viernes, 27 de noviembre de 2015

Las cosas que no soporto (I)



Es una tontería, lo sé, pero llevo mucho tiempo, diría que años, queriendo hacerlo. Si no lo he hecho antes es porque, por una parte, no quería que nadie me tomara por un intolerante, un tiquismiquis, vamos un “tocapelotas”, en definitiva alguien insoportable; y por otra porque no tenía dónde plasmarlo, salvo en mi mente.

Cada vez que me hallaba frente a algo que me disgustaba sobre la conducta ajena -eso que, aun siendo cotidiano, no acabo de tragar por absurdo, ridículo o inadecuado-, pensaba en que podría anotarlo, hacer una lista de esas cosas que se repiten y que nadie ataja por falta de voluntad, de interés, por considerarlas “inocuas” e intrascendentes –vamos, que no hay para tanto- o porque simplemente pasan desapercibidas a ojos de la gran mayoría de ciudadanos y consumidores.

Pero ahora que tengo una edad como para que me dé igual lo que piensen los demás, que dispongo de suficiente tiempo libre para malgastarlo en chorradas y que tengo este blog para publicarlas, me he decidido a hacer un listado de las cosas que más rabia me dan. No es un ranking. Tampoco son los cuarenta principales. De hecho, al principio solo eran veinte pero a medida que ha ido pasando el tiempo han ido in crescendo, hasta el punto de que he tenido que echar mano de las tijeras para no pasarme. Será que con el tiempo no solo me hago más viejo sino también más intransigente.

Se trata de un popurrí de cosas, algunas más trascendentes que otras. Unas son cotidianas, de esas que tienen lugar en un ambiente familiar (léase entre amigos y parientes). Algunas otras podrían incluso catalogarse de “chorradas”, pero son de esas que no trago porque nos las intentan colar, y nos las cuelan, porque piensan que somos tontos. Por cierto: somos tontos. De ahí que nos las endosen con tanta frecuencia. Nos tragamos lo que nos echen y como tenemos unas enormes tragaderas, pues para adentro. Así que cuando digo que no las puedo tragar quiero decir, en realidad, que se me atragantan pero para adentro van. Es por ello que me resultan más insoportables que el aceite de ricino. Pero sobre todo a quien no soporto es a los que están detrás de ellas.

Para no hacer una enumeración tipo lista de la compra y, de paso, hacerlas más “visuales”, las describo a continuación tal como suelen tener lugar en su escenario habitual. Hasta me he permitido separarlas por ambientes o temáticas.

Pero como, en mi maniática y sensible opinión, es en la televisión y en el cine donde más sinsentidos encuentro (quizá porque los productores y/o guionistas son quienes más nos toman por estúpidos), dedico esta primera entrada al séptimo arte y a la caja tonta. Y no voy a demorarme más, no sea que vaya a crecer tanto la lista que se haga interminable y sea yo el insoportable.

Así pues, en cine y televisión no soporto:
 
- Que en las películas de terror se use y abuse de los sustos sonoros, recurrentes y totalmente gratuitos: la paloma, o mejor aún, el cuervo que sale volando al abrir la puerta del granero o el gato que salta maullando al abrir la portezuela de una alacena. Que digo yo: ¿qué hace un gato dentro de un armario o quién ha sido el cabrón que ha encerrado ahí al pobre animal?
 
- Que los guionistas obliguen a sus personajes a comportarse de forma totalmente ilógica según la vida real: ¿quién camina a oscuras y/o marcha atrás en un lugar en el que teme que haya alguien acechándole con malas intenciones? ¿Por qué cuando alguien se encuentra un cadáver ensangrentado y con un puñal clavado en el vientre, lo primero que hace es extraérselo, sujetarlo entre sus manos mirándolo sin saber qué hacer con él y embadurnarse de la sangre del finado, para que cuando llegue la policía –que aparece en un pis pas sin saber quién la ha avisado- lo encuentre con las manos en la masa? Y luego la omnipresente frase de “no es lo que parece”
 
