martes, 23 de enero de 2018

La hipocresía de la legalidad o la legalidad hipócrita


Una gran mayoría de ciudadanos se ha llenado últimamente la boca sobre la obligatoriedad de cumplir la Ley a rajatabla. Estoy totalmente de acuerdo, es la regla del juego democrático, lo cual no significa, como ya he manifestado en alguna otra ocasión, que no haya leyes injustas que necesitan ser cambiadas.

Pero ¿qué fuerza moral tienen los que se excusan y se escudan en la Ley cuando son los primeros en habérsela saltado una y otra vez? ¿Cómo, por ejemplo, un representante de un partido político que se ha financiado ilegalmente y que tiene entre sus filas a cientos de encausados por fraude y expolio del erario público, puede exigir, sin rubor y sin perder con ello toda credibilidad, que otros, generalmente sus adversarios políticos, cumplan la misma Ley a la que todos nos debemos?

Y entre los ciudadanos de a pie que también salen en defensa a ultranza del cumplimiento de la Ley, ¿cuántos cometerán constantemente un fraude fiscal al pagar sus facturas sin IVA? ¿Cuántos se habrán desgravado gastos privados cargándolos a nombre de su empresa? ¿Cuántos habrán intentado, en más de una ocasión, hacer trampa en la declaración de la renta? ¿Cuántos habrá que pagan y/o cobran en negro para ahorrarse cargas fiscales? Y así podría enumerar muchos más delitos tipificados por esa Ley a la que tanto adoran. En definitiva, ¿cuántos serán los que se aplican la famosa máxima que dice “hecha la ley, hecha la trampa”?


Seamos consecuentes y prediquemos con el ejemplo. Como decía no sé quién: o todos moros o todos cristianos.


miércoles, 3 de enero de 2018

Cortesanas modernas



Como casi todas mis entradas en este blog, esta tampoco podía estar exenta de una cierta polémica y espero que nadie me tome por un misógino o un vulgar machista. El tema que hoy me ocupa me ha llamado poderosamente la atención desde que era un chaval, pero entonces callaba por prudencia. Pero es que, además, son muchas las mujeres con las que he compartido mi opinión que han coincidido con mi punto de vista, lo cual, en cierto modo, me tranquiliza.

En más de una ocasión, y de dos, y de tres, durante una reunión familiar o con unos amigos, ha salido el tema de que las mujeres de los jugadores de futbol famosos son, por lo general muy guapas (la expresión realmente utilizada es que están buenísimas), a lo que, invariablemente, todas las representantes femeninas presentes han coincidido, antes de que nadie tuviera tiempo a insinuarlo, en la misma afirmación. “Pues claro ¿no veis que están forrados?”, o algo parecido, acompañando estas palabras con el típico gesto de frotarse las yemas del dedo pulgar e índice de la mano derecha (o la izquierda si son zurdas). Money, money. Y así es. Si no fuera por la pasta, de qué iban a ligar esos tíos con unos pibones como los que vemos en los programas o en las revistas del corazón.

La primera vez que saqué este tema a colación, en plan de broma, ante unas compañeras de trabajo, me sorprendió la naturalidad con que todas ellas, mujeres jóvenes y modernas, justificaron esta situación. Todas, sin excepción, la achacaban a Don Dinero. No la defendieron, todo lo contrario, simplemente la aceptaron como algo habitual. Es decir, que hoy día todavía hay mujeres que por dinero son capaces de entregar su cuerpo (ya sé que suena a una proclama puritana contra un comportamiento pecaminoso, pero es lo que hay) a un hombre a quien no se habrían acercado ni a cien metros de distancia de haber sido un don nadie. Y con el término “don nadie” me refiero a alguien ni rico ni famoso. Pero es que, además, en esta historia, el “don rico” no tiene que ser únicamente futbolista, que conste. Los hay que son actores, cantantes, escritores, hasta chefs. Todos ricos y famosos, eso sí.

Recuerdo que en una de las ocasiones en las que salió este tema a relucir, compararé el comportamiento de esas mujeres a la prostitución de lujo, lo cual causó un cierto alboroto por lo que, a juicio de la mayoría de las féminas, era una exageración.

