a menos que me vea obligado, no emplearé vocabulario soez o impertinente en vano.
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Jajaja, muy bueno y con mucha razón, pero cuesta mucho cambiar esa forma de hablar que tan arraigada tenemos. Yo siempre he dicho también lo de gitano, pero se decía porque ellos iban muy sucios y enseguida el apelativo surgía, y así todos los adjetivos a los que te refieres.
ResponderEliminarBuena cuenta habría que tomar de tu estupenda reflexión.
Un gusto pasar por tus letras Josep.
Un abrazo y feliz año.
En las formas de hablar y en las expresiones también existen modas (tronco, guay, carroza, etc.) y nos vamos quedando atrás. Yo soy de los que todavía dicen chaval, tío, largarse, aunque sólo en la intimidad, jeje
ResponderEliminarGracias por pasarte.
Un abrazo y feliz año también para ti.