La infancia tiene una importancia capital porque
es cuando empieza a forjarse la personalidad. Es durante la infancia y hasta la
pubertad, etapa de grandes cambios internos y externos, físicos y biológicos,
pero sobre todo emocionales, cuando la mente va configurando, moldeándolo, al
ser en el que acabamos convirtiéndonos. Son las experiencias de esa etapa las
que más nos marcan, dejando una huella imborrable. Aunque no dejamos de
evolucionar a lo largo de una vida en la que la teoría de Darwin se manifiesta
de forma acelerada e implacable, pues quien no se adapta al entorno no logra
sobrevivir, conservamos en nuestro interior el germen del ser humano en el que
nos convertimos hasta alcanzar la edad adulta. Creo que los cambios posteriores
son tan sólo superficiales, de forma, pero no de fondo. De este modo, todos
llevamos en nuestro más recóndito interior una parte del niño y del adolescente
que fuimos y que nadie debería dejar de ser.
Así pues, lo genes por una parte y la educación
a la que fui sometido por otra, con la mejor de las voluntades por parte de mis
padres, dicho sea de paso, hicieron de mí un niño y luego un adolescente débil
de carácter. Aunque solícito, muy educado y nada beligerante, algo de por sí
encomiable, también era muy sumiso, tímido en extremo y, en definitiva,
inseguro de mí mismo. Podríamos decir que mi yo estaba dividido en dos: mi yo
interno, cerebral, reflexivo, nada visceral, ecuánime, sensible, amante de la
justicia y de la razón, y mi yo externo, visible al mundo, indeciso, vergonzoso,
temeroso e impotente ante lo injusto, lo que hizo que me aislara, muy a pesar
mío, de mis compañeros de clase que no fueran como yo. Aléjate de las malas
compañías era el lema que me inculcaron y claro, con ese bagaje tan puritano y
conservador, me perdí la experiencia de vivir como un chico digamos “normal”,
es decir como la mayoría de chicos de mi edad y condición, pues rehuía a los
que por extravertidos, eran desenfadados, bromistas, guasones, peleones y “folloneros”
y, por supuesto, los considerados por el profesorado como los gamberros de la
clase, refugiándome en la compañía de seres tan pusilánimes como yo y que debo
reconocer que, a pesar de sus muchas cualidades, eran un verdadero tostón. Dios
los cría y ellos se juntan, ni más ni menos.
Nunca practiqué deporte alguno, pues evitaba la
confrontación, la competencia y la agresividad, elementos que, probablemente,
de haberlos asumido como necesarios o inevitables, me habrían preparado mucho
mejor para afrontar las adversidades de la vida. Temía la derrota, el ridículo,
el daño físico, todo ello comprensible en una persona medianamente sensata,
pero ello no tuvo que ser óbice para no hacer frente a los retos que podían
comportar tales experiencias. Pero ¿quién, en mi situación, hubiera entendido
entonces lo que podía suponer para la formación, no ya física sino también
psíquica, esta carencia de arrojo y determinación? Estaba literalmente sólo
ante el peligro. Y si me sentía solo era porque nadie en mi entorno más
cercano, especialmente mi familia, supo identificar mis limitaciones y
complejos, y si los observaron no les dieron el valor que realmente tenían o no
supieron cómo actuar para ayudarme a salir de este pozo seco en el que se
convertiría mi vida social. Y yo, por mi parte, tampoco supe pedir ayuda. Hasta
esto me avergonzaba.
Visto todo lo aquí relatado, cualquiera
pensaría que mi futuro como adulto me deparó, como yo mismo llegué a prever y
temer, una continua sucesión de fracasos y, sin embargo, no fue así. Algo (otra
vez la disyuntiva entre casualidad y causalidad y entre fortuna y mérito) hizo
de mí un mutante capaz de sobrevivir en esta sociedad tan competitiva y
sobrellevar a la vez mis carencias afectivas y emocionales. Desgraciadamente,
esa evolución temperamental no fue todo lo completa que hubiera necesitado y no
me llevó hacia el mejor de los caminos, pues muchos errores y omisiones he
cometido a la hora de hacer valer mis derechos en situaciones conflictivas, que
han sido muchas, y ante aquéllos que, deliberada o inconscientemente, dañaron
mi autoestima.
