lunes, 24 de septiembre de 2018

A vuelta con las farmacéuticas



Esta es, sin duda, la entrada a la que le he dado más vueltas antes de decidirme a publicarla porque, aunque soy de los que piensan que de polémica la justa, el tema que hoy voy a tratar tiene tal enjundia que soy consciente de que voy a ir en contra de lo que muchos creen. Aun así, no podía dejar pasar la oportunidad de aportar mi sincero y, posiblemente, ingenuo punto de vista. Y sin más prolegómenos, vayamos al meollo del asunto. Abrocharos los cinturones.


Que hay buenos y malos en todas partes es incontestable, o, dicho de otro modo, pueden existir aspectos positivos y negativos conviviendo en una misma cosa. La existencia de lo negativo no debería encubrir lo positivo, y viceversa. Son como las dos caras de una misma moneda. Sería, pues, injusto mencionar únicamente lo negativo sin reconocer su parte positiva. ¿Acaso el descrédito que sufrió hace unos meses Oxfam-Intermón a causa del comportamiento inmoral de algunos de sus representantes en Haití echa abajo toda la labor de esta ONG y la de otras Organizaciones humanitarias? Miembros de los Cascos Azules fueron acusados de violar a más de cien mujeres y niñas en la República Centroafricana en 2014 y, a pesar de esta acción brutal, de ser cierta, no podemos reprobar todas las acciones que llevan a cabo esas fuerzas de paz de las Naciones Unidas. La existencia de sacerdotes pederastas, por execrable que sea, no debería mancillar el buen nombre del resto de religiosos, al margen de las creencias de cada uno. En definitiva, el mal comportamiento de unos cuantos no debería salpicar al resto de cooperantes, trabajadores y miembros de una Sociedad u Organización. ¿Por qué no aplicar, entonces, idéntica asunción a la industria farmacéutica?

Quizá, sin darme cuenta, sufro el síndrome de Estocolmo y la industria farmacéutica es para mí como el carcelero que me ha dado de comer y me ha tratado bien durante más de treinta años, y ahora siento agradecimiento y solo veo su cara amable, o bien, como dije en otra ocasión, he tenido la gran suerte de haber trabajado en empresas donde no se jugaba con la salud de las personas.

Si bien a estas alturas de la vida no pondría la mano en el fuego por casi nada ni nadie, me siento obligado, una vez más, a romper una lanza ─aunque sea pequeña y frágil─ a favor de la tan vilipendiada industria farmacéutica, asumiendo el riesgo que corro al ir contracorriente.

Este pasado verano leí dos críticas en Facebook con idéntico mensaje: que mientras las farmacéuticas aumentan sus beneficios, miles de niños del tercer mundo mueren por falta de medicamentos. Yo, que procuro no meterme en berenjenales y casi nunca dejo mi comentario en publicaciones que pueden dar lugar a mucha controversia, en esta ocasión no pude contenerme y argumenté que, a mi juicio, quienes debían atajar el problema de la falta de suministro de medicamentos en el tercer mundo eran los Gobiernos, esos que invierten grandes sumas de dinero en armas, y que las farmacéuticas son, al fin y al cabo, empresas privadas con ánimo de lucro y no una ONG. Sería como culpar a la industria alimentaria de la escasez de alimentos y de la muerte por inanición en esos mismos países. Además, ¡cuánto dinero, comida y medicamentos se quedan por el camino en manos de los gobiernos corruptos, de los propios soldados que los distribuyen y de las mafias! Insisto en que quien más puede hacer ─y no hace, o no lo suficiente─ son los gobiernos de esos países y del mundo entero. No es justo, pues, que se cargue la culpa a unas empresas que están para desarrollar medicamentos, por supuesto, pero también para dar beneficios a sus propietarios y/o accionistas. Sé que, tratándose de la salud de las personas, el tema resulta, cuanto menos, espinoso. Pero insisto: ¿quién es, en primera instancia, el responsable de asegurar que la población tenga medicinas y alimentos? ¿Solo yo veo que, en lugar de destinar tanto dinero a armamento, guerras fraticidas y corruptelas, los gobernantes tienen la obligación de asegurar, ante todo, la salud y el bienestar de sus ciudadanos? Y si son países realmente pobres, ¿quién debe echarles una mano para salir de la pobreza?

