lunes, 24 de febrero de 2020

La Ley no Ley



¿Habéis visto ese anuncio televisivo que acaba diciendo “el banco no banco”, refiriéndose a una entidad bancaria online? Con ello, el publicista quiere indicar que se trata de un banco, aunque no lo parezca porque no tiene la presencia física a la que estamos acostumbrados. No es algo tangible, pero existe. También usa este concepto para el cine no cine —comparando el cine en las salas tradicionales frente al cine a través de las plataformas digitales— y el viejo no viejo —mostrando a un “viejo rockero” quien, aunque con muchos años a la espalda, no tiene nada que envidiar de los jóvenes músicos del rock.

Pues, del mismo modo, yo crearía el concepto de Ley no Ley cuando esta es lo que no parece, o no es lo que parece, tanto monta.

En una entrada que publiqué el 12-06-2019 titulada “El filtro cerebral” ya traté del hecho, para mí sorprendente, de cómo dos observadores pueden ver lo mismo desde perspectivas completamente opuestas, y lo que para uno es blanco, para el otro es negro, como si estuvieran programados para responder a una misma cuestión de forma contrapuesta. Pero en aquella ocasión, se trataba de seres humanos y de la subjetividad inherente a ellos. Aquí, en cambio, el centro de la, para mí, incomprensible discrepancia son las leyes o la Ley en mayúsculas.

Parto de la observación cotidiana de que, ante un mismo problema o planteamiento legal, un jurista apoya un postulado y otro disiente totalmente. Se entiende que ambos son expertos en leyes (jueces, magistrados, abogados penalistas, profesores y catedráticos en derecho penal e incluso constitucional), todos han estudiado la misma carrera. ¿A qué se debe, pues, esa enorme divergencia de pareceres a la hora de juzgar un mismo hecho? ¿Cuál es el origen de esas discrepancias tan sustanciales cuando se trata de afirmar que un acto es o no legal? Pongamos un par de ejemplos muy recientes: ¿Por qué, mientras unos afirman que un eurodiputado español elegido por votación popular debe obligatoriamente proceder al juramento o promesa de la Constitución en España para tomar posesión de su acta en el Parlamento Europeo, otros niegan tal obligatoriedad y señalan que lo que prevalece es el resultado de la elección para ocupar dicho cargo? También hay diversidad de opiniones en cuanto al “disfrute” de inmunidad parlamentaria. Unos la consideran de pleno derecho y otros aducen que inmunidad no es igual a impunidad. No me voy a pronunciar en ninguno de estos dos casos elegidos al azar por su actualidad política, como tampoco me referiré, en esta ocasión, porque creo haberlo hecho con anterioridad, al distinto trato que la judicatura en general le da a un individuo en función de su cargo público o notoriedad social, creando así un agravio comparativo, pues aquí entraríamos en el cenagoso sendero de la independencia judicial, de la falta de imparcialidad e incluso de la prevaricación.

Si cortar carreteras, con graves perjuicios para los ciudadanos, montar barricadas, lanzar objetos a la policía y quemar contenedores o neumáticos en plena vía pública está castigado por la ley, ¿por qué esta actúa con más o menos contundencia según la reivindicación que hay tras esas manifestaciones callejeras? Está más claro que el agua que el trato legal es mucho más duro e inflexible si la reivindicación tiene un cariz político que si es de índole social. El daño es el mismo y tipificado igualmente por la ley, independientemente de si lo que se defiende es un salario digno o la abolición de la monarquía.

