viernes, 23 de febrero de 2024

Ancianos

 


Según el Diccionario de la lengua española, un anciano es “una persona de mucha edad”. Como el término mucho me resulta muy vago, preferiría usar, en su lugar, el de “edad avanzada”, aunque tampoco sea muy aclaratorio.

La OMS considera una persona de edad avanzada (ellos sí usan este término) a la que tiene entre 60 y 74 años. Desde los 74 a los 90, es vieja y más allá de esta edad de una vejez avanzada.

La verdad es que a mí el calificativo viejo no me gusta nada. Viejo es un mueble, un coche, un objeto cualquiera, pero no una persona.

Dentro de cuatro meses cumpliré los 74, por lo que todavía estoy considerado oficialmente una persona de edad avanzada, y al año siguiente ya seré un viejo. Pero yo, en contra de la opinión pública, sigo considerándome un viejo joven o, si mucho me apuráis, un adulto mayor.

Pero vayamos a las estadísticas: A uno de enero de 2022 (no he logrado encontrar datos más recientes), el número de personas mayores en España ascendía a 9.479.010, lo que representaba casi un 20% de la población total (47.479.000 de habitantes). A fecha de hoy, poco habrán variado estas cifras.

Si miramos el número de pensionistas, al cerrar 2023 había en nuestro país algo más de 9 millones, aproximadamente un 18,75% de la población. Evidentemente, no todos los pensionistas son personas de edad avanzada ni todas las personas de edad avanzada cobran una pensión, pero para hacernos una idea del peso económico que representa la población anciana, estos datos son suficientemente aclaratorios.

Hasta aquí, todo han sido consideraciones sobre el significado de la palabra anciano, o persona de edad avanzada, y su incidencia en la sociedad española, pero lo realmente importante es saber y ver cómo viven y son consideradas estas personas por el resto de la población.

Hace unos días, leí que 4 de cada 10 personas mayores de 65 años se sienten solas. Esto es muy triste y grave.

Uno de los problemas con las personas mayores, aunque no el más importante, es lo que se ha dado en llamar “edadismo”, es decir, los estereotipos, prejuicios y la discriminación hacia las personas asociados a la edad, fenómeno este presente, de forma aceptada, en casi todos los ámbitos de la sociedad. La Fundación Pasqual Maragall, colaboradora con la investigación del Alzheimer, ha elaborado un documento en el que se distinguen tres tipos de edadismo: el institucional, referido a los servicios que discriminan y limitan la participación de las personas según su edad; el interpersonal, en el que se usa un lenguaje plagado de términos y expresiones despectivas asociadas al envejecimiento; y el autoinfligido, cuando las personas mayores acaban interiorizando discursos negativos relacionados con la edad.

El edadismo, según la OMS, impacta negativamente en la salud y el bienestar de las personas, especialmente en las mayores, en cuyo caso su efecto se manifiesta por una menor esperanza de vida y peor salud física, mental y emocional, una menor calidad de vida, un mayor aislamiento social, un incremento de la inseguridad económica, y un mayor riesgo de sufrir casos de violencia y abuso.

Con respecto a este último punto, todos hemos conocido casos de maltrato en residencias de ancianos, que, aunque sean afortunadamente minoritarios, son un claro ejemplo de lo anteriormente dicho. La discriminación de la banca hacia las personas de edad avanzada, a quienes no se les facilita las transacciones de sus ahorros, los desahucios de personas vulnerables por razón de edad y economía, que son expulsadas de sus viviendas y a las que se deja sin amparo, hasta que una “obra de caridad” se apiada de ellos, son algunos ejemplos del desamparo al que están sometidos.

De niño, me educaron en el respeto a las personas mayores, tratándolas con educación y cediéndoles el asiento en cualquier transporte público, Hoy día —y no pretendo ser un viejo nostálgico que piensa que todo lo pasado fue mejor— ese comportamiento ya no existe y se trata a los ancianos, en el mejor de los caos, con conmiseración, como si fueran dignos de lástima o niños pequeños.

Llegados a cierta edad, muchos ancianos no pueden valerse por si mismos y la vida moderna y ajetreada, hace que sus hijos no puedan hacerse cargo de ellos, pues requieren una atención continua y muchas veces sanitaria. Es comprensible, en tales casos, que los familiares responsables de ellos acudan al empleo de una residencia de ancianos, donde serán atendidos como se merecen y como quisiéramos ser atendidos todos nosotros. Pero no deja de ser triste ese alejamiento del hogar, el suyo o el de sus hijos, al que se ven empujados, muchas veces contra su voluntad.

