viernes, 28 de noviembre de 2014

Hojarasca


Una imagen no siempre vale más que mil palabras, de la misma forma que no siempre inspira idénticas emociones. Donde uno ve tan solo un tronco caído en medio del bosque, otro ve un objeto digno de una fotografía artística, otro piensa en el motivo por el cual aquel árbol, viejo pero robusto, ha perdido parte de su cuerpo y otro, en fin, quizá solo vea algo útil para sentarse. Todo depende de la imaginación y sensibilidad del observador.

Esta mañana, paseando a mi perro, he caminado per una senda cercana cubierta de hojarasca, una alfombra de hojas muertas de distintos tonos y colores, como un mosaico de cerámica. No era un tapiz espectacular pues los colores no eran muy variados: un blanco grisáceo tirando a argénteo (que suena más poético), un amarillo que los que entienden de eso denominan ocre (que quizás queda mejor) y un marrón chocolate con leche (que resulta más original). Entremedio, el verde de la hierba todavía con vida, lucía con timidez.

Esta imagen, esta hojarasca, propia del otoño, cuántas veces la habrán visto ojos como los míos y pisado pies como los míos desde que los arboles han ido desnudando sus ramas y quizá nadie ha reparado en ella de la forma como yo lo he hecho esta mañana, cuando empezaba a clarear.

Habitualmente no presto mucha atención al suelo que piso, pues soy un despistado; sencillamente quería evitar pisar los excrementos de otros perros que frecuentan la zona. Pero esta mirada de precaución, tan práctica como prosaica, me ha hecho pensar, de pronto, en algo muy evidente pero que no siempre tenemos en cuenta: que la naturaleza, viva y muerta, forma parte de nuestro entorno natural, de nuestra vida; que, a la vez, todos formamos parte de esta naturaleza y que, como las hojas muertas, acabamos convirtiéndonos en humus, abono o energía que servirá para salvaguardar la vida en este pobre, maltratado, planeta nuestro.

No sé muy bien porqué hoy, precisamente, he tenido estos pensamientos a partir de esa imagen. Quizás la reciente pérdida de un ser querido hace que haya visto más cerca la fragilidad y la esencia perecedera de nuestra existencia, el ciclo de la vida. Las hojas muertas ha sido, seguramente, la imagen de la vida fugaz, de la vida que llega a su término. Hasta he sentido pena por las hojas que un día fueron verdes y que ahora, esparcidas por el suelo, esperan su transformación final.

A partir de ahora, creo que pisaré la hojarasca de los caminos y de las calles con un respeto casi reverencial.


martes, 25 de noviembre de 2014

Casualidad o causalidad



Este tema es algo recurrente en mí. Desde siempre, o al menos desde que cumplí la mayoría de edad intelectual, me ha intrigado la diferencia, si la hay, entre casualidad y causalidad, entre lo fortuito y lo motivado por una especie de plan vital.

Schopenhauer señala que cuando uno llega a una edad avanzada y evoca su vida, ésta parece haber tenido un orden y un plan, como si la hubiera compuesto un novelista. Acontecimientos que en su momento parecían accidentales e irrelevantes se manifiestan como factores indispensables en la composición de una trama coherente. Eso es lo que denomina Eduardo R. Zancolli el misterio de las coincidencias.

¿Cómo podía imaginarme yo, por ejemplo, el giro que iba a dar mi vida cuando estaba sentado en uno de esos mullidos sillones del hall de una empresa farmacéutica, esperando a ser entrevistado por su director técnico? Si, en aquel momento, una vocecita me hubiera dicho al oído “aquí, justo encima de tu cabeza, en el piso de arriba, trabaja una chica que se llama Roser” le hubiera contestado “bueno, ¿y qué?”. Años después, recordando ese momento, me asaltó la duda existencial que siempre me ha acompañado, la de si realmente existen las casualidades o hay una causa para todo o, por lo menos, para lo realmente importante.

Hace tan sólo unos días leí una de las muchas frases anónimas que uno lee por ahí y que me gustó de forma especial porque me hizo pensar en lo que acabo de referir y que decía así: “Nadie se cruza en tu camino por casualidad y tu no entras en la vida de nadie sin ninguna razón”.

Si desde el día en que conocí a Roser, hoy mi mujer, rebobino hasta el momento en el que todo empezó, cuando decidí estudiar Ciencias Biológicas, pienso que el camino hasta encontrarla estuvo plagado de sucesos encadenados que no fueron fortuitos.

