jueves, 22 de abril de 2021

La desastrosa gestión de la información

 


Hoy no malgastaré muchas palabras ni os robaré mucho tiempo, pues el tema que me ocupa es tan simple como llamativo y no requiere, creo yo, de mucha discusión. No va de la información con la que los medios suelen apabullarnos, sino de la mala gestión que se hace de nuestra información y datos que, se supone protegida y veraz.

Hay qué ver; con lo que nos aporta la informática a la hora de facilitarnos ciertas tareas engorrosas, y todavía hay quien la utiliza indebidamente, o no la utiliza, lo que es peor, especialmente cuando debería hacerse de ella el uso esperado y para la que ha sido concebida. Me refiero a Organizaciones, Asociaciones y otras Entidades que, debiendo tener —por lo menos se le supone— una Base de datos de todos sus asociados y clientes, parece ignorarla y caen en la mala práctica de contactar con ellos para trámites o comunicaciones del todo inútiles, por redundantes e innecesarias.

Más concretamente, me refiero a ONG y otro tipo de asociaciones y entidades con carácter altruista, y a empresas de venta por internet que, antes de contactar, telefónica o telemáticamente con sus clientes y asociados, para ofrecerles un producto, pedirles una aportación o cualquier otro tipo de servicio, deberían revisar su Base de datos para evitar importunarlos innecesariamente.

Firmas una petición de apoyo por una causa justa por parte de una ONG y al poco recibes una llamada pidiéndote que te asocies, cuando llevas años siendo un colaborador fijo. En más de una ocasión, sin necesidad de haber firmado nada, he recibido una llamada de una Asociación para darse a conocer y, posteriormente, pedirte que te unas a ella como socio colaborador, cuando ya lo soy. En cuanto a empresas de venta online, he recibido repetidamente correos o anuncios telemáticos ofreciéndome un artículo que ya compré o un viaje que ya realicé hace tiempo. ¿Cómo voy a comprarme otra bicicleta estática o viajar nuevamente a Bruselas si solo hace unos meses que lo hice? ¿Acaso no les queda constancia cuando fueron ellos quienes tramitaron mi pedido?

Y hoy —de ahí que me haya decidido a escribir esta entrada— he recibido un correo electrónico de Amazon ofreciéndome mi libro de relatos “Irreal como la vida misma” que ellos distribuyen en exclusiva. ¿Acaso no me tienen registrado como su autor? Es increíble.

Entonces es cuando me pregunto qué papel juega la informática y las Bases de datos para estas instituciones ¿No actualizan la información que han vertido en ellas? De no ser así, es un despropósito y un disparate. Deberían gestionar muchísimo mejor la información que manejan y recopilan de sus socios —sobre todo— y clientes, pues en muchos casos es, simplemente, desastrosa.

 

sábado, 10 de abril de 2021

¿Armados o desarmados?

 


En los Estados Unidos de Norteamérica, uno de los países aparentemente más avanzados y más demócratas del planeta, se vive, en mi opinión, una situación contradictoria cuando no aberrante. ¿Cómo puede existir un país en el que sus ciudadanos puedan vivir tranquilos y en armonía, en el que, a la vez, las armas corran de mano en mano como si de un juguete se tratara? Rellenando un impreso y abonando unas tasas, cualquier individuo puede adquirir un arma para su “defensa personal”, y ello lo ampara la Ley más venerada: la Constitución. Pero yo me pregunto si, para defender la propiedad privada ante un supuesto intruso o la propia vida ante un agresor es necesario disponer de un arsenal de armas de asalto.

La segunda enmienda de la Constitución de los EEUU (1787), promulgada en 1791, es decir cuatro años más tarde, protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas de fuego. Los EEUU es uno de los países del mundo con menos limitaciones para adquirir este tipo de armas. Y para asegurar que eso es así, apareció la Asociación Nacional del Rifle para defender a ultranza ese derecho constitucional. Fundada en 1871, es la organización de derechos civiles más antigua de aquel país. Entre sus miembros más destacados figuran, o figuraron, John Wayne, Charlton Heston (quien llegó a presidirla) y Donald Trump, todos ellos republicanos.