Al recordar mi infancia, algo que me llama
especialmente la atención es cómo me tomaba las cosas al pie de la letra y, a
veces, con excesivo dramatismo, como cuando, contando yo con sólo cinco años,
mi padre, no muy dado a las bromas precisamente y mucho menos en materia
religiosa, tan recto y serio como era, y quizá por ello y porque mi inocencia
no supo captar el sentido jocoso de sus palabras, me dijo que de mayor sería
sacerdote, pues debía haber uno en todas las familias de bien. ¡Quiero casarme
y tener hijos! le grité. Creo que fue la única vez en mi vida que grité a mi
padre, tal fue mi disgusto como si a prisión de por vida me hubiera condenado. Pero ello no sería más que una anécdota si no
fuera porque, a pesar de mi habitual sentido del humor que siempre me ha
acompañado, no he dejado de tomarme las cosas seriamente (quizá demasiado) y he
creído a pies juntillas cualquier cosa que viniera de alguien a quien consideraba
fiable y serio como yo, a quien no imaginaba capaz de bromear o de fingir en
asuntos que para mí eran importantes.
Esta credulidad innata, rayando la ingenuidad,
se llegó a convertir, especialmente en el ambiente laboral, en un lastre, haciéndome
sentir en más de una ocasión tremendamente ridículo por no haber sabido discernir
una mentira, una exageración o una excusa de una verdad o por haber seguido a
pies juntillas unas indicaciones o unas normas que nadie más que yo se tomó en
serio. Ha sido en esos casos cuando he comprobado que jugar limpio no siempre
conduce a una recompensa, sino que puede acabar en el más absoluto de los fracasos,
pues mientras otros se saltaban las reglas del juego yo invertía tiempo y
esfuerzo en seguir el camino correcto, aun siendo el más largo y tortuoso, para
que al llegar a la meta comprobara que otros se habían llevado el gato al agua
con mucho menos esfuerzo. Y es que siempre he creído que el fin no justifica
los medios. ¿Craso error?
Y curiosamente, a pesar de los años
transcurridos en ese ambiente ingrato y competitivo empresarial y de los
sinsabores que esta conducta me ha producido, he seguido siendo una persona
ingenua y confiada. Aunque me lo he propuesto hasta la saciedad, no he sido
capaz de modificar mi forma de ser y actuar. Quizá estos rasgos de mi personalidad
forjados y arraigados desde la más tierna infancia han sido demasiado sólidos
para poderlos moldear adecuadamente. Seguramente, si hubiera sido más sagaz
habría podido evitar situaciones como las que he vivido y de las que ahora,
cuando ya es demasiado tarde, me arrepiento. Quién sabe.
Pero, como alguien dijo, uno no debe
arrepentirse de su pasado sino del tiempo perdido con la gente equivocada.
Durante los peores años de mi vida laboral, que precisamente han sido los
últimos que he vivido, he buscado desesperadamente la paz interior, ese refugio
del alma que te ayuda a ser feliz, y nunca lo logré por muchos que fueron los
recursos que utilicé. Y ahora que todo ha acabado, me doy cuenta que esa paz
sólo se consigue cuando somos capaces de comprendernos y aceptarnos.
Llegado a este punto, puedo decir que he
empleado mucho tiempo, más del necesario, en reconciliarme conmigo mismo y
aceptarme como soy y he llegado a la simple y llana conclusión de que no debo
censurarme por haber sido noble y recto en un mundo desleal y deshonesto y por no
haber querido mimetizarme con él. Si sigo dolido con parte de ese pasado
ingrato, emplearé todo el tiempo de que ahora dispongo para curarme las
heridas. De todos modos, alguien más sabio que yo dijo que “no es el tiempo el
que cura las heridas, sino que eres tú quien se cura a sí mismo a través del
tiempo”. Sea como sea, el tiempo lo dirá.
Hola Josep. Que entretenida me ha resultado tu biografía, creo que la leí en su momento pero ya no me acordaba. Desde luego por lo que cuentas has tenido muy poca estima para ti mismo, y creo que sea como sea uno, hay que quererse, jajaja.