- Que la gente coma y beba en el cine haciendo ruido al masticar o sorber el refresco para luego dejarlo todo hecho un asco. ¡Menudo equipo de limpieza tienen algunas salas! Palomitas por aquí, charquitos pegajosos por allá. El negocio es el negocio. Luego se quejan de que las entradas son caras (que lo son) pero no pueden evitar comprarse su ración King size de palomitas y un bote gigante de cola que les cuesta tanto o más que la entrada. Que también me pregunto: ¿las diez y media y no han cenado ni siquiera un triste bocata? Y si han cenado, ¿tienen todavía hambre para zamparse todo aquello?
 
- Que en una película con escenas de cama, la chica, después de una noche de sexo, se levante de la cama para ir al baño arrastrando la sabana, la manta y el cubrecama para que, tapada hasta la nariz, el chico no le vea el culo. ¿Acaso habrán practicado sexo a oscuras?
 
- Que los contendientes se peguen unas palizas de órdago como si nada, puñetazos que destrozarían las manos de quien los da y el careto de quien los recibe. En cambio, cuando interesa acabar rápido, con un golpe en la cocorota se acabó y a freír espárragos.
 
- Que antes de que el malo se cargue a su peor enemigo, aquél le cuente a éste toda su vida, sus motivaciones para hacer lo que hace y, sobre todo, cómo ha logrado hacerlo, con  todo lujo de detalles, apuntándole con el arma, y todo para dar tiempo a la poli a que llegue y le atrape. ¿Por qué no se lo carga de una vez por todas y acabamos? A fin de cuentas era a lo que iba, ¿no?
 
- Que cuando le cierran los ojos a un cadáver, con solo pasarle la mano por encima sin apenas tocarle los párpados éstos se cierran solos como por arte de magia.
 
- Que en una secuencia, uno de los científicos protagonistas le explique a otro algo que debe ser más que obvio para alguien con sus conocimientos, y solo para que el público lo entienda.
 
- Que cuando a alguien le piden que encienda urgentemente el televisor (hay una noticia que trastocará momentáneamente la trama y al espectador), éste se enciende ipso facto, apareciendo la imagen con solo pulsar el mando a distancia. Que me digan la marca que me lo compro.
 
- Que en la programación televisiva tengamos que tragarnos los frecuentes cortes publicitarios y su absurda (aparentemente) frecuencia. Que tras un corte publicitario de 45 segundos, prosiga la programación durante 5 minutos más y vuelvan a cortar diciendo que “volvemos en 7 minutos”. O que se introduzca una cuña publicitaria cuando solo falta un minuto para terminar una película y que, una vez acabada ésta, se empalme con el siguiente programa, el cual será interrumpido a los pocos minutos para volver a dar paso a la publicidad. Dicen que es la forma de asegurarse que el espectador no cambia de canal porque ya han logrado “engancharlo” de nuevo. ¡Pobre espectador!
 
- Que en algunas series de TV (Juego de tronos es un claro exponente de ello) tengas que estar constantemente subiendo y bajando el volumen por los continuos altibajos en el sonido. Pasan de hablar en susurros a vociferar, y luego el entrechocar de espadas o disparos y explosiones ensordecedoras cuyo estruendo se oye en todo el vecindario. Esos son los únicos momentos en que no deseo ser el propietario o usufructuario del mando a distancia. ¡Sube, que no se oye! ¡Baja, que nos vamos a volver locos!
 
- Que en documentales, noticias y extractos de programas de canales extranjeros quiten los subtítulos cuando todavía no he acabado de leerlos.
 
- Que en una tertulia o debate televisivo, todos hablen a la vez y a gritos, armando tal jaleo que uno no se entera de nada, aparte de que sean unos impresentables (esto ya se da por sentado). Y que el presunto moderador no intervenga o no logre acallarlos.

Y lo dejo aquí porque ya está bien de dar la lata.

CONTINUARÁ
(para quien esté interesado en seguir leyendo tonterías)
 
 





sábado, 14 de noviembre de 2015

¿Se han perdido las buenas costumbres?