Mi comentario, que yo sepa, solo obtuvo una respuesta: “por como hablas, seguro que eres farmacéutico”. Lo soy. Mea culpa. Supongo que por ser farmacéutico se da por sentado que uno no es objetivo y no le queda más remedio que defender a la industria farmacéutica a capa y espada (maldito corporativismo), mientras que si la crítica viene de alguien que opina sin demasiado fundamento, repitiendo el mantra de siempre, la veracidad y objetividad están aseguradas.

He dicho repetidamente, entre amigos y conocidos que han sacado a colación ciertas prácticas abusivas y comportamientos reprobables de las farmacéuticas, que en este sector no hay más falta de ética que en cualquier otro, solo que no es lo mismo manipular un motor diésel para que aparentemente no sea tan contaminante que exagerar los beneficios de un medicamento o incentivar su receta asegurándose el favor del médico prescriptor. Cuando hablamos de salud, no hay trucos que valgan, pero ante la brutal competencia existente en el campo farmacéutico se suele recurrir a muchas argucias. Reconozco, pues, que esa mala imagen se la han ganado las farmacéuticas a pulso por los desmanes de tipo comercial que eran práctica habitual durante las últimas décadas del siglo pasado en connivencia con las autoridades sanitarias que miraban hacia otro lado.

Pero de ahí a que se afirme ─como también he leído recientemente─ que los laboratorios, en complicidad con médicos y científicos de renombre, inventan enfermedades, hay un buen trecho. Según esos críticos, resulta que el colesterol no es malo y que la diabetes no existe. Que se lo digan a quienes han sufrido un infarto agudo de miocardio porque tenían las coronarias obstruidas, o a los que padecen el llamado “pie de diabético” o han sufrido una hiperglucemia (subida de azúcar) severa. Quizá lo siguiente será afirmar que el Alzheimer es también una invención para vender medicamentos caros e inútiles.

Lo malo de esas afirmaciones no es solo su falsedad, sino que el ciudadano de a pie se las cree a pies juntillas. Entiendo que este tipo de información origine una sospecha más o menos fundada, como que a los laboratorios farmacéuticos no les interesa curar enfermedades sino cronificarlas, para así asegurarse un tratamiento de por vida. Eso crea una duda razonable. Entonces, ¿la artrosis es curable? ¿Lo es el SIDA? En ambos casos los tratamientos actualmente disponibles solo ralentizan la evolución de la degeneración ósea, en el primer caso, y mantienen inactivo al virus, en el segundo. De momento no existen otras alternativas terapéuticas. ¿Tienen las farmacéuticas la solución y no la revelan por intereses económicos?

Otra publicación veraniega en las redes sociales anunciaba ─como en muchas otras ocasiones─ una posible cura para el cáncer. No se hicieron esperar los comentarios sobre que la industria farmacéutica hará lo posible para evitar que se comercialice porque se le acabaría el “chollo”. Yo me pregunto si detrás de esa campaña de descrédito no habrá intereses ocultos más turbios que los que se les imputa a las farmacéuticas. ¿Cuántos casos ha habido de muertes de pacientes afectados de cáncer a los que se ha incitado a tomar productos milagrosos? Sin ir más lejos, este pasado mes de julio una joven con cáncer de mama ingresó en el Hospital Josep Trueta de Girona con un seno putrefacto tras haber abandonado la quimio y radioterapia a favor de un tratamiento natural prescrito por un curandero. Y hace solo unos días un médico, padre de un niño que acudió al ambulatorio con una amigdalitis aguda purulenta, denunció a la médica que lo atendió por recetarle un producto homeopático en lugar de un antibiótico, el tratamiento de elección para este tipo de patología infecciosa.

¿No habrá, pues, detrás de tanta calumnia intereses que pretenden favorecer a otros negocios parafarmacéuticos?

Otra cuestión, esta vez comentada por televisión a raíz de la cada vez mayor resistencia de las bacterias a los antibióticos (algo de lo que, por una vez, no se culpó a las farmacéuticas sino a los médicos que los prescriben con demasiada ligereza y a los enfermos que se automedican), hasta el punto de que hay especies bacterianas que no responden a la antibioterapia, es la falta de interés económico de los laboratorios farmacéuticos por investigar nuevos antibióticos, al igual como ocurre con las enfermedades raras (las que afectan a menos de un 0,05% de la población, es decir a una de cada dos mil personas). Eso es totalmente cierto, para qué negarlo, porque para que un medicamento sea mínimamente rentable su precio debe permitir el retorno de toda la inversión realizada más un beneficio (generalmente el margen suele ser entre un cincuenta y un sesenta por ciento sobre el precio de coste) antes de que irrumpan en el mercado los medicamentos genéricos, mucho más baratos porque con ellos no se ha tenido que invertir prácticamente nada en investigación y desarrollo (I+D), por tratarse de copias del medicamento original (a esta cuestión y a la del precio de los medicamentos les dedicaré un capítulo aparte).