ResponderEliminarYo he sido muy alegre desde niña, pero sin embargo como tú, muy tímida, sin embargo me rodeaba de amiguitas que eran más o menos como yo, y estupendamente. Sigo dándome cuenta de todos los defectos que tengo, ¡qué son muchos!. He tratado de corregirme en muchas cosas pero no lo he conseguido, será porque nunca me he tomado la vida muy en serio, nada más que cuando era totalmente imprescindible, con lo cual felizmente, ¡me quiero! :)))).
Bueno Josep, seguro que tus amigo y familia le encantan como eres y así te quieren, o sea que no seas tan duro contigo. Lo importante es ser buena persona, y demuestras que lo eres.
Un abrazo y buen fin de semana.
Me he comido dos "s", sino más, jeje.
EliminarHola, Elda. Pues tienes una memoria prodigiosa, o por lo menos mucho mejor que la mía, pues no recordaba haber publicado esta pieza biográfica. He tenido que hurgar entre los registros de 2013 y, efectivamente, la publiqué en julio también, auqnue en aquella ocasión fue en mi otro blog, Retales de una vida, que por aquel entonces estaba deducado a relatos intimistas, de ahí su nombre. Aun así, he visto que nadie dejó un comentario, así que solo por haber recibido ahora el tuyo, ha valido la pena repetirlo, je,je. Esta amnesia será debida a los calores que estamos soportando, que me borran ciertos recuerdos, ja,ja,ja.
ResponderEliminarEn cuanto a mi forma de ser, carácter y personalidad, quiero quedarme, efectivamente, con lo positivo. Dicen qiue está bien lo que bien acaba, y, en general, no puedo quejarme demasiado de cómo ha sido mi vida y mucho menos de la familia que he formado, de la que me siento muy orgulloso y puedo decir, sin ánimo de inmodestia que este sentimiento es recíproco.
Un fuerte abrazo.
Nunca es tarde si la dicha es buena, amigo Josep. Y por lo que te conozco creo que ahora mismo -y ya desde hace años- tu dicha es buena.
ResponderEliminarCreo que que enjuicias con cierta dureza. Yo creo que eras un niño bueno, simplemente eso, un niño bueno, respetuoso, obediente... Es verdad que a quienes así éramos (sí, yo también era algo apocado y serio de pequeño) se nos tenía por poco menos que algo lelos. pero nosotros sabíamos que no era así, así que...
Que de mayor siguieras tomándote las cosas siempre en serio y que tu ingenuidad te hiciese caer en alguna trampa o cosa semejante son cosas que pasan y el carácter de cada persona es su carácter y aí pocas vueltas de hoja cabe dar.
Como bien dices en el comentario que le dejas a Elda, al hacer recuento de lo que tu vida ha sido lo importante es precisamente lo que destacas: la familia que has formado a la que quieres y en la que te sientes querido. Pues eso es triunfar, querido amigo, además sin haber hecho daño a nadie a lo largo de tu existencia. Y en cuanto a sentido del humor, yo creo que sí que lo tienes, al menos en los años que te conozco así me lo parece.
Gracias por este escrito tan sincero e íntimo. Muy bien escrito y que destila verdad en todas sus líneas.
Un muy fuerte abrazo, Josep
Se me han colado algunos errores: "Creo que te enjuicias (juzgas) con dureza". También en el adverbio "ahí" la H se fue de paseo sin avisar; y otro tanto la preposición EN en "al hacer recuento de lo que EN tu vida [...]"
EliminarHola, Juan Carlos. Si tuviera que hacer un balance de lo que he vivido poniendo en una columna lo malo y en otra lo bueno y las sumara, no sé qué saldría, aunque lo verdaderamente significativo no sería el resultado numérico, la cantidad, sino el peso específico, la calidad. Pueden haberte ocurrido muy pocas cosas negativas, pero muy trascendentes y muchas positivas de poco valor. Yo, por desgracia, he sido de los que les afecta muchísimo más un contratiempo negativo que diez positivos. Pero, aun así, lo que me ha quedado al final de todo ese largo proceso de vivencias, sobre todo en el ámbito laboral, el más duro e injusto, lleno de trampas y celos profesionales, ha sido una sensación de bienestar, al pensar que todo lo que he hecho ha sido lo correcto y que siempre he obrado de buena fe. Y como resumen general, lo más valioso, con diferencia, ha sido, como he dejado de manifiesto, el entorno familiar, mi refugio, el reposo del guerrero, je,je.
