jueves, 25 de febrero de 2016

El pájaro tonto


Desde la aparición del hombre, éste ha aprovechado los extraordinarios recursos naturales que la madre tierra le proporcionaba. Cazaba para alimentarse y utilizaba las pieles de los animales cazados para abrigarse. Aprendió a cultivar la tierra y sacar provecho de sus frutos. Al cabo de miles de años, sus sistemas de producción se hicieron muchísimo más eficientes y rentables. Pero todo tiene un precio.

Esta evolución para la subsistencia y a favor del bienestar se fue paulatinamente viciando y pervirtiéndose, primando por encima de todo el enriquecimiento personal, hasta llegar a cotas insostenibles.

Es un hecho indiscutible que nuestro planeta está sufriendo un daño irreparable de seguir con esta tendencia alcista del deterioro medioambiental.

Dice el proverbio que más vale prevenir que curar. Creo que ya es tarde para la prevención. Ahora solo necesitamos encontrar una cura para este mal que aqueja al planeta en el que nos ha tocado vivir y al que tanto hemos maltratado.

Los defensores de la naturaleza son considerados hoy en día elementos anti-sistema, bajo sospecha. Solo hay que ver el trato que reciben los integrantes de Greenpeace cuando, con los únicos medios a su alcance, intentan evitar una agresión al medio ambiente. Los defensores de la vida en nuestro planeta han tenido que organizarse en ONG porque los gobiernos miran hacia otro lado. Se celebran cumbres para alcanzar acuerdos que, una vez alcanzados, voces triunfalistas los muestran como ejemplo del buen hacer de los mandatarios internacionales pero que, en realidad, son francamente insuficientes. Y todo por el vil metal.

Pero todos somos culpables en mayor o menos medida, aunque nos valgamos del atenuante de que estamos sometidos a la presión de una sociedad que nos obliga a contaminar, directa o indirectamente, una sociedad de consumo que es la mayor contaminante y, por ende, enemiga de la naturaleza.

La mano del hombre ha intervenido voluntaria e involuntariamente en el desequilibrio ecológico desde hace muchos lustros. A la conducta consciente y desaprensiva del explotador, hay que añadir la inconsciente e ignorante que, no por ello, deja de ser menos agresiva.

Hace cuatro siglos que tuvo lugar lo que al parecer fue la primera extinción de una especie animal a manos del hombre blanco. Sucedió a orillas del Océano Índico, donde habitaba una especie actualmente extinta, el dodo, cuyo nombre procede del portugués doudo, que significa tonto. Y es que, al igual que sucede con los seres humanos, muchas veces se confunde la bondad con la estupidez.

El dodo era un ave de gran tamaño, que vivía en la isla San Mauricio. Como no tenía ningún enemigo natural, había perdido la capacidad de volar y por tal motivo fue presa fácil del hombre. Los marineros portugueses que frecuentaban la isla en aquella época observaron que no sentía temor por los hombres, simplemente porque nunca antes los había visto. Así pues, resultó muy fácil matarla. Solo había que acercarse y golpearle con un palo en la cabeza o retorcerle el pescuezo. El pobre animal no sabía cómo protegerse. Su carne no era sabrosa pero era un buen sucedáneo cuando apremiaba el hambre. Además, los huevos también se comían y se podía aprovechar su plumón. El dodo se extinguió en muy poco tiempo. Hoy solo se conserva su esqueleto en algún museo de Historia Natural.

Hoy en día hay muchos animales en peligro de extinción. Bien por divertimento, bien por intereses económicos, se está acabando con muchas especies animales y vegetales. Entre la fauna, un ejemplo es el rinoceronte, cuya caza tiene por único objetivo segarles el cuerno que, según la medicina tradicional oriental, tiene propiedades afrodisíacas; o el elefante, por su preciado marfil; o el gorila, por sus manos como trofeo, o… El exterminio de ciertas especies es el precio que pagamos por nuestra sinrazón.

Ahora bien, ha habido casos realmente paradigmáticos de la ignorancia con la que, a veces, se actúa. Medidas que, a simple vista, pueden parecer inocuas, pueden acabar en verdaderos problemas ecológicos.

Un caso muy elocuente de ello fue la introducción en Australia del conejo europeo y del zorro rojo, con fines cinegéticos. Ambas especies, introducidas en aquel continente a mediados del siglo XIX, se convirtieron rápidamente en plagas. El conejo, con un altísimo nivel reproductivo, arrasó en poco tiempo los campos de labranza y compitió por el alimento con otras muchas especies autóctonas que están actualmente en peligro de extinción. El zorro, que podía haber diezmado la población de conejos, se convirtió en el principal depredador del canguro, más lento que aquél. Para controlar la población de conejos se liberaron, años después, mosquitos portadores del virus de la mixomatosis, una enfermedad mortal para esta especie. Pero el virus mutó y muchos animales se hicieron inmunes, volviendo a reproducirse, hasta que nuevas cepas de virus más virulentas hicieron su aparición volviendo a menguar la población de conejos. De este modo se mantiene actualmente un cierto equilibrio. En cuanto al zorro, todavía hoy es un problema que el Gobierno australiano no ha logrado erradicar. Se ha incentivado su caza, se ha recurrido a las trampas, e incluso se ha introducido el dingo, una especie de perro salvaje, como depredador. Estamos como al principio.

Pero también hay ignorancia en algunas medidas en defensa de la biodiversidad. Otro famoso refrán dice que el infierno está lleno de buenas intenciones. Todas las medidas hay que estudiarlas con detenimiento pues, aun pareciendo beneficiosas para una determinada especie, pueden acabar siendo muy dañinas para otras. Tal es el caso de la liberación de visones en cautiverio en granjas suecas, que acabó con gran parte de las especies marinas del Báltico, de cuyos huevos se alimentaron los visones.

Estas solo son unas pocas muestras de la imprudencia e impericia humana. Mi intención solo ha sido la de salpicar con algunos ejemplos una pequeña reflexión que deberían hacerse a mucha mayor escala todos los que tienen la potestad de poner coto a las continuas agresiones del medio ambiente, una reflexión ésta que he traído hasta aquí de la mano de Henning Mankell.

¿Y qué tiene que ver mi escritor sueco preferido en todo esto? –os preguntaréis. Pues que en uno de los capítulos de su postrera obra, “Arenas movedizas”, cuyo título he tomado prestado para este post, hace una reflexión sobre la triste huella que el hombre ha dejado y que, si nada ni nadie lo remedia, dejará en el planeta Tierra. De él he obtenido la información referente al pobre pájaro tonto y a la liberación de visones en su país de origen. Gracias una vez más, Henning, por tu sabiduría y humanidad.
 
 
*Imágenes: Izquierda- Dibujo de un dodo (s. XVII). Derecha- Esqueleto de un dodo, expuesto en el Museo de Historia Natural de Londres.