Los viejos estorban, son un gasto, un engorro, que algunos desaprensivos, por no llamarlos sinvergüenzas, que ostentan el poder, desatienden su responsabilidad moral y social para velar por su salud y bienestar en las residencias públicas que los acogen (algunas en un estado y con unos medios lamentables), y cuya muerte por causas perfectamente evitables, los trae al pairo porque de todos modos tenían que morirse.

Las leyes, las costumbres y, en definitiva, el sistema, no ampara lo suficiente a los ancianos necesitados de ayuda, que son muchos, dejándolos en una situación muy frágil. Han sido ciudadanos que, con su trabajo y su contribución económica, han levantado el país y lo han hecho mejor, son seres humanos que al llegar a una edad en la que ya no son rentables, se les aparca, esperando que desaparezcan lo antes posible para ahorrar en pensiones, por muy paupérrimas que sean.

No sabría decir si esa situación tan desgarradora que he expuesto es la regla general o la excepción. Solo puedo decir lo que mis ojos ven y han visto. Ojalá estuviera equivocado y espero que las personas mayores de hoy no se vean en ninguna de estas situaciones en un futuro próximo.


martes, 13 de febrero de 2024

No te vayas democracia, no te vayas por favor

 


Se le atribuye a Winston Churchill la afirmación de que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Hay quien niega que fuera eso lo que realmente dijo y le atribuyen otras frases igualmente interesantes sobre la democracia. En todo caso, yo diría que si non e vero, e ben trovato, y suscribo esa afirmación.

A muchos se les llena la boca hablando de democracia, especialmente quienes no la respetan ni la practican, y acusan de extremistas a aquellos que dicen que en muchas ocasiones brilla por su ausencia. Sea como sea, opino que si no está ausente en la mayoría de países desarrollados, si está en retroceso.

En diciembre de 2023, el Centro de Estudios y Documentación Internacionales con sede en Barcelona, conocido por su acrónimo CIDOB, publicó un estudio titulado “El mundo en 2024: diez temas que marcarán la agenda internacional”. Entre esos diez temas a los que hace referencia, el segundo en importancia es “La democracia a examen”, precedido por el no menos importante “Más conflictividad, más impunidad”.

En el capítulo sobre la democracia en el mundo, se cifra en 4.000 millones las personas que están llamadas a las urnas en 76 países, casi el 51% de la población mundial. Y añade que mientras la mayoría de la ciudadanía de estos países viven en una democracia plena o con imperfecciones, uno de cada cuatro votantes participará en comicios en regímenes híbridos y/o autoritarios (sic).

El repaso que se hace de la situación de la democracia en esos países es realmente alarmante y no hace falta que reproduzca aquí los resultados de ese escrutinio, en el que han intervenido varias universidades y equipos de investigación política y sociológica, por su extensión y porque no es este el lugar más apropiado para una exposición tan detallada.

Y es que no hace falta recurrir a fuentes tan cualificadas para darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor. Tanto en los países de nuestro entorno como en el continente americano, vemos cómo, poco a poco, se van afianzando los regímenes autocráticos y la ideología de extrema derecha. En algunos casos solo son, de momento, brotes o movimientos minoritarios, pero que van alcanzando notoriedad. Partidos con reminiscencias fascistas, que pretenden abolir muchas de las libertades conseguidas a lo largo de muchos años de lucha y progreso y hacernos retroceder a un pasado gris y dictatorial, están cada vez más presentes en la política europea e internacional. Todos empiezan asomando la cabeza ante la pasividad, indiferencia o tibieza de la mayoría de partidos demócratas, para ocupar, con el tiempo, un espacio relevante e incluso participar en la vida política con el objetivo de acabar ostentando un poder mayoritario.

Hasta ahora estábamos acostumbrados a algunos regímenes totalitarios “clásicos”, encabezados por Rusia y China, que representan en conjunto a casi 1.600 millones de ciudadanos, seguidos de Corea del Norte, Cuba, Bielorrusia, Qatar, Taykistán, Chad y Vietnam, entre otros. Pero de un tiempo a esta parte estamos viendo surgir políticos, que cada vez tienen más seguidores, que pretenden imponer su ideología extremista, vistiéndola, con un más que dudoso éxito, de moderna y liberal.