EliminarMe habría gustado ser mucho más espabilado, más astuto y más valiente ante las adversidades y los "enemigos", pero eso ya es agua pasada. Este texto lo escribí al poco de que "me prejubiliaran" (un eufemismo para no decir "me despidieran") con 61 años recién cumplidos y después de una larga carrera profesional. De hecho, fue una liberación, porque esos útimos años se convirtieron un verdadero infierno, pero a uno le queda un cierto resquemor, que fue lo que me impulsó a escribir mis memorias como un acto de catarsis. Hay cosas que jamás se olvidan y los agravios es una de ellas.
Un abrazo.
P.D.- No te preocupes por los errores. Si te fijas, en mi respuesta a Elda hay unos cuantos gazapos tipográficos que me pasaron inadvertidos.
Por la cuenta que me trae, me pongo siempre del lado de los tímidos.
ResponderEliminarMe ha encantado la honestidad con que te muestras, aunque mis conclusiones sobre lo que nos dices de tu persona son más positivas que las tuyas. Tener principios y vivir adecuándose a ellos no deja de ser una cualidad, a pesar de que haga la vida más difícil y cueste más llegar a los objetivos. Tú los tienes muy arraigados y yo te felicito por ello, aunque no estén, desgraciadamente, de moda.
Un abrazo.
A lo largo de mi vida he sido muy exigente y crítico conmigo mismo. Me he exigido siempre más de lo que era razonable y eso suele acabar en decepción. Muchas veces me he dicho que mi mente ha sido mi peor enemigo, y luchar contra uno mismo es una guerra condenada al fracaso. Pero por fortuna, la sangre no ha llegado al río y he acabado siendo mi mejor amigo, je,je.
EliminarVisto lo visto, lo que sí puedo dar por cierto es que jamás habría sido político, y no porque de joven no me interesara la política, sino porque no habría durado dos días en el partido que hubiera elegido. No sé mentir, calumniar, insultar y en política ir con el lirio en la mano sería un suicidio, je,je.
Un abrazo, Chema.
Buena muestra de lo que te marcó en la infancia y te hizo ser lo que consideras ahora.
ResponderEliminarQuizás tiendes en exceso a valorarte a la baja, cuando los tímidos simplemente somos más contenidos.
Un abrazo.
Hola, Alfred. Por fortuna, en los momentos más cruciales de mi vida, mi timidez fue vencida por mi determinación y fuerza de voluntad. De lo contrario, no habría progresado profesionalmente como lo hice y, todavía peor, no me habría atrevido a declararme a mi mujer, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo.
Qué sincero y emotivo este post. Mirar atrás desde una cierta edad respetable escuece mucho. Creo que a todos, a unos por una cosa y a otros, por otras. Eso, salvo que se sea un ser sin conciencia. Yo también he sido ingenua. Me han gastado bromas y hasta se han burlado de mí y me lo he tomado en serio hasta el punto de tardar años en ser consciente de ello. Otras veces, miro hacia atrás y me veo como un mal bicho. Imagino que todos tememos luces y sombras y hemos sido buenos y malos en distintos momentos.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un beso.
Ciertamente, la vida está llena de altibajos y lo importante es hacer un balance final y quedarnos con lo bueno. Creo que quien no se arrepiente de su mala conducta o no se lamenta de los fracasos, no hace un verdadero examen de conciencia y no es subjetivo. Pero también es cierto que no hay que dejarse llevar por la absoluta negatividad e intentar ver el vaso medio lleno.
EliminarUn beso.
Es muy de valorar un ejercicio tan crudo de sinceridad que también es una forma de enfrentarnos a nuestros propios demonios interiores. Pienso que el carácter es algo innato y muy complejo de modificar. Quizás la vida laboral nos haga sacar esa timidez para al fin y al cabo defender nuestros proyectos o nuestra forma de vivir. De estas memorias destacaría la bondad de el que las escribe y que considero la mejor cualidad de una persona. Un niño bueno y un adulto admirable que pienso ha sabido comprenderse y asimilar todos sus defectos y virtudes.
ResponderEliminarUn gran abrazo, Josep.