Con dieciséis años, cursando Preuniversitario, acabé decidiéndome a estudiar Biológicas tras haber descartado mis otras dos preferencias, Medicina y Farmacia, por ese orden, la primera por la gran responsabilidad que representaba tener en mis manos la vida de un ser humano, y la segunda por mi profundo desconocimiento de sus salidas profesionales que no fuera la de atender al público tras un mostrador.

Ya en el último curso de biológicas, habiendo elegido la microbiología como mi orientación profesional, se me presentó la oportunidad que andaba buscando para poner en práctica mis conocimientos académicos, sin cobrar ni un duro por ello, por amor a la ciencia y a mi formación, al saber por boca de un compañero y amigo de clase que marchaba a cumplir el servicio militar, debiendo dejar, por un tiempo, su plaza de voluntario en el Instituto de Investigaciones Pesqueras (hoy Instituto de Ciencias del Mar). Al cabo de unos meses de haberlo sustituido, al licenciarme, en junio de 1974, pude optar a una beca financiada por el entonces en marcha Tercer Plan de Desarrollo impulsado por el Gobierno de la época, pero con la muerte de Franco dicho Plan no solo no se renovó en forma del anunciado Cuarto Plan de Desarrollo sino que fue finiquitado de un plumazo, quedándome yo sin plan y sin beca. Así que me vi en la necesidad de buscar nuevos horizontes y dos de ellos bien podían ser la industria farmacéutica y la alimentaria. El raudal de cartas ofreciéndome como microbiólogo tuvo su primer fruto en una oferta de una importante empresa alimentaria para ocupar el puesto que dejaba vacante una joven madre que había decidido dedicarse, en lo sucesivo, a las labores domésticas. Pocos días antes de mi incorporación, un cambio repentino de decisión por parte de la susodicha, me dejó en la estacada. No obstante, una nueva oferta vivo a sustituir la anterior y, en esta ocasión, una empresa farmacéutica fue la que me invitaba a engrosar su plantilla. Cuál sería mi sorpresa al comprobar que mi entrevistador y empleador era, ni más ni menos, que mi profesor de Bioquímica de tercero de Biológicas quien, al ver mi currículum, me reconoció y apostó por mí. Y quién me iba a decir a mí que allí conocería a la que hoy es mi mujer desde hace treinta y cinco años, casi tantos como los que hace que inicié mi andadura en la que ha sido hasta hace poco mi profesión.

Así pues, mi decisión por descarte hacia la biología mis aprensiones éticas y mi ignorancia, la de mi compañero y amigo de hacer el servicio militar normal al término de la carrera y no las milicias universitarias a lo largo de ella, la muerte del dictador justo antes de la renovación del Tercer Plan de Desarrollo, la decisión del Gobierno de no ejecutar un Cuarto Plan, dando al traste con los proyectos y becas a él asociadas, mi decisión de cambiar el rumbo de mi carrera hacia la empresa privada, que la joven de la empresa de alimentación a la que debía sustituir decidiera, a última hora, quedarse, el que una de mis solicitudes de trabajo cayera en manos de aquel profesor de bioquímica que todavía ejercía como tal en su tiempo libre y que consultó mi antigua ficha de alumno para comprobar si era merecedor del cargo que me iba a ofrecer, el haber sacado un notable alto en su asignatura y, finalmente, que en el turno del desayuno en la empresa en la que acabé incorporándome, coincidiera con una chica joven, guapa y soltera con la que congenié desde el primer momento, todo ello forma parte de mi vida pasada y presente.

¿Cuál de estas decisiones o sucesos (hay algunos más entremedio que he obviando para no extenderme más de la cuenta) fue la más importante? A bote pronto, diría que el haber cursado Ciencias Biológicas, pues de haber optado por otra carrera universitaria, no se hubieran dado las otras circunstancias, pero aun habiéndome licenciado en Biología, si todas y cada una de las sucesivas situaciones que he enumerado no hubieran tenido lugar, tampoco habría llegado al mismo fin de la historia.

Si el curso de los acontecimientos hubiera sido distinto, no habría conocido a mi actual esposa, probablemente me hubiera casado, o no, con otra mujer y habría tenido, o no, otros hijos. Pero, como dijo Schopenhauer, cuando miro atrás, parece que mi vida ha seguido un plan y que todo estaba escrito, predeterminado. ¿Casualidad o causalidad?

Sea como sea, ha sido un plan magnífico del que no me lamento, todo lo contrario, le aplaudo, sea quien sea el novelista que lo haya escrito.