viernes, 18 de noviembre de 2022

¿Ecoterrorismo?

Como doy por sentado que ya no habrán más comentarios en mi entrada anterior (me habría gustado conocer la opinión de quienes han faltado a la invitación y que son, precisamente, quienes podían haber arrojado más luz a mi disquisición), paso a otro tema de mayor interés general, o así lo creo.


Me declaro ecologista a ultranza y también amante del arte como patrimonio cultural de la humanidad. Si en el primer caso no hay fisuras en mi actitud, en el segundo discrepo muchas veces con lo que algunos llaman arte. Pero esto ya es otra cuestión.

Volviendo al ecologismo, siento verdadera inquina hacia la ignorancia, pasividad, egoísmo y codicia que manifiestan quienes ostentan el poder económico mundial ante la degradación sin paliativos que está sufriendo nuestro planeta. Todas las cumbres sobre el cambio climático han terminado con un rotundo fracaso, prevaleciendo siempre los intereses económicos por encima de los planes para detener esta imparable degradación que en los próximos treinta años puede que nos lleve a un punto de no retorno. En este sentido, la COP27, celebrada estos días en Sham el-Sheikh (Egipto) no ha sido una excepción, con el agravante de que los representantes de las petroleras han superado con creces a los de los diez países más vulnerables a la crisis climática juntos. Creo que está más que claro el motivo. Por no hablar de la incongruencia —o debería decir cinismo— de que la mayoría de líderes y dirigentes mundiales han asistido a la Cumbre trasladándose en aviones privados altamente contaminantes.

Si la protesta contra la gestión en la Sanidad madrileña convocó a cientos de miles de ciudadanos indignados, una manifestación contra la crisis climática debería reunir al mismo, o mayor, número de agraviados por esa pasividad política —porque son los políticos y no los científicos quienes tienen las riendas para solucionar dicha crisis—. Pero si Isabel Ayuso calificó la protesta ciudadana contra su mala gestión como un acto político instigado por la izquierda como argumento descalificador, las manifestaciones organizadas por movimientos ecologistas no están libres de críticas despreciativas hacia sus promotores, también de izquierdas.

A Greta Thunberg la ridiculizaron hasta lograr que pasara de ser un héroe mundial, un icono del activismo ecológico, a una niña manipulada para servir a intereses poco claros. Pero ¿de dónde le llovieron más críticas? De Putin, de Trump y de Bolsonaro, principalmente. El resto de mandatarios simplemente la trataron con condescendencia, por no hablar de la mención a su síndrome de Asperger, como si ello fuera motivo para devaluar sus reivindicaciones. Cierto que, por otra parte, ha recibido varios premios y reconocimientos, pero el resultado de su labor sigue en el aire. En nuestro país, ha aparecido recientemente una joven catalana de 15 años, Olivia Mandle, a la que se han apresurado a llamar la Greta Thunberg española, que también intenta concienciar a la sociedad en general y a los jóvenes en particular sobre la imperiosa necesidad de salvar el planeta con acciones decididas, valientes y de calado internacional. ¿Tendrá éxito? Lo dudo mucho.

¿Cómo levantar la voz para que la salvación del planeta Tierra no solo sea del interés de unos cuantos y que los países más contaminantes se pongan de una vez por todas manos a la obra? Algunos ecologistas piensan que hay que hacer algo rotundo, impactante, que haga reaccionar al mundo entero. ¿Pero qué?

Hace unos días, la televisión nos sorprendió con una noticia entre curiosa y alarmante: dos activistas ecologistas arrojaron sopa de tomate al cuadro Los girasoles, de Van Gogh, en la National Gallery de Londres para protestar contra la explotación de yacimientos fósiles en el Reino Unido. Afortunadamente, el cuadro estaba protegido por un cristal y el hecho no pasó de ser anecdótico. Pero a continuación, estas activistas fueron secundadas por otras y otros museos fueron el escenario de actos calificados por algunos como ecoterroristas. Obras pictóricas de Goya, Claude Monet, Andy Warhol y Gustav Klimt, entre otras, han sido objeto de ataques con distintos tipos de productos. Incluso una réplica de la momia de Tutankamón, en el museo egipcio de Barcelona, ha sido recientemente objeto de ataque con un líquido que pretendía emular al petróleo.

Los protagonistas de esos actos son todos miembros de diversas organizaciones de defensa del medioambiente, que pretenden con ello alzar su voz y hacer un llamamiento para que se tomen acciones más contundentes para frenar el calentamiento global. Pero yo me pregunto si este tipo de acciones, en lugar de sensibilizar a la gente, no tendrá un efecto negativo, desacreditando al movimiento ecologista, dándoles la razón a quienes califican a los defensores de la naturaleza como unos extremistas irracionales. Aunque las obras de arte atacadas estuvieran protegidas por un cristal, hecho conocido por los activistas, no me parece esta la mejor forma de protesta, si con ella se pretende sensibilizar a la población en general, y no digamos a las autoridades e instituciones.