En los laboratorios de algunos hospitales y de muchas universidades españolas se está llevando a cabo una gran labor investigadora, pero el problema es la falta de financiación para realizar toda la batería de estudios necesarios para obtener un nuevo fármaco. ¿Quién tiene el dinero necesario?: el Gobierno y la industria farmacéutica. Pero mientras la inversión pública en I+D ha ido decreciendo en los últimos años, la de la industria farmacéutica ha ido en aumento porque cada vez resulta más difícil y caro innovar. La primera, lógicamente, no busca necesariamente la rentabilidad, la segunda, sin rentabilidad no funciona. Pero, ojo al dato: si se conoce que la industria financia alguna de las investigaciones llevadas a cabo en centros públicos, ya se cierne la sospecha sobre ello. Seguro que piensan sacar una buena tajada de ello. Pues claro, toda inversión privada necesita un beneficio a medio-largo plazo. ¿Alguno de vosotros invertiría en algo que no le devengara un rédito?

¿Por qué existe esa animadversión generalizada hacia los laboratorios farmacéuticos y, cada vez más, hacia los medicamentos? Ya dije en una anterior entrada sobre investigación farmacéutica que no me cabe duda de que existen más medicamentos de los estrictamente necesarios, cada laboratorio tiene su versión de antiarrítmico, de ansiolítico, de hipocolesterolemiante, de antihipertensivo, etc., etc., etc. Pero ello solo demuestra la competencia entre laboratorios por ocupar el número uno en ventas, pero no veo en ello nada reprochable. Da igual tomar Omeprazol que Pantoprazol como protector gástrico, por poner un ejemplo. Y ya no digamos un omeprazol del laboratorio tal o cual. Lo verdaderamente importante es que el medicamento esté bien prescrito (se ajuste a la dolencia del paciente), bien administrado, y que sea efectivo. Otra cosa son las luchas entre competidores para convencer al médico que su medicamento es el mejor.

Para finalizar esta primera parte, dejando para una segunda el escalofriante tema de la patente (otro aspecto muy criticado por quienes ignoran su razón de ser) y el precio de los medicamentos, solo añadiré, para quien todavía no lo sepa, que el medicamento es hoy día el “artículo” de consumo más regulado y controlado del mercado, con centenares de Guías, Directrices y Disposiciones emitidas por la Comisión Europea, de obligado cumplimiento en toda la Unión, en las que se detalla pormenorizadamente todos y cada uno de los estudios que deben realizarse y los requisitos que debe cumplir un fármaco antes de su puesta en el mercado, y la comprobación de ese cumplimiento es responsabilidad de las autoridades sanitarias europeas. Y, una vez en el mercado, existe un sistema nacional e internacional de farmacovigilancia que controla el buen uso y valora los efectos secundarios de los medicamentos. Yo diría, pues, que podemos estar seguros de que nadie nos va a dar gato por liebre.

Un medicamento no es, por desgracia, un arma de alta precisión (como las bombas guiadas por láser), aunque ya existen algunos que actúan solo en los “órganos diana”. La gran mayoría de medicamentos todavía tienen sus efectos secundarios, no son como un bisturí que solo extirpa la parte dañada de un órgano. El medicamento generalmente viaja por el torrente sanguíneo y cuando alcanza el lugar donde debe actuar, entonces deja sentir su efecto, pero por el camino puede también dejar su huella en algún otro lugar no deseado, puesto que solo es una sustancia química y no un ser inteligente. Algún día no muy lejano dispondremos de fármacos “dirigidos” y “limpios”. De hecho, los medicamentos de nueva generación ya son mucho más eficientes y seguros que los de antaño. La penicilina, por ejemplo, puede producir, a personas sensibles, una reacción alérgica gravísima, conocida como shock anafiláctico, pudiendo causar la muerte, y no por ello debemos olvidar lo que significó su descubrimiento y los millones de vidas humanas que salvó. Si ponemos en un platillo de la balanza los beneficios de los medicamentos y en el otro sus desventajas o, más aun, si comparamos el número de vidas salvadas con los daños causados a lo largo de la historia, está claro que el balance beneficio/riesgo es positivo.

