Que el turismo es una pieza
clave para la economía de nuestro país es indudable. Pero ¿cuál es el precio
que debemos pagar a cambio de los cuantiosos ingresos que se derivan de él?
¿Estamos dispuestos a ver incrementado, año tras año, el número de turistas extranjeros
que nos visitan?
Según datos de 2021, los
ingresos por turismo representan el 8% del PIB, con algo más de 97 mil millones
de euros, y en ese mismo año generó 2,27 millones de puestos de trabajo,
representando un 11,4% del empleo total.
En 2019, año que se usa de
referencia por preceder a la pandemia, los ingresos alcanzaron los 161 mil
millones de euros. Este año, aunque no se ha superado las cifras de 2019, se
han acercado mucho, con una ocupación hotelera media del 70% durante el mes de
julio, superando el 90% en algunas poblaciones eminentemente turísticas, y los
ingresos han aumentado un 6,3% respecto a 2022.
En Barcelona capital, el
número de cruceros ascendió el año pasado a 810 y se estima que este año
alcanzará la cifra de 900, de modo que habrá más cruceristas que habitantes
(1,83 millones solo entre enero y julio).
Esta masificación turística es
una mina de oro para la capital catalana, pero va asociada a grandes
inconvenientes y molestias para sus habitantes, produciendo un deterioro considerable
del medioambiente, fundamentalmente en forma de polución, tanto por tierra (vehículos),
mar (cruceros) y aire (vuelos comerciales). Por no hablar de la proliferación
de pisos turísticos, que desalojan a los vecinos de toda la vida y encarece
enormemente el precio de la vivienda en las zonas en las que aquellos se
asientan. Y eso no solo ocurre en las grandes capitales sino en muchas otras
zonas de gran interés turístico. Quizá el ejemplo reciente más notorio es el de
Ibiza, donde incluso los trabajadores de la hostelería y restauración no hallan
un techo asequible bajo el que guarecerse. Y más recientemente, este problema
de la masificación se ha extendido a zonas turísticas rurales, como en la Vall
de Boí, un precioso enclave pirenaico de la comarca de l’Alta Ribagorça, en la
provincia de Lleida, donde ha proliferado enormemente la construcción de
viviendas, perdiendo paulatinamente su atractivo original. Pero este es un
problema que se sale del ambiente propiamente turístico.
Otro problema que veo con el
turismo es la gran dependencia económica. Hemos visto, durante la pandemia,
como el turismo se resintió hasta el punto de perder un gran número de puestos
de trabajo dependientes de él. De este modo, si el cambio climático sigue
afectando a la climatología y España deja de ser un país atractivo para los que
buscan sol y temperaturas agradables, el declive, primero y el fracaso después
está servido.
Una pega adicional del turismo
son las malas condiciones laborales de los trabajadores del sector. Suben los
precios en los hoteles y restaurantes, pero sus empleados reciben a cambio un
salario de pena y, en algunos casos, con una explotación de juzgado de guardia.
Y, cómo no, es inevitable que
en ciudades y zonas que atraen un gran número de visitantes, se produzcan
fricciones con la población local, que se siente invadida por una muchedumbre
que no suele respetar las normas de convivencia, afectando en muchos casos el
normal desarrollo de sus actividades. Hasta que no se halló una solución
práctica, los aledaños de la Sagrada Familia era un hervidero de turistas, con
los consiguientes autocares, que degradaban el barrio en forma de contaminación
visual.
Hace ya muchos años que los
responsables de turismo decidieron tomar cartas en el asunto y evitar el
llamado turismo de borrachera, incrementando la calidad, y el precio, de los
servicios y plazas hoteleras, pero nada de eso ha llegado a buen puerto y
siguen llegando manadas de “guiris” buscando diversión basada en las tres eses:
Sun, Sex y Sangría, con el consiguiente resultado en forma
de trifulcas y peleas callejeras producto del alcohol, que empiezan a consumir
a primera hora de la tarde y en plena calle, sin que sean apercibidos ni multados
por ello. Claro, hay que cuidar el turismo, sea cual sea y como sea, pues nos
deja un buen dinerillo. La pasta es la pasta y lo demás son monsergas.
La masificación debida a las
visitas turísticas es un problema general. Las grandes capitales europeas
también lo acusan y actualmente uno de sus máximos exponentes es, por ejemplo,
Venecia, en donde las autoridades han puesto coto al turismo de masas en forma
de un canon que deben pagar los que quieren visitar la ciudad de los canales
sin pernoctar en ella. No sé si esta es una medida coercitiva o recaudatoria, e
ignoro cuál será su efecto real.
Mi pregunta es si puede
existir un turismo sostenible, y para ello he consultado algunas fuentes y
todas coinciden en que para conseguirlo debe desarrollarse su actividad
generando un impacto mínimo sobre el medioambiente y la clave principal es que
la explotación de un recurso esté por debajo del límite de renovación del
mismo. Es decir, se trata de fomentar un turismo respetuoso con el ecosistema,
con un mínimo impacto sobre el medioambiente y la cultura local. Y en el
aspecto económico busca básicamente la generación de empleo e ingresos de la
población autóctona.
La verdad es que después de
leer esta información me he quedado exactamente igual a como estaba. Todo ello
me suena a palabrería, esa tan propia de los políticos, para quedar bien. Creo
que estamos ante un problema que, no siendo irresoluble, tiene pocos visos de
mejorar por falta de un verdadero interés o bien por la lucha de intereses
encontrados. Si ya a nivel internacional, los políticos y mandatarios no se
ponen de acuerdo para atajar una crisis climática como la que estamos viviendo o
bien, una vez alcanzado, este no se respeta y se da marcha atrás a medidas
restrictivas contra la contaminación, qué podemos esperar de los alcaldes y
gobiernos autonómicos, que lo que buscan es llenar sus arcas, y los empresarios
del sector turístico que solo desean llenar su caja fuerte. Pero, claro, siempre
es bueno tener de tu parte a quienes luego, a la hora de votar, tendrán en
cuenta cómo los has tratado.
De momento, si no se pone
remedio, vamos a tener que seguir soportando ese turismo destructivo. Si
seguimos así, creo que el turismo en España acabará muriendo de éxito. Habremos
matado entre todos a la gallina de los huevos de oro.