martes, 6 de mayo de 2014

Los peligros de la nostalgia



Los jóvenes no saben qué es la nostalgia, quizá porque todavía no han tenido ocasión de echar de menos vivencias pasadas porque de pasadas tienen muy poco. Cuando realmente se echa algo de menos, cuando se siente añoranza de algo o de alguien, cuando, si fuera posible, volveríamos atrás para revivir lo que nos hizo tan felices o rectificar aquello de lo que nos hemos lamentado tantas veces, cuando, en definitiva, sentimos o, mejor dicho, sufrimos esos ataques agudos de nostalgia, ello significa que hemos llegado a una edad en la que el tiempo vivido supera con creces al que nos queda por vivir. Cuando nos percatamos, por primera vez y de una forma inequívoca y descarnada, que hemos llegado a un punto en el que sentimos casi una necesidad vital de rememorar todo lo vivido hasta el momento presente y recrearnos en aquellos episodios que nunca olvidamos y nunca olvidaremos, podemos decir que hemos llegado a la etapa de la nostalgia.

Todo esto puede parecer normal, propio de quien, tras una dilatada existencia y una vasta experiencia, personal, familiar y profesional, tiene mucho que recordar, contar a sus hijos y nietos, y compartir con los de su misma veteranía. Pero ello puede volverse en nuestra contra si no sabemos controlar nuestros sentimientos en la justa medida para que no excedan lo deseado, puesto que el efecto que puede tener una dosis excesiva de nostalgia sobre nuestro estado anímico puede llevarnos a un estado depresivo. Así pues, cuidado con la nostalgia, que puede ser muy peligrosa si no sabemos controlarla adecuadamente. No sea que resulte peor el remedio que la enfermedad.

No resulta fácil para alguien que ya ha superado la madurez, que ha llegado a la tercera edad (otra vez ese dichoso término que aborrezco), al otoño de la vida (esto está mucho mejor), contemplarse en una foto de cuando era un niño sin sentir una nostalgia melancólica, en una imagen de su juventud sin sentir una tristeza inconformista al ver las señales inconfundibles y despiadadas del paso del tiempo sobre nuestro físico, como tampoco lo es ver las de un ser querido que se fue y a quien echamos tanto de menos sin derramar una lágrima y desear tenerlo de nuevo a nuestro lado.

Todavía no sé cómo se puede lograr, estoy en ello, pero espero que algún día, cuando rememore esos retazos de mi vida pasada en los que fui tan feliz, no me sobrevenga esa sensación de pérdida y de tristeza del que lo ha perdido todo sino que, en lugar de esto, aparezca en mi cara la sonrisa de quien ha vivido plenamente y se aplica la famosa expresión de que me quiten lo bailao.
 
 

4 comentarios:

  1. Un relato estupendo de cuando y como se siente nostalgia. Estoy totalmente de acuerdo con todo lo que expresas, llega un tiempo en que piensas a cada paso lo que sucedió en el pasado que siempre parece tan próximo y sin embargo hace mil años, y sobre todo cuando el espejo devuelve la imagen...
    En fin, lo mejor es aplicar, como bien dices, la famosa frase y seguir haciendo lo mejor posible el presente para recordarlo si da tiempo, como pasado.
    Un gusto volver a pasar por tus letras Josep.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Sí, lo mejor es vivir el presente a tope y dedicar e tiempo justo a los recuerdos, si estos son gratificantes. El peligro está en vivir anclado al pasado y dedicarle más tiempo de lo justo y necesario pues, si bien forma parte de nuestra existencia, no nos tiene que robar el presente y lo que nos queda de futuro. La depresión de la nostalgia mal controlada es la peor forma de vivir una vejez bien merecida. Ha sido un placer volver a verte por aquí y gracias por dejar tu huella.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Es que esa es la actitud, Josep: ¡que me quiten lo bailao! Porque, querido, esa es nuestra riqueza: lo que hemos vivido, lo que hemos sufrido o disfrutado, lo que hemos amado, ganado o perdido. En el momento de ocurrir, esas cosas pueden habernos resultado buenas o malas pero a la hora de verlas con perspectiva son siempre buenas porque, por encima de todo, nos han enseñado y han hecho de nosotros lo que somos.
    Así que, cuando vuelvas a ver una de esas fotos en las que lucimos tersos y ataviados con vestido de época (nuestra época), repite con el maestro Dylan: "Qué viejos éramos entonces, somos mucho más jóvenes ahora".
    :-)
    Un abrazo muy grande.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuánta razón tienes, Fefa! Por fortuna, con el paso de los años, acaban pesando más las buenas experiencias que las malas. Solo así se hace más liviana la carga que llevamos a nuestras espaldas. Afortunados somos los que podemos contarlo.
      Muchas gracias por tu aportación.
      Un abrazo.

      Eliminar