Seguirá habiendo campañas alarmistas y sensacionalistas contra el uso de los medicamentos, comparando a las farmacéuticas con el crimen organizado, haciendo creer que los medicamentos son la primera causa de mortalidad, cifrando el número de muertes en Europa provocadas por los medicamentos en 200.000 al año, y otras mentiras por el estilo. Y por si estos argumentos no fueran suficientes, se ataca a la industria farmacéutica afirmando, de forma interesada y maliciosa, que representa el tercer sector económico, tras el armamentístico y el del narcotráfico, o que el 95% de la formación de los médicos españoles depende de ella. Si con formación médica se refieren a los simposios a los que son invitados y a los congresos médicos a los que asisten por obra y gracia de los laboratorios, me parece muy exagerado dejar solo un 5% de su formación a otras fuentes de conocimiento. Y si fuera así, ¿qué hacen los colegios profesionales, la Organización Médica Colegial y las universidades para velar por la formación continuada de esos profesionales de la salud?

Creo, sinceramente, que el sector farmacéutico está suficientemente bien regulado y controlado y que sin beneficios económicos no habría investigación de nuevos fármacos. La OMS cifra la lista de medicamentos esenciales (para tratar las enfermedades más importantes en todo el mundo) en 340, cuando en el mercado internacional existen tres veces más. En España existen unas 13.000 presentaciones (mismos principios activos comercializados con distintas marcas, por distintos laboratorios y en distintas formas farmacéuticas), pertenecientes a catorce grupos terapéuticos (sustancias agrupadas según al aparato o sistema del cuerpo humano al que van dirigidas). El “excedente” podría considerarse conformado por medicamentos de nueva generación (con ventajas respecto a sus predecesores) y de “confort” (que alivian, pero no curan, como un analgésico o un antiinflamatorio). El arsenal terapéutico se ha ido incrementando y modernizando. No es lo mismo tomar un comprimido para la hipertensión tres veces al día que tomarse uno al día, como no es igual tomar un antibiótico durante 7 a 10 días que otro durante 2 a 4 días. Así pues, conviven en el mercado productos de reciente incorporación con productos tan antiguos como la aspirina. ¿Vale la pena seguir invirtiendo en nuevos medicamentos? Yo creo que sí, del mismo modo que creo que si acabamos con la industria farmacéutica mataremos la gallina de los huevos de oro. ¿Quién investigará? Que investiguen ellos. Pero ¿Quiénes? ¿Los Gobiernos? ¿Las Universidades? ¿Las Fundaciones? Desde luego todos ponen su granito de arena, pero, hoy por hoy, quien más dinero pone y arriesga es la industria.

Hay también mucha hipocresía en algunas actitudes anti-industria farmacéutica. Uno de sus mayores detractores en España es un farmacólogo clínico (diré el pecado, pero no el pecador) con el que tuve que lidiar en una comparecencia ante la Comisión Nacional de Seguridad de los Medicamentos, en defensa de un producto del laboratorio para el que yo trabajaba por aquel entonces, a causa de una muerte habida en Alemania de un paciente que estaba ingresado en la UCI y que estaba tratado simultáneamente con otros nueve medicamentos. Por un lado, el médico alemán que publicó en una revista médica el fallecimiento de dicho paciente, atribuyéndolo, sin tener evidencia científica para ello, al medicamento en cuestión, era un declarado enemigo del laboratorio en aquel país (nunca llegué a saber el origen de tal desencuentro). Por otro lado, el anteriormente mencionado farmacólogo español, tras mi exposición de los hechos en el seno de la mencionada Comisión, restó importancia a los datos aportados por un experto internacional en epidemiología y colaborador de la OMS que demostraban la improbable relación causa-efecto entre el medicamento y el fallecimiento del paciente polimedicado, argumentando, un tanto molesto, que él también era un experto colaborador de la OMS y que el utilizado por nosotros no podía ser neutral porque seguramente habría recibido del laboratorio una remuneración económica para que hiciera un informe favorable a nuestros intereses. Con ello, ponía en duda la ética e imparcialidad de cualquier experto por el hecho de cobrar por un informe. Pues bien, al cabo de unos años, trabajando para otro laboratorio, supe que ese escrupuloso y suspicaz médico farmacólogo había realizado varios trabajos para este laboratorio y que seguía ofreciendo sus servicios, en la forma de “informes de experto”, a cambio de una “pequeña” aportación económica.