Recientemente hemos visto cómo políticos como Giorgia Meloni en Italia, Jair Bolsonaro en Brasil, Viktor Orban en Hungría y Javier Milei en Argentina, llegaron a la presidencia de su país blandiendo una política retrógrada, populista, negacionista y en contra de las libertades y derechos humanos. Y también tenemos la sombra cada vez más larga de Donald Trump, al que, si no se produce un milagro, vemos cada vez más cerca de la presidencia de los Estados Unidos de América, quien acaba de afirmar ante un público enfervorizado que animará a Rusia a atacar a los miembros de la OTAN si estos no pagan lo que les corresponde en defensa. ¿Cómo un país como los EEU puede estar en manos de un loco de atar? ¿Y cómo puede ser que tenga tantos seguidores como para ganar las próximas elecciones?

Hay quien dice que, al igual que el clima, con sus periodos glaciares e interglaciares, existe una alternancia en la ideología política, con ciclos que hacen que después de una dominancia de un color político determinado, este da paso al opuesto, de modo que tras una época democrática sobreviene una antidemocrática. La gente se cansa de un sistema que no le soluciona sus problemas más acuciantes y opta por un cambio, abrazando a quienes les prometen satisfacer sus necesidades. Y aquí el populismo tiene una baza importante para ganar adeptos a su causa. Si después, esos votantes comprueban que no se han cumplido sus expectativas, vuelven a confiar en aquellos en los que desconfiaban y que prometen cambios y mejoras sociales. Hay, sin embargo, excepciones notables, pues hay votantes muy fieles a “su partido” y le siguen votando haga lo que haga. Es lo que alguien, cuya identidad no recuerdo, definió como feligreses, en lugar de seguidores, refiriéndose a los votantes de la derecha. Pero, como dice el refrán, en todas partes cuecen habas.

Al margen de esa apreciación, a mí me da la impresión que en el mundo la democracia está en retroceso, dando paso a quienes quieren imponer sus ideas como sea, atacando y vilipendiando a sus oponentes, creyendo que quien más grita es quien tiene la razón. Como ejemplo, tenemos a Milei, a quien esta táctica le ha salido bien, de momento, porque cuando los argentinos que le votaron vean cómo es en realidad, al margen de sus fantochadas, se sentirán estafados y volverán a ubicarse en el otro platillo de la balanza. Lo realmente malo es que no haya un espacio político en el que creer y situarse. Con todo, como supuestamente dijo Churchill, creo firmemente que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos.

Esperemos que ese avance del totalitarismo moderno, que de momento parece imparable, no llegue a dominar el planeta, que ya tiene más que suficiente con resistir los embates del ser humano en materia medioambiental.

Y termino parafraseando las bonitas Sevillanas del adiós: No te vayas democracia, no te vayas por favor.


sábado, 3 de febrero de 2024

¿Espionaje o chivatazo?

 


Todos sabemos, y ya nos hemos acostumbrado, aunque nos resulte odioso, que estamos constantemente vigilados por una especie de Gran Hermano, que registra nuestros movimientos, hábitos, gustos, compras y vete tú a saber qué más.

La tecnología que hemos abrazado con entusiasmo o, por lo menos, resignación, controla lo que consultamos en internet. Acabamos de comprar un artículo online y al poco aparece en nuestro móvil, calificado como Smart phone para que quede constancia de su inteligencia, anuncios ofreciéndonos productos similares e incluso los mismos que ya hemos adquirido. Haces una reserva en un hotel a través de una plataforma de búsqueda y reservas, y a partir de entonces esa plataforma que utilizaste te acribilla con nuevas ofertas. No obstante, todo ello es fruto de un programa de rastreo y algoritmos diseñados para tal fin. Muchas veces, de forma automática o inconsciente, estamos entrando en ese sistema aceptando con un clic el uso de cookies. Por lo tanto, no es el ojo humano el que nos controla.

Lo que aquí me trae en esta ocasión es la sospechosa casualidad de algunas ofertas telefónicas. Cuando algo casual nos sucede una vez, reafirma dicha casualidad, pero cuando tiene lugar en varias ocasiones y en idénticas circunstancias, ya huele a chamusquina.