En el enunciado de esta entrada he utilizado el término “cortesana” como la mujer que ejerce la prostitución “de manera elegante o distinguida” (RAE). Que quede claro que utilizo aquí el concepto de prostitución en un sentido más amplio y laxo del que se usa habitualmente, a una forma de entregarse a alguien o a una causa por dinero. Aun atenuando ese calificativo, las mujeres a las que me refiero son personas que se venden, por así decirlo, o hacen algo que habitualmente no harían, solo por dinero. ¿Acaso no se prostituye quien acepta hacer algo que va en contra de sus principios a cambio de un precio? Las “cortesanas” a las que aludo simplemente se arriman al árbol cuya sombra mejor las cobija y cuyas hojas son cheques en blanco o con muchos ceros.

Cuántos casos no conoceremos de hombres físicamente, e incluso personalmente, desagradables (feos o cabrones, sin andar con tantas finuras) pero millonarios, cuya esposa podía haber sido perfectamente Miss Mundo. Y no hace falta que sean muy feos, con feos y vulgares es más que suficiente si su fortuna asciende a unos cuantos cientos de millones de euros, o de dólares, que para el caso es lo mismo.

Si nos remontamos a los años sesenta del siglo pasado, ¿realmente creéis que Jaqueline Kennedy, de soltera Bouvier, viuda de John F. Kennedy, se enamoró perdidamente de Aristóteles Onassis, el magnate griego más rico y famoso de la época, un hombre no precisamente agraciado y veintitrés años mayor que ella? Quizá sean prejuicios míos y sí que hubo un flechazo, pero más bien creo que la flecha del amor olía a pasta gansa. Pero como yo no estuve en el meollo y no me gustan las habladurías (solo escribir sobre ellas), le concederé a Mrs. Onassis el beneficio de la duda.

Si oteamos el horizonte de los ricos y famosos, podemos hallar muchas relaciones amorosas dudosas en cuanto al verdadero germen que las propició. Y como no puedo citar, por motivos obvios, nombres y apellidos de personas vivas (aunque me gustaría preguntárselo a Melania Trump), dejo que cada cual haga su propia elección de las parejas, porque estas relaciones interesadas siguen y seguirán existiendo hasta el fin de los días, o del dinero. Y ojo, que no niego que en algunos casos bien pudiera ser que la atracción monetaria inicial se transmutara lenta y progresivamente en amor, aunque yo preferiría llamarle cariño. Porque ya se sabe que el roce hace precisamente eso.

Pero es que yo me digo que, si con mi jeta, se me acercara una mujer despampanante, una top model, una Irina Shayk, por poner solo un ejemplo, todo sonrisas y todo simpatía, con caída de ojos y morritos incluidos, me diría “esta viene por mi dinero o se ha equivocado”. Lo segundo sería lo más probable, porque de lo primero no puedo precisamente alardear.  Pero supongamos que estuviera forrado y ello fuera público y notorio. A nadie amarga un dulce y bien podría dejarme querer, caramba, que total solo son dos días y uno ya está a punto de acabar. Pero ello no quita que supiera o adivinara sus intenciones, que no serían otras que estar conmigo por interés y ello le quitaría todo el encanto a esa relación. Perdonad que insista en el símil, pero ¿acaso porque una prostituta de lujo use sus mejores y más refinadas artes amatorias para llevarme hasta el éxtasis llegaré a sentir por ella algo más que no sea atracción sexual? Para un hombre solo, una chica de compañía, una escort o call girl puede llenarle una velada, un vacío momentáneo, hacerle pasar un rato agradable, pero otra cosa es casarse con ella. Pero, claro, cada hombre es un mundo.

Yo sigo pensando, sin embargo, ¿cómo puede haber hombres que, conociendo el percal, caigan en las redes de unas vividoras? En una fiesta con sexo, drogas y rock & roll puedo entender que haya quien caiga en brazos de una chica escultural que solo busca atrapar a un rico y famoso, pero en la vida real no es lo mismo. Cada uno es muy libre de elegir la vida que quiere llevar y con quién quiere llevarla. Al igual que el sadomasoquismo es un juego en el que los dos jugadores están de acuerdo con las reglas y disfrutan con su papel, en el juego de “el rico y la cortesana” que cada uno haga lo que le apetezca si con ello no hace daño a nadie. Pero, qué queréis que os diga, ambos juegos me resultan inauditos.

Viva la vida, viva el dinero y viva el amor. Y la salud que no falte.


Feliz Año Nuevo.