¿Dónde está el bueno y donde el malo? Esa es la cuestión. No es oro todo lo que reluce ni mierda todo lo que no huele bien.


jueves, 13 de septiembre de 2018

El pan y la guerra



Uno de los derechos fundamentales del hombre es el derecho a un trabajo digno. Nadie desea perder su puesto de trabajo que le da el sustento a él y a su familia, ni ver sus ingresos reducidos sustancialmente por cualquier tipo de reestructuración empresarial. Incluso los cultivadores de coca en Colombia se opusieron rotundamente a la política gubernamental de sustitución se esos cultivos por café, banano, piña o palma africana, porque los precios de estos productos son sustancialmente más bajos que los que obtienen por la venta de la hoja de coca a los narcotraficantes. Diría que en este caso estamos ante un dilema moral de gran calado. A esos campesinos no pareció importarles el uso nocivo que se le da al producto que cultivan y recolectan mientras obtengan unos buenos beneficios económicos. Pan a cambio de droga.

Podríamos encontrar otros muchos casos en que un trabajo, en principio, honrado, conlleva o puede conllevar graves inconvenientes sociales, por su potencial efecto dañino, incluso letal, como seria trabajar en una central nuclear, en una fábrica de pesticidas, en la extracción y explotación de diamantes o coltán, en la producción de materiales contaminantes no reciclables, etc. Muchas veces, un trabajo aparentemente inocuo lleva a una situación grave para el ser humano a miles de kilómetros de distancia del lugar de origen. ¿Trabajar, por ejemplo, fabricando armas es moralmente correcto? Como respuesta podríamos argumentar que, como no podemos prescindir de un ejército ni de la policía, y ambos colectivos necesitan armamento para realizar sus funciones, no hay nada que objetar. Sin embargo, cuando un tarado mental se carga al profesor y a media clase en un instituto o a decenas de clientes en un supermercado, todos nos echamos las manos a la cabeza. Pero si en los EEUU, el Congreso decidiera contravenir la sacrosanta primera enmienda aboliendo el uso y la libre compra de armas, algunas de uso militar, los primeros que pondrían el grito en el cielo serían sus vendedores, que verían su negocio hacer aguas. Y cuando esas armas se usan para masacrar a una población indefensa y llevar a cabo un genocidio en toda regla, ¿qué opinan sus fabricantes y suministradores? Supongo que es cuestión de mirar hacia otro lado y decir que allá cada uno (o cada gobierno) con el uso que haga de ellas.

Toda esta larga introducción viene a cuento de la venta de armas por parte de España a Arabia Saudita, a sabiendas de que son utilizadas para acabar con la vida de miles de civiles del Yemen, cuya cifra de muertos ya asciende a 50.000.  Alemania y Canadá han decidido interrumpir el suministro de armas a Arabia Saudita y España quiso seguir sus pasos anulando el envío de 400 bombas láser por un valor de nueve millones de euros. Como revancha, el gobierno de Riad amenazó con cancelar el encargo de cinco corbetas que debían fabricarse en los astilleros gaditanos de Navantia. A raíz de ello, peligraron unos 6.000 puestos de trabajo y la reacción de los empleados no se hizo esperar. Querían mantener su empleo como sea. Desde luego, no es tarea fácil contentar a todas las partes: a una gran parte de la sociedad, que reclama no tener tratos con ese estado árabe que no respeta los derechos humanos, a los empleados de Navantia, que reclaman su plato en la mesa, y al cliente Saudí, que reclama sus bombas.

La ecuación está clara, lo difícil es despejar la incógnita. Solo se fabricarán esas cinco corbetas si se envían las bombas a su destinatario. Trabajo a cambio de muerte. Difícil papel el del gobierno español ante esta disyuntiva, siendo Arabia Saudita el primer comprador de armas y material militar español fuera de la OTAN (con una cifra de negocio de unos 270 millones de euros anuales). Ayer por la tarde, mientras escribía estas líneas, supe que el chantaje había acabado imponiendo su ley y que el Gobierno había ordenado enviar las bombas, un peaje a pagar, el de la muerte de miles de inocentes, para que esas seis mil familias tengan asegurado el pan.