Todo lo anterior señala como culpable de esa distorsión legal únicamente al individuo que acusa, juzga y dicta sentencia, pero por encima de esos hombres y mujeres que aplican la ley según sus criterios, está la Ley. Y no dejo de hacerme la misma pregunta día sí y día también: ¿Tan confusas y ambiguas se redactan las leyes como para que den lugar a esa disparidad de interpretaciones sobre un mismo hecho? ¿Es esa supuesta ambigüedad el resultado de una imperfección irreflexiva, o algo premeditado para dejar margen de maniobra a los jueces? Entiendo que los hechos a enjuiciar no siempre son simples, claros y fáciles de tratar, y dependen de muchas circunstancias; por eso existen atenuantes y agravantes que pueden modificar ostensiblemente la pena a cumplir. Por tal motivo, una ley no puede redactarse de forma extremadamente rígida, pero el margen de interpretación debe quedar muy claro, en base a unos derechos constitucionales y no al libre albedrío. No es posible que, para un mismo delito, un juez dicte una pena de seis meses de cárcel —con lo cual no hay ingreso en prisión— y otro dos años y un día —con lo cual sí que el condenado entra en prisión—. Que la resolución dependa de qué juez le toque a un acusado me parece frívolo, parcial y muy peligroso. El futuro de una persona no puede depender del carácter, las creencias y el estado de humor de un juez. La Ley debe estar siempre por encima de esas condiciones humanas. La ideología de un juez no puede distorsionar una ley.

Si la Ley es igual para todos, debe ser justa. Y aunque sabemos que, por desgracia, legalidad y justicia no siempre van de la mano, para mí, una ley que es injusta o se aplica injustamente no tiene la categoría de Ley. Esa es una Ley no Ley.


miércoles, 12 de febrero de 2020

Virtualidad cuestionada



Tenía prevista otra entrada para hoy, pero el visionado de una noticia de rabiosa actualidad me ha impactado hasta tal punto que me he visto obligado a cambiarla.

Hace ya algún tiempo que, en Japón, un país amante de la virtualidad, se utilizan hologramas para “materializar” novias o amigas de compañía. Hubo un individuo, cuya identidad no me interesa, que llegó a casarse —supongo que por lo civil— con una joven virtual creada a su gusto y capricho y que, al volver a casa tras un duro día de trabajo, estaba ahí, esperándole para hacerle feliz. Lógicamente, entre el joven nipón y esa chica irreal solo debía existir un amor platónico. Otra cosa es el empleo de muñecas, ya no hinchables, sino cuasi perfectas recreaciones de mujeres de todos los tipos y razas. Estos usuarios deberían hacérselo mirar. Una profunda soledad, una gran insatisfacción afectiva o una fantasía anómala debe ser, a mi juicio, la causa de tal conducta.

Pero lo que me acaba de sorprender, y no precisamente de forma positiva —cada uno tiene su opinión y grado de sensibilidad— es lo que la televisión ha dado a conocer sobre una nueva aplicación, en este caso en Corea del Sur.

Hace algún tiempo vi una serie británica, Black Mirror —que, por cierto, me gustó mucho— en la que en uno de sus capítulos, titulado “Ahora vuelvo”, se muestra hasta qué punto la tecnología puede afectar a nuestras vidas. En él, la protagonista, abatida hasta la depresión producida por la muerte de su marido, decide adquirir un programa de realidad virtual que le permite recuperarlo virtualmente, pudiendo, incluso, hablar con el.

Pues bien, en Corea del Sur se ha llevado a cabo un experimento muy parecido. Gracias a un sistema de visión virtual, una mujer, de nombre Jang Ji-sung, ha podido volver a ver a su hija fallecida tres años antes.

La familia perdió a su hijita, Nayeon, a causa de una enfermedad rara, una desgracia que le costó mucho superar a su madre. Pues bien, tras utilizar una modelo infantil como punto de partida, recopilar información sobre el físico, movimientos y voz de la chiquilla fallecida, crearon una imagen exacta de ella. De este modo, con la ayuda de unas gafas y unos guantes de realidad virtual, la mujer ha podido ver a su hija y oír cómo esta le preguntaba «¿has pensado en mí?» Obvia describir la reacción de la pobre mujer ante esa increíble experiencia, intentando abrazar a la niña mientras derramaba un mar de lágrimas, manteniendo incluso un breve diálogo y jugando con ella en un parque también virtual.

Tras esa experiencia, Ji-sung dijo que había tenido el sueño que siempre había deseado, que a lo mejor era un paraíso real y que ahora creía que debería amarla más de lo que la echaba de menos.