En más de una ocasión, en los últimos meses, tras hacer una reclamación telefónica sobre un error o cargo excesivo en la factura (dos veces con Endesa, una vez con Movistar y otra con Natuygy), al día siguiente o al cabo de unos pocos días, recibí una llamada de alguien que solo se identificó por su nombre de pila, preguntando por mí, como titular del contrato, para ofrecerme una rebaja, pues “era consciente” de que pagaba más de lo debido. La primera vez que me ocurrió, acababa de presentar una reclamación a Endesa por un cargo exagerado y erróneo en el consumo de electricidad. Estaba realmente furioso porque no era la primera vez que presentaba la reclamación, tanto verbal como escrita, sin recibir ninguna respuesta satisfactoria. Pues bien, al cabo de unas horas, una señorita me llamó diciéndome que, si estaba descontento con las facturas, me ofrecía un descuento, que notaría ya en la próxima facturación. Conocía mi nombre, dirección del suministro eléctrico y, por supuesto, mi número de teléfono móvil al que llamó. Como yo acababa de tener una desagradable discusión con un agente de Endesa, que no quiso entrar en razón, un instinto irracional me hizo creer que, efectivamente, me llamaban de esa Compañía, aunque me sorprendió la propuesta. Mi interlocutora no fue, si embargo, muy lista para que colara el engaño porque me hizo saber que nada cambiaría, pero que no me extrañara que la próxima factura viniera con el nombre de Iberdrola, que era lo mismo, que solo cambiaba la suministradora. Llegado a este punto, la envié a paseo con malos modos.

Y como dice el refrán que gato escaldado del agua fría huye, ahora cada vez que recibo una llamada para ofrecerme esto o aquello, corto por lo sano.

Como decía, no es la única vez que me ofrecen una opción más ventajosa tras haberme quejado a una Compañía. La última vez hace tan solo unos días. En esta ocasión, la queja, dirigida a Naturgy, se refería a la reiterada estimación de los consumos de electricidad que aparecían en mis últimas facturas. Tengo instaladas placas solares que me reportan un ahorro energético y económico sustancial, como lo demuestran las primeras facturas recibidas tras la instalación. En este caso, solo debemos pagar la electricidad consumida que no nos ha podido suministrar las placas en su totalidad —en días y horas de poca o nula luz solar— y que entonces nos es suministrada por la compañía eléctrica, que es la que abonamos en la factura. Pero si esta parte del suministro no se basa en lecturas reales sino estimadas, no hay forma de saber si lo que pago es lo que realmente consumo.

Mi reclamación se produjo, vía telefónica, por la mañana, y a media tarde recibí la llamada de alguien que se presentó como “el de la luz”, con la intención de hacerme una oferta ventajosa. A este sujeto no tuve tiempo para echarle toda la caballería encima porque colgó tras mis primeros improperios.

En todos estos casos, hay que reconocer que los supuestos estafadores no tenían muchas tablas, porque enseguida se les vio el plumero, tanto por lo que pretendían como por su verborrea más bien vulgar. Pero yo me pregunto ¿cómo obtienen toda esa información (mi descontento y mis datos personales)? Alguien se los tiene que facilitar, sin duda. ¿Quién es ese alguien? Pues probablemente la misma persona con la que se ha contactado para presentar la queja, que recibe una recompensa por filtrar esa información confidencial a un contacto, que a su vez la traslada a otra Compañía del sector, que es la que contrata a esos espías.

Todo un despropósito, jugando con la confianza y credulidad de la gente. Como la competencia es muy alta, para ellos todo vale, aunque sus actos sean moralmente censurables e ilegales.

Por lo visto, los comportamientos deshonestos deben ser bastante frecuentes en algunas Compañías, tanto públicas como privadas. Como resultado de ello, el 21 de febrero de 2023 se publicó una ley sobre Whistleblowing (comúnmente llamada ley del chivatazo), la cual protege a las personas que informen sobre infracciones y mala praxis en el ámbito laboral, evitando que sean sancionadas por la Empresa en la que ello tuvo lugar. Esta ley se circunscribe, en realidad, a los casos en que un empleado denuncia un comportamiento irregular de un compañero y cuya denuncia puede dañar la imagen de la Empresa, de ahí que el denunciante pueda ser sancionado por esta. En los casos que he traído aquí, el chivatazo lo debería dar, por lo tanto, un compañero de quien pasa a un tercero una información privada de un cliente. Por una vez, la figura del chivato me cae bien. Pero mucho me temo que esos chivatos teletrabajan —sus números de teléfono eran los de un móvil— y, por lo tanto, quedarán impunes, como la mayoría de tramposos de este país.