Alguien ha dicho en su defensa —y tiene parte de razón— que la mayoría de reivindicaciones y protestas llevadas a cabo por los ecologistas apenas han tenido repercusión mediática, mientras que estas acciones han dado la vuelta al mundo. Yo creo que, al margen de la publicidad alcanzada, el resultado será, me temo, el contrario al pretendido, tachando una vez más a los activistas ecologistas de fanáticos irresponsables.

En todas las manifestaciones habidas y por haber siempre he considerado absurdo e injusto que paguen justos por pecadores. Los afectados por las protestas tienen que ser los responsables de aquello que las ha motivado. Un corte de carreteras para protestar contra un despido colectivo solo afecta a los ciudadanos que van a trabajar. Si se protesta contra los bajos precios que cobran los agricultores en comparación con el precio final del producto, esta debe dirigirse a quienes tienen en sus manos la potestad para corregir esa injusticia, no a la ciudadanía que, además, también sufre, como consumidor, el resultado de esa grave anomalía. Pues del mismo modo me parece injusto que sean las obras de arte las que sufran la represalia de una protesta ecológica a escala mundial. Si lo que buscan esos activistas es notoriedad, la han conseguido, pero no creo que su imagen salga bien parada, todo lo contrario.

Nunca he creído en el argumento de que es mejor que hablen de uno aunque sea mal. Oscar Wilde, a quien se le atribuye la frase «hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti», así lo creía, pero yo no. Al menos no siempre. Pero, claro, yo no soy un hombre de letras tan insigne que necesite ser objeto de habladurías.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Distintas tipologías, distintos perfiles

 


Esta es una entrada que he ido demorando año tras año —incluso pensé que nunca la publicaría—, mientras deshojaba una margarita virtual pensando “la publico o no la publico”. Y la duda, como suele ocurrirme en estos casos, se debía al temor a molestar, a incomodar, a ofender, por mucho que intente presentar mi reflexión del modo más aséptico posible.

Podréis, eso sí, preguntaros si no tengo otra cosa más interesante en la que fijarme y de la que escribir. Pero es que soy observador por naturaleza —mi formación científica me ha hecho así—, y aunque sea una tontería para muchos, a mi me suele llamar la atención el comportamiento de la gente y cómo reacciona cada uno ante una misma situación. De ahí que haya titulado esta entrada del modo en que lo he hecho.

Vaya por delante —siempre conviene sentar las bases de lo que sea antes de meterse en camisa de once varas— que cada uno es muy libre de obrar como le plazca y yo no tengo ningún derecho a poner objeción alguna, de ahí mi renuencia a la hora de abordar este tema. Así que, considerad este ejercicio como un simple pasatiempo, y aunque alguien se sienta identificado —que se sentirá—, espero que no se lo tome a mal.

Cada persona tiene sus gustos y su forma de pensar y actuar. Ya sé que esta afirmación es una perogrullada, pero con ella intento hacer notar que, porque alguien actúe de un modo distinto a como lo hacen los demás o, más concretamente, de una forma distinta a la mía, no es motivo de crítica. Solo pretendo aquí dar una pincelada a lo que he venido observando desde mi inicio en este mundo de los blogs con respecto al modo que cada uno tiene de tratar los comentarios que recibe, describiendo los distintos tipos de conducta que he identificado a lo largo de los años, sin que ello signifique una crítica negativa, sino solo una exposición de unos hechos tal como los he visto.

No sé si habré sido demasiado atrevido al calificar con un adjetivo a cada uno de esos comportamientos. Con ello he querido emular a un eneagrama de la personalidad. Vosotros juzgaréis lo acertado o desacertado de mi criterio.

Para simplificar al máximo, he englobado esos casos en cinco grupos:

-        El formal: el que contesta con celeridad a todos y cada uno de los comentarios a medida que los recibe.

-        El procrastinador: el que espera a tener un determinado número de comentarios para ponerse a contestarlos.

-        El práctico: el que —seguramente por recibir muchos— opta por una respuesta global que, por tal motivo, solo puede ser genérica.

-        El austero: el que, por costumbre, no contesta nunca a ninguno de los comentarios.

-        El inconstante: el que a veces responde, a veces no, y otras veces solo responde a unos cuantos comentarios, generalmente a los recibidos en primer lugar.

De todas estas conductas, lo que más me llama la atención no es que haya quien no conteste nunca, como podríais pensar, pues es muy libre de hacerlo y seguro que su decisión está sujeta a algún principio de base, sino el comportamiento irregular, el que he calificado como inconstante: el ahora sí, ahora no. ¿Qué es lo que determina esta variabilidad? Lo ignoro. Como dije al principio, cada uno es como es y actúa a su antojo, y no hay que darle más vueltas. Pero no puedo evitar preguntarme por qué, interrogante este que aplico a todo lo que ocurre a mi alrededor.