El programa que hizo posible todo ello defiende que pretende ayudar a superar el drama de la muerte. Hay quien aplaude esta idea. Yo no. Una vez más disiento de la opinión de la mayoría. ¿No creéis que esta aplicación, o como deba llamarse, no hace más que remover y reavivar el profundo dolor que el familiar posiblemente ya tenía en una fase avanzada del duelo? ¿Realmente resulta un aliciente, un bálsamo espiritual o, por el contrario, una cruel maniobra interesada, pensando en su rentabilidad económica? Mientras veía esas imágenes, se me partía el corazón imaginándome en tal situación. Si me ofrecieran esa posibilidad, creo que la rechazaría. ¿Y vosotros?


domingo, 2 de febrero de 2020

Plan de paz o plan de guerra



¿Cuántos planes de paz hemos conocido que han acabado en agua de borrajas? Yo ya he perdido la cuenta. Algunos realmente pretendían acabar con el belicismo y las muertes que conllevaba. Otros, sin embargo, se me antojan una simple pantomima o la búsqueda de notoriedad por parte de alguno de sus protagonistas. Hacerse el bueno suele dar un buen rédito a corto plazo. A largo plazo, ya casi nadie se acuerda de los acuerdos fallidos.

Pero cuando el cinismo inunda ese pacto, usando el eufemismo hipócrita de “plan de paz”, y más sabiendo que ese plan nace muerto, ello hace que se me remueven las tripas.

¿Cuándo se ha visto que en un plan que pretende apaciguar y beneficiar a dos partes en conflicto no participe una de ellas? Esto más bien se parece a una boda concertada, en la que la novia no pinta nada y está obligada a obedecer el deseo de su padre y de su futuro suegro.

Entonces, ¿cómo se puede acordar un plan de paz sobre el conflicto palestino-israelí entre Donald Trump y Benjamín Netanyahu sin contar para nada con un representante palestino?  No solo es irónico sino también perverso. Cómo puede calificar Trump como el “acuerdo del siglo” algo que incluye el reconocimiento de la soberanía israelí sobre territorios palestinos ocupados, como son los Altos del Golán, parte del valle del Jordán y la casi totalidad de Jerusalén, la Ciudad Santa para el cristianismo, el judaísmo y el islamismo.

Pienso que detrás de esos dos mandatarios ególatras, insensatos y temerarios solo hay un afán desmesurado de poder y notoriedad internacional, así como una alianza militar y económicamente interesada que lleva muchísimos años menospreciando y humillando al pueblo palestino.

No voy a entrar en la historia de ese desencuentro entre dos pueblos que merecen tener un estado propio —que solo Isreal consiguió con el beneplácito y reconocimiento internacional—, mientras que el otro todavía vive de promesas y, aun así, a cambio de ir cediendo soberanía sobre unas tierras que también fueron suyas desde hace siglos.

Tampoco voy a entrar en valoraciones belicistas, sobre quién ha llevado a cabo más agresiones militares y más actos terroristas, aunque creo que se ha venido aplicando la ley del más fuerte. Solo quiero hacer constar la infamia que representa expulsar de sus casas y de sus tierras a quienes no pueden defenderse en igualdad de condiciones, para que su eterno enemigo siga construyendo y ampliando sus asentamientos, mientras que la comunidad internacional mira hacia otro lado o profiere tímidas críticas y sanciones que nunca de cumplen.

Lo más incomprensible para mí es que un pueblo que sufrió la persecución y el horror del holocausto, dispensen a sus vecinos naturales, con los mismos derechos históricos sobre la región, otra forma de exterminio, abocándoles a un exilio forzoso del que ha sido durante muchos años su hogar. Alguien dijo que la terrible experiencia que vivieron los judíos bajo el dominio nazi les ha servido para hacerse fuertes y resistir en lo sucesivo cualquier tipo de agresión. Desde luego que lo han logrado, pero es realmente paradójico que quien sufrió tanta injusticia y humillación pague con la misma moneda a quienes solo desean vivir tranquilamente sin ser expulsados de sus territorios y, al igual que su agresor, ser reconocidos como un Estado soberano.

¿Estamos ante un nuevo y moderno duelo entre David y Goliat? En este pasaje bíblico el débil ganó al fuerte gracias a su astucia. Pero la Historia Sagrada está llena de mitos y leyendas, mientras que la confrontación palestino-israelí, que ya dura casi un siglo, es la pura y dura realidad.