Día a día vemos cómo niños y jóvenes desatienden lo que, cuando teníamos su edad, considerábamos de buena educación. Los niños ya no ceden el asiento a las personas mayores, los jóvenes ya no ceden el paso ni abren la puerta a una persona anciana. Muchos ni siquiera se disculpan por haber dado un empujón involuntario a alguien que pasaba por su lado. Y así podría citar una larga lista de ejemplos en los que la llamada urbanidad brilla por su ausencia. Pero lo peor de todo es que muchas de estas manifestaciones de mala –o poca- educación tienen lugar muchas veces en presencia de sus padres, que son los verdaderos culpables.

Creo, además, que las malas conductas y malas costumbres se contagian, y no solo de padres a hijos, de arriba abajo, sino también en sentido ascendente. Los jóvenes aprenden de sus mayores, pero éstos ahora parecen imitar a la juventud en su comportamiento y modales. Supongo que es algo inconsciente. Hay quien dice que todo lo malo se pega y creo que tienen razón. Aquello de que la manzana podrida corrompe a las demás del mismo cesto.

Pero mi propósito, en esta entrada, no es analizar este tipo de comportamiento en el ámbito de toda la sociedad. No soy sociólogo, ni psicólogo, ni antropólogo. En definitiva, no me siento lo suficientemente preparado para realizar un análisis en profundidad de esta deriva de la sociedad hacia la pérdida de las “buenas costumbres”.

Sí, en cambio, me atrevo –y espero no ofender a nadie- a llevar a cabo una reflexión basada en mi propia experiencia y en un ámbito tan concreto como cerrado como es el de la llamada blogosfera. Concretamente, me refiero al comportamiento de algunos –cada vez más- bloguero/as.

¿A qué viene el título de esta entrada? Viene a colación de algo que observo desde hace algún tiempo y que me llama poderosamente la atención: que algunos –insisto que cada vez son más- de lo/as “compañero/as de letras” no se toman el tiempo, o la molestia, de responder a los comentarios que les dejan –dejamos- sus lectores. Me parece una falta de desconsideración no hacerlo, aunque sea con un simple “gracias”, a quienes han invertido una parte –aunque sea pequeña- de su tiempo a leer y a dejar un comentario que, además, es halagador. ¿Quizá es que están tan atareado/as escribiendo nuevas entradas que no tienen tiempo para leer los mensajes que les dejan sus seguidores? ¿Acaso es que, como reciben tantos comentarios, no darían abasto a responder a todo/as y cada uno/a de sus lector/as? Quizá sea eso, pues generalmente obvian responder quienes más comentarios reciben. Pero, a ver, estamos hablando de decenas, no de miles. No se trata de un club de fans, con cientos de miles de seguidores, lo que obliga al artista a disponer de un/a secretario/a para que atienda la correspondencia.

Y como decía antes, parece que esta –mala, a mi entender- costumbre se va extendiendo, pues ahora me encuentro que bloguero/as que siempre respondían ahora ya no lo hacen. O algo que me parece aun peor: responden solo a uno/as poco/as, que serán, digo yo, amigos y conocidos de mucha confianza. Pues, aun así, no me parece bien. O todos o nadie, caramba, que todos somos dignos de ser tenidos en cuenta, creo yo.

Así que me formulo dos peguntas: a) ¿Por qué hay quien no responde nunca a sus lectores, esos que amablemente les han dejado un comentario al pie de su publicación?, y b) ¿Qué es lo que ha ocurrido para que quienes sí tenían la deferencia de contestar, hayan dejado de hacerlo? ¿Se han cansado? ¿No es rentable?

Es tanta mi curiosidad que si algún amable lector/a conoce la respuesta, le agradecería encarecidamente que me lo haga saber. Así me ilustrará y me quedaré más tranquilo. Espero que no suceda lo del refrán, ese que dice que la curiosidad mató al gato.

Por cierto, gracias a quienes sí responden a mis comentarios, por simples y anodinos que puedan ser.