Yo siempre he sido muy crítico conmigo mismo, demasiado quizás. Creo que me he exigido demasiado y cuando no he logrado mi objetivo me he sentido muy frustrado. Esa inseguridad innata, por fortuna, fue menguando con el tiempo y es que, cuando uno tiene que enfrentarse a ciertos retos de los que depende su futuro no tiene más remedio que sacar fuerzas de flaqueza de donde sea. Si tuviera que puntuar mi comportamiento a lo largo de mi vida, le pondría un notable, aunque han habido bastantes suspensos por el camino.
EliminarMuchas gracias por tus piropos, je,je.
Un abrazo.
Hola, Josep. Guau, unas memorias, solo de pensar en ellas me agobio, ja,ja.
ResponderEliminarYo tampoco creo eso de que el fin no justifica los medios, porque parece un arma usada por aquellos que se saltan las normas por la sombra. Me gusta más eso de que para hacer una tortilla hay que cascar unos huevos, je, je. Debe de ser un tormento eso de no estar reconciliado con tu yo pasado. A mí a veces me pasa, hay cosas de las que me arrepiento y que me gustaría haber hecho de otro modo, pero después pienso que no deben de tener la importancia que le doy. En realidad si haces las cosas con las mejor de las intenciones nada debes de recriminarte, y más en una sociedad que, como bien retratas, está llena de puñaladas traperas.
Me gustó mucho el post, algo distinto y una manera de acercarte más a tus lectores.
Un abrazo y buen verano!
Hola, Pepe. Cuando quedé en el paro, con 61 años, tuve un "ataque" de nostalgia (que, por cierto, no he logrado eliminar del todo) y me propuse hacer un repaso de mi vida, desde la más tierna infancia hasta el momento actual, buscando esos puntos débiles que me han ido pasando factura. Fue un acto de autoevaluación bastante positivo. Además, le di un toque novelesco como si uera a publicar esas memorias que a nadie más que a mí y a mi familia más estrecha podían interesar. Llegue a autopublicarlas y resultó un "tocho" de 800 páginas, que regalé a mis hijas y a algñun familiar muy cercano. Quizá, cuando haya pasado a mejor vida, alguno de mis descendientes lo sacará a la luz y se convertirá en una obra maestra y les reportará beneficios económicos, ja,ja,ja.
EliminarCreo que todos hemos deseado rebobinar y cambiar lo que creemos que hicimos mal, pero tienes razón cuando dices que no debemos arrepentirnos de lo que hemos hecho si ha sido con la mejor de la intenciones, aunque existe un refrán o algo así que dice que el infierno está empedrado de bienas intenciones, je,je.
Un abrazo.
¡Qué bonitas memorias! Los recuerdos que plasmas son entrañables y la reflexión final es estupenda.
ResponderEliminarYo no sé si el tiempo cura las heridas o simplemente es la mala memoria que tiende a hacernos un favor suavizando los malos recuerdos, pero es cierto que con la distancia muchos problemas se suavizan, aunque la actitud ante las malas experiencias importa mucho y tú tienes una actitud muy positiva.
Algunos dicen que ser ingenuo y confiado es igual que ser tonto, pero yo no lo creo así. Pienso que quienes aún confían en el prójimo dicen mucho de sí mismos, son personas optimistas que piensan que el ser humano tiene remedio y optimismo y esperanza son muy necesarios ahora mismo.
Yo también tiendo a ser bastante ingenua algunas veces, cuando alguien viene y me cuenta una trola, mi primer impulso es creérmela porque pienso que no hay motivo para mentir, sobre todo si viene de alguien conocido, y sí, me llevo cada chasco... Pero no me importa, o no me importa demasiado. A este respecto recuerdo una anécdota que achacan a Santo Tomás de Aquino donde un compañero le dijo "Mira, Tomás, una vaca volando" y Tomás miró al cielo, cuando el compañero se rio por crédulo el futuro santo le contestó: "Prefiero creer que las vacas vuelan antes que creer que un dominico miente". Toma ya.
Un beso.
Hola, Paloma. Empiezo por el final: la anécdota atribuida a Santo Tomás es buenísima. Por desgracia, estamos rodeados de embusteros y gente que vive de la mentina, de engañar al prójimo, y los que somos demasiado crédulos lo tenemos crudo, je,je.
ResponderEliminarCon la edad he ido ganando algo de astucia y a veces les veo venir, pero los hay que son profesionales del engaño y con estos no puedo lidiar.