Pero todavía es más alarmante la facilidad con la que cualquier sujeto mayor de 18 años (para armas largas) o de 21 años (para armas cortas) puede adquirir un arma de fuego, si bien hay distintos requisitos según cada Estado, siendo en unos más laxos o estrictos que en otros. Son realmente muy preocupantes esas imágenes que hemos visto en más de una ocasión en las que un padre adiestra a su hijo menor de edad —a veces tan solo un niño— en el manejo de un arma de fuego como divertimento y como preparación para hacer frente, en un futuro, a cualquier amenaza potencial según su criterio.

Según The Spectator Index, en el año 2019 se registraron en los EEUU 250 tiroteos, de los cuales 32 pueden calificarse como Mass killings (matanzas masivas) y se calcula que cada año mueren unas 33.000 personas por disparos de armas de fuego, lo que equivale a 93 al día.

No hace falta recurrir a ningún estudio para condenar las muertes por arma de fuego que se producen en ese país de forma indiscriminada y por parte de mentes criminales y/o psicóticas. Todos hemos sido testigos, a través de los telediarios, de tales atrocidades producidas en centros comerciales, lugares públicos, escuelas o institutos de enseñanza media y en el campus de algunas universidades perpetradas por individuos armados hasta los dientes y que, sin motivo aparente, vacían el cargador sobre todo aquel que tiene dos piernas, por mucho que corra o se quede quieto. Es entonces, y solo entonces, cuando todo el mundo se echa las manos a la cabeza horrorizados por tamaña monstruosidad.

Pero al margen de esas mentes perversas y enfermas, los hay que tienen una predisposición innata para sacar a la calle sus armas “reglamentarias” con el objeto de hacer valer sus derechos (véase en la foto del encabezamiento a un grupo armado en señal de protesta por el confinamiento en el Estado de Michigan a raíz de la pandemia por coronavirus).

Parece como si en los EEUU siguiera prevaleciendo la ley del más fuerte, la del lejano y salvaje Oeste, la de quien con un arma en la mano es capaz de atacar a todo aquel, o aquello, que no le gusta, como el reciente asalto al Capitolio en un alarde de violencia gratuita —y para los protagonistas heroica— contra lo que a un grupo de extremistas le pareció injusto, como fue el triunfo electoral de su enemigo político.

Que un descerebrado pueda portar un arma de fuego y usarla a su antojo y que ello esté amparado por una ley que dice defender la libertad de los ciudadanos, no solo es paradójico sino altamente peligroso. Y que armas de gran calibre, diseñadas para ser usadas por la Guardia Nacional y el ejército puedan adquirirse como quien va a comprar una caña de pescar, es algo fuera de toda lógica.

Ha habido varios intentos, el más reciente del nuevo presidente del país norteamericano, Joe Biden, para controlar este tipo de armas, pero, hasta ahora, todos han fracasado estrepitosamente y se han encontrado con la gran oposición de una mayoría de ciudadanos que priman sus derechos civiles a ir armados por encima de muchas vidas humanas inocentes.

La venta de armas mueve mucho dinero, quizá luchar contra ello sea como luchar contra un tsunami, que todo se lo lleva por delante y luego, cuando el terreno ha quedado totalmente devastado, llegan los lamentos.

La violencia genera violencia. Cuantos más ciudadanos se armen, mayor será la necesidad que sentirá el resto para protegerse. Si tú te armas, yo me armo, por si acaso. Es la pescadilla que se muerde la cola. Una pescadilla perversa que vive en un hábitat enfermo.

Comprar un arma para defenderse de cualquier agresión significa que quien debe defendernos —policía, cuerpos de seguridad y autoridades en general— no hacen bien su trabajo. Parece lógico que quien se siente desprotegido, se proteja a sí mismo y a su familia, pero hay que dejar esta labor en manos de personal competente y preparado. Aunque vista la labor —o debería decir brutalidad— policial en los EEUU, uno ya no sabe en qué manos ponerse para sentirse seguro.

Este es otro dilema que debería resolverse cuanto antes y con un amplio consenso: ¿armados o desarmados? Esa es la cuestión.