Es inaudito comprobar hasta
donde pueden llegar las prácticas fraudulentas. Al parecer, los timadores no
respetan nada ni nadie, ni siquiera a la muerte.
En
esta vida todo cuesta dinero, incluso morirse, esto es bien sabido, y algunas
funerarias se han apresurado a ponerse a la cola de los desaprensivos y sacar
una buena tajada de ello, dando gato por liebre.
No
quisiera parecer frívolo o morboso tratando de un modo frío y materialista un
asunto tan triste y emotivo, pero el materialismo inunda todo tipo de negocios
y donde habita el interés económico suele acompañarle el fraude, y es eso lo
que pretendo sacar a colación en esta entrada un tanto peculiar. Aun así, pido
disculpas a quienes puedan sentir herida su sensibilidad, por el motivo que sea.
Quien
ha vivido, como yo, los trámites que siguen a la defunción de un ser querido,
sabrán lo desagradable y turbador que resulta tener que elegir, entre todos los
elementos que comprenden un entierro y funeral, el ataúd o la urna que
albergará el cuerpo o las cenizas del fallecido. En el caso de un ataúd,
resulta incluso morboso el modo cómo te ayudan a elegir el féretro, que parece
que te estén vendiendo un automóvil, ensalzando sus acabados exteriores e
interiores y su “comodidad”. Algo más propio de una película de Berlanga. Pero
es así y hay que pasar por ese mal trago añadido.
No hace
mucho vi por televisión un programa que hablaba del negocio de las funerarias y
de lo que costaba un entierro. Como no recuerdo las cifras que se dieron, he
tenido que recurrir a internet y resulta que, como siempre que hablamos de
costes, los precios varían mucho entre provincias. De este modo, mientras que
en Cuenca morirse cuesta alrededor de 2.200 euros, en Barcelona el coste
asciende a unos 6.400 euros (elEconomista.es).
Así que en la Ciudad Condal no solo es elevado el coste de la vida sino también
el de la muerte. Porca miseria. Y
entre todos los elementos que intervienen en ello, el que, al parecer, ha
despertado la codicia de algunos es el ataúd, que para unos es símbolo de una suntuosidad
hasta cierto punto comprensible y para otros una parte importante de sus
ganancias. Solo mencionar que su precio puede oscilar entre los 800 euros y los
3.900 euros, según la gama de que se trate (efuneraria.com).
Lo dicho, como en los automóviles.
Siempre
me ha llamado la atención que, aun optando por la incineración, deba costearse
el precio nada desdeñable de un ataúd. Si ese elemento va a acabar pasto de las
llamas, eso es dinero tirado, o mejor dicho quemado. Si el cuerpo del difunto acaba
convertido en cenizas, junto con los residuos calcinados de la madera, ¿de qué
sirve utilizar un féretro barnizado y ornamentado, si no es para exhibirlo en
la sala del tanatorio y en la capilla ante los allí congregados? Pero las
funerarias no parecen estar muy dispuestas a escatimar en gastos. Intentarán
endosar a sus clientes el más robusto y lujoso de los modelos. Lo contrario
significaría reducir sus beneficios. ¿Y quién va a rehusar tratándose de un ser
querido a quien van a dar sepultura?
En
enero de este año, eldiario.es
desvelaba un fraude millonario por parte de una funeraria de Valladolid que
practicaba el cambiazo de ataúdes para incinerar por otros de peor calidad, o
solo utilizaba la tapa, y además revendía las flores. ¿Cuántas empresas
funerarias seguirán esta conducta deshonesta? Seguro que muchas. Solo hay que
tirar de la cuerda, destapar la alcantarilla y aflorará toda la porquería.
Cierto
es que actualmente, para que la incineración resulte todavía más económica de
lo que ya es con respecto a un entierro convencional ─pues se ahorran los
gastos de la inhumación de los restos mortales en una tumba o nicho─, se puede
optar por un ataúd más modesto. Pero ello no es óbice para que “el cliente” sea
igualmente presa fácil de un engaño, pues, según se ha descubierto (cuestión
que también se trató en el programa televisivo al que he hecho anteriormente
alusión), hay funerarias que, habiendo cobrado por el ataúd, este no se usa en
la cremación, sino que es reutilizado para otro difunto. Es decir, incineran el
cuerpo sin ataúd, lo cual me parece razonable y es lo que siempre he pensado
que debería hacerse, pero nadie, excepto la funeraria, sabe de ese timo, un
secreto que se llevarán a la tumba, nunca mejor dicho.
He
intentado hacer un cálculo aproximado y, por lo tanto, sujeto a inexactitudes, sobre
cuánto pueden llegar a embolsarse esas empresas que actúan de esa forma
fraudulenta. Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2017 fallecieron en
España 424.523 personas. Actualmente cerca de un 40% de los españoles optan por
la incineración (Europa Press),
porcentaje que, por cierto, alcanzará el 60% en 2025. Por lo tanto, si partimos
de unas 170.000 incineraciones anuales y suponemos que en todas ellas (es mucho
suponer) se ha optado por adquirir un ataúd sencillo, de unos 800 euros de
promedio, el gasto total en este apartado asciende a 136 millones de euros. Según
elEconomista.es existen en nuestro
país unas 600 funerarias. Solo con que un 30% no utilicen el féretro adquirido en
la cremación, estaríamos hablando de unos 45 millones de euros que aquellas se
embolsan fraudulentamente cada año.
La
picaresca llega a tal extremo que a veces excede lo imaginable. Jugar con el
dinero ajeno es un delito, pero hacerlo utilizando una circunstancia tan penosa
como es la pérdida de un ser querido, aprovechando que nadie reparará en gastos
a la hora de darle sepultura o de incinerarlo, es además inmoral.