miércoles, 23 de diciembre de 2020

Otro punto y aparte

 


Si por las vacaciones de verano nos tomamos un descanso —mi primer punto y aparte—, a finales de año solemos hacer balance de lo bueno y de lo malo que nos ha ocurrido, los logros y los fracasos y, como no, es la hora de hacer los propósitos para el año siguiente, propósitos que la mayoría de las veces no cumplimos y que se quedan en buenas intenciones.

Hacer un balance de lo que ha sido este 2020 sería hablar, cómo no y una vez más, de la pandemia y de todo lo que esta nos ha acarreado. Pero, por una vez, dejaré aparcado este tema hasta el próximo año.

Este segundo punto y aparte lo he aprovechado para hacer una evaluación de lo que he logrado con mis escritos, tanto relatos como crítica social, publicados en mis dos blogs: Retales de una vida y Cuaderno de bitácora, respectivamente.

Ambos han cumplido siete años de existencia y muchos han sido los temas que he tratado, tanto de ficción como basados en mis observaciones de la vida cotidiana.

Llegado a este punto, me he tomado la molestia de evaluar qué ha representado este año 2020 para mis todavía dos jóvenes blogs y, concretamente, para mis ejercicios “creativos”.

En Retales de una vida he publicado 37 relatos y en Cuaderno de bitácora 33 entradas, contando la presente. En total, pues, han sido 70 textos. No sé si esto es mucho o poco, pues escribo cuando puedo y quiero, sin atenerme a un objetivo concreto.

Lo que sí me ha interesado saber es qué publicaciones han captado más la atención de mis lector/as, basándome en el número de comentarios recibidos.

En Retales de una vida, si exceptuamos los relatos que han participado en el concurso de El Tintero de Oro —pues son los más comentados al acceder a ellos todos los participantes, sean o no seguidores habituales del blog—, resulta que los relatos más valorados —empatados con 22 comentarios— han sido, por orden de publicación (entre paréntesis, día y mes de publicación):

-        Dicen… (03/04): relato sobre el deseo de inmortalidad.

-        Ecologismo ultra (16/06): microrrelato en el que el protagonista, obligado por su jefe a asistir a una cacería, aborta el abatimiento de una especie protegida de forma muy poco ortodoxa.

-        La mosca (29/10): relato sobre una mosca dotada del don de la inspiración literaria en un escritor vacío de ideas.

-        Que alguien me ayude II (19/11): segunda entrega de un micro participante en El Tintero de Oro sobre un soldado abandonado a su suerte en el campo de batalla.

En “Cuaderno de bitácora”, la entrada que tuvo más aceptación —28 comentarios— fue ¿Qué hay para comer?, una exposición sobre las dudas que nos asaltan acerca del valor nutritivo de muchos alimentos con motivo de la información que nos llega por distintos medios de dudosa fiabilidad.

De los relatos participantes en el certamen de El Tintero de Oro, el más comentado —con 45 comentarios— ha sido Cuestión de principios (06/10), relato sobre un policía psicópata que escala puestos de mando gracias a sus métodos radicales.

Pero como la opinión de mis lectores no tienen por qué coincidir con la mía, mis relatos de ficción favoritos son: Historia de una rebelión (30/01), dedicado a George Orwell y su Rebelión en la granja, La ventana (16/05), El patio de vecinos (03/07), Mambrú se fue a la guerra (15/10), La mosca (29/10) y El plagio (05/12). Entre los relatos concursantes en El Tintero de Oro, los que más me han satisfecho han sido ¿Qué ha sido de Alicia? (27/04) y El profesor chiflado (15/09). En cuanto a temas de crítica social, la elección me ha resultado mucho más difícil, por lo que solo he seleccionado dos entradas: ¿Quién quiere sacrificarse? (19/06), sobre en quién recaen los mayores sacrificios en plena crisis económica, y Muerto el perro, se acabó la rabia (24/09), sobre los verdaderos responsables del éxodo masivo de refugiados.

En el ámbito de los certámenes literarios organizados por entidades de diverso tipo (Asociaciones culturales, Ayuntamientos, etc.), a lo largo de este año he presentado a concurso nueve relatos. Solo en uno de ellos mi relato resultó finalista, pero la maldita pandemia ha dado al traste con el veredicto y entrega de premios. En un certamen se ha aplazado sine die, en otro se ha pospuesto hasta el año que viene, haciéndolo coincidir con la próxima convocatoria, otros lo han publicado en su web y en el restante se ha optado por el mutismo más absoluto.

Siempre he dicho que los concursos literarios y un servidor estamos reñidos y por ello había decidido no volver a presentarme a ninguno más, pero volví a picar —pues creí, iluso de mí, tener unos textos merecedores de algún premio, aunque fuera de consolación— y lo hice precisamente cuando la pandemia decidió darse a conocer, lo cual me ha originado bastantes inconvenientes a la hora de aclarar la viabilidad y futuro de cada concurso. Esto daría para otra de mis entradas críticas, esta vez sobre la poca seriedad de algunos organizadores de concursos.

Tampoco creo que vuelva a publicar —mejor dicho, autoeditar— una segunda recopilación de relatos, visto el escasísimo éxito de la primera tras cuatro años de estar a la venta. De momento, seguiré publicando relatos y “artículos de opinión” en mis blogs hasta que mi cuerpo y mi mente digan basta.