Supongo que, tras la lectura de esta entrada anodina, ya os habréis identificado en alguna de las cinco tipologías que he descrito. Yo, como debéis saber, pertenezco al primer grupo, pero no por ello me voy a poner una medalla. Mi comportamiento es simplemente un fiel reflejo de mi forma de ser, digamos, perfeccionista.

Si consideráis pertinente dar alguna explicación a vuestro modo de proceder, sentíos totalmente libres de hacerlo, pues seguro que me resultará clarificador. Pero si preferís callar por aquello de “a palabras necias, oídos sordos”, pues estáis en todo vuestro derecho.

Hace años, tuve el atrevimiento de tratar en este blog las relaciones interesadas entre algunos blogueros, esas que se basan en el conocido principio de “te leo si me lees”, y estoy casi convencido de que la pérdida de lectores/comentaristas que sufrí al poco tiempo se debió a ello. Espero que en esta ocasión no tenga que lamentar idéntica fuga, aunque estoy seguro de que mis lectores actuales son lo suficientemente ecuánimes como para aceptar —con sentido del humor o con resignación— mi evaluación amistosa.

Y sin nada más al particular, os saluda un observador impertinente e impenitente que no tiene nada mejor que hacer que dedicarse a examinar el comportamiento ajeno.

 

martes, 1 de noviembre de 2022

Vigilados

 


Con este mismo nombre existe una serie norteamericana de ciencia-ficción, cuyo título original en inglés es Person of Interest, creada por Jonathan Nolan, guionista de la famosa película Interstellar.

Para quienes no hayan visto la serie, solo destacar de forma muy sucinta que trata de un misterioso científico millonario que ha diseñado un sistema informático de vigilancia masiva cuyo objetivo es detectar con la suficiente anticipación a posibles víctimas de un grave delito y/o a quien lo va a cometer. Dicho sistema, llamado la Máquina, es muy codiciado por la cúpula de los servicios secretos estadounidenses para utilizarla con fines muy distintos a los previstos por su creador, lo que le obliga a vivir en la clandestinidad y a proteger su invento aun a costa de su vida.

Pues bien, al margen de lo trepidante de la trama, esta serie suscita la duda ética de si resulta procedente “espiar” a los ciudadanos aunque sea con fines beneficiosos para él.

Cuando en 2013 visité Cuba, me percaté —porque así me lo hizo notar un acompañante local— de que en muchas calles y plazas las autoridades habían instalado cámaras para “vigilar” a sus ciudadanos. Probablemente, fuera cierto que el objeto de esa vigilancia sea político, para identificar, localizar y detener a cualquier disidente que pretenda alterar el orden público manifestándose o actuando en contra del poder establecido.

Pero al margen de ese posible uso represivo, el debate sobre la necesidad de instalar cámaras de vigilancia en las calles se ha trasladado a muchas otras latitudes democráticas. Que haya cámaras en los bancos y centros oficiales es aceptado por todos, sobre todo en el primer caso, pues el cliente acepta ser grabado por motivos de seguridad. Saber quién entra y sale de un establecimiento bancario es primordial para identificar a posibles asaltantes, y lo mismo podemos aplicar en otros tipos de establecimientos donde podría producirse un atentado y con una gran concurrencia de clientes.

Pero ¿y en las calles? ¿en espacios abiertos? Esa posibilidad ya origina un debate sobre la privacidad de cada uno. Ante las opiniones en contra de su existencia, yo siempre he dicho lo mismo: como no tengo nada que ocultar, no me importa ser grabado. Lógicamente, queda excluida de tal presunción la vigilancia en espacios privados en los que se requiere de absoluta intimidad, como en los baños, las saunas, los vestuarios, etc.

El beneficio de tal medida la hemos visto en muchas ocasiones, la más reciente en el caso de la falsa enfermera que se llevó un bebé recién nacido del hospital de Basurto. Las imágenes registradas a la entrada y salida del centro hospitalario y durante una parte del trayecto de la secuestradora, fueron claves para identificarla y solicitar la cooperación ciudadana. Finalmente, la mujer, conocedora de su búsqueda a través de dichas imágenes, cejó en su empeño y decidió abandonar a la criatura en el rellano de una vivienda. Pero este solo ha sido uno de los muchos ejemplos en que las cámaras de seguridad han arrojado luz sobre hechos delictivos y han contribuido a dar con el paradero del delincuente. Atropellos con el conductor dado a la fuga, trifulcas callejeras y a la salida de discotecas, con resultado de muerte, actos vandálicos, etc.

Así pues, yo me muestro a favor de la implantación generalizada de esta vigilancia en las calles y lugares públicos. Más vale prevenir que curar, dice el refrán. Aunque pueda parecer extraño, me sentiría más seguro sintiéndome vigilado, sobre todo viviendo en una sociedad democrática que protege los derechos humanos.

¿Y vosotros? ¿Os parece bien esta medida o preferís no estar sujetos de esa vigilancia, aunque ello signifique que un asaltante, secuestrador, violador, homicida y cualquier otro tipo de delincuente peligroso pueda quedar impune?