Desde luego, no es lo mismo fabricar bombas que corbetas, aunque ambas cosas tengan un uso militar. El problema reside en que, muchas veces, como en este caso, bombas, armamento y barcos de guerra van en el mismo saco.

Alguien ha propuesto reconvertir esa zona industrial gaditana apostando por otro tipo de negocio. Del mismo modo que cuando la fuente de carbón se agota o su extracción deja de ser rentable no queda más remedio que cerrar las minas y buscar otra actividad para los trabajadores, convendría, en mi opinión, buscar una alternativa igual de rentable pero menos inhumana. Es cuestión de voluntad e ingenio.

Yo, desde luego, preferiría pan a cambio de cualquier cosa que no fuera armas. Pero todos sabemos que cuando se trata de asegurarnos un plato en la mesa y un techo bajo el que cobijarnos, nuestros reparos se tambalean, si no es que se van al carajo.

En este mundo lleno de contradicciones, esta es quizá una de las mayores, pues los derechos humanos entran en colisión consigo mismo. El derecho al trabajo frente al derecho a la vida. Pan o guerra. Una verdadera lástima.



viernes, 7 de septiembre de 2018

El regreso



Para todo hay un antes y un después, a menos que no existiera el tiempo, digo yo. Unas veces el antes es mejor, otras el después. En mi caso el antes y el después de las vacaciones del mes de agosto, no ha estado muy equilibrado, pues al regreso nos hemos encontrado con un intruso que se ha colado insidiosamente en nuestra familia. Ahora estamos intentando averiguar su nombre exacto, su naturaleza y, sobre todo, asumiendo que se va a quedar entre nosotros, saber hasta qué punto nos hará sufrir, aunque esto solo lo descubriremos sobre la marcha. Ese intruso inesperado, que unos llaman demencia senil pero que podría muy bien derivar en Alzheimer, se ha cebado en la persona, o debería decir en la mente, de la madre de mi mujer (nunca le gustó que la llamara suegra, aunque ahora seguro que ya no lo recuerda). Esa ha sido la parte negativa de este mes de agosto y aunque nada tiene que ver con las vacaciones de verano, esta enfermedad, que cuando trabaja no se toma un descanso, ha elegido este periodo que suele ser el más esperado del año.

Si cuando decidí cerrar este blog por vacaciones mi estado “anímico-literario” estaba bastante tocado, por cansancio o por lo que fuera, con pocas ganas de escribir y pocas ideas para traducir en relatos de ficción y en reflexiones de las mías, ahora resulta que mi estado “anímico-emocional” anda muy descolocado. Pero como la vida sigue, por muchos obstáculos que nos ponga en el camino, hay que intentar ponerle buena cara al mal tiempo, arroparse bien la mente y el corazón, y ponerse la coraza para luchar y resistir aun sabiendo que tenemos la batalla perdida.

Pero volviendo al tema vacacional y retomando lo expresado en mi anterior entrada en cuanto a los inconvenientes de las vacaciones y, especialmente, de los viajes, esa otra cara de la moneda, debo reivindicar un cierto don de clarividencia o premonición, pues la Ley de Murphy hizo acto de presencia. Ya sabéis su enunciado: si algo puede salir mal, saldrá mal, o algo parecido.

Aunque nuestro recorrido, durante la primera quincena de agosto, por Tenerife y Lanzarote no ha tenido desperdicio y hemos vuelto sanos y salvos, lo cual ya es de por sí muy importante, mis temores acerca de los típicos inconvenientes de viajar y de “playear” se han visto cumplidos.

Antes de partir sufrí lo indecible (uno es así de “sufridor”) con la huelga de taxistas (no voy a extenderme en valorarla pues ya dediqué hace tiempo una entrada a este tipo de huelgas que se basan en un chantaje tomando a los ciudadanos como rehenes), temiendo no poder acceder al aeropuerto y, de poder hacerlo, sufrir algún percance. Habíamos concertado el traslado con algunas semanas de antelación con un taxista local con el que solemos tratar (en este caso, además, siendo seis personas, con una niña de tres años, y bastante equipaje, necesitábamos un vehículo tipo monovolumen y amplio maletero y dicho taxista tiene una flota de coches de todo tipo). Por fortuna, la huelga se desconvocó para la madrugada del día de autos. ¡Qué descanso! Una vez en la terminal, ya tranquilos, sufrimos un retraso en la salida de más de dos horas, una de ellas dentro del avión porque habían unido dos vuelos y duplicado cuatro asientos. Hasta que no se decidió quienes se quedaban en tierra y no hubieron recuperado su equipaje de la bodega, no pudimos ponernos en marcha, pero claro, ya habíamos perdido lo que en aeronáutica se conoce como slot, es decir la franja de tiempo o turno otorgado a la nave para el despegue, por lo que tuvimos que ponernos nuevamente a la cola. Y todo ello sin recibir información alguna, que estuvo a punto de producirse un motín a bordo. Luego, ya en movimiento, todo fueron explicaciones y disculpas por parte del comandante. A buenas horas mangas verdes. Al parecer los retrasos han sido la tónica habitual, este mes de agosto, de la Compañía Vueling, con la que volamos a la ida y a la vuelta.