Y para terminar, cómo no, os deseo unas felices fiestas y sobre todo mucha salud y amor, que es lo que realmente cuenta en esta vida.


domingo, 13 de diciembre de 2020

Suma y sigue

 


Las matemáticas nunca han sido mi fuerte, todo lo contrario, pero siempre me he esforzado en estar a la altura de la media nacional que, al parecer, es muy baja.

Aún recuerdo cómo, de niño, aprendí la tabla de multiplicar cantando y cómo en párvulos me enseñaron a sumar, restar e incluso a multiplicar. Cuando pasé, con seis años, del parvulario al colegio de curas para empezar la educación primaria, el Padre Director me sometió a una prueba para comprobar mis conocimientos. De los tres cálculos matemáticos que tuve que hacer, solo fallé en la multiplicación. A la división todavía no le tocaba el turno. Ahora se me hace muy extraño que a esa edad tan temprana ya supiera sumar y restar con facilidad, cuando en la actualidad, con cinco años, empiezan a sumar dos y dos. Pero esta es otra historia que no viene a cuento.

Ya en primaria, me acuerdo de cómo, para ejercitar el cálculo mental, el profesor nos ponía en círculo e iba preguntando el resultado de una multiplicación: 4x9, 6x7, 9x3… Solo nos daba un par de segundos para responder y tras un golpe seco con la regla sobre la mesa ¡plas!, pasaba al turno al siguiente. Quien acertaba, pasaba delante del que había fallado. De este modo, al terminar el ejercicio, los que ocupaban los primeros puestos eran los más diestros en cálculo y se llevaban la mejor nota.

Desde hace ya muchos años las calculadoras hacen el trabajo de cálculo mucho más rápida y eficientemente. Y si se trata de ejercicios matemáticos complejos, para esto están las calculadoras científicas y, por supuesto, las computadoras.

Todo ha evolucionado de tal modo que, en menos de una hora, con la ayuda de una hoja de cálculo (Excel) y un programa de presentación (PowerPoint) un usuario mínimamente entrenado puede elaborar un informe numérico o un gráfico sobre cualquier tema (beneficio empresarial, balance económico, evolución del paro, incremento poblacional, número de industrias contaminantes a lo largo del tiempo y niveles de CO2, y un larguísimo etcétera).

Los cálculos a dedo (o a lápiz) han quedado para la historia, aunque sigue habiendo excepciones, como cuando se cuenta los votos a mano alzada en una asamblea o el número de papeletas que se extraen de una urna y se cuentan tras unas elecciones. En este último caso, se prevé que en un futuro las votaciones sean por un sistema electrónico, no presencial, al igual que su contaje. Eso de realizar el escrutinio de los votos contando el número de papeletas colocadas en montoncitos sobre una mesa y separadas entre sí por partidos políticos resulta arcaico.

Y llegado a este punto, después de más de cuatrocientas palabras, os preguntaréis a qué viene tanto rollo. Los que me seguís en este blog ya sabéis cómo me gustan los rodeos antes de entrar de lleno en materia.

Esta especie de introducción pretende dar a entender lo absurdo que resulta que, a estas alturas, no solo se sigan contando los votos al estilo de la cuenta de la vieja (a mano) y los ingresos hospitalarios al de las cuentas del gran capitán (a ojo).

Cuando visité por primera vez los EEUU, me llevé una desagradable sorpresa. La imagen de perfección que me había hecho de ese gran país se vino abajo. Pude comprobar que el ciudadano medio norteamericano es tan simple e inculto como en nuestro país, que los errores que cometen sus trabajadores son tanto o més garrafales que los de aquí, que la puntualidad de los medios de transporte no es la regla, que la calidad de los servicios tiene mucho que desear y un largo etcétera de deficiencias. Pero nunca me hubiera imaginado que para contar los votos de unas elecciones presidenciales hiciera falta tantas semanas. Estuve a punto de ofrecerme voluntario para ayudarles a contar. Debo admitir que no he visto cómo funciona este sistema, pero, por complicado que sea, nada puede justificar tal demora, más propia de una república bananera.

Y aquí no nos quedamos a la zaga. Si bien somos muy diligentes a la hora de calcular y comunicar los resultados electorales, no sabemos calcular el número de ingresos hospitalarios y de muertes por la Covid-19. Ahora resulta que es el Instituto Nacional de Estadística (INE) quien da los datos más fiables que la propia Sanidad Pública, revelando que el número de fallecimientos se quedó corto en, ni más ni menos, 18.500 afectados. Ahí es nada. Total, solo son unas decenas de miles, cuando somos casi cuarenta y siete millones de habitantes. Y por no hablar del baile de números entre Comunidades Autónomas y dentro de una misma Comunidad, llegándose a la barbaridad de dar a entender —según afirmaciones a bote pronto y sin reflexionar lo más mínimo— que 500 es una cifra inferior a 400. Vamos, como para volver a primero de primaria.

¿Hasta cuándo no podremos disfrutar de una coherencia, transparencia y eficiencia a la hora de contar, ya sean parados, votos o enfermos hospitalizados?

Creo que tenemos para rato. Mientras tanto, suma y sigue.