En cuanto a mis "memorias" o recuerdos, creo haber dicho más arriba que mi perfeccionismo me ha hecho ser muy crítico conmigo mismo, aunque también es cierto (y en eso soy totalmente objetivo) que de niño tuve un caracter excesivamente sumiso y puedo dar gracias al destino o a lo que sea de que no haya acabado siendo un perfecto pringao, aunque a veces me lo haya parecido.
Me censuro de muchas cosas, pero a tiro pasado y viendo el resultado final en su conjunto, si me quejara no sería justo. Nuestra vida se ha ido construyendo a base de pequeños pasos, algunos equivocados, pero otros acertados, y lo importante es que al final, o casi a final, del camino, hayamos alcanzado un puesto del que nos sentimos, si no orgullosos, sí muy satisfechos.
Bien está lo que bien acaba, je,je.
Un beso.
No te imaginas todo lo que me he identificado con ese niño que eras, ese niño que éramos, porque yo era exactamente igual Josep, con puntos y comas. Y también más de una vez me he hecho algunas de esas preguntas que aquí haces. Yo, ya sabes, fui a psicoterapia, y la verdad es que si no he terminado el proceso, sí pude ver cosas que de otra forma no podría saber.
ResponderEliminarTe dejo un gran abrazo.
Aunque sea un consuelo de poca ayuda, me complace en cierto modo comprobar que no fui ni soy un especimen excesivamente raro, je, je.
EliminarMuchas gracias, amigo, por tu comentario.
Un abrazo.
Josep creo que la época que naciste la vida de entonces era muy rígida. Sin embargo dependiendo del ambiente de la familia era más rígida o alegre. Te miras hacia adentro y no cuentas de quienes te rodearon, incluso da la impresión que eras un niño muy solitario. No tenías hermanos, primos o amigos? Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen. Pues sí, los padres de aquella época no eran como los de ahora, al menos en mi caso y en mi casa, je,je.
EliminarSiendo tan tímido no era de extrañar que tuviera pocos amigos, pero los tuve. Y en cuanto a mis dos hermanas, al ser más mayores que yo, no fuimos nunca compañeros de juegos, así que tenía que conformarme con jugar solo. Creo que ese "aislamiento" tuvo, en cambio, una parte positiva y es que desarrollé una gran imaginación, pues me gustaba inventarme historias que luego contaba a mis amigos en clase.
Un abrazo y que pases unas felices vacaciones.
Hola Josep Ma mientras te leía pensaba en que somos nuestros críticos más severos y que sería bueno dedicarnos con más frecuencia palabras amables y ser igual de considerados con nosotros mismos como somos con los demás.
ResponderEliminarMe ha gustado leerte, con esa sinceridad apabullante que muestras y con este ejercicio generoso de mostrarte como te veías. Muy original esa autobiografia. Nos dices que eres muy perfeccionista y se nota en tus palabras.
Creo que eran otros tiempos y probablemente la manera de querer era distinta, que no faltara de nada era más importante que una sonrisa, una caricia o una palabra amable, quizás era otra manera de preparar para el mundo que venía.
Me gustan las personas ingenuas, sensibles, crédulas e imaginativas y personalmente, las prefiero a los listillos que tanto se prodigan.
Espero que hayas pasado unas muy buenas vacaciones.
Besos
Hola, Conxita. Muchas veces he pensado que, de forma más o menos inconsciente, he sido a menudo mi peor enemigo, al juzgarme tan duramente y no quererme como es debido. Al igual que algunas mujeres maltradas, me culpabilicé de cosas de las que fui inocente y que estuvieron fuera de mi control, y todo por culpa de ese perfeccionismo malsano.
EliminarEn cuanto al ambiente familiar, ciertamente no puedo culpar a mis padres de nada, pues suficientes problemas tuvieron para sacar adelante una familia de seis miembros en una época difícil. Además, en el caso concreto de mi padre, él también fue "víctima" de la falta de cariño por parte de sus progenitores y eso marca de tal forma que, sin querer, se lo transmite a sus propios hijos.
Con el paso del tiempo, sin embargo y por fortuna, las cosas se ven desde otra perspectiva y uno acaba siendo indulgente, incluso consigo mismo.
Lo único malo de ser ingenuo y "buena gente" es que a veces te toman por tonto, je, je.
Muchas gracias, compañera, por pasarte y dejar este amable comentario.
Un beso.