Por si eso fuera poco, el vuelo de Tenerife a Lanzarote (en esta ocasión con la Compañía Aérea Canaria Binter) también sufrió una demora de una hora debido a la llegada con retraso del avión. Por lo menos, a la vuelta no hubo retrasos significativos.

Durante nuestra estancia en Tenerife el único contratiempo fue que no pudimos subir al Teide. Los billetes para el teleférico se habían agotado. Al parecer, ahora hay que hacer la reserva con antelación, cosa que desconocíamos. A partir de entonces todas nuestras visitas a lugares y actividades de interés especial (la salida en barco para avistar cetáceos frente a los acantilados de Los Gigantes, en Tenerife, la visita al Parque Nacional de Timanfaya, a la Cueva de los Verdes y a los Jameos del Agua, en Lanzarote), estuvieron precedidas por las reservas correspondientes.

Ya de vuelta y una vez instalados en el apartamento de la playa para reponer fuerzas, tuvimos que soportar la invasión rusa. Aunque se diga que el turismo ruso ha menguando en la Costa Brava, yo creo que lo que ha ocurrido es que todos se desplazaron a nuestra localidad. El idioma constante en los cuatro puntos cardinales de la playa era el ruso, aunque no puedo precisar el país de origen, pues en Bielorrusia, Ucrania, Kirguistán y Kazajistán también hablan esta lengua eslava, que ha ido desplazando al francés, inglés, alemán y holandés, tan habituales en la zona hasta ahora.

De estos turistas adinerados (siempre me ha llamado la atención esta eclosión de ricos cuando hace unas décadas la pobreza en su país campaba a sus anchas) hemos constatado su instinto gregario, algo que yo identificaba más bien con el español (un prejuicio como otro cualquiera). Si no ibas con cuidado, plantaban su campamento sobre tus toallas o apartaban impunemente alguno de tus enseres que les molestaba para instalar los suyos. Y yo que creía que en esos países ex comunistas la educación (la buena, claro) era algo consustancial a sus principios morales e ideología. Pues no. También hemos deducido, aunque no podemos demostrarlo, solo son pruebas circunstanciales, que la sociedad rusa (hablando genéricamente) es muy machista. Casi todos los representantes humanos al aire libre y en familia eran mujeres y niños. Por la mañana, en la playa, abuelas y madres cuidando a sus pequeños; por la tarde, grupos de dos o tres mujeres jóvenes (algunas muy jóvenes y casi todas bellísimas) paseando a sus bebés y niños pequeños en sus cochecitos. ¿Y los hombres, sus supuestos maridos? Yo apuesto a que estaban en el bar del hotel de cinco estrellas o en una terraza de la playa echándose al coleto una buena dosis de vodka y discutiendo de negocios y qué hacer con tantos rublos. Pero seguramente sea también un prejuicio xenofóbico. Y eso de que los españoles somos gente ruidosa (noisy people, me dijo en una ocasión una colega inglesa) será cierto, solo hay que entrar en un restaurante abarrotado de clientes del país, pero no estamos solos. El ruido también está ahí fuera. Y no es un expediente X. ¡Cómo gritan esos rusos! Tendré que estudiar ruso para ver si lo que dicen también tiene algún motivo de crítica.

Y ahora, ya en casa, toca intentar mantener un ritmo de vida sano, física y mentalmente, tomar aire e impulso y afrontar con la mejor de las disposiciones lo que la vida nos depare a corto plazo. Si el tiempo y los ánimos lo permiten, intentaré seguir escribiendo con regularidad. Como dije anteriormente, la vida sigue. Y hay